Tekkōnyu.
Es una seta poco común. Crece en la parte norte del Bosque de los Hongos. Busca entre las rocas más grandes, en el punto donde éstas se unen con la tierra podrida. Son pequeñas, de un gris oscuro con líneas negras desde su centro. Ten cuidado y no las rompas mucho al arrancarlos. Sus esporas no son peligrosas, pero el contacto con muchas te dejará la piel irritada por días.
Taeko se detuvo ante aquel enorme hongo. Parecía una sábana invertida, colgando hacia el cielo desde un rugoso tronco que emergía de entre las raíces de un inmenso árbol. Desde hace varios metros había comenzado a ver aquellas setas que caracterizaban el Bosque de Hongos, pero aquel ante el cual se había detenido le parecía particularmente amenazador.
La mujer que cuidaba a su madre, Iwada Ririki, la había mandado a por una seta especial, la tekkōnyu. Ririki era una médico que había estado tratando a Kikazura Hirami para ralentizar el decaimiento de su cuerpo, o detenerlo, si era posible. Había sido difícil, pues a la mujer le costaba más hablar y moverse, aunque los cambios eran muy lentos. El hongo tenía unas extrañas propiedades ferromagnéticas, por lo que Ririki podría utilizarlo para reforzar el chakra (y el cuerpo) de Hirami. Al escuchar esto, Taeko se lanzó a la aventura para buscarlos, no sin antes escuchar las indicaciones de la sonriente doctora.
Y hela allí. Tragando saliva nerviosamente, bajando la mirada y buscando piedras que mover. Vestía uno de sus típicos hanfu, esta vez de color naranja cremoso con floreado color durazno. Su pantalón, así como el listón de su cabello, era rojo oscuro. Esta vez, sus mangas no quedaban bailando grácilmente, como siempre. Se había puesto unos guantes de cuero delgado que le había prestado Ririki (para protegerse de las esporas del hongo), y se había asegurado la manga del hanfu con un par de tiras blancas. Así, no exponía nada de piel de sus brazos. Su libretita y su carboncillo estaban ajustados en su obi naranja.
Escuchaba con detenimiento el cantar de las aves, el cual retumbaba sombrío gracias al ambiente que reinaba. Su paso era lento, no por indecisa, sino por cuidadosa. No quería pasar de largo roca alguna que registrar en busca de aquellas setas tan preciadas.
”Son las 9 de la mañana, pero por estas sombras no lo parece…” pensó, soltando un suspiro algo incierto.
Es una seta poco común. Crece en la parte norte del Bosque de los Hongos. Busca entre las rocas más grandes, en el punto donde éstas se unen con la tierra podrida. Son pequeñas, de un gris oscuro con líneas negras desde su centro. Ten cuidado y no las rompas mucho al arrancarlos. Sus esporas no son peligrosas, pero el contacto con muchas te dejará la piel irritada por días.
Taeko se detuvo ante aquel enorme hongo. Parecía una sábana invertida, colgando hacia el cielo desde un rugoso tronco que emergía de entre las raíces de un inmenso árbol. Desde hace varios metros había comenzado a ver aquellas setas que caracterizaban el Bosque de Hongos, pero aquel ante el cual se había detenido le parecía particularmente amenazador.
La mujer que cuidaba a su madre, Iwada Ririki, la había mandado a por una seta especial, la tekkōnyu. Ririki era una médico que había estado tratando a Kikazura Hirami para ralentizar el decaimiento de su cuerpo, o detenerlo, si era posible. Había sido difícil, pues a la mujer le costaba más hablar y moverse, aunque los cambios eran muy lentos. El hongo tenía unas extrañas propiedades ferromagnéticas, por lo que Ririki podría utilizarlo para reforzar el chakra (y el cuerpo) de Hirami. Al escuchar esto, Taeko se lanzó a la aventura para buscarlos, no sin antes escuchar las indicaciones de la sonriente doctora.
Y hela allí. Tragando saliva nerviosamente, bajando la mirada y buscando piedras que mover. Vestía uno de sus típicos hanfu, esta vez de color naranja cremoso con floreado color durazno. Su pantalón, así como el listón de su cabello, era rojo oscuro. Esta vez, sus mangas no quedaban bailando grácilmente, como siempre. Se había puesto unos guantes de cuero delgado que le había prestado Ririki (para protegerse de las esporas del hongo), y se había asegurado la manga del hanfu con un par de tiras blancas. Así, no exponía nada de piel de sus brazos. Su libretita y su carboncillo estaban ajustados en su obi naranja.
Escuchaba con detenimiento el cantar de las aves, el cual retumbaba sombrío gracias al ambiente que reinaba. Su paso era lento, no por indecisa, sino por cuidadosa. No quería pasar de largo roca alguna que registrar en busca de aquellas setas tan preciadas.
”Son las 9 de la mañana, pero por estas sombras no lo parece…” pensó, soltando un suspiro algo incierto.
SILENCE
〘When deed speaks, words are nothing.〙
"Pienso" (thistle) ❀ ≫Escribo (orchid)
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