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Versión completa: Se necesita un monstruo para matar a otro
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Datsue al habla. Uso la trama con hueco de ROL MASTER

Era una tarde tranquila en Zawara, una aldea costera situada no muy lejos del gran puente que la conectaba con su hermana mayor, La Capital. Zawara era una pequeña villa rural, cuyas gentes se dedicaban, como no, a cultivar el té rojo. Enormes extensiones de campos se situaban alrededor de las casas, plagados de las características plantas de casi dos metros de altura de la que se extraía el famoso té de la región.

Pese a que no era un sitio donde los turistas soliesen hospedarse, no era extraño ver en su única taberna a gente foránea, extranjeros de todas partes del mundo que habían venido a ver las famosas Islas del Té y paraba para tomar un trago —probar el té rojo era obligatorio, por supuesto—.

Un cartel destartalado daba nombre al local: Mar Rojo. Era de planta única, de aspecto humilde y en la que lo más emocionante que estaba ocurriendo era el duelo sin cuartel que se estaba fraguando entre dos hombres de barba larga. Un duelo al shōgi, cabe recalcar. La mayoría de la clientela se concentraba alrededor de ellos dos y observaba, entre comentarios jocosos y bromas de tanto en tanto, la larga partida. Otros charlaban sobre lo buena que había salido la cosecha junto a la barra. Otros pocos bebían en soledad. Uno de ellos, un hombre de pelo largo, barba recortada y ojos muy azules.

De pronto, la puerta de la taberna se abrió de golpe. Un hombre manchado de tierra y la cara empapada en sudor apareció al otro lado. Cayó de rodillas mientras trataba de recuperar el aliento.

A… A… ¡¡¡AYUDA!!!
Al igual que el resto de las Islas del Té, la Mediana Roja es un lugar tranquilo, un puente de unión entre la naturaleza y el hombre caracterizada por sus villas rurales, el té rojo que con tanto afán sirve su gente y la enorme selva que la rodea. Muchos buscaban la tranquilidad de Zawara, su capital, para desconectar del mundo y tomarse unas pequeñas vacaciones. No era el caso de Juro, claro. Al fin y al cabo, los exiliados no tienen trabajo, ni vacaciones.

Aquel día, por casualidad o por obra del destino, Eikyuu Juro se encontraba en ese mismo lugar, en esa misma taberna. Un chico que antaño había sido un mero ninja común y corriente y que ahora el tiempo y las circunstancias de la vida habían convertido en un prófugo.

Estaba sentado en una de las mesas, cerca de la barra, y completamente solo. Su apariencia había sido transformada por un básico Henge, convirtiéndolo en un hombre de alrededor de unos treinta años, con el pelo rapado, ojos marrones y unas facciones comunes, que vestía ropajes oscuros. Lo justo para encajar en ese lugar sin que nadie le hiciera muchas preguntas. Tras tanto tiempo huyendo y ocultándose, había aprendido unos trucos.

¿La razón de su presencia? Estaba de paso. En una búsqueda mucho más grande, que le había mantenido ocupado durante meses desde que decidió salir del desierto. Otra vez había vuelto a su rutina: permanece poco, ocultate y no dejes huella. Es la única manera de sobrevivir.

Pero ahora tenía un objetivo. Algo que hacía que las noches se le hicieran menos largas, que sus pesadillas dejaran de martirizarle y que su corazón, de vez en cuando, pareciera latir otra vez al mismo ritmo que antes.

En el tiempo que llevaba buscando no se había encontrado con nadie y no había conseguido nada. Una absoluta perdida de tiempo, que