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Versión completa: Abatidos
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Volvían a casa, abatidos. Con los hombros caídos, los shinobi de Amegakure ocupaban aquél tren en exclusiva. Fuera, la tormenta recibía a sus hijos dedicándoles un torrente de agua tan espeso que por la ventana Daruu apenas veía más que una cortina gris.

«Deprimente», pensó. No por el escenario que había fuera, sino por el que había dentro. Shinobi y kunoichi heridos, cansados y tristes. Traumatizados. El ataque de Dragón Rojo, que había acabado con la muerte de su Señor Feudal y la marcha de su líder —que algunos todavía no entendían—, había acabado también con la mordaz moral que solía caracterizarles. Y a pesar de todo, Daruu tenía un motivo para estar contento.

Ese motivo era nada más ni nada menos que Umikiba Kaido, su recién rescatado amigo azulado, que también cabizbajo parecía bien interesado en los patrones de la madera del suelo del vagón. Sentados en el banco de enfrente de la pequeña estancia privada estaban también Aotsuki Zetsuo, que no le había quitado los ojos de encima en ningún momento al sombrero de Kage que ahora Daruu apoyaba en la pared, al lado de su asiento, y Amedama Kiroe, que parecía una momia de escayola. Un brazo, la pierna contraria, la cara llena de vendas, y un mal humor de perros. Se podía decir que no estaba el horno para bollos. Pero estaba viva. «Y eso es lo que importa.»

Daruu había pensado, desde que entró al estadio, cómo les contaría lo de Kaido. De qué hablarían. Cómo le agradecería a Zetsuo haberle salvado la vida a su madre después de tan enfadados que estaban —mutuamente— el uno con el otro. Pero al final, ahí estaban todos. En silencio. Abatidos.

En el vagón de al lado, Kōri cuidaba a Chiiro. Pero a Daruu no le había pasado inadvertida la mirada de la chiquilla en más de una, dos y tres veces, asomándose por el cristal de la ventana cada vez que le decía al sensei de Daruu que tenía que ir al baño.

Era la cuarta vez.

La pelirroja desvió la mirada cuando chocó contra la de su hermano y se perdió en el otro extremo del vagón. Daruu suspiró.
La calma después de la tempestad. Así podrían haber llamado a aquel interludio de tiempo dentro de aquel endemoniado ferrocarril, donde el único sonido que rompía aquel tenso silencio era el constante traqueteo del vehículo sobre las vías y que llenaba todo de un incesante temblor al que no habían tenido más remedio que acostumbrarse. Y la lluvia que repiqueteaba sin cesar contra las ventanas, claro. Amenokami recibía a sus hijos perdidos con los brazos abiertos, y con sus eternas lágrimas.

El tren iba lleno hasta los topes. Decenas de personas: mujeres y hombres, shinobis y civiles, adultos y niños, unos más opulentos y otros más humildes... Pero todos ellos, sin distinción, colmaban los asientos en un sepulcral y sombrío silencio. Algunos chiquillos aún lloriqueaban débilmente, muchas madres y padres se aferraban a sus hijos como si temieran perderlos si volvían a soltarlos, otras muchas personas, aún con heridas visibles, se mostraban cansadas pero aliviadas de volver a su hogar. Y entre todos aquellos se encontraban la familia Aotsuki (a excepción de Ayame), la familia Amedama... y Umikiba Kaido, por supuesto.

Aotsuki Zetsuo no había apartado la mirada del tiburón en ningún momento, como si temiera que en cualquier momento fuera a levantarse y comenzara a dar navajazos a diestro y siniestro. No se fiaba, y no se molestaba en ocultarlo. No le importaba lo que dijera Daruu al respecto, o la mismísima Yui: un traidor era un traidor. Kiroe y Daruu estaban también con ellos, la primera escayolada de los pies a la cabeza pero viva y el segundo visiblemente cansado de llevar aquel pesado sombrero sobre la cabeza.

Al otro lado del pasillo, y en otro compartimento aparte, Kōri reposaba la cabeza y el hombro izquierdo contra la ventana. Tenía los ojos entrecerrados y agarraba con fuerza una bebida cargada de hielos en con su mano libre. Si estaba pensando en algo, desde luego no lo mostraba de forma externa. Su rostro seguía tan inexpresivo como siempre, con aquella máscara de gelidez absoluta que le caracterizaba y que era tan difícil de atravesar.

¿Otra vez? —le preguntó a Chiiro, después de que la chiquilla le hubiese pedido por cuarta vez consecutiva ir al lavabo.

Quizás se le había quedado cierta mano con los niños después de cuidar de su hermana pequeña durante tanto tiempo porque, de alguna manera u otra, había acabado haciendo de canguro temporal de la chiquilla.
Kaido se sentía absurdamente abrumado, y por numerosas razones.

Primero, porque aquella era la primera vez que se subía al dichoso tren. No es que no hubiese tenido oportunidades, pero luego de aquél encuentro con Ayame en Coladragón, los vigías de la Alianza eran cada vez más numerosos, y solían aposentarse en lugares estratégicos como las paradas del ferrocarril. Así que, para evitar inconvenientes y disputas innecesarias —teniendo tan cerca el encuentro con Umigarasu—. todos los dragones preferían evitar ese nuevo y revolucionario transporte que desde luego había innovado a ōnindo de maneras insospechadas, conectando de forma rápida y eficaz a los distintas ciudades y pueblos. Para el escualo la experiencia fue esclarecedora, y a ojos de los demás, su cara era parecida a la que tuvo que poner el primer hombre que creó una llamita gracias al chakra.

Por otro lado, que era el centro de atención dentro de aquél tren junto a Daruu, pero por razones muy distintas a las del nuevo Arashikage temporal. Daruu generaba admiración y empatía por su actuación tras la catástrofe acontecida en los Dojos. Kaido, era sólo objeto de miradas largas. Penumbrosas. Fúnebres. Probablemente, el culpable de la muerte de muchos seres queridos.

Pero la mirada que más pesaba de todas, era la de Aotsuki Zetsuo. Kaido sentía que era él quien levantaba el ferrocarril y no al contrario, por verse bajo el escrutinio de aquél hombre de hierro. Por un momento creyó sentirse como una de esas indefensas zarigüeyas que más pronto que tarde, saben que caerán en las filosas y mortíferas garras del Águila que surca los cielos. ¿Pero podía juzgarlo? ¿A alguno de ellos? desde luego que no. Kaido se sabía un hombre con suerte, y de buenos amigos. De no contar con el beneplácito de la mismísima Yui y de Daruu, estaría viajando en el último vagón, metido en una diminuta celda, esposado, conversando con sus vecinos los borregos.

Otro que no se llamase Umikiba Kaido hubiera permanecido en silencio y con la mirada gacha el resto del viaje. Otro, hubiera preferido sentirse diminuto y ahogarse en sus pecados. Pero él era Kaido, el Tiburón de Amegakure. No se ahogaba, primero que nada, y antes que animal, primero era hombre. Con dignidad. Con principios. Valiente, sólo como lo son aquellos capaces de pedir perdón.

—Lo siento —a nadie en particular, dijo; sino a todos los que estaban allí presentes—. he causado mucho daño. A su hija, a su hijo —miró a Zetsuo y a Kiroe. Se fijó en sus heridas—. a ustedes mismos. Y no es culpa de nadie más sino mía. Por no haber tenido la voluntad suficiente como para ganar la batalla más importante de todas y haber sido fiel a mis principios. A Ame.

Se acarició el brazo izquierdo, inconscientemente; donde una vez estuve el tatuaje. Alzó la cabeza y sonrió con esperanza. Perdió la batalla más importante, pero no pensaba perder ésta. La de la Redención.

—Dedicaré el resto de mis días a enmendarlo. No pido que confiéis en mi, pero sí que me otorguéis oportunidad. Una. Y no pienso desperdiciarla.
Daruu dio un largo y tendido suspiro.

Joder, Kaido, para ya —dijo, girando el rostro hacia él—. Yui te envió a la guarida de un enemigo peligrosísimo, uno al que subestimamos. Todos. Lo hicieron los que te hicieron meterte ahí cuando te enviaron. Y lo hemos hecho de nuevo. A la vista el resultado. —Daruu bajó la mirada—. Nadie piensa que tengas tú la culpa, todos sabíamos lo del sello desde hace tiempo y queríamos rescatarte.

Probablemente era mentira, claro. Habría dudas. ¿Pero quién no dudaba de hasta las cosas que la Alianza Tormenta-Espiral aceptaba ya desde hace tiempo, como la necesidad de colaborar con los bijuu? Daruu había oído cosas. Atentados, secuestros. Había gente moviendo hilos funestos, y un día podían acabar enredados entre ellos.

»Kaido, hay muchos enemigos para Amegakure, los Dragones primero, pero también muchos otros. La oportunidad ya la tienes, ahora tenemos que trabajar juntos contra ellos.

Vaya mierda de día que llevamos —bufó Kiroe, irónica—. Parece que no se libra nadie.

Daruu miró a Kiroe. Luego a Zetsuo. A los ojos.

Zetsuo. Gracias por salvar a mi madre. De corazón. —Había estado mordiéndose la lengua lo que llevaba de viaje, pero sentía que tenía que decírselo.

Me has apretado un montón la escayola, cabrón. Me duele.
El silencio en el compartimento no duró mucho más. Kaido se encargó de romper el hielo en miles de pedazos con sus afilados dientes.

Lo siento —dijo de repente, y Zetsuo entrecerró peligrosamente los ojos—. He causado mucho daño. A su hija, a su hijo —continuó, mirando tanto a Zetsuo como a la escayolada Kiroe—. A ustedes mismos.

«Te estás olvidando de alguien.» Zetsuo gruñó de forma audible, apartando la mirada. Las manos, sobre su regazo, estaban entrelazadas tan fuertemente que los nudillos se le marcaban blancos.

Y no es culpa de nadie más sino mía. Por no haber tenido la voluntad suficiente como para ganar la batalla más importante de todas y haber sido fiel a mis principios. A Ame.

Daruu respondió con un largo y tendido suspiro.

Joder, Kaido, para ya —le espetó—. Yui te envió a la guarida de un enemigo peligrosísimo, uno al que subestimamos. Todos. Lo hicieron los que te hicieron meterte ahí cuando te enviaron. Y lo hemos hecho de nuevo. A la vista el resultado —agregó, bajando la mirada—. Nadie piensa que tengas tú la culpa, todos sabíamos lo del sello desde hace tiempo y queríamos rescatarte.

Habla por ti, chico —volvió a gruñir el viejo Águila, girando de nuevo la cabeza y apartándola del cristal—. Una traición es una traición, y da igual como quieras pintarla. Mucho menos después de lo que hemos vivido en ese condenado Valle de los Dojos. He visto a muchos traidores a lo largo de mi vida como shinobi, he visto hombres y mujeres viendo sus voluntades rotas en pedazos por técnicas de diversa índole y siendo empujados a atacar a sus seres queridos. Uno de ellos un viejo amigo mío —argumentó, dirigiendo una intensa mirada a Daruu—. Y todos los que estamos aquí sabemos cómo han acabado. Sin excepción: Una traición es una traición —repitió, inflexible como una barra de acero—, y las palabras no bastan. Son los hechos los que demostrarán tu inocencia... o tu culpabilidad —añadió, volviéndose hacia Kaido con el ceño fruncido en una mirada dura como la furia de Amenokami—. Umikiba Kaido, no pienso quitarte el ojo de encima. En ningún momento. No hasta que esté seguro de que lo primero que harás nada más poner un pie en Amegakure es destruir la aldea como destruisteis el estadio, o lanzarle un nuevo balazo a Ayame o apuñalar a la Arashikage por la espalda. Y, créeme, si tengo la mínima sospecha de que alguna de mis sospechas puede verse hecha realidad, yo mismo te daré caza. Lo juro por el br... Bah —culminó, volviendo de nuevo la mirada hacia el ventanal del vagón.

Fuera, el cielo seguía oscuro y Amenokami seguía llorando. Y las gotas de lluvia repiqueteaban y se resbalaban por el cristal. En algún momento, un feroz rayo iluminó momentáneamente los endurecidos rasgos del viejo Águila y las gotas de lluvia se reflejaron en sus ojos aguamarina. ¿O estaban húmedos de verdad?

Nadie llegó a saberlo con certeza. Aotsuki Zetsuo se levantó de su asiento de golpe y se dirigió al compartimento contiguo mientras Daruu seguía hablando con Kaido. Ninguno de los allí presentes llegó a escuchar las palabras que le dirigió a su hijo, ni ninguno llegaría a ver la pastilla que dejó sobre su mano diestra y que Kōri se llevó a la boca sin rechistar, para terminar de pasarla por su garganta con el refresco que sujetaba.

«¿Dónde se habrá metido esa chiquilla ahora?» Se preguntó a la vuelta, volviendo la mirada hacia el otro extremo del vagón. Ningún niño necesitaba ir tantas veces al baño. Por muy niño que fuera.

Pero aquello no era de su incumbencia. El pensamiento había surgido en su cabeza como un reflejo hacia Ayame. Ella también tendía a meterse en líos a la mínima que le quitaban la vista de encima.

Zetsuo. Gracias por salvar a mi madre. De corazón.

Aquella fue la primera frase que escuchó al regresar al compartimento. Zetsuo, inmóvil en el sitio, volvió a mirar a Daruu. Pero terminó por sacudir la cabeza y volver a sentarse en su sitio.

Lo último que me haría falta sería tener que encargarme de otros dos mocosos como vosotros —gruñó—. No, gracias.

Me has apretado un montón la escayola, cabrón. Me duele.

Y más te va a doler si te sigues quejando, pastelera.
Los enemigos de Amegakure. Los enemigos del mundo.

Sí, Kaido era consciente de que Dragón Rojo se había convertido en un peligro muy reciente, pero mientras la invasión al torneo se cocía, ya Ōnindo y sus actores principales afrontaban otras tantas adversidades, una tras otra, más peligrosa que la anterior. Claro que, de la más grande —los Generales—. Dragón Rojo sabía muy poco. La única información verídica era la contada por Akame, y realmente eso no les decía mucho.

Quiso ahondar en el tema, pero las palabras de Zetsuo le desmotivaron un poco. Así que, para no hacer más pesado el ambiente, Kaido prefirió reparar en un hecho que, si bien lo había notado en un principio, cuando Daruu apareció frente a él en el Estadio, su cabeza había estado demasiado ocupada para notar la diferencia. Pero Kaido tenía buena memoria. Él recordaba a Daruu con esos ojos coloridos como los de su madre. ¡De hecho, recordaba que su madre no tenía ojos, siquiera! y ahora les veía a todos, con los suyos propios. Ah, y Daruu. Daruu tenía de nuevo sus ojos blancos. ¿Pero qué? ¿Cómo?

—Oye Daruu, perdón que lo pregunte, pero... ¿hay una nueva moda de cambiarse el color de los ojos todos los años, o qué? parece como si hubieras recuperado tu byak... oh, mierda.
Zetsuo tenía su propia manera de aceptar las cosas. Por ejemplo, las gracias. Con ese gruñido inconfundible. Y luego estaba el tema de Kaido. Desde el primer momento Zetsuo había sido totalmente beligerante con el asunto. No es que Daruu esperase otra cosa: precisamente el tema que acababa de sacar Kaido tenía relación con la actitud del médico.

Las Náyades —dijo Daruu, girando el rostro a la ventana. No quería entablar miradas con su madre. Ni con Zetsuo. Ni con el propio Kaido—. Una banda de traficantes de Kekkei Genkai, como el Byakugan. Y también los que nos hicieron creer que mi padre había sido un traidor. Al final, resultó que le habían lavado el cerebro.

»Desde aquél día nos hemos ganado una reputación de cazadores de exiliados, Ayame y yo. Nos infiltramos en su guarida en Shinogi-To, les arrebatamos mis Byakugan, y acabamos con sus vidas. Al fin.

Naia sólo buscaba una cosa: arrebatarme lo que más quería. Por eso fue a por Daruu. Quería que yo fuese a buscar los ojos de mi hijo. Pero al donarle los míos, ese deseo se vio frustrado. Y no esperaba que fuese el propio Daruu el que los recuperase. Junto a Ayame. Me esperaba sólo a mí.

Eso nos permitió cazarlas, cuando ni siquiera Kiroe y Zetsuo juntos fueron capaces, en su día. —Daruu miró a Kaido con una sonrisa triste, evitando por todos los medios la del Águila—. Entiende que Zetsuo desconfíe de cualquiera que haya salido de la aldea más de una semana. Todo aquello fue bastante traumático para todos. Y además, están los Kajitsu... —Esta vez, sí desvió la mirada hacia él, levemente. «Pero probablemente, lo que más le duela en este momento es...»


· · ·


¿Te duele? —Preguntó tímidamente Chiiro, sentándose en el asiento del vagón y señalando discretamente un punto en el costado izquierdo de Kōri—. Lo siento, no quiero que pienses que... es sólo que... —La niña desvió la mirada, incómoda.
El médico se dejó caer pesadamente junto a Kiroe y se cruzó de brazos. En aquellos instantes, Kaido le estaba preguntando a Daruu sobre el asunto de sus ojos, y este no dudó ni un instante en contarle los detalles de su aventura con Las Náyades desde que el viejo amigo de Zetsuo se convirtiera en un traidor por culpa del influjo de aquellas malditas mujeres. Sin embargo, él no intervino en ningún momento, ni siquiera cuando Daruu hizo una referencia directa hacia é. Ni siquiera cuando mencionó a los Kajitsu. Se mantuvo inamovible, con la mirada perdida a través de la ventana pero el oído y los sentidos siempre alerta.

Si los demás iban a confiar ciegamente en Umikiba Kaido, él sería quien velara por ellos. Al menos, hasta que le demostrase que volvía a ser de confianza.

Y pensar que había sido él, precisamente él, quien les había ayudado a recuperar a Ayame de las garras de esos Kajitsu...



. . .



Kōri apenas volvió los iris hacia Chiiro cuando escuchó sus pasos infantiles trotando de vuelta.

¿Te duele? —le preguntó, de forma tan directa como inocente, mientras volvía a sentarse en su asiento.

Su dedo señalaba hacia uno de sus costados, y cuando Kōri siguió la dirección con su mirada, volvió a sentir que el estómago se le retorcía hasta el punto de darle ganas de vomitar. La manga izquierda de su chaqueta colgaba junto a él, inerte, con un terrible vacío que nada podía llenar lo que ahí debía estar. El Hielo apartó la mirada, terriblemente incómodo. Aunque se esforzaba por mantener aquella fachada de imperturbabilidad, lo cierto era que le costaría mucho adaptarse a verse... así.

Lo siento, no quiero que pienses que... es sólo que... —farfullaba Chiiro, apurada.

Pero Kōri negó lentamente.

No. No me duele —respondió.

Era lo bueno de tener un padre médico, y que además tuviese acceso a calmantes. Pero estos también le dejaban un incómodo embotamiento que aletargaba su mente y se extendía al resto de su cuerpo. Suspiró, terriblemente agotado. En aquellos instantes, sólo tenía ganas de dormir. Dormir y alejarse de aquella pesadilla. Al menos durante unas horas.

¿Por qué estás tan interesada en el otro compartimento? —la interrogó, sin ningún tipo de anestesia—. Para la próxima vez será mejor que te busques una excusa mejor que la del baño.
Las Náyades —dijo Daruu, sin Kaido saber lo que ese nombre significaba—. Una banda de traficantes de Kekkei Genkai, como el Byakugan. Y también los que nos hicieron creer que mi padre había sido un traidor. Al final, resultó que le habían lavado el cerebro.

La boca de Kaido era una "o". Así que Daruu había vivido casi toda su vida pensando que su papá era un hijo de puta, cuando en realidad le habían lavado el coco. Algo así como lo que le pasó a él. Kaido miró a Zetsuo. ¿Se refería a ese hombre cuando habló de un viejo amigo, acaso?

Qué complicado.

»Desde aquél día nos hemos ganado una reputación de cazadores de exiliados, Ayame y yo. Nos infiltramos en su guarida en Shinogi-To, les arrebatamos mis Byakugan, y acabamos con sus vidas. Al fin.

—Pues qué suerte que Yui-sama no os envió antes a rajarme el cuello.

Naia sólo buscaba una cosa: arrebatarme lo que más quería. Por eso fue a por Daruu. Quería que yo fuese a buscar los ojos de mi hijo. Pero al donarle los míos, ese deseo se vio frustrado. Y no esperaba que fuese el propio Daruu el que los recuperase. Junto a Ayame. Me esperaba sólo a mí.

Eso nos permitió cazarlas, cuando ni siquiera Kiroe y Zetsuo juntos fueron capaces, en su día. Entiende que Zetsuo desconfíe de cualquiera que haya salido de la aldea más de una semana. Todo aquello fue bastante traumático para todos. Y además, están los Kajitsu...


—Sí, y otros Hōzuki, también —se refería a los que él tuvo que matar, también—. pero bueno, me alegra que todo haya salido bien. Y que esas cabronas hayan recibido su merecido, claro.

Kaido miró a la ventana.

—Pff. Se siente como si hubiéramos vivido en mundos totalmente distintos. Me he perdido de tanto. Ahora sois amigos de Datsue. ¡De Datsue! y está la Alianza. ¿De dónde coño ha salido, eh? si no empezamos una guerra con Uzushiogakure fue por los pelos. Bijūs revelándose y tratando de conquistar el mundo.

»¿Qué más, a ver?


Ah, que Juro se había cargado a su kage de una jodida bijūdama, haciendo que una tal Kintsugi asumiera el poder; desvinculándose, en el proceso, de su parte en la Alianza. Claro que de ésto Kaido no sabía nada en lo absoluto. En realidad, no sabía una puta mierda de nada. Solo la punta de un iceberg gigantesco de épicas proporciones.
Chiiro bajó la mirada y negó con la cabeza rápidamente, tratando de ocultar una verdad evidente.

N... no, y-yo...

Para la próxima vez será mejor que te busques una excusa mejor que la del baño —repuso Kōri.

¡Ah! —Chiiro pegó la espalda al asiento y dio un respingo. Aquellos ojos azules leían su mente. Daruu le había dicho que Zetsuo era capaz de hacerlo, pero no esperaba que su hijo también fuera capaz—. ¿U-una excusa? ¡No! ¡Es que...! —Agachó la mirada y se agarró el brazo izquierdo con la mano—. Es solo que... aún recuerdo aquella pelea en el bar, y me preocupa que pueda volver a pasar.

»Y me da miedo ese señor azul —confesó—. Sólo... ¿quién es?


· · ·


Es curioso que menciones a Datsue. —De pronto a Daruu le dio la risa floja. Una risa floja que te cagas. «Creo que no se lo he contado a nadie más que a Ayame...»—. Lo cierto es que... tuvimos una discusión bastante fuerte en relación a lo que pasó en el examen de chūnin. Luchamos y... bueno. Le maté. —Daruu miró a Kaido.

¿¡QUEQUÉ!? —Gritó Kiroe, histérica.

Se me fue la mano. —Daruu se puso muy serio—. Lo llevé a nuestra cabaña en Yachi e intenté reanimarle. Lo último que quería era que estallase una gue...

¡Pero cómo lo vas a matar, y entonces quién...!

¡Déjame explicarlo! ¡El cabrón tenía una técnica de sellado para resucitar! ¡No me miréis así! —dijo, intercambiando miradas con todos los presentes. Dejándose leer por Zetsuo, en tal de demostrar que...— ¡Que es verdad!

»Al confrontarnos, entendimos el rencor de cada uno... él tenía rencor a Amegakure porque Yui selló a Watasashi Aiko en el fondo del Lago de Amegakure. Y conseguí que Datsue se disculpase con Ayame, así que... bueno... es que Kaido, todo esto es muy complicado, te has perdido cosas importantes.

Oh, sí. Kurama. Los Generales. Kuroyuki. Kokuō. Iba a ser curioso de explicar.

»Tendremos que hablar del Kyūbi. Pero antes vuélveme a contar cómo y por qué contactó con esa rata de Akame, por favor. Creo que nos interesa a todos.

Esto cada vez se enreda más. —Kiroe se habría llevado una mano a la frente, si hubiera podido. Pero estaba dentro de la escayola.

Por lo visto, a nadie le sorprendió escuchar hablar sobre "el Kyūbi" con tanta naturalidad. Eso ya debía de darle una pista a Kaido de que no era la primera vez ni la última que las aldeas habían tratado con Kurama, el autodenominado próximo Emperador de Ōnindo.
Pillada con las manos en la masa, Chiiro agachó la cabeza y negó con la cabeza bruscamente.

N... no, y-yo... —balbuceaba, pero era inútil.

Incluso en aquel estado de aletargamiento, Kōri era capaz de ver a través de ella, como había sido capaz de ver a través de Ayame todos aquellos años. Y no le hacía ninguna falta una habilidad como la de su padre para hacerlo.

¡Ah! ¿U-una excusa? ¡No! ¡Es que...! —Chiiro se agarró el brazo, angustiada—. Es solo que... aún recuerdo aquella pelea en el bar, y me preocupa que pueda volver a pasar. Y me da miedo ese señor azul. Sólo... ¿quién es?

«Me pregunto cuál de esas dos preocupaciones pesa más.» Se preguntó El Hielo, apoyando la cabeza de nuevo en la ventana.

No volverán a pelearse —Afirmó, y su tono de voz sonaba algo amordecida. Kōri cerró los ojos momentáneamente para descansar un poco—. Al menos, no hoy. Padre y Kiroe siempre han estado igual, picándose continuamente; pero, aunque a veces se les vaya de las manos, ambos conocen sus propios límites. Y son conscientes de las circunstancias.

»Sobre ese... "señor azul"... Su nombre Umikiba Kaido. Y fue un antiguo amigo de Daruu y mi hermana. Hasta que se exilió.



. . .



Sí, y otros Hōzuki, también —Umikiba Kaido respondía a las palabras de Daruu—. Pero bueno, me alegra que todo haya salido bien. Y que esas cabronas hayan recibido su merecido, claro. Pff —resopló, volviendo la cabeza hacia la ventana—. Se siente como si hubiéramos vivido en mundos totalmente distintos.

«Ni que lo digas.» Completó Zetsuo para sus adentros, entrecerrando los ojos. «Mientras nosotros seguíamos bajo la tormenta, tú te dejaste arrastrar hasta la más profunda de las alcantarillas.»

Me he perdido de tanto —continuaba hablando El Tiburón—. Ahora sois amigos de Datsue. ¡De Datsue! Y está la Alianza. ¿De dónde coño ha salido, eh? si no empezamos una guerra con Uzushiogakure fue por los pelos. Bijūs revelándose y tratando de conquistar el mundo. ¿Qué más, a ver?

Es curioso que menciones a Datsue —agregó Daruu, con una risilla floja—. Lo cierto es que... tuvimos una discusión bastante fuerte en relación a lo que pasó en el examen de chūnin. Luchamos y... bueno. Le maté.

¡¿Qué hiciste QUÉ?! —bramó Zetsuo, abandonando su postura relajada.

Y no fue el único. La madre del chico reaccionó de forma similar... aunque más rígida, por culpa de todas aquellas escayolas.

Se me fue la mano —se excusó, muy serio.

Se me fue la mano, dice —El médico se estampó la mano contra la frente—. ¡Se me fue la puta mano, dice! ¡Vamos no me jodas!

Lo llevé a nuestra cabaña en Yachi e intenté reanimarle. Lo último que quería era que estallase una gue...

¡Pues no lo intentaste lo suficiente, joder! ¿Entonces quién...?

¡Pero cómo lo vas a matar, y entonces quién...!

Los dos adultos interrumpían a Daruu y hablaban al unísono, perfectamente descordinados. Hasta el punto de que era casi imposible entenderlos.

¡Déjame explicarlo! ¡El cabrón tenía una técnica de sellado para resucitar!

«¿Una técnica para... resucitar? ¿Es eso siquiera posible?» Los ojos de Zetsuo se habían quedado abiertos de par en par. Pero fue aún peor cuando Daruu cruzó los ojos con él y se zambulló en ellos. Se quedó lívido.

¡No me miréis así! ¡Que es verdad!

Daruu y Kaido siguieron enzarzados en su propia batalla dialéctica, pero la mente de Zetsuo estaba muy lejos de allí en aquellos momentos. ¿Una técnica de Fūinjutsu para resucitar? ¿Cómo era posible? Amedama afirmaba que Datsue había conseguido librarse por ella, pero... ¿De verdad era posible una proeza así? ¿Resucitar a los muertos? ¿Y si...?

Las manos de Zetsuo, entrelazadas en su regazo, se apretaron aún más en su agarre.

«No. Deja de perseguir lo imposible, viejo gilipollas.»
No. Algo es curioso cuando acabas contando una anécdota sencilla. De esas que te suceden cuando te reúnes con tus colegas a tomarte una hidromiel en los Kunai Cruzados, y que termina siendo divertida. Algo curioso no es, en ningún rincón de ōnindo, que hayas matado a alguien y que éste, sabe amenokami cómo, haya revivido después de haberla palmado.

Kaido se quedó mirando a Daruu en estado catatónico. Sus labios formaron una O mayúscula y, quizás, preso de la estupefacción, su cuerpo comenzó a dar violentas sacudidas entre sucesivos espasmos, como lo haría un pez fuera del agua, clamando por oxígeno. No le juzguéis, es una reacción plenamente justificada. No todos los días te dicen que alguien es inmortal. Además, qué agobiante. Ahora había que añadirle a Datsue un nuevo mote.

Datsue el Mesías.

Cuando se dejó de sacudir, se pasó la mano por la cara, limpiándose el sudor. Negó una vez. Negó dos veces. Sí, en definitiva, Daruu tenía razón. Se había perdido cosas muy importantes. Ahora que lo pensaba, sus amigos se podían haber muerto en numerosas ocasiones, y él no se hubiera ni enterado. Maldijo para sus adentros. Al sello. A los dragones. Lo peor de todo es que no podía olvidarse de todo y hacer limpie y renueve. Tendría que seguir hablando de la misma puta mierda y perseguir a esos cabrones para hacer justicia.

Le quedaba un largo camino por recorrer.

—No sé los detalles. De hecho, Akame fue bastante escueto cuando decidió contárnoslo, así como lo es con todo, en realidad. No veas lo que le costó soltarme lo que le había pasado en Uzu, o que él y Datsue eran los Jinchuriki de una de esas bestias, el Ichibi. Pero en fin, que alguien lo contactó y lo llevó hasta ese tal Kurama de los cojones. Ahí el bicho éste le reveló que había sido él quien envió a uno de sus mercenarios a matarlo, y bueno, Akame hizo el dos más dos que ya se venía intuyendo de todas formas. No dijo más nada. Ni sé cómo acabó la reunión, o de qué hablaron, pero sinceramente dudo que ese bicharraco le hubiese puesto el ojo Akame solo para dejarlo ir como si nada. Así que algo esconde. Y en cierta forma me preocupa, por eso quería hablar con Datsue. Porque ahora mismo Dragón Rojo está muy mermado. Muchos de los miembros han muerto por lo que sucedió en Kasukami... y joder, Akame no es un sentimentalista. Cuando Sekiryū deje de servirle, si alguna vez acabamos con Ryū y Zaide, mucho me temo que decida aliarse con Kurama. ¿Porque: qué otra opción tendría?


[Imagen: 200.gif]

Y agradecimientos a Ayame por la elaboración tan fantástica de la frase
Daruu se dio un puñetazo en el muslo.

¡La opción de morirse y dejarnos a todos tranquilos de una puta vez! —clamó el amejin.

¡Daruu!

El Hyūga negó con la cabeza.

¡Pero es verdad! Por cómo habla Kaido, no parece que a él le afecte ningún tipo de sello comecabezas. Ya lo dejó caer allá arriba, con Datsue. Y se reunió con Kurama. Por lo que respecta, podría haberle eliminado los efectos del sello él mismo. Ya visteis lo que hizo con Ayame.

»Ahora que lo pienso... ¿tampoco sabes lo de Ayame? ¿Qué sabes exactamente de Kurama? Porque oh, amigo. Oh. Si no sabes nada más que lo que te contó Akame, me temo que te has perdido al mayor enemigo que la Alianza tiene en estos momentos. Mayor que Dragón Rojo.


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¿Se... exilió? —Chiiro apartó la mirada de Kori y se agarró el pantalón con ambas manos, afligida—. ¿Ese chico es como los que mataron a mis padres en el bosque...? ¿Por qué está ahí sentado tranquilamente con los demás...?
No sé los detalles —Kaido respondió a la pregunta de Daruu—. De hecho, Akame fue bastante escueto cuando decidió contárnoslo, así como lo es con todo, en realidad. No veas lo que le costó soltarme lo que le había pasado en Uzu, o que él y Datsue eran los Jinchuriki de una de esas bestias, el Ichibi. Pero en fin, que alguien lo contactó y lo llevó hasta ese tal Kurama de los cojones. Ahí el bicho éste le reveló que había sido él quien envió a uno de sus mercenarios a matarlo, y bueno, Akame hizo el dos más dos que ya se venía intuyendo de todas formas. No dijo más nada. Ni sé cómo acabó la reunión, o de qué hablaron, pero sinceramente dudo que ese bicharraco le hubiese puesto el ojo Akame solo para dejarlo ir como si nada. Así que algo esconde. Y en cierta forma me preocupa, por eso quería hablar con Datsue. Porque ahora mismo Dragón Rojo está muy mermado. Muchos de los miembros han muerto por lo que sucedió en Kasukami... y joder, Akame no es un sentimentalista. Cuando Sekiryū deje de servirle, si alguna vez acabamos con Ryū y Zaide, mucho me temo que decida aliarse con Kurama. ¿Porque: qué otra opción tendría?

¡La opción de morirse y dejarnos a todos tranquilos de una puta vez! —bramó Daruu, dándose un golpetazo en el muslo.

¡Daruu! —le reprendió su madre.

Pero él negó con la cabeza.

Pero es verdad! —protestó—. Por cómo habla Kaido, no parece que a él le afecte ningún tipo de sello comecabezas. Ya lo dejó caer allá arriba, con Datsue. Y se reunió con Kurama. Por lo que respecta, podría haberle eliminado los efectos del sello él mismo. Ya visteis lo que hizo con Ayame.

¿Es posible resistirse a ese sello? —Cuestionó Zetsuo, que había estado escuchando la intervención de sendos muchachos con los ojos entrecerrados. En ese momento, se llevó una mano al mentón, pensativo—. Un sello que doblega la voluntad del portador... Es probable que mezcle algo de Genjutsu también —Meditó. Como buen conocedor de las artes ilusorias y de sellado, Zetsuo podía llegar a hacerse una idea superficial de cómo podía funcionar una técnica similar—. Si ese es el caso, si es la parte ilusoria la que falla... Es probable que sí sea así.

»También puede darse el caso de que Kurama deshiciera aquel sello de alguna manera, no podemos saberlo —añadió—. Pero hay algo que no me encaja en toda esta historia —Zetsuo bajó la mano, y clavó la mirada de nuevo en Kaido—. Si es verdad que, por una cosa u otra, el sello no está afectando a Akame como te estaba afectando a ti, ¿qué razones tiene ese puto Uchiha para traicionar así a los suyos? ¿Para ir en contra de ellos hasta el punto de prácticamente arrancarle medio brazo a su propio Uzukage? Tú mismo lo has dicho: Kurama ya le confesó que había sido él quien le había mandado uno de esos putos Generales para asesinarlo. Por lo que la opción del resquemor hacia su aldea queda completamente descartada. Al final, Amedama, vas a tener razón: ese Uchiha no es más que una rata traicionera.

Ahora que lo pienso... ¿tampoco sabes lo de Ayame? —agregó Daruu entonces—. ¿Qué sabes exactamente de Kurama? Porque oh, amigo. Oh. Si no sabes nada más que lo que te contó Akame, me temo que te has perdido al mayor enemigo que la Alianza tiene en estos momentos. Mayor que Dragón Rojo.



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¿Se... exilió? —murmuró Chiiro. La chiquilla apartó la mirada de Kōri y se agarró el pantalón con ambas manos, afligida—. ¿Ese chico es como los que mataron a mis padres en el bosque...? ¿Por qué está ahí sentado tranquilamente con los demás...?

Pero lo único que recibió fue un ronco y profundo ronquido.

Kōri se había quedado dormido.
El gyojin no pareció sorprendido por la reacción de Daruu, que inoculaba lo que sentía acerca del Uchiha sin ningún tipo de filtro. Para el Amedama, Akame era una rata que debía haber sido exterminada hace mucho tiempo y Kaido intuía que, de haber podido cambiar algo de su pasado, seguro que Daruu hubiese querido haber podido rajarle el cuello, allá en los Dojos, cuando tuvo la oportunidad. Siempre quedaría la duda de qué hubiera sido si lograba su ansiado cometido —estaba claro que Datsue, quizás, no podría ser su amigo después de aquello, por ejemplo—. pero vamos, que en estos casos, no suele haber mal que por bien no venga.

Lo que sí llamó la atención del escualo fue la parte en donde Daruu mencionó de lo que Kurama le había hecho a Ayame.

—Eh... ¿que Ayame qué? —pero entonces habló Zetsuo.

Muchas interrogantes. Demasiadas conjeturas. La verdad es que Kaido no podía ni quería mojarse porque no tenía información concisa que le fuera útil a la inteligencia de Amegakure, al menos en lo que a Akame, el sello y Kurama se refiere. Pero de lo que sí estaba seguro era de que, independientemente de quién haya clavado la daga; el escenario adecuado para que aquello sucediera fue propiciado por Uzushiogakure. O eso es lo que pensaba Akame, seguramente.

—No. Quizás ellos no hayan sido los culpables de su muerte, Pero Akame se sentía indudablemente traicionado por los suyos. A ver, que según él, su pupilo se la jugó, y armó un montaje para que le tildaran de traidor. El resto supongo que ya lo saben. Yo ya estaba con él cuando se fue hasta Uzu con esa técnica suya y se lo zurró —dijo, con voz monótona. Pero pronto descartó seguir hablando de Akame, ya tendría tiempo de hacerlo en su reunión con Datsue y Daruu. Eligió tratar asuntos más importantes ahora mismo—. Y sí, mucho me temo que de Kurama apenas sé su nombre. Así que suéltalo todo, venga. Con lujos y detalle.
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