NinjaWorld

Versión completa: Tu alma triste y oscura
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La habitación de Uchiha Datsue —descrita ya en numerosas historias— era pequeña, y aún así estaba repleta de detallitos.

Sus paredes eran de un gris muy claro, casi blanco, combinado con un azul turquesa en el par de columnas situadas en las esquinas. Un cuadro enorme estaba colocado encima del cabezal de la cama. Un cuadro con un árbol dibujado en él, de manera algo abstracta, de grandes y profundas raíces que se sumergían bajo lo que parecía ser un río.

En frente de la cama, un escritorio, con numerosos folios y pergaminos desperdigados sobre él, entre los que se encontraba una carta. Una carta de Aiko dirigido a él. Por encima, en la pared, un tablón de corcho con un montón de pósits de diferentes colores anclados con un alfiler. También había dos boletos de la lotería con el número “89034” y “30034”. Pero, entre todo aquel caos, lo que más llamaba la atención en aquel corcho era un simple papel. Una hoja de libreta, sin valor alguno aparentemente, pero que por alguna razón estaba colocado en el centro, a cierta distancia del resto. Y por eso destacaba. En él, un dibujo a lápiz de un Nekomusume, un espíritu mujer-gato de colores azules, claros y oscuros, rodeada en llamas doradas.

Finalmente, la mesita de noche. Había un pequeño cuadro con la fotografía de Eri, Nabi y Datsue. Los intrépidos. Y otro, de color rojo y circular, en forma de espiral, con una fotografía de Akame y Datsue. Los Hermanos del Desierto.

Datsue había estado contemplando aquella última fotografía durante una hora, recordando cómo y cuándo se la habían tomado —había sido al día siguiente de su ascenso a Jōnin, aquella época en el que el mundo parecía sonreírles—. Recordando las anécdotas que había tras ella. Recordando las risas, la resaca por el día anterior y el punto de embriaguez que todavía tenían.

Se había preguntado si algún día podrían repetirla, y fue en ese momento cuando su pecho, por así decirlo, se desgarró en un interminable sollozo.

Pero eso quedaba atrás. Ahora Datsue, abrazándose las rodillas, se dejaba seducir por Morfeo. Su ángel de la guarda le esperaba, ansioso, por recibirle entre los brazos como cada noche. Aquel día tenía mucho trabajo que hacer. Aquel día tenía muchas imágenes que mostrarle. Aquel día…

… iba a ser un festín para el bueno de Shukaku.
Dicen que lo mejor siempre llega cuando uno está en el pozo más profundo y más oscuro. Bobadas. Tonterías. Chorradas. La vida es una hija de puta. Y a veces, cuando estás tan, tan abajo, en el fondo... el suelo se rompe.

Algo se rompió dentro de Datsue en ese preciso instante. Al chico se le cortó la respiración un momento, sintió que se iba a desmayar. Luego, dio una bocanada de aire y sintió una sobredosis de... de energía. Como un chute de adrenalina. De euforia. Duró poco tiempo.

Porque no tardó en invadirle un profundo desasosiego. Le dolió el estómago. Quizás había comido algo en mal estado. O tal vez era el licor. Podría ser que sí fuese el licor.

Pero entonces, escuchó el sonido del cristal roto. Venía de su mesita de noche. La foto de los Hermanos del Desierto. Una grieta recorría la imagen de Akame de arriba a abajo.

Y entonces,

«Sí, definitivamente este Uzukage ha aprendido del anterior...»

«¿Debería aconsejarte que huyas? O quizás quedarme a ver cómo reaccionas, qué haces por ti mismo... Yo puedo ayudarte a matarlo, si quieres. ¡JIA JIA JIA JIA!»

«¿Sabes? Es irónico. Sí que era un doble agente. Pero cuando le pusieron el filo de la espada al cuello... pensó en ti.»

La noche prometía romper a Uchiha Datsue en pedazos.
La noche parecía tenerle reservada muchas cosas, salvo la única que esperaba. Una noche de pesadillas, donde Shukaku se divertiría a su costa mostrándole las muertes de sus seres queridos, una a una, por su propia mano. Solo para luego invertir papeles y ser linchado y apaleado por los suyos hasta la muerte.

