4/12/2015, 19:48
El mismo pan de cada día. Levantarse, hacer el vago entre las sabanas durante exactamente 15 minutos, ni uno más, ni uno menos, salir de la cama, echar una ojeada tras el cristal de la ventana y ver aquella incesante caída libre de agua que no tenía fin alguno. Aquel procedimiento era seguido, al pie de la letra, día tras día. Y no tenía pinta de cambiar en un futuro próximo.
La muerte de papá me había vuelto frío como el ambiente de aquella aldea aunque el fondo de mi ser, entre mis entrañas, aún quedaba algo de aquella alegría que a pesar de los murmullos de la gente siempre solía sacar a relucir. Pero me habían arrebatado uno de mis más preciados bienes, lo cual me condujo a un estado de hermetismo instintivo.
A media mañana me encontraba vagando por las calles de Amegakure con las manos en los bolsillos y la cabeza al descubierto. No buscaba nada en concreto, solo dar una vuelta en busca de que la lluvia aclarase mis ideas y me dijese qué debía hacer aquel día. Los neones de aquel antro de mala muerte iluminaron el charco que estaba a punto de pisar. Colores vivos que atraían a todos los curiosos, yo tampoco me pude resistir. Menos aún cuando vi que promocionaban su producto estrellas: los dangos.
Sin dudarlo entré en el local. Su interior era todo de madera y aquel olor a licor amargo sería capaz de embriagar a una marmota en plena hinvernación. Me acerqué a la barra de una madera más oscuro y detalles negros.
-Tráeme unos dangos. Estaré en las mesas de fuera-
-Espero que no me jodas la clientela, araña-
Ni siquiera me digne a satisfacer sus ganas de bronca, simplemente chasquee la lengua y me dirigí hasta la terraza exterior.
-Gilipollas...-
Así pues me limité a sentarme aquella silla de madera carcomida, protegido por aquel pequeño techo por el que se creaban pequeñas cascaditas y observaba a la gente que pasaba por la calle principal mientras esperaba los dangos.
La muerte de papá me había vuelto frío como el ambiente de aquella aldea aunque el fondo de mi ser, entre mis entrañas, aún quedaba algo de aquella alegría que a pesar de los murmullos de la gente siempre solía sacar a relucir. Pero me habían arrebatado uno de mis más preciados bienes, lo cual me condujo a un estado de hermetismo instintivo.
A media mañana me encontraba vagando por las calles de Amegakure con las manos en los bolsillos y la cabeza al descubierto. No buscaba nada en concreto, solo dar una vuelta en busca de que la lluvia aclarase mis ideas y me dijese qué debía hacer aquel día. Los neones de aquel antro de mala muerte iluminaron el charco que estaba a punto de pisar. Colores vivos que atraían a todos los curiosos, yo tampoco me pude resistir. Menos aún cuando vi que promocionaban su producto estrellas: los dangos.
Sin dudarlo entré en el local. Su interior era todo de madera y aquel olor a licor amargo sería capaz de embriagar a una marmota en plena hinvernación. Me acerqué a la barra de una madera más oscuro y detalles negros.
-Tráeme unos dangos. Estaré en las mesas de fuera-
-Espero que no me jodas la clientela, araña-
Ni siquiera me digne a satisfacer sus ganas de bronca, simplemente chasquee la lengua y me dirigí hasta la terraza exterior.
-Gilipollas...-
Así pues me limité a sentarme aquella silla de madera carcomida, protegido por aquel pequeño techo por el que se creaban pequeñas cascaditas y observaba a la gente que pasaba por la calle principal mientras esperaba los dangos.
Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa