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Versión completa: Reunión para una nueva era
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Por supuesto —intervino momentáneamente, cuando Shanise declaró que compartiría cualquier información que obtuviesen si ambos estaban dispuestos a colaborar.

Después, tuvo que escuchar, anonadado, que otro General había entrado en escena. En uno de las estaciones de ferrocarril del País del Bosque, y con un objetivo que por el momento desconocían. La Morikage hizo hincapié en que ellos ya no contaban con ningún bijū, por lo que debían estar buscando algo más.

Pero, ¿qué podrían estar buscando aparte de los bijūs? —Dejó caer la pregunta al aire. Sabía que nadie contaba con la respuesta por el momento. Descubrirla no sería fácil.

La Morikage continuó su discurso, anunciando que Kusagakure esta vez sí colaboraría con la Alianza para la búsqueda y exterminio de Kurama, pero… Ah, siempre hay un pero.

¿Vuestras condiciones? ¿Mantener el veto a Aotsuki Ayame y Uchiha Datsue en el País del Bosque? Después de todo lo que pasó. Después de ver con sus ojos a Sasaki Reiji utilizando el chakra de un bijū para ayudarnos a todos —soltó, sabiendo que tarde o temprano iba a tener que responder sobre aquel asunto—. ¿En serio?
Sí, Kusagakure agradecía. Agradecía con palabras, pero los hechos eran los mismos, y así es como lo hizo saber enseguida Kintsugi, tras compartir, eso sí, una importante encuentro de uno de sus shinobi con un General de Kurama.

Fue Hanabi quien se indignó. Si Yui hubiera estado allí, también hubiera saltado a la yugular. Con más ímpetu que el Uzukage, quizás. Pero ella no era Yui.

Ella tenía tanto orgullo como Yui, pero jugaba a otro juego distinto.

Kusagakure puede mantener todos los términos que desee, por supuesto, está en su completo derecho —dijo Shanise, en calma, pero añadió sin contemplaciones—: nosotros, en consecuencia y como respuesta, añadiremos los propios. Ningún shinobi de Kusagakure pisará ni atravesará el País de la Tormenta a no ser que sea en términos oficiales con la aldea: misiones de colaboración, redadas contra Sekiryū o Kurama, etcétera. En cualquiera de los casos, la Morikage en persona tendrá que llamar a la Arashikage y pedirle expreso permiso, que nosotros consideraremos. En cualquiera de los casos se asignará algún tipo de vigilancia al o a los sujetos.

»Supongo que no habrá problema en aceptar estos términos, al fin y al cabo, nosotros también miramos por la seguridad de nuestros aliados. Bijūs incluídos.
La reunión continuaba ante los ojos de una Ayame que, a cada minuto que pasaba, se sentía más y más pequeñas ante las tres grandes Sombras.

Se lo agradezco profundamente, Arashikage-dono. Eikyuu Juro sigue siendo una de nuestras mayores prioridades, y hasta el momento no hemos dado con ninguna pista que nos lleve hasta él —habló la Morikage.

Ayame sintió una amarga opresión en el pecho y agachó la mirada. Le habría gustado saber algo de él. Saber dónde podría estar o qué podría estar haciendo, ahora que era un fugitivo del País del Bosque. Preguntarle por su propia versión de los hechos. Pero seguían sin noticias; y, por lo que le había dicho Kokuō, lo mismo ocurría con su bijū. Nadie sabía nada de ellos. Era como si la misma arena se los hubiese tragado a ambos sin dejar rastro.

Respondiendo a su pregunta, Uzukage-dono... —continuó la líder de Kusagakure—. Uno de nuestros shinobi tuvo un desafortunado encuentro con uno de esos Generales hace poco, mientras nosotros aún estábamos en el Valle de los Dojos.

¡¿QUÉ?! —se le escapó a Ayame, que se tapó la boca con ambas manos al darse cuenta de su desliz.

Fue en la estación de ferrocarriles. Nosotros ya no tenemos ningún contenedor que pueda resultarles de interés, así que desconocemos cuáles eran sus intenciones. Pero está claro que buscan algo más que el resto de los Bijū.

Pero, ¿qué podrían estar buscando aparte de los bijūs? —Preguntó Hanabi, al aire. Sin esperar una respuesta que sabía que ninguno de los allí presentes conocía.

Y Ayame sentía un ligero escozor entre los omóplatos. Kokuō estaba irritada ante la manera de hablar de la Morikage, pero ella tenía la mente en otra parte como para preocuparse sobre cómo se estaba refiriendo a los jinchūriki y a los bijū:

«Un... ¿Un General en Kusagakure? ¿Pero por qué? ¿Y quién? Kuroyuki no pudo ser, ella también estaba en el Valle de los Dojos... ¿Y qué estaban buscando allí si ya no hay ningún Hermano al que reclutar?» Su cerebro trabajaba a toda velocidad, pero su rostro se había quedado tan blanco como la cera. No conseguía entenderlo, y eso sólo la ponía aún más nerviosa.

Ningún país está a salvo de las intenciones de ese Monstruo; así que, regresando a su pregunta, Uzukage-dono: Sí. Kusagakure también colaborará en la búsqueda y exterminio de ese Kurama, sus Generales y todo aquel que le siga. Pero seguiremos manteniendo nuestras condiciones.