En lugar de eso, se despertó, boqueando como un pez fuera del agua en busca de oxígeno. Sintió que la habitación daba vueltas a su alrededor y que se iba a desmayar, hasta que, en el último segundo, cuando estaba ya a punto de rendirse, sus pulmones consiguieron abrirse. Tomó una bocanada de aire, y fue como si hubiese sido insuflado por el mismísimo Fūjin. Le invadió un repentino momento de euforia, tan exagerado y desbordante que resultaba enfermizo. Adictivo. Capaz de corromper hasta el mejor de los hombres con tal de no perderlo nunca.

Y como la más potente de las drogas, la abstinencia le golpeó como una patada en los huevos al notar su falta.

Puto vodka negro… —rumió, incorporándose, mientras se masajeaba el estómago.

¡Cras! «¿¡Qué coño…!?» Giró la cabeza, alertado, pero allí no había nadie. Tan solo las fotografías de los Intrépidos entre la oscuridad, y… Frunció el ceño. Tomó la fotografía que tenía de Akame con manos temblorosas y la atrajo hacia sí. Una grieta partía de arriba abajo a su Hermano.

Se le encogió el corazón de golpe. De pronto, le invadió un mal presentimiento. Un terrible presentimiento al que trató de darle la espalda. De cerrarle la puerta de su mente en las narices. Shukaku, cómo no, se lo impidió. Aprovechó el momento para buscarle las cosquillas y tratar de volverle loco. Como siempre.

¿Cómo siempre?

Qué… ¿De qué estás hablando, cabronazo? —preguntó en un murmullo. Se dio cuenta de que estaba temblando.

De puro terror.
No obstante, lo que vino después fue el silencio. O habría sido el silencio, si Datsue hubiera estado... solo. Así es. No lo estaba. Había alguien más en la casa. Un giro de guión inesperado. Una mancha de tinta más en el diario de su vida.

Lo descubrió porque fue él el que contestó, claro.

Guau, chico. Pero si todavía no he abierto la boca. —La voz venía del umbral de la puerta de su habitación. Allí, sentada, una figura encapuchada. Vestida totalmente de negro. Aplaudió tímidamente, y luego, señaló el cuadro que decoraba la cima de la cabecera de la cama del Uchiha—. Sí señor, buen cuadro. Un cuadrazo. Me gusta tu estilo. Tienes buen gusto, una vez más me doy cuenta, camarada.
Fue oír a alguien de improvisto, y saltar sobre la cama mientras emitía un chillido corto pero agudo. Cayó mal sobre el colchón, rebotó contra la mesita de noche dándose un golpazo en el costado y derribó la otra foto que había de Los Intrépidos, que se partió en el suelo y quedó boca abajo.

En cualquier otro momento hubiese sentido la vergüenza más absoluta. No en aquel. En aquel el instinto de supervivencia le decía que tenía cosas más importantes de las que preocuparse.

Se levantó como un relámpago, la foto de Akame todavía en su diestra, y el Sharingan centelleó bajo la oscuridad. Su corazón, palpitándole en los oídos. Una figura encapuchada y vestida de negro le aplaudía. Le felicitaba. Le llamaba camarada.

¿Q-quién narices eres? —preguntó, con la respiración entrecortada. Algo le decía que ya conocía la respuesta. Algo le decía que ya había oído aquella voz… hacía no tanto tiempo—. ¿Y qué coño haces aquí?

«Joder, ¡sabía que tenía que asegurar la casa con la Barrera de Cinco Sellos! ¡Me cago en mi estampa!» No piensen mal del Uchiha, en realidad sí lo había hecho. Durante una temporada, al menos, por aquella época en la que los Sakamoto se la tenían jurada. Con el tiempo, sin embargo, se había descuidado. Se había vuelto perezoso.

Cuánto lo lamentaba ahora.
El encapuchado soltó una alegre risilla.

Oh, vamos, Datsue-kun —dijo—, ¿dónde está tu sentido del dramatismo?

El extraño no le miraba. Seguía apoyado en el marco derecho de la puerta. Encarado al izquierdo.

