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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
La situación se estaba enredando cada vez más, y los pobres genin estaban asistiendo a un auténtico espectáculo de luces y sombras donde nada era lo que parecía.

—Disculpad, señores, ¿entonces la tienda de Kamerita-san está en el puerto, o subiendo dos calles arriba? —preguntó Eri, evidentemente confundida ante la disparidad de los dos ancianos.

—¡Arriba, arriba! Lo acabo de decir, señorita.

—¡Que no, que no! Que se mudó hace años al puerto!

—¿Pero tú que vas a saber si no recuerdas ni lo que cenaste ayer?

—¡Al menos yo no me paso las horas perdidas en la taberna contando las moscas!

—¿Pero cómo te atreves...?

Y así, los dos ancianos se enredaron en una discusión de la que parecía muy difícil que salieran en los próximos minutos...
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#47
La confusión de la kunoichi crecía por momentos, incapaz de dar una respuesta coherente ante tal situación. Ambos ancianos le daban contradicciones, y dudaba ya incluso si la tienda de verdad existía.

Gr-gracias, ¡iremos a mirar! —sin dar una respuesta clara, se giró a Nabi mientras los ancianos discutían y le susurró —. Vamos primero a la de arriba, probablemente sea esa.

Y despidiéndose rápidamente de ambos ancianos, tomó a Nabi del brazo y tiró de él, siguiendo las indicaciones que el anciano que parecía menos senil de los dos les había dado.
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—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
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#48
Los viejos empezaron a hacer cosas de viejos, como ponerse a discutir porque sí, porque parecía que era ese momento del día. La situación se puso peliaguda. Stuffy empezó a ladrarle a los ancianos porque se habían puesto a gritar. Justo cuando el caos estaba en su punto álgido Eri inició una retirada táctica tirándome del brazo, y yo me dejé llevar, obviamente.

Stuffy, vamos.

Solo con esas dos palabras, el can dejó de ladrar y sacó la lengua antes de empezar a correr tras nosotros con la lengua al viento.
Nabi
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#49
Viendo la interminable discusión de los dos ancianos, al final, los dos chicos tuvieron que guiarse por su sentido de la intuición. Eri lideró la marcha calle arriba, esquivando como buenamente podían la multitud que iba de aquí para allá como un rebaño descarriado. Y así, entre empujones, algún que otro pisotón y algún que otro codazo de algún despistado, Eri y Nabi atravesaron las dos calles y giraron a mano izquierda en el callejón, más estrecho e iluminado con farolas que colgaban de las paredes de los edificios colindantes. Fue un auténtico respiro para ellos porque, de manera inmediata, se vieron completamente solos. Toda la aglomeración de gente que habían estado sufriendo desapareció en cuanto salieron de la vía principal.

Siguiendo las indicaciones del anciano, siguieron adelante y giraron en la siguiente calle a la derecha. Y allí, al fondo de la misma, la vieron: una tienda de aspecto bastante antiguo y colores brillantes que quedaban opacados por la oscuridad de la noche. Sobre la puerta de madera y cristal, en letras grandes rezaba:

«Tienda de Kamerita-san. Tu regalito para tu amiguito.»

Dadas las horas que eran, no había luz alguna en el interior de la tienda y los shinobi llegaron a apreciar con plenitud los diferentes objetos que poblaban el escaparate.

Y ahora...
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#50
Siguiendo las indicaciones del que parecía tener más sentido de ambos ancianos, Eri y Nabi se encaminaron entre la multitud de gente aglomerada frente a ellos hacia su destino, no sin antes llevarse un par de pisotones, codazos y seguramente magulladuras que dejarán algún que otro regalo morado en su piel. Bufaba entre manotazo y manotazo, y cuando creyó que serían tragados por aquella multitud, ambos salieron de allí por un callejón.

Por fin podía respirar.

Una calle a la derecha más y allí estaba: la tienda de Kamerita-san.

¡Mira Nabi, allí! —exclamó la pelirroja, por fin viendo luz al final del tunel —. Doro-san vive al lado, justo en la esquina, ¡vamos!

No quiso pararse en la tienda, sino que siguió hacia su destino: la casa de Doro-san. Sabía que no tenía idea, pero buscaría, se suponía que por esos lugares vivía el guardia, así que solo tenían que mirar.
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#51
Estaba acostumbrado a los golpes, placajes, codazos, incluso manos en zonas indebidas cuando iba en medio de una muchedumbre, hasta en calles a medio abarrotar. No sé por qué pero siempre me caía alguna hostia, la gente era propensa a ignorarme como si no existiese. A veces me pregunto si será por tener el pelo oscuro, igual debería teñirme de algún color chillón para no pasar tan desapercibido, entonces recuerdo que soy un ninja y se me pasa.