Ayame entrecerró ligeramente los ojos. Sospechaba bien cuáles eran esas condiciones de las que Kintsugi estaba hablando. Y al parecer no era la única.

¿Vuestras condiciones? ¿Mantener el veto a Aotsuki Ayame y Uchiha Datsue en el País del Bosque? —cuestionó Hanabi—. Después de todo lo que pasó. Después de ver con sus ojos a Sasaki Reiji utilizando el chakra de un bijū para ayudarnos a todos. ¿En serio?

«¿Que Reiji hizo qué?» Volvió a preguntarse Ayame, con una gota de sudor frío resbalándole por la sien.

Se volvió hacia la Morikage, esperando su respuesta, pero antes de que esta llegara, Shanise volvió a adelantarse:

Kusagakure puede mantener todos los términos que desee, por supuesto, está en su completo derecho —dijo, calmada. Pero enseguida añadió algo más—. Nosotros, en consecuencia y como respuesta, añadiremos los propios. Ningún shinobi de Kusagakure pisará ni atravesará el País de la Tormenta a no ser que sea en términos oficiales con la aldea: misiones de colaboración, redadas contra Sekiryū o Kurama, etcétera. En cualquiera de los casos, la Morikage en persona tendrá que llamar a la Arashikage y pedirle expreso permiso, que nosotros consideraremos. En cualquiera de los casos se asignará algún tipo de vigilancia al o a los sujetos.

»Supongo que no habrá problema en aceptar estos términos, al fin y al cabo, nosotros también miramos por la seguridad de nuestros aliados. Bijūs incluidos.

Ayame contenía la respiración. Se moría de ganas por hacer una última pregunta, pero la atmósfera estaba cargada de una tensión que temía romper. Temblorosa, se volvió hacia Kintsugi. Esperando, ahora sí, su respuesta.
Hanabi, tan perspicaz como siempre, fue el primero que fue capaz de ver a través de su antifaz:

¿Vuestras condiciones? ¿Mantener el veto a Aotsuki Ayame y Uchiha Datsue en el País del Bosque? —preguntó.

Y Kintsugi se limitó a responder con un mudo asentimiento.

Después de todo lo que pasó. Después de ver con sus ojos a Sasaki Reiji utilizando el chakra de un bijū para ayudarnos a todos —continuó hablando, pero cuando le recordó ese pequeño asunto del segundo bijū en Uzushiogakure, la Morikage no pudo evitar fruncir el ceño ligeramente—. ¿En serio?

Kintsugi quiso responder, pero la nueva Arashikage volvió a adelantarse a sus palabras.

Kusagakure puede mantener todos los términos que desee, por supuesto, está en su completo derecho —dijo, más calmada de lo que habría esperado. Después de todo, aquella mujer no era Amekoro Yui—. Nosotros, en consecuencia y como respuesta, añadiremos los propios. Ningún shinobi de Kusagakure pisará ni atravesará el País de la Tormenta a no ser que sea en términos oficiales con la aldea: misiones de colaboración, redadas contra Sekiryū o Kurama, etcétera. En cualquiera de los casos, la Morikage en persona tendrá que llamar a la Arashikage y pedirle expreso permiso, que nosotros consideraremos. En cualquiera de los casos se asignará algún tipo de vigilancia al o a los sujetos. Supongo que no habrá problema en aceptar estos términos, al fin y al cabo, nosotros también miramos por la seguridad de nuestros aliados. Bijūs incluidos.

Kintsugi suspiró profundamente y, bajo la atenta mirada de todos los presentes, entrelazó las dos manos sobre la mesa y volvió a alzar la barbilla con la majestuosidad que la caracterizaba.

Los bijū no deben entrar en el País del Bosque. Y esto se extiende hacia sus... Contenedores —reafirmó, rotunda—. No me malinterpretéis, no es nada personal —Aunque en lo que a ella se refería para con aquellas criaturas sí lo era—, ni tenemos nada en contra de Amegakure ni Uzushiogakure. Pero ni ellos son bienvenidos en nuestras tierras, ni nuestras gentes están preparadas ni merecen volver a ser testigos de la destrucción de esos Monstruos. Debo proteger a mi país, y por eso mantengo mi veto. Tanto por mí, como por ellos —Kintsugi volvió el rostro hacia Shanise—. Estáis en vuestro derecho de levantar vuestros muros contra los nuestros, pero no tienes nada de lo que preocuparte para mantener esa estrecha vigilancia: Fuera del País del Bosque, mis shinobi no levantarán la mano contra los jinchūriki. A no ser que se trate de Eikyuu Juro o de cualquier otro General, por supuesto. Sea como sea, aceptaré esos términos. Amegakure sabrá cuándo uno de los nuestros pretenda cruzar sus tierras y dará, o no, su permiso para hacerlo.

»Ah, y a propósito de eso... Ese veto se extiende ahora a Sasaki Reiji —añadió Kintsugi, fulminando con la mirada a Hanabi—. Uzukage-dono, creo que tiene algo que explicar.
Ah, y a propósito de eso... Ese veto se extiende ahora a Sasaki Reiji —añadió Kintsugi, fulminando con la mirada a Hanabi—. Uzukage-dono, creo que tiene algo que explicar.

Hanabi suspiró con pesar.

----Entonces el veto de Amegakure también se extenderá a Uzushiogakure. Ningún ninja de Kusagakure no Sato accederá a mis tierras sin previa llamada suya y consentimiento mío. No pondré vigilancia —informó, como única diferenciación. Con Sekiryū, Kurama y sus Generales, tenía demasiados frentes abiertos como para malgastar sus recursos en una vigilancia que creía estéril. Después de ver a Kintsugi en el Valle de los Dojos, y cómo acudió en su ayuda, no pensaba que fuese a actuar a sus espaldas para atacar a Datsue o Reiji. No obstante, aquel veto injusto no era algo que Uzu pudiese seguir tolerando sin su consiguiente respuesta—, pero cada ninja deberá firmar su entrada en los puestos fronterizos que tengo colocados en el Puente Kannabi, el Valle del Fin o las estaciones de tren, así como su salida, que deberá ser en el plazo que yo estime oportuno según la tarea que venga a realizar. De sobrepasar dicho plazo, me lo pensaré mejor la próxima vez que me llame para solicitar el paso de uno de sus ninjas, además de pedir explicaciones al ninja en cuestión por el retraso.

Dejado claro aquel punto, ahora le tocaba explicarse. Oh, y si tan solo fuese por lo de Reiji. Qué rápido y sencillo sería.

Espero que algún día cambie su idea, Kintsugi-dono. Y que lo haga cuando aún se esté a tiempo —dijo, muy serio, antes de continuar con el tema pedido—. Antes de nada, aclarar que Reiji-kun no es ningún jinchūriki. En el pasado reciente, no obstante, se encontró con Gyūki. El Ocho Colas —aclaró por si acaso—. Recordarán que les conté de ese encuentro. De cómo pidió a Reiji comunicar al resto de sus hermanos, a través de Datsue, Ayame y Juro, que Kurama era el gran mal que asolaría Ōnindo. Pero se produjo algo más en dicho encuentro. Gyūki regaló a Reiji una pequeña parte de su poder. Una porción de su chakra, que podría usar para demostrar tanto a Kokuō como Shukaku que realmente se había encontrado con él, y, llegado el caso, para alguna situación crítica. Situación que se dio en el torneo.

»Y hay algo más —continuó, pasando una mirada por Ayame, Shanise y finalmente Kintsugi—. Ese al que usted llama monstruo se presentó en mi puerto hace unos días. Y ese monstruo no solo no nos atacó, sino que se prestó para ayudarnos con nuestra lucha contra Kurama y nos pidió refugio. —Oyó a Katsudon, a su lado, carraspear. La bomba estaba echada y Hanabi no tuvo ni la consideración de darles un respiro:—. Ahora Gyūki vive en el puerto de Uzu y viste una placa metálica en uno de sus cuernos con el símbolo de la espiral grabado.
Shanise abrió y cerró la boca varias veces, con el dedo índice a medio cerrar y apuntando a Hanabi. No sabía muy bien qué decir. Parecía una gran broma, pero después de lo que les acababa de decir Kintsugi, no había espacio para las bromas.

Y a propósito de eso...

Ahem. —Shanise se aclaró la garganta—. En fin, ahora hablaré contigo de eso, Hanabi. Por lo que respecta a tu perogrullada habitual llena de odio, Kintsugi, no me sorprende, pero desde luego, me decepciona. Esperaba que con esta reunión buscaras convertirte en algo más que en una colaboradora ocasional, pero veo que esto no va a ser así.

»Déjame advertirte algo: has repetido ya varias veces tu mierda de discurso, así que no es necesario que escupas más bilis hacia mi jinchūriki y mi compañera Kokuō. Todos aquí sabemos lo que piensas al respecto, y nadie te ha preguntado cómo te apetece llamarles ahora, qué nuevo insulto ingenioso se te ha ocurrido para definirlos. Aotsuki Ayame está aquí, Morikage. Presente. En representación del gobierno de Amegakure y en la mía propia, y por tanto, en representación de mi País. Cualquier calificativo despectivo hacia ella es un insulto y una afrenta a mi propio país, y por tanto un conflicto diplomático.

»De modo que ahora, limítate a imponer tus términos y recibir los nuestros de vuelta. El resto de comentarios te los vas ahorrando, pues no los toleraremos. Quédatelos en la cabeza. Sin duda todos aquí pensamos muchas cosas de ti que no te estamos diciendo. Y las que te hemos dicho en anteriores reuniones no te las repetimos como si fueras una cría. No estamos para eso. —La Tormenta de Yui era una algarabía de rayos, huracanes y marejadas sin control. La de Shanise era igual de implacable, pero en lugar de estar pintada con una brocha y un cubo de pintura estaba delicada y meticulosamente dibujada con la punta de un fino pincel y el fluído devenir de las acuarelas—. Pero por supuesto un detalle que se me ha olvidado mencionar, ya que has dejado caer que en tu país tus shinobi levantarán la mano contra los jinchūriki de nuevo: los míos batirán a cualquier shinobi de tu aldea para el que no hayas solicitado autorización, o se exceda en sus funciones previamente anunciadas, o husmee más de la cuenta. No habrán preguntas, no habrá avisos.

»¿Han quedado claros mis términos o debo repetirlos? —preguntó—. Bien —sentenció, sin embargo, sin esperar la respuesta. La daba por entendida—. Hanabi, no creo que a Kusagakure le interese la historia de un bijū con bandana. Así que si a dicha aldea sólo la movía el interés por Dragón Rojo, y no hay nada más que tratar, creo que Kintsugi no tendría, en principio, nada más que hacer aquí. O si lo prefiere, nos vamos nosotros a un lugar más relajado a charlar sobre ello.

Shanise había evitado cruzar la mirada con Ayame, pero las continuas puñaladas verbales de Kintsugi no debían quedar sin respuesta. Y no quería ni imaginarse cómo estarían Ayame y Kokuō ahora mismo.

La mujer cogió sus papeles y los cuadró con dos suaves golpecitos sobre la mesa. Desató la carpeta en la que los traía y los guardó con aparente calma.
Los bijū no deben entrar en el País del Bosque. Y esto se extiende hacia sus... Contenedores —respondió Kintsugi, después de entrelazar las manos sobre la mesa y lanzar un largo suspiro.

¡Zap! Ayame tuvo que entrecerrar los ojos cuando un latigazo recorrió su espalda.

«Kokuō, no.»

No me malinterpretéis, no es nada personal —continuó hablando la Morikage—. , ni tenemos nada en contra de Amegakure ni Uzushiogakure. Pero ni ellos son bienvenidos en nuestras tierras, ni nuestras gentes están preparadas ni merecen volver a ser testigos de la destrucción de esos Monstruos.

¡ZAP! Ayame apenas logró contener un siseo entre los dientes, pero su espalda se irguió repentinamente.

«¡Kokuō!»

«¡La odio, Señorita! Esa humana... Esa humana es lo más "humano" que he visto en mucho tiempo. ¡No la soporto!»

Ayame tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por tirar de las riendas y contener el impulso de Kokuō. Y se odió por ello. Porque ella nunca la había retenido para que no tomara su cuerpo. Era, en cierta manera, parte de su acuerdo de libertad compartida.

La Morikage continuó hablando, pero Ayame estaba sumida en una lucha interna y no fue capaz de seguir sus palabras. Entre sudores fríos, había cerrado los ojos y se masajeaba el puente de la nariz con visible malestar. Le habría venido bien poder salir del templo y tomar algo de aire fresco; pero, como Mano Derecha de la Arashikage, era su responsabilidad permanecer junto a ella.

«No le hagas caso.» Pensó. Y se lo estaba diciendo tanto a Kokuō como a sí misma. «No es sólo por nosotras. Es por todos ellos. Por Ranko. Por Daigo. Por Yota... Por la relación entre las tres aldeas. Por todo el mundo. Por favor. No lo hagas. No merece la pena.»

El malestar y aquella sensación de calor se fueron pasando paulatinamente. Y para cuando Ayame se vio en predisposición de escuchar de nuevo, parecía que el tema de conversación había cambiado.

...Gyūki regaló a Reiji una pequeña parte de su poder —Ahora era Hanabi el que hablaba—. Una porción de su chakra, que podría usar para demostrar tanto a Kokuō como Shukaku que realmente se había encontrado con él, y, llegado el caso, para alguna situación crítica. Situación que se dio en el torneo.

«Sí que me perdí cosas estando entre los bastidores...» Ayame dejó escapar el aire por la nariz.

Y hay algo más —continuó el Uzukage, pasando una mirada por Ayame, Shanise y finalmente Kintsugi—. Ese al que usted llama monstruo se presentó en mi puerto hace unos días. Y ese monstruo no solo no nos atacó, sino que se prestó para ayudarnos con nuestra lucha contra Kurama y nos pidió refugio. —Katsudon, junto a él, carraspeó de forma audible—. [sub=orange]Ahora Gyūki vive en el puerto de Uzu y viste una placa metálica en uno de sus cuernos con el símbolo de la espiral grabado.

Ayame se había quedado a cuadros. Kokuō se había quedado aún más a cuadros, podía percibir su estupefacción opacando su anterior ira. ¿Un bijū viviendo libremente en el puerto de Uzushiogakure? ¿Un bijū vistiendo una bandana de shinobi? Los labios de la kunoichi temblaron un instante y terminaron formando una radiante sonrisa.

«¿No es genial, Kokuō? ¡Es lo mejor que podría pasarle a tu Hermano!»

«Mejor que terminar encerrado en una vasija o en un humano... desde luego.»

Y entonces llegó la Sombra de la Tormenta. Después de amonestar a la Morikage por sus continuos despropósitos hacia los bijū y los jinchūriki, añadió una nueva cláusula al acuerdo: cualquier shinobi de Kusagakure que fuera pillado in fraganti dentro del País de la Tormenta sin haber concedido el permiso pertinente, o que se excediera en sus funciones, sería abatido sin aviso ni preguntas. Ayame no pudo evitar dirigir una alarmada mirada a Shanise, pero esta no se la devolvió en ningún momento.

Y, tras aquello, la Arashikage invitó a la Morikage a abandonar el lugar de una forma para nada amable.
Entonces el veto de Amegakure también se extenderá a Uzushiogakure —contraatacó Hanabi—. Ningún ninja de Kusagakure no Sato accederá a mis tierras sin previa llamada suya y consentimiento mío. No pondré vigilancia, pero cada ninja deberá firmar su entrada en los puestos fronterizos que tengo colocados en el Puente Kannabi, el Valle del Fin o las estaciones de tren, así como su salida, que deberá ser en el plazo que yo estime oportuno según la tarea que venga a realizar. De sobrepasar dicho plazo, me lo pensaré mejor la próxima vez que me llame para solicitar el paso de uno de sus ninjas, además de pedir explicaciones al ninja en cuestión por el retraso.

Bien. Así se hará. Tendréis noticias de antemano si alguno de mis shinobi tiene intenciones de adentrarse en cualquiera de vuestros dos países.

Espero que algún día cambie su idea, Kintsugi-dono. Y que lo haga cuando aún se esté a tiempo.

Con el debido respeto, Uzukage-dono, si hubiese estado en mi pellejo, si hubiese visto lo que yo vi aquel día, comprendería lo difícil que es para mí cambiar de opinión con respecto a esto —sentenció, son sombría amargura.

Antes de nada, aclarar que Reiji-kun no es ningún jinchūriki —continuó el Uzukage, y Kintsugi le miró con cierta confusión—. En el pasado reciente, no obstante, se encontró con Gyūki. El Ocho Colas. Recordarán que les conté de ese encuentro. De cómo pidió a Reiji comunicar al resto de sus hermanos, a través de Datsue, Ayame y Juro, que Kurama era el gran mal que asolaría Ōnindo. Pero se produjo algo más en dicho encuentro. Gyūki regaló a Reiji una pequeña parte de su poder. Una porción de su chakra, que podría usar para demostrar tanto a Kokuō como Shukaku que realmente se había encontrado con él, y, llegado el caso, para alguna situación crítica. Situación que se dio en el torneo.

¿Un monstruo como el Ocho Colas cediéndole poder a un humano? ¿Sin más? Según Hanabi, la finalidad era que Reiji pudiera comunicarse con el resto de bijū, pero para Kintsugi no estaba tan claro. ¿Qué les aseguraba que ese chakra no terminara actuando como un arma de doble filo? ¿Qué les aseguraba que ese shinobi no se hubiese convertido en una especie de bomba andante? No. No iba a fiarse. No podía permitir que campara a sus anchas por el bosque y terminara detonando de un momento a otro sin que pudieran hacer nada por impedirlo.

Puede que no sea un jinchūriki como tal, pero tiene el mismo poder destructivo que uno —argumentó Kintsugi, firme—. Todos lo vimos en el estadio. Es por eso que me veo obligada a extender el veto hacia él.

Y hay algo más. Ese al que usted llama monstruo se presentó en mi puerto hace unos días. Y ese monstruo no solo no nos atacó, sino que se prestó para ayudarnos con nuestra lucha contra Kurama y nos pidió refugio. Ahora Gyūki vive en el puerto de Uzu y viste una placa metálica en uno de sus cuernos con el símbolo de la espiral grabado.

«¡Y hablando de bombas!» La Morikage se llevó una mano a la frente con un sonoro resoplido. ¡Un bijū en el mismo puerto de su aldea y no hacían nada por contenerlo! ¡Más bien al contrario: lo tenían como si de una mascota exótica se tratase y jugaban a vestirlo de shinobi! ¿Es que habían terminado de perder el juicio? «Cualquier día nos aparece uno de esos bichos con un sombrero de Kage...» Se le pusieron los pelos de punta de sólo pensarlo.

Espero que sepáis lo que estáis haciendo. Es vuestra aldea, y yo no tengo ningún derecho a meterme en vuestros asuntos mientras no pongan en peligro nuestra seguridad.

Entonces Shanise se aclaró la garganta.

En fin, ahora hablaré contigo de eso, Hanabi. Por lo que respecta a tu perogrullada habitual llena de odio, Kintsugi, no me sorprende, pero desde luego, me decepciona. Esperaba que con esta reunión buscaras convertirte en algo más que en una colaboradora ocasional, pero veo que esto no va a ser así.

Kintsugi ladeó la cabeza.

No sé a lo que te refieres, Shanise-dono. Os estoy tendiendo la mano de forma completamente abierta. Sólo he puesto una única condición. Y creo que es una condición asumible.

Déjame advertirte algo: has repetido ya varias veces tu mierda de discurso, así que no es necesario que escupas más bilis hacia mi jinchūriki y mi compañera Kokuō. Todos aquí sabemos lo que piensas al respecto, y nadie te ha preguntado cómo te apetece llamarles ahora, qué nuevo insulto ingenioso se te ha ocurrido para definirlos. Aotsuki Ayame está aquí, Morikage. Presente. En representación del gobierno de Amegakure y en la mía propia, y por tanto, en representación de mi País. Cualquier calificativo despectivo hacia ella es un insulto y una afrenta a mi propio país, y por tanto un conflicto diplomático.

»De modo que ahora, limítate a imponer tus términos y recibir los nuestros de vuelta. El resto de comentarios te los vas ahorrando, pues no los toleraremos. Quédatelos en la cabeza. Sin duda todos aquí pensamos muchas cosas de ti que no te estamos diciendo. Y las que te hemos dicho en anteriores reuniones no te las repetimos como si fueras una cría. No estamos para eso.

Kintsugi volvió a suspirar.

Lamento si os he ofendido de alguna manera. De verdad, no era mi intención. Pero dejadme aclarar algo al respecto: odio a los bijū, con todas mis fuerzas, pero no odio a los jinchūriki. Sólo me dan... pena. Muchísima pena —agregó, mirando directamente a Ayame—. Después de todo, ellos no han decidido cargar con algo así.

Pero por supuesto un detalle que se me ha olvidado mencionar, ya que has dejado caer que en tu país tus shinobi levantarán la mano contra los jinchūriki de nuevo: los míos batirán a cualquier shinobi de tu aldea para el que no hayas solicitado autorización, o se exceda en sus funciones previamente anunciadas, o husmee más de la cuenta. No habrán preguntas, no habrá avisos. ¿Han quedado claros mis términos o debo repetirlos?

Externamente, el rostro de la Morikage continuaba tan plácido como siempre, pero detrás de aquel antifaz, había entrecerrado los ojos y ahora fulminaba con la mirada a la Arashikage.

Cristalinos.

Bien. Hanabi, no creo que a Kusagakure le interese la historia de un bijū con bandana. Así que si a dicha aldea sólo la movía el interés por Dragón Rojo, y no hay nada más que tratar, creo que Kintsugi no tendría, en principio, nada más que hacer aquí. O si lo prefiere, nos vamos nosotros a un lugar más relajado a charlar sobre ello.

Por Dragón Rojo y por los Generales del Nueve Colas —la corrigió, con lengua afilada. Pero terminó por suspirar con profundo pesar y, apoyando sendas manos sobre el tablero, comenzó a reincorporarse con lentitud—. Es una verdadera lástima, esto no tenía por qué terminar de esta forma tan violenta. De verdad que veníamos con la mejor de las intenciones, pero parece que mi presencia molesta aquí —Aunque tampoco le faltaba razón a Shanise: no le apetecía escuchar la historia del bijū mascota—. Así que, si no necesitan nada más de mí, nos marchamos.
Hanabi suspiró cuando Kintsugi insistió en su veto a Reiji, al argumentar que pese a no ser jinchūriki sí poseía el poder destructivo de uno. ¿Qué pasaba con el propio Hanabi, entonces? ¿Acaso no poseía él también un poder destructivo similar? No eran pocas las veces que le habían comparado con un bijū, después de todo. Pero prefirió no entrar a debatir. En todo lo relacionado con los bijūs, se veía que no había nada que hacer con Kintsugi.

«Ojalá algún día veas la luz, Kintsugi. Por difícil que sea».

Acto seguido, Shanise entró al debate. Hanabi comprobó, no sin cierto asombro, que había cierta tormenta en ella. No como la de Yui, más fiera y alocada, pero sí precisa y contundente. Fue tal la tensión que por un momento hasta creyó que todo derivaría en un confrontamiento, pero Kintsugi se mantuvo impasible tras su antifaz.

«Hagane-kun me habló una vez sobre Moyashi Kenzou, en una de sus visitas. Según Hagane, su sonrisa era tan sólo una máscara.»

«¿Qué máscara viste la nueva Morikage, debo preguntar? ¿Qué hay detrás, odio, venganza, justicia o una profunda tristeza? ¿Es quizás su resentimiento un producto del de mi hermano Chōmei? ¿No es también el de Chōmei un producto del de los humanos de antaño?»

Las palabras de hacía apenas unos días de Gyūki resonaron en su cabeza como el tañido de una campana en el interior de un templo. Por un momento, lo que sintió por Kintsugi no fue frustración, ni siquiera rabia, sino lástima. ¿De qué estaría hecho el antifaz de Kintsugi? Gyūki aseguraba que era su deber terminar con aquel ciclo de orgullo y egolatría. Hanabi le apoyaba…

… pero era consciente de lo condenadamente difícil que iba a ser enfrentarse a un enemigo así. Uno que ante la fuerza y el poder no se resentía, sino que crecía. ¿Cuáles debían ser las herramientas para derrocarle entonces? ¿Diálogo y paciencia, únicamente?

Sintió el codazo de Don en su brazo, sacándole de su ensimismamiento. Se había perdido tanto en sus pensamientos que casi no se había dado cuenta que Kintsugi se había levantado.

Le deseo un buen viaje de vuelta —dijo, a modo de despedida—. Y… gracias por su ayuda en el estadio —quiso terminar, intentando que el cierre de aquella reunión a tres fuese en un tono algo más positivo.
Shanise se limitó a cruzarse de brazos, con los ojos cerrados, y a esperar a que Kintsugi se marchase. Era consciente de que un amejin siempre peca de orgullo, pero aquella mujer conseguía sacarla, si bien ligeramente, de sus casillas. Incluso a ella. Entendía por qué Yui era incapaz de contenerse. Bueno, a decir verdad, Yui no se había contenido nunca.

Hanabi, ¿qué es eso de un bijū con bandana? —dijo, una vez la Morikage abandonó el templo—. ¿Simplemente se presentó allí y le hiciste ninja? ¡Dioses!

Offrol (EDIT): Bueno pues posteé con Sama-sama, qué se le va a hacer, soy gilipollas.
Hanabi se encogió de hombros y terminó por esbozar una sonrisa culpable.

Dicho así parece una temeridad por mi parte y un mal chiste, pero… Joder, Shanise, ¡fue exactamente así como ocurrió! —exclamó Hanabi, sin poder evitar soltar una pequeña carcajada que rebajó la tensión acumulada.

»No fue nada buscado ni planeado, espero que no pienses que estamos intentando aprovecharnos de la situación para buscar poder o algo por el estilo. Simplemente, Gyūki se presentó en mi puerto y… Realmente, creo que Uzu tiene poco que ver con su decisión. Si Sasaki Reiji y Yuuna se hubiesen encontrado en Amegakure estoy convencido de que sería allí adonde hubiese ido —confesó, sincero—. El caso es que me pidió un lugar donde esconderse y hasta una bandana.

Y el resto era historia.

Don, ¿pero qué haces, hombre?

¿Eh? Nada, nada —dijo, acalorado, dejando de mirarse el interior de la ropa—. Solo comprobaba que Kintsugi no nos hubiese dejado de nuevo otra de sus… mariposas.
Y, tras las palabras de Shanise, Kintsugi recogió sus cosas y se marchó de la escena, acompañada de Hana, su fiel sombra. No sin antes lanzarles una última advertencia de peligro sobre lo que Uzushiogakure estaba haciendo permitiendo la presencia de un bijū libre en su aldea. Ayame agachó la cabeza, con un terrible quemazón en el pecho ante el amargo final de todo aquello. Aunque algo le decía que era la única que se sentía así.

«Menos mal. No iba a soportar ver la cara de esa humana durante más tiempo.»

Incluso Kokuō estaba aliviada con su marcha.

Hanabi, ¿qué es eso de un bijū con bandana? —dijo Shanise, una vez hubieron perdido de vista a la Morikage—. ¿Simplemente se presentó allí y le hiciste ninja? ¡Dioses!

Ayame giró la cabeza hacia Hanabi, con un creciente interés.

Dicho así parece una temeridad por mi parte y un mal chiste —respondió él, encogiéndose de hombros—, pero… Joder, Shanise, ¡fue exactamente así como ocurrió!

»No fue nada buscado ni planeado, espero que no pienses que estamos intentando aprovecharnos de la situación para buscar poder o algo por el estilo. Simplemente, Gyūki se presentó en mi puerto y… Realmente, creo que Uzu tiene poco que ver con su decisión. Si Sasaki Reiji y Yuuna se hubiesen encontrado en Amegakure estoy convencido de que sería allí adonde hubiese ido. El caso es que me pidió un lugar donde esconderse y hasta una bandana.

Disculpadme pero entonces... este... —murmuró Ayame, haciendo memoria para recordar el nombre del Ocho Colas.

«Gyūki.»

¡Eso, Gyūki! Gracias, Kokuō —Exclamó, como si fuese lo más normal del mundo estar hablando con algo que sólo ella podía escuchar—. ¿Entonces Gyūki está buscando refugio? ¿En Uzushiogakure ¿De Kurama? No quiero sonar pesimista, pero Reiji utilizó el chakra de Gyūki en el estadio, y tanto Kuroyuki como él lo notaron. Si Kurama se llega a enterar de alguna manera que el causante fue Reiji, lo primero que hará será buscarlo en la Aldea del Remolino... —argumentó, sinceramente preocupada—. ¿No hubiese sido mejor que se quedara en el océano?

¿Y qué es eso de mi Hermano pidió una bandana shinobi?

La voz de Kokuō resonó desde los labios de Ayame, y la muchacha no pudo sino taparse la boca a toda prisa en cuanto pudo hacerlo.

Pero antes de que Hanabi pudiese responderle, unos bruscos movimientos junto a él llamaron su atención. Katsudon, visiblemente alarmado, rebuscaba en el interior de sus ropajes.

Don, ¿pero qué haces, hombre? —preguntó el Uzukage.

¿Eh? Nada, nada —respondió, acalorado, dejando aquellos movimientos de inmediato—. Solo comprobaba que Kintsugi no nos hubiese dejado de nuevo otra de sus… mariposas.

¿Mariposas? —preguntó Ayame, confundida.
»No fue nada buscado ni planeado, espero que no pienses que estamos intentando aprovecharnos de la situación para buscar poder o algo por el estilo.

Hanabi... Amegakure y Uzushiogakure han colaborado desde hace tiempo más que nunca —casi se indignó Shanise—. Jamás pensaríamos algo así. Y menos ahora.

Simplemente, Gyūki se presentó en mi puerto y… Realmente, creo que Uzu tiene poco que ver con su decisión. Si Sasaki Reiji y Yuuna se hubiesen encontrado en Amegakure estoy convencido de que sería allí adonde hubiese ido —confesó, sincero—. El caso es que me pidió un lugar donde esconderse y hasta una bandana.

El mundo se ha vuelto un lugar de locos. —Shanise se llevó los dedos pulgar e índice al entrecejo y se lo pellizcó, apretando los dientes.

Disculpadme pero entonces... este... —intervino Ayame. Se detuvo un momento. ¡Agradeció a Kokuō y siguió hablando, como si estuviera hablando con ella! Bueno, era exactamente eso. Shanise soltó un gruñido disconforme—. ¿Entonces Gyūki está buscando refugio? ¿En Uzushiogakure ¿De Kurama? No quiero sonar pesimista, pero Reiji utilizó el chakra de Gyūki en el estadio, y tanto Kuroyuki como él lo notaron. Si Kurama se llega a enterar de alguna manera que el causante fue Reiji, lo primero que hará será buscarlo en la Aldea del Remolino... —argumentó, sinceramente preocupada—. ¿No hubiese sido mejor que se quedara en el océano?


Me imagino que ya habrá pensado en eso y tendrá sus razones para...

¿Y qué es eso de mi Hermano pidió una bandana shinobi?
—intervino Kokuō de pronto desde los labios de Ayame, quien se tapó la boca.

Shanise dio un brinco.

¡Por Amenokami! —exclamó, llevándose una mano al pecho—. ¡Si quieres participar en la reunión, sal de ahí y hazlo, pero deja de darnos estos sobresaltos!

»...¡AYAME, SUIKA!

El que la sobresaltó ahora fue el bueno de Katsudon, que se estaba mirando dentro del jersey para comprobar que Kintsugi no les había dejado alguna mariposa. Alarmada, Shanise no dejó terminar a Ayame y la golpeó con el puño, para inmediatamente después deshacerse por completo en agua ella misma.

La figura licuada de Shanise se formó poco a poco de nuevo en el asiento. Aún así, se sacudió un poco las mangas, por si acaso. Suspiró.
¡Falsa alarma, falsa alarma! —exclamó Katsudon con su tremendo vozarrón, algo tarde.

Dioses, Don. ¡No nos des estos sustos! —exclamó Hanabi, apartándose unos mechones sueltos con la mano. La mala suerte hizo que algunos pelos se enganchasen entre los engranajes de acero y madera que constituían las nuevas articulaciones de sus dedos y tuviese que dar un tirón para desenredarlo, como cuando se te engancha un montón de cabello en un peine de púas. «Ay… ¡Ay, ay, ay!». Tsk... Siempre se me olvida —farfulló, mirándose la mano de madera con algún pelo suelto enganchado.

Definitivamente era algo a mejorar en futuras versiones. Ya no era la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que le pasaba en la semana.

Ehm… ¿Kokuō? —dijo, con duda, mirando a Ayame. A él también le había sobresaltado que hablase de pronto a través de la kunoichi—. Respecto a la bandana que pidió su hermano… Pues sí, a mí también me dejó a cuadros. Aunque, según sus palabras, no es que quisiera convertirse en un shinobi al uso. No técnicamente, vaya. Sino más bien en espíritu.

Vamos a tener que inventarnos un nuevo rango para él —bromeó Katsudon.

Pues igual sí —respondió Hanabi, no tan de broma—. El caso es que tomó su decisión. Podría haberse quedado escondido en el océano, sí. Pero él quiere ayudar, y desde allí poco podría hacer. Además, si Kurama viene a la Villa a por él…

Fue apenas un momento, un breve chispazo en el que el aire se volvió tan asfixiante como la cima de un volcán en erupción.

… antes tendrá que pasar por encima de todos nosotros.
«No voy a participar en una reunión de humanos.»

La respuesta a la invitación de Shanise sólo sonó en la mente de Ayame, pero antes de que pudiera transmitir nada, una exclamación la sobresaltó:

¡AYAME, SUIKA!

Menos mal que Ayame estaba acostumbrada a actuar frente a situaciones así de imprevistas, o se habría llevado un puñetazo de su propia Arashikage. La muchacha estalló en agua antes de que el golpe pudiera alcanzarla, y sus ojos destellaron indignados en cuanto recobró su cuerpo.

¿¡Pero qué pasa!?

¡Falsa alarma, falsa alarma! —La voz de Katsudon resonó por todas las columnas del templo. Demasiado tarde.

Dioses, Don. ¡No nos des estos sustos! —exclamó Hanabi. Su rostro se transformó en un gesto de dolor cuando fue a apartarse varios mechones de pelo y algunos cabellos se quedaron enganchados entre los engranajes de aquel curioso, pero a la vez escalofriante, brazo artificial—. Tsk... Siempre se me olvida —farfulló para sí mismo, antes de volver a levantar la mirada hacia Ayame. O, más bien, más allá de Ayame—: Ehm… ¿Kokuō?

Dice que... no quiere salir —respondió Ayame, algo apurada, resumiento la respuesta de Kokuō. Mejor eso que levantar asperezas con el recelo de Kokuō hacia los humanos.

Respecto a la bandana que pidió su hermano… Pues sí, a mí también me dejó a cuadros. Aunque, según sus palabras, no es que quisiera convertirse en un shinobi al uso. No técnicamente, vaya. Sino más bien en espíritu.

¿También le mandarán misiones? —preguntó Ayame, con ingenua curiosidad. Por un momento no pudo sino preguntarse qué tipo de misiones podrían mandarle a un bijū. Quizás misiones submarinas, después de todo era su terreno.

Vamos a tener que inventarnos un nuevo rango para él —bromeó Katsudon.

Pero para Ayame no fue ninguna broma.

«Genin, Chunin, Jonin...»

¡Bijūnin! —exclamó, entusiasmada con su propia idea.

Pues igual sí —terminó respondiendo Hanabi—. El caso es que tomó su decisión. Podría haberse quedado escondido en el océano, sí. Pero él quiere ayudar, y desde allí poco podría hacer. Además, si Kurama viene a la Villa a por él…

Fue apenas un instante. Una oleada de calor que la recorrió de lado a lado, tan ardiente y asfixiante como si se hubiese puesto de pie sobre la lava de un volcán. Fue apenas un instante, pero fue suficiente para que Ayame se tambaleara momentáneamente con un jadeo ahogado. Había oído del Poder de Hanabi, había oído las leyendas que le nominaban como el "Jinchūriki del Remolino", pero hasta el momento no lo había experimentado en sus propias carnes. Y una gota de sudor frío recorrió su frente cuando le escuchó decir:

Antes tendrá que pasar por encima de todos nosotros.
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