»Si te dijese mi nombre aquí y ahora, y alguien quisiera contar esta historia, sería un libro con un ritmo de mierda. Claro que, tampoco puedo entretenerme mucho. No vaya a ser que el vil equipo de ANBUs de Hanabi se de cuenta de que alguien se ha... colado.
El encapuchado soltó una risilla, sin siquiera mirarle, en una actitud totalmente despreocupada. Y eso, de algún modo, le daba respeto. ¿Quién coño se colaba en la casa de un ninja y actuaba con tanta tranquilidad al ser descubierto?

Datsue se pasó la lengua por las encías y recorrió con la mirada el resto de la habitación. ¿Le habría dejado algún tipo de trampa? ¿A qué coño se estaba enfrentando? ¿Y a qué se refería con el equipo de ANBUs? ¿Darse cuenta que se había colado en su casa… o en la Villa? Por el modo en que hablaba, no parecía un uzujin. O si lo era, uno resentido. ¿Un seguidor de Zoku? Un... «¿Un jodido General de Kurama?»

Le recorrió un sudor frío. Su mente, no obstante, le decía que algo fallaba en aquellas hipótesis. Ningún seguidor de Zoku o General de Kurama le llamaría camarada.

Abrió la boca para decirle al encapuchado que, quizá, no solo debería preocuparse por los ANBUs, sino por Datsue mismo. Y se quedó así, boquiabierto, porque fue como si le hubiese caído un rayo encima. Uno de clarividencia. Uno de comprensión.

Antes había oído a Shukaku y, en ese momento, había creído que solo quería provocarle. Hacerle daño. Infundirle miedo. Pero ahora estaba más que claro que estaba sucediendo algo, y sus últimas palabras habían sido…

No… —murmuró, para sí. Retuvo las lágrimas en sus ojos. No iba a derramar una sola. Se negaba. ¡Se negaba a aceptar semejante chorrada! No podía ser, no podía ser, no podía ser... Y, aún así, se obligó a preguntarlo—. ¿Qué está pasando? —Su voz sonó a súplica. Quería que le dijesen que todo estaba bien. Quería que le dijesen que no había pasado nada. Quería que alguien, quien fuese, hiciese desaparecer ese vacío tan grande que estaba sintiendo en el pecho.
La figura encapuchada volvió a reír. Un lector avezado podría estar imaginándose esta risa como la de uno de esos villanos de película. El villano de la historia. Pero no, era más bien una risa divertida. Una risa algo más humana.

Pues está pasando un poco de todo —admitió—, y la verdad, no sé por donde empezar, tampoco. —Se encogió de hombros—. Sentido dramático aparte, bla, bla.

»Lo primero que deberías saber: no soy tu enemigo. Tu mayor enemigo es quien se sienta en la silla de Uzukage y viste ese dichoso gorro de Uzukage. Sí, "Sarutobi" Hanabi. El niñito acogido. La pobre víctima. El huerfanito.

Se levantó, pero no le devolvió la mirada, sino que se apoyó en la pared, cabizbajo, con los brazos cruzados.

»Supongo que no desactivarás tu Sharingan a pesar de que prometa que no voy a intentar atacarte.
Había cierta cosa que le mosqueaba de aquel tipo. Le estaba soltando verdaderas barbaridades. Acusando a su propio Uzukage de ser su enemigo. Le hubiese gustado mirarle a la cara, a los ojos, para registrar sus expresiones faciales. Confiaba en su Sharingan, y rara vez le habían colado una mentira con él.

Pero aquel tipo mantenía la mirada gacha y el rostro oculto entre la oscuridad y la capucha. No había forma de penetrar en su alma.

Y entonces, con sus últimas palabras, lo comprendió. Comprendió por qué había estado evitando mirarle todo aquel tiempo. No era por despreocupación, como había pensado al principio, sino, precisamente, por una medida preventiva. Sabía lo que podían llegar a hacer sus ojos.

¿Qué si los desactivaría? ¿Ante un desconocido que se había colado en su casa?

No puedo —esbozó una media sonrisa. ¿La última en aquella noche?—. Como comprenderás, un Uchiha sin Sharingan no es nada… dramático.
El encapuchado suspiró. Y entonces, dejó de ser un encapuchado.

Datsue ya había visto al hombre de cejas extremadamente pobladas, pelo azul, y ojos exóticamente anulares —dorados, brillantes— en al menos dos ocasiones adicionales a la que os cuento. El rostro de Senju Yubiwa no era fácil de olvidar. No sólo por lo ya mencionado, sino por el pelo, rapado de un lado, y aquella nariz un poco fea pero muy característica.