Al salir a una calle normal, sin ese vaivén de golpes, lo agradecí profundamente. Me acerqué al escaparate de la famosa tienda de Kamerita de regalos. ¿Qué vendería en una tienda de regalos? Pues ya habíamos llegado.

¡Mira Nabi, allí! Doro-san vive al lado, justo en la esquina, ¡vamos!

Entonces recordé que no habíamos venido a la tienda de regalos, sino a la casa del guardia huido casualmente cuando empezábamos a buscar culpables. Me acerqué a donde estaba Eri, a ver donde vivía el señor Doro, posible asesino y secuestrador de perros de bronce.
Nabi
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#52
Haciendo esquina con la tienda de regalos de Kamerita-san se encontraba la casa de Doro, el guardia fugado del museo armamentístico y principal sospechoso del robo de la preciada Pata de Bronce. Se trataba de una humilde casa de madera que contaba con un primer piso y, desde el exterior, los dos shinobi pudieron ver la luz de las velas que se colaba a través de las dos ventanas que había junto a la puerta. Si ambos se asomaban por ella se encontrarían con ambiente más bien...

Vacío.

No parecía haber nadie dentro. La sala principal no era más que un cuadrilátero de unos pocos metros cuadrados, de paredes y suelo de madera vieja. Al fondo había un desvencijado armario con alguna de las puertas casi colgando de las bisagras y una cocina muy precaria con apenas lo justo para calentar la comida. Al frente, sólo había una mesa, encima de la cual había una vela ya casi consumida, con una silla de madera vieja; y, a mano derecha, unas escaleras que ascendían hacia el primer piso.
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#53
Tras acercarse a la casa de Doro, vieron que dentro no había nadie, o eso parecía, sin lugar a dudas. Lo que no entendió, sin embargo, era como había luz dentro, teniendo en cuenta que eran velas lo que iluminaba la estancia. Con más detenimiento escudriñó el interior de la casa. La verdad es que parecía que Doro no vivía en buenas condiciones...

Llamemos, a ver si está en el primer piso...

Se acercó a lo que parecía la puerta de su hogar y dio dos suaves y sonoros golpes con sus nudillos, esperando paciente.
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#54
Llamemos, a ver si está en el primer piso...

Eri usó la educación, llamando gentilmente a la puerta, mientras yo me mantuve a una distancia prudencial de la casa para tener una vista más general de la situación. Le hice una señal a Stuffy para que él también estuviese atento y así no se nos escapase ningún sonido extraño o algún movimiento sospechoso. Todo aquello olía a chamusquina, literal y metafóricamente, porque había una vela encendida.

En cualquier caso, mis instintos perrunos me decían que allí había gato encerrado. Un señor sin familia, ni amigos, ni pareja, ni nada de nada, trabajando de guardia de un museo, casi estaban pidiendo a gritos que les robase.
Nabi
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#55
Ambos shinobi se acercaron a inspeccionar el interior de la vivienda. Sin embargo, el lugar parecía estar en completo silencio, y no se adivinaba ningún tipo de movimiento dentro de ella. La Uzumaki, más arrojada, se adelantó para llamar a la puerta, mientras su compañero se quedaba algo más rezagado:

—Llamemos, a ver si está en el primer piso...

Toc. Toc.

No recibió respuesta alguna, pero al segundo toque la puerta se metió hacia dentro ligeramente. No estaba cerrada con llave.

Dentro de la vivienda, el silencio era sobrecogedor. No parecía haber nadie en el piso inferior, aunque la vela de la mesa, y los pequeños farolillos que colgaban desde las paredes, les permitían ver con todo lujo de detalles.

¿Qué haría ahora la joven pareja?
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#56
Tras su segundo golpe la puerta pareció ceder ante el movimiento, dejando ver la estancia. Eri comprobó, con horror, como el hombre no había cerrado su casa con llave, aunque ya no había vuelta a atrás. ¿Y si le había ocurrido algo? ¿Y si él no era el culpable e intentaban echarle las culpas para que pensasen que había sido Doro? ¿Y si estaba en peligro por ello?

¿Doro-san? —preguntó la kunoichi, abriendo ligeramente la puerta y haciéndole señas a su compañero para que entrasen despacio—. ¿Doro-san, está usted ahí dentro? —volvió a preguntar.

Si no recibía respuesta, intentaría ir al piso de arriba.
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#57
La puerta se quedó entreabierta tras los golpecitos de Eri, no estaba cerrada. Entró lentamente, como se solía escenificar en las películas de terror, grave error.

¿Doro-san? . ¿Doro-san, está usted ahí dentro?

Incluso me hizo señales de ir despacio, que no, hombre, que así no se hace. Se hace rápido y así si hay alguien no le da tiempo a pensar ni media. Con ese plan mental, entré tras Eri y me fui directo al piso de arriba tras haberle dicho a Stuffy que se quedase en el de abajo por si pasaba cualquier cosa.

Subí las escaleras de dos en dos tan agilmente como se pudiera sin que se cayeran a cachos y, a menos que encontrase algo alarmante, me lanzaría a abrir todas las puertas que viese hasta encontrar ese algo alarmante o se me acabasen las puertas.
Nabi
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#58
—¿Doro-san? —preguntó Eri cuando entró en la vivienda, siempre acompañada de Nabi y de su inseparable Stuffy—. ¿Doro-san, está usted ahí dentro?

Pero no recibió más que el más profundo de los silencios por respuesta.

En aquella ocasión fue su compañero el que tomó la delantera. Tras indicarle a su perro que se quedara en el piso de abajo, el Inuzuka subió las escaleras de dos en dos. Pero tal era su prisa que quiso la mala suerte que sus pies se enredaran y tropezando y cayendo de bruces contra los escalones...

Arriba del todo sólo había una habitación y un baño pequeño con un retrete, una ducha y un lavabo. Al igual que habían visto en el piso de abajo, se trataba de una sala más bien vacía, y si no fuera por la desvencijada cama de madera cubierta por sábanas prácticamente harapientas y deshilachadas y el armario, ni siquiera podría haberse llamado habitación. Contra la ventana más cercana, sin cortinas y por la que se podía ver con claridad la nocturnidad de la ciudad, había un escritorio en muy pobres condiciones, prácticamente carcomido por termitas, y, si se acercaban a él, podrían ver que había pergamino doblado un par de veces por la mitad. Junto a aquella, un pequeño reloj de pared rompía la monotonía del silencio con su constante y lastimero ticktack. Por último, en la pared opuesta, se alzaba a duras penas un perchero de pie sobre el que se había colgado un uniforme de guardia junto a una capa roja a la que parecía faltarle un trozo en una de sus esquinas.
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#59
La chica tuvo que seguir a su acompañante escaleras arriba, ya que ambos estaban invadiendo una propiedad ajena, de perdidos al río. Esperaba que al menos encontrasen a Doro-san y pudieran aclarar ese malentendido.

Por desgracia, tras subir las escaleras se dio cuenta de que allí no había nada más que muebles viejos y rotos, ni rastro del guardia ni de ninguna otra persona. Eri ojeó el lugar, buscando en algún rincón cualquier signo sobre el paradero del hombre al que querían atrapar.

Suspiró, aquello les llevaría más tiempo del que había pensado.

Mira si en esa parte hay algo, yo voy a buscar en el escritorio —pidió a Nabi señalando el perchero y la ropa que colgaba sobre él.

Ella, por su parte, se dirigió al viejo escritorio a punto de ser comido totalmente por las termitas. Encima de él había un pergamino, el cual Eri, sin tocarlo, se atrevió a mirar, acercándose todo lo posible al escrito sin rozar el mueble. ¿Habría algo escrito de importancia?
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#60
Me repuse del tropiezo tan rápidamente como había caído. Ya sabéis lo que dicen de los perros, que siempre caemos de pie, pues eso. Al parecer el segundo piso era una mala replica del primero, pequeño, feo y al borde de la autodemolición.

Mira si en esa parte hay algo, yo voy a buscar en el escritorio

La habitación era lo suficiente pequeña como para que un pedo cupiese justito, pero Eri la consiguió dividir, ella buscaría en el escritorio y yo en el perchero. Me giré para mirar el perchero y vi la capa de la culpabilidad infinita.

Eri-chan, Eri-chan, Eri-chan, Eri-chan, mira, mira, mira, mira.

Por cada palabra le daba un golpecito con el dedo a sabiendas de que mi voz sola poco iba a conseguir.
Nabi
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