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Versión completa: Las blancas tierras salvajes
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Karma

Casi una semana de viaje y todavía no había alcanzado su destino.

Dos días soportando el azote del frío y la nieve. No estaba acostumbrada a un clima así, proveniente del País de la Espiral como era. ¿Merecía la pena haber emprendido esa marcha? Karma se sentía inclinada a decir que no, por mucho que se pudiese discutir que aquella odisea resultaría ser un buen entrenamiento. La genin solo quería encontrar Yukio de una maldita vez y refugiarse en una posada, lo más cerca de la hoguera como fuese posible.

Iba vestida con una camiseta de manga larga de color rojo oscuro, unos pantalones largos azul marino y sus sandalias de siempre. Por encima de todo ello portaba una capa de viaje de color arena —casi se había convertido en blanco por los copos de nieve que llovían de vez en cuando— que le alcanzaba hasta las pantorillas y tenía capucha. Avanzaba todo lo arrebujada que podía, tapándose el cuerpo con la capa y buena parte del rostro con la capucha.

De su portador de objetos, kit médico o placa identificativa de Uzu no había rastro. Todo estaba a buen recaudo en una mochila militar, negra, que tenía colgada a la espalda. La ya mencionada también escondía un saco de dormir y las provisiones necesarias para tal ida y tal vuelta. Así mismo, se había recogido el cabello en una coleta baja que reposaba sobre su pescuezo y espalda.

Y es que Kojima Karma se había perdido. Albergaba un importante motivo personal por el que quería viajar hasta la recóndita Yukio, pero era la primera vez que emprendía un viaje de esas proporciones y su inexperiencia le jugó malas pasadas, como cabe esperar. Nada importante, cosillas y errores de novato que uno nunca vuelve a sufrir. Percances necesarios para la mejora como trotador de mundos.

Pero ahora estaba en las Tierras Nevadas del Norte del País de la Tormenta y se había perdido. La falta de puntos de referencia en un paraje así la había terminado confundiendo, a pesar de que portaba un mapa consigo. Los desagradables bocados de los copos de nieve, la severidad de la temperatura y el afilado viento iban desgastándola poco a poco.

Aún quedaba mucho día por delante, horas de luz más que de sobra como para alcanzar la ciudad y descansar, pero claro, ¿en qué dirección debía dirigirse?

En menuda me he metido... —dijo para sí, su aliento transformándose en una visible y pálida neblina.

Continuó caminando hacia el norte, aunque ella creía que era el este, atravesando la llanura nevada en la que estaba. Si no encontraba refugio pronto, su vida bien podría estar en peligro eventualmente.

Y el único testigo de todo ello era el melodioso sonido de la nieve crujiendo bajo sus sandalias.
Faltaba nada para el gran viaje a Uzushiogakure y el ansiado esperado examen de chuunin. Dentro suyo sabía que no tenía chances, que seguramente los demás participantes lo pasasen por arriba, pero siempre buscaba la manera de pensar positivamente y dejar a un lado las dudas.

Cuando era chiquitito, mi mamá siempre decía, no te metas de shinobi, porque corren todo el día.

Ya había nadado en el mar varios días, había acampado bajo la lluvia y sobre el barro otros más. Había golpeado unos cuántos troncos mojados y había llegado a la cima de incontables edificios en Amegakure. Le quedaba una prueba por hacer y era la que más temía.

Pero terco el pelotudo, quiso verse uniformado, y cambio a sus zapatos, por las botas de un soldado.

La prueba del frío y la resistencia. Está bien que cargaba en una mochila marrón y cuadrada a su espalda toda su ropa, comida, e incluso había intentado aprender a encontrar ramas secas para poder crear una fogata con ninjutsu. Pero allí cargaba sin camisa, descalzo y en pantalones cortos, sobre la helada nieve de las tierras del norte.

Canta canta usted gennin, que se escuche bien tu voz, que resuenen las montañas, que se agrande el corazón.

Estaba asentado en una pequeña casa alquilada en el poblado de Yukio, en la zona más céntrica posible y donde más gente se solía ver. Pero en esos momentos andaba recorriendo caminos con la compañía de la naturaleza, cantando a susurros y soportando el frío con fiereza, o al menos eso intentaba sin pensar en su tiritante mandíbula.

Canta canta usted gennin, sobre el frio y el calor, sobre el hambre y la fatiga, a los chuunin con honor.

Karma

Quizás se estaba volviendo loca —un augurio de que la muerte helada acechaba—, pero Karma juró advertir un murmullo a lo lejos, algo distinto al sonido de la nieve crujiendo.

Este fue creciendo. Eventualmente quedó claro que no era imaginación suya: algo o alguien estaba haciendo ruido. En primera instancia alzó la guardia y bajó el ritmo, caminando con mayor precaución y sigilo. Pero el rumor acabó tomando forma...

... sobre el frio y el calor, sobre el hambre y la fatiga, a los chuunin con honor.

«¿Están... cantando?», pensó con incredulidad. Sea como fuere, era razonable pensar que había otro ser humano cerca. ¡A la porra con tener cuidado! ¡Necesitaba ayuda o terminaría convertida en un carámbano!

¡¿Hola?! —gritó, esperando que se le escuchase.

También echó a correr en dirección a la voz. Casi tropezó en un par de ocasiones, en absoluto habituada a correr entre tanta nieve. Por ello tambaleó, pero no dejó de trotar.
Su último verso de la pequeña canción que ya había repetido varias veces lo hizo detenerse. O mejor dicho, lo que escuchó tras terminar. Se detuvo en seco y giró al instante la vista en dirección al grito, a aquel saludo si se lo podía llamar así. Falto de movimiento, el cuerpo del calvo comenzó a temblar y sabía que no se podría mantener así mucho tiempo más. Ya era bastante saber que se agarraría algún resfrío o similar.

¡¿Hola?!— imitó llevándose las manos alrededor de la boca.

De entre la nieve, casi camuflada con el entorno, una figura parecía acercarse a una velocidad considerable y definitivamente con poca estabilidad. No esperaba encontrar a alguien atracando con ese clima por lo que no tuvo necesidad de alarmarse ante un posible peligro.

¿Hola?— se repitió.

Karamaru daba pequeños saltos en el lugar y se frotaba los brazos, ya casi ni sentía los pies. Dependía de con quién o qué se encontrase para ponerse a vestir de una vez por todas.

Karma

Por fin logró vislumbrar al desconocido, que esperaba de pie en mitad de ese mar níveo. No obstante, la imagen con la que sus ojos se chocaron la llevó a parar de pronto, casi perdiendo el equilibrio en el proceso. Estaba a unos cuatro metros de Karamaru, mirándolo desde el anonimato de la capucha con una mezcla de asombro y temor.

Se trataba de un muchacho de edad similar a la suya propia, calvo como una bola de billar. Pero lo más llamativo de este no era ese detalle, si no el hecho de que solo llevaba unos pantalones cortos a pesar de encontrarse en un páramo helado. Sus tonificados músculos estaban a la merced del despiadado frío.

Esto... ¿hola? —le dijo, insegura—. ¿No... tienes frío?

Era una pregunta estúpida, pero en una situación así de surrealista, a Karma no se le ocurrió nada mejor.
La figura terminó por acercarse al fin pero siguió siendo eso, solamente una figura. Cubierta por el abrigo era imposible descifrar quién o cómo era esa persona, pero su voz le dio un indicio. Medio tambaleante, bastante femenina, era como había llegado a oídos del calvo. Él rio, cómo pudo, y asintió con la cabeza.

Pues sí, bastante, ya no aguantaba mucho más.— su risa continuó mientras tiraba su mochila hacia la nieve acumulada y comenzaba a sacar su ropa— Puedo preguntar con quién tengo el placer, seguro que andas de camino para Yukio, ¿No?

«Otra cosa cerca no hay»

Primero sus pantalones, luego sus botas y para terminar el resto de la ropa superior. Intentaba que nada toque la nieve para no llevársela al cuerpo y se vestía rápido y entre temblores esperando recuperar el calor corporal lo antes posible. Al finalizar sacó una capa de viaje negra y larga y se rodeó en ella.

Karma

Karamaru le dijo que sí, que tenía frío; lo razonable y esperado. Pero para el amplio desconcierto de Karma, el joven dejó caer su mochila sobre la nieve —lo que provocó que la fémina mirara de inmediato el objeto con desconfianza, como un ciervo asustado— y empezó a vestirse allí mismo.

Aunque no alcanzaba a comprender la actitud del calvo desconocido o el motivo por el que le habría parecido buena idea atravesar las norteñas tierras nevadas en cueros, la médica se relajó.

S-Sí, ¡exactamente! Quiero llegar a Yukio pero me he perdido —manifestó, angustiada—. Iba a ofrecerte mi capa de viaje, pero veo que no te hace falta. Mi nombre es Kojima Karma, es un placer.

Realizó una efímera reverencia al muchacho.

Si pudieras indicarme la dirección que necesito seguir para llegar a Yukio, te lo agradeceré. Y... bueno, ¿puedo preguntar qué haces por aquí con tan poca ropa? Supongo que no es asunto mío, pero, ¿no es un poco peligroso?
Karamaru imitó la reverencia tras terminar de vestirse, lo primero era apalear el frío. Pero una vez abrigado y con mochila al hombro todo se sentía un poco mejor y estaba con mejor predisposición ante el encuentro. La figura terminó por confirmar la idea de que se trataba de una mujer, Karma de nombre.

Karamaru, del clan Habaki. El placer es mío.— contestó un poco atrasado— Y Yukio queda por allí.

Estiró el brazo y señalo con el dedo en dirección al camino que había venido transitando. Desde el momento que había salido ya había pensado en preparar un fuego al detenerse e intentar calentarse un poco más, tal vez comer algo, pero tratándose de alguien que no conocía el terreno tendría que hacer su buena acción.

Trató de acostumbrarme a los diferentes climas, tratar de resistirlos. Pero no se hace fácil, apenas si me aleje del pueblo que ya no daba para más. No estabas tan lejos, deberías de llegar en nada. Aunque yo también voy para el poblado, si quieres....

No terminó la oración pero creía haberse dado por entendido. Si la mujer lo permitía la seguiría en sus pasos por el camino.

Karma

¿Pero cómo te vas a habituar al clima si te mata la hipotermia? —era una cuestión dura como un yunque, por lo que Karma trató de suavizarla haciendo uso de un tono amable, servil.

El llamado Karamaru también se ofreció a ir hasta Yukio en mutua compañía. La muchacha lo barajó y no tardó en parecerle buena idea. Después de todo, tras ese mal trago, perdida en mitad de la "nada", no quería arriesgarse a repetirlo, incluso tras ser dotada de direcciones.

Ya se enfrentaría al páramo helado, una vez más, cuando deshiciera lo andado para volver a Uzushiogakure.

No me importaría ir contigo, Karamaru-san del clan Habaki. Si eres tan amable de dirigirnos...

Haciendo honor a sus palabras, la pelivioleta seguiría al calvo sin dudar.
«Justamente esa es la idea, que no lo haga»

Le estaba costando, y ya comenzaba a pensar que no ganaría más que un resfriado, pero había que seguir intentando por al menos unos días más. Tenía que llegar en buena forma a los exámenes que cada vez estaban más próximos. Una leve sonrisa mostró el shinobi al ver que la dama lo acompañaba.

Kojima, ¿Se me permite preguntar que la trae a Yukio? Supongo que no vienes muy seguido.

«Si hasta debe de ser su primera vez»

El entrenamiento del calvo tras la derrota en el torneo hacía un año lo había llevado por diversos parajes del país de la tormenta en busca de distintos entrenamientos. Los visitó más de una vez a la mayoría y en poco tiempo sentía esas tierras como el patio trasero de su casa.

Karma

Su inesperado acompañante no respondió a la pregunta, o no lo hizo de forma directa, al menos. Karma interpretó su sonrisa como aquello que no había expresado con palabras.

Fuera como fuese, la kunoichi no presionó la cuestión, al fin y al cabo los métodos de entrenamiento de desconocidos de otro país no eran asunto suyo. ¿Quién era ella para juzgar? Nunca había probado un ejercicio de condicionamiento tan extremo, así que no era conocedora de sus resultados.

Karamaru no tardó en acompañar los crujidos de la nieve con una pregunta de su propia cosecha. La kunoichi se aclaró la voz.

Puedes llamarme Karma si quieres —afirmó con amabilidad—. No es que no venga muy seguido, es que es la primera vez que vengo hasta aquí. ¡Nunca había viajado tanto! Ha sido muy interesante, pero también se me ha hecho intimidante —parloteó, animada—. He venido hasta aquí en busca de un sastre llamado Nakato. Es famosillo, parece ser. Crea prendas bellas y ligeras, pero extremadamente resistentes, o eso he escuchado. ¿Lo conoces?
Karamaru asintió con agrado al permiso de nombramiento y escuchó con atención. Sus sospechas llegaron a buen puerto y tenía la razón al suponer que era su primera vez pisando las nieves del norte. El shinobi aminoró el paso tras la pregunta y se dedicó unos segundos a pensar en silencio mirando hacia abajo.

Nakato… Nakato…— se susurró a sí mismo.

La verdad que no soy muy de hablar con los locales, así que no me tengas mucho en cuenta para su reputación si te digo que no lo conozco.

Una risa rompió el ruido del correr del viento. Si él se sentía un poco raro a veces buscando lugares lejanos de entrenamiento en vez de hacer los habituales, más raro le sentaba que una mujer fuese hasta aquel lugar solo por comprar algo de ropa.
Extraño como lo parecía le fue inevitable no despertar su curiosidad.

¿Tan especiales son esas prendas? ¿Valen un viaje al frío de Yukio? Después de todo es ropa, no sé...— una ligera risa forzada y nerviosa surgió tras las palabras.

Karma

Karamaru afirmó no conocer al tal Nakato. Teniendo en cuenta que se refirió a la gente de Yukio como "locales", Karma se aventuró a deducir mentalmente que el calvo tampoco era de la zona. Quizás vivía cerca, pero la kunoichi no pensaba que fuera originario de la ciudad de las nieves.

No pasa nada, preguntaré por allí cuando lleguemos —se encogió de hombros con una sonrisa.

El chico le presentó otra cuestión. Parecía que era alguien curioso. Karma podía comprenderlo y respetarlo, a pesar de que prefería ser, en general, reservada. En cualquier caso, ahora que había encontrado a otro ser humano en ese páramo que la había angustiado tanto, se notaba más dispuesta de lo habitual a abrirse un poco.

No son especiales en el sentido de que sean mágicas ni nada así —bromeó—. Son resistentes y de buena calidad por un precio asequible, o eso tengo entendido. El caso es que es como... no sé. Estoy en un viaje de descubrimiento y catarsis, por decirlo de alguna manera. Venir hasta aquí es parte del proceso. Quiero ropa hecha a medida, y eso también es parte del proceso. La ropa nueva te puede hacer una persona nueva. Lo siento si no se me entiende ni media.

Karma agachó la cabeza. Se sentía torpe al hablar.
Escuchó con atención consiguiendo más preguntas que respuestas con esas pocas palabras y no pudo evitar reír al finalizar. Pero el motivo detrás de la compra de vestimenta fue lo que realmente le llamó la atención a Karamaru, alejarse de los problemas, volver como otra persona.

Entonces esas prendas tienen un significado mucho más profundo que el mero hecho de su calidad— ya hablaba con normalidad habiendo recuperado el calor entre sus ropas, pero seguía echando bocanadas de aire frío al hablar.

Pecaré de curioso, como tantas otras veces, pero... ¿Puedo preguntar qué es lo que se está intentando dejar atrás?

La realidad es que sin saber siquiera qué era, el monje ya se sentía ligeramente relacionado a la mujer. El aún seguía intentando dejar atrás aquella lejana humillación en un torneo y aun así seguía una y otra vez volviendo a su mente. Suerte para él que lo pudo terminar convirtiendo en un motivador y no en algo que lo deprima.

Karma

La última pregunta llevó a Karma a tragar saliva, incómoda. Reflexionó sobre la respuesta que le iba a dar a su acompañante. No quería resultar maleducada o arisca pero tampoco quería abrirse tanto a un completo desconocido. Se trataba de un tema que no se sentiría bien tratando ni con el reducido número de personas que consideraba algo cercanas...

B-Bueno, es complicado... —afirmó, buscando ganar tiempo. Poco después añadió—: Me gustaría dejar atrás ciertos miedos...

Una respuesta a medias similar a las otras, pero suficiente, a su juicio. Así ni se cerraba en banda ni tenía necesidad de revelarle a Karamaru lo deteriorada que tenía la mente.

Y tú... ¿tienes costumbre de ir por ahí en cueros? —quiso preguntar con seriedad, pero al final no pudo evitar reír.

Mejor desviar la conversación a otros derroteros.
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