Esta vez, fue él mismo quien se metió en la boca del lobo. O más bien, en los ojos del lobo. Porque clavó los dos anillos en Datsue.

Pues supongo que tendré que confiar ciegamente en que quieras escucharme y no... entregarme a ese cabrón rubio. Porque creo que sí, amigo mío, creo que te interesa escucharme. Al fin y al cabo, tú y yo —le señaló con el dedo, y luego se señaló el pecho—, oh, amigo mío, tú y yo somos compatriotas. Pero compatriotas de verdad.

»Nos vimos por primera vez en aquella misión conjunta, hace tiempo ya. La de los hilos de chakra, sucio asunto ese. Aunque claro, el vuestro aún más sucio —se rio—. Ahí ya pensé, "coño, este chico me suena". Estuve unas semanas dándole vueltas, porque sentía que era importante que me acordase de ti. Y sí, claro que me sonabas, joder. Eres... el hijo de Ryouta, ¿verdad?

Como si Datsue estuviera esperando una reiteración, Yubiwa asintió.

»Así es, camarada ribereño. Soy de la Ribera Norte.
Se abrió el telón, y la figura más inesperada entró en escena. Cejas tan tupidas como la cola de una ardilla. Pelo azul. Anillos dorados por ojos. Era inconfundible e inolvidable. Ya en la primera ocasión que lo había visto, en el despacho de Kenzou, había creído que le resultaba familiar. Su mente, en busca de una explicación a ese déjà vu, había soltado la hipótesis de que igual era de la Ribera del Norte. Que quizá lo había visto de refilón cuando era un crío.

Quién se lo iba a decir. El mundo era un jodido pañuelo.

Pero, ¿qué coño hacía el segundo de Kenzou en su habitación? ¿Advertirle… o embaucarle? Pasó el peso del cuerpo de una pierna a otra, incómodo, cuando Yubiwa mencionó lo sucia de su misión S. Aquello debía ser casualidad, ¿verdad? Joder, había matado al único testigo, al mismísimo Zoku, para que aquello no saliese a la luz —entre otros pormenores—.

Entonces, Yubiwa mencionó a Ryouta, y a Datsue se le paró el corazón. ¿Cuánto hacía que no oía el nombre de su padre en boca de nadie? ¿Dos, tres años? Lo gracioso era que Ryouta ni siquiera era su padre. No el biológico, al menos. ¿Cómo iba a serlo? No era un ninja, no tenía sangre Uchiha. Ni su madre. No hacía falta ser un genio para darse cuenta que algo no encajaba.

Y sin embargo…

Lo soy —dijo, y toda la vergüenza y la rabia que había sentido los últimos años se transformaron en un repentino orgullo.

»Cuando te vi en el despacho de Kenzou... a mí también me sonaste. Así que eres del Norte. —Se mordió el labio inferior. Estaba jugando con fuego y lo sabía. Había muchas cosas que todavía se le estaban escapando. Muchas preguntas sin respuesta. Pero tenía la certeza que todo lo que fuese no intentar atraparle en aquel momento y entregarlo a Hanabi era peligroso para él. Y, sin embargo, ¿no iba a oír siquiera lo que tenía que decirle? ¿Más después de lo que le había dicho Shukaku? Chasqueó la lengua, y accedió con voz ronca:—. Te escucho.

Le escuchaba, sí. Pero mantendría la guardia alta. Muy alta.
Ninguno de los dos lo habían acordado, pero ella sóla se había hecho presente. Una negociación, en la que ambos se cedían pequeños fragmentos de confianza. ¿Hasta qué punto podía Datsue confiar en Yubiwa? ¿Y hasta qué punto podía Yubiwa confiar en Datsue?

Fuera como fuese, Yubiwa había decidido hacía ya tiempo jugar con todo.

Vamos al grano, porque me consta que sabes de negocios, y como sabrás, podría intentar embellecer mis palabras de mil y una formas, pero habría una verdad en el fondo, una intención. El producto. ¿Qué es lo que quiero? Te quiero a ti, Uchiha Datsue, quiero que te unas a mí. —Yubiwa extendió la mano hacia adelante, diciéndole "espera"—. Estarás pensando, "joder, el hijoputa este, qué huevos". Claro, un Uchiha, y un jinchuuriki, qué tío más listo. ¿"Y por qué debería yo unirme a ti ahora"? Bueno, no lo sé, yo te digo lo que deseo, porque eres mi compatriota. Y de patria vengo a hablarte.

»Tú eres muy joven como para haberla conocido, pero antes, la parte oeste del País del Bosque no era el País del Bosque, sino el País del Río. Lo formaban las dos Riberas, un buen trozo de Oonindo más y el Árbol Sagrado. —Señaló el cuadro que había elogiado—. Y allí, alrededor del Árbol, vivía felizmente una aldea ninja. Mi aldea. Takigakure. La Villa Oculta de la Cascada.

Yubiwa suspiró, y alzó sus ojos dorados al techo.

»Éramos una villa humilde, no nos metíamos con nadie. Conseguimos salir sin un solo rasguño del conflicto de las Cinco Grandes, turbio asunto todo aquél, gracias a un poderoso Fuuinjutsu inscrito en las más profundas raíces de nuestro querido Árbol Sagrado. Lamentablemente, y aunque estábamos a salvo de ataques tan obvios como el de un bicho gigante que te viene a aplastar la cabeza, nadie esperó la puñalada de nuestro vecino el del este. Sí, exacto... Moyashi Kenzou.

»Enviar el ejército de noche. Matar a hombres, mujeres y niños por igual. Daba igual que fuesen ninjas que civiles. Y ese hombre, Datsue, oh. Uzumaki Zoku, ¡menuda risa! Ese hombre sí que no deja nada al azar. Ahora que ya tiene el poder parece lo más bonachón del mundo, pero es capaz de cualquier cosa. Vaya que si fue capaz. Recorrió las Riberas de arriba a abajo, asesinando a todo afín a la Cascada y lavando el cerebro a todo aquél que supiera de su existencia. Nos borró del mapa, Datsue. Nos borró del mapa literalmente.

»Y a mi... a mi también me mató uno de sus ninjas. Pero no contaba con cierta tendencia mía a... desobeceder a la realidad. —Sonrió, enigmático.
«¿Qué coño…?» ¿Unírsele a él? «¡Qué huev…!» Yubiwa alzó una mano y le pidió que esperase. Uno a uno, fue describiendo todos los pensamientos que a Datsue se le iban pasando por la cabeza. Porque sí, era de tener unos huevazos increíbles. Un Uchiha que había alcanzado el Mangekyō Sharingan, con un bijū en su interior, para más inri. Por no hablar de que, ¿qué se le había perdido a él en Kusa? Por no mencionar… «Joder, este tío me lee la mente, ¿o qué?»

Pero en medio de la conversación, Yubiwa dio un quiebro. No era de Kusagakure de lo que quería hablarle, sino de Takigakure. Se le puso la piel de gallina al escuchar aquel nombre. Estaba convencido de no haberlo oído en su vida, y aún así, por alguna extraña razón, se le hacía familiar.

Oyó atónito el destino al que había sucumbido aquella Villa, por un Kenzou que —creía que nunca iba a pensar esto de nadie en la vida— dejaba a Zoku a la altura del betún. Había aniquilado Takigakure… y cualquier recuerdo que hubiese existido de él.

Fue en ese preciso momento, cuando su mente hizo clic. Justo cuando Yubiwa mencionó que les había borrado del mapa. Esa frase… Había pensado exactamente lo mismo de otra cosa. De alguien.

Desvió la mirada hacia el dibujo de Nekomusume que había colgado en su tablón. El único recuerdo que conservaba. La única prueba de que había existido. Sí, ahora recordaba en qué momento lo había pensado. Había sido una única excepción, y es que, por lo demás, había aceptado su evaporación de Oonindo. Yubiwa le mostraba el otro camino: el de sublevarse a la realidad establecida.

Yo… —Se le pasaban mil cosas por la cabeza—. Si hubieses venido a mí hace años… —Quizá entonces… Pero, ¿ahora?—. Me debo a mi Villa. Me debo a Uzu —le dijo. Se dijo—. A mi Hermano. A mis amigos
El rostro de Yubiwa se tornó serio, gris como el invierno.

Oh, pero no habría venido aquí, ni te habría contado todo esto si no estuviese seguro de que vas a decirme que sí —dijo—. Claro que un shinobi se debe a su villa, Datsue-kun. Pero una villa también se debe a sus shinobi. Y mucho me temo que la balanza pesa más de un lado que de otro. ¿Tu Hermano, dices? ¿Uchiha Akame?

»Oh. Yo estaba en el despacho antes, ¿sabes? Nos ahorraremos toda esa larga explicación del cómo y del por qué. Los hechos, Datsue. Los hechos importan. Yo estaba allí. Eso es un hecho.

»Y... recuerdo que Hanabi te encomendó la tarea de... sustraer un poco de información de Akame. Claro que, en el fondo, lo hizo sólo para que te quedases quietecito, tranquilo... Porque de otro modo, vaya, no imagino por qué Akame-kun perdió la cabeza hace unos... ¿diez minutillos?


Yubiwa dejó que la noticia cayera en el pecho del Uchiha y se hundiera.

«¡JIAJIAJIAJIA! ¿¡NO TIENES MIEDO, RATITA!? ¡¡AHORA TENGO TODO MI PODER!! ¡VENGA, DUÉRMETE, ESTOY DESEANDO ENSEÑARTE CÓMO PASÓ!»

Quién sabe, quizás te diga mañana que Akame intentó escapar, que no tuvieron otra opción... o incluso te llevarán a interrogar a un doble. Y entonces es cuando te clavará el cuchillo a ti. Os tiene miedo, ¿eh? Demasiado... ¿independientes, quizá?

»Qué se va a esperar de un ribereño del sur, ¿eh? Qué hijo de puta. "Sarutobi". Un clan adoptando a un demonio.
Datsue había estado muy tranquilo hasta aquel momento. Muy interesado en hablar. Muy interesado en escuchar. No era casualidad. Lo había hecho porque, desde el principio, desde el mismo momento en que había sentido el éxtasis recorriendo sus venas y oído las posteriores palabras de Shukaku, había tenido un mal presentimiento.

Había estado cayendo al vacío desde aquel preciso instante, y en un intento por darle la espalda a la realidad, se había aferrado a cualquier cosa que entretuviese su mente del inevitable desenlace. Zoku, Kenzou, Hanabi, Takigakure… La propia Kajiya Anzu. Todo le valía para agarrarse a ello y apartar la mirada del cada vez más próximo suelo.

Su subconsciente, incluso, había tratado de tejer teorías por lo que aquello no podía estar pasando. ¿Un Genjutsu desde el principio? ¿Fingiendo su éxtasis, simulando las mismas palabras de Shukaku del principio?


«¡JIAJIAJIAJIA! ¿¡NO TIENES MIEDO, RATITA!? ¡¡AHORA TENGO TODO MI PODER!! ¡VENGA, DUÉRMETE, ESTOY DESEANDO ENSEÑARTE CÓMO PASÓ!»


Shukaku al habla: a tu teoría la descuartizo yo en un momentito. Pero, si aquello no había sido un Genjutsu —pues estaba seguro de que ahora, gracias a su Sharingan, no estaba en uno—, y tanto monstruo como humano coincidían en la causa de muerte de su Hermano… Entonces…

Entonces…

Entonces, como todo el mundo sabe cuando te tiras de un vigésimo piso, te rompes la jodida crisma.

Datsue cayó de rodillas, la fotografía de los Hermanos del Desierto todavía entre las manos. Sus ojos, secos, puestos en la imagen de Akame. Su cuerpo, anestesiado, como cuando te dan un golpe tan tremendo, que antes de sentir dolor, tienes esa extraña sensación de que se te durmió la parte del cuerpo golpeada.

Retazos de recuerdos acudieron a su mente. Recordó la primera misión con Akame, el mismo día en que le había conocido.

¡Alegra esa cara! —le había dicho nada más verle—. ¡Que no todos los días puede decir uno que va a hacer una misión con Datsue el Intrépido!

Akame se había limitado a enarcar una ceja, escéptico. Ya desde aquel momento había sabido que estaba ante un verdadero profesional. Su mente voló entonces hasta la aventura que habían vivido en Yamiria, allí donde había conocido a Aiko. Recordó las blasfemias que Akame había soltado cuando Datsue no levantó el culo para ir a atrapar al asesino, teniendo que hacerlo él solo. Ya desde el primer momento, su Hermano le sacaba las castañas del fuego.

Recordó su aventura en Isla Monotonía, junto a Kaido. Qué curioso, había creído irse con dos amigos de allí. Luego, claro, la había cagado. Como siempre. Le había dado a su Hermano donde más dolía con su estúpida revista. Recordó el dolor reflejado en sus ojos al hablar de Haskoz. Recordó la salvaje pelea que tuvieron en su reconciliación. Recordó las penurias, los gritos y enfados que se echaban el uno al otro cuando su sensei les esposó por un mes como castigo.

También las risas.

También los sueños que nunca verían cumplir.

Caían gotas en la fotografía.

Recordó sus grandes éxitos y sus grandes cagadas juntos. Recordó aquel embarazoso momento con Yakisoba —Zoku— en un claro del bosque. Recordó su discusión con Shukaku antes de dar el golpetazo. Sus tira y aflojas. Sus riñas. Akame no había aceptado ayudarle a rescatar a Aiko, y Datsue se lo había echado en cara desde entonces. No a viva voz, como debía haber hecho, sino con un silencio tenso. Alejándose. Pero en realidad, Akame siempre había estado a su lado, incluso en la sombra. No le había delatado, aún cuando era su deber. ¿Y qué había hecho, cuando Datsue había decidido aún así ir por su cuenta? Se había presentado en el jodido Círculo de Rocas Ancestrales, vigilando y asegurándose de que a su Hermano no le sucedía nada en aquella loca reunión con amejines.

Qué tontería, ahora le hubiese gustado agradecerle aquel gesto.

Y también darle las gracias por la vez que le había ayudado con la Marca del Hierro, sin pedir nada a cambio. Akame nunca le pedía nada a cambio. No a él. Ni una sola puta vez.

Se llevó los nudillos a la boca y mordió. Tuvo que hacerlo, o de lo contrario creía que la súbita presión que sintió en el pecho iba a hacer que su caja torácica estallase. Trató de liberar tensión reventándose la garganta en un grito que no terminaba de salir, como si le estuviesen estrangulando.

Cayeron lágrimas y cayó sangre por su mano. Su cuerpo se sacudió violentamente mientras trataba de detener el llanto, mordiendo con más y más fuerza el nudillo, comprimiendo más y más la bola que crecía en su pecho. Sus ojos, cerrados con fuerza. No quería dejar escapar ni una lágrima más. No quería, no quería... No podía, no podía...

No quería llorar su muerte, porque sabía que eso era demasiado doloroso. No podía estar en duelo, porque necesitaría arrancarse el corazón para poder soportarlo.

Necesitaba huir. Necesitaba buscar una salida.

Voy… a… matarle… —Venganza… Venganza… Venganza…—. Voy a matarle… Voy a matarle… Voy a matarle… —decía con una voz que no sonaba a él.

Su cuerpo se levantó muy lentamente.

Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle… —Necesitaba vengarse para dejar atrás el dolor. Necesitaba matar para no sentir la muerte—. Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...

Sí, sí, ¡sí!

Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle... —Lo iba a hacer, lo iba a hacer, lo iba a hacer...

«¿Qué necesito, qué necesito, qué necesito?» Abrió la puerta del armario. Ninjatō. La medio desenvainó, arrancándole una funesta promesa. Afilada. Listo. La hoja lloró al ser envainada. Al cinto.

Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...

«¿Qué más, qué más, qué más?» Chaleco ninja. Listo. Portaobjetos. Listo. Bomba explosiva de rango A. Listo. Sello explosivo de rango B. Listo. Makimono… ¿Makimono? Sí, podía venirle bien. Listo. Fuda Kami. Listo

No comprobó si llevaba el resto de cosas en el portaobjetos. No era necesario. No iban a servirle para matar a Sarutobi Hanabi.

Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...

«¿Qué me dejo, qué me dejo, qué me dejo?» Oh, sí… Acercó una mano a la bandana. La necesitaba, sí…

… ¡para metérsela por el culo antes de matarle!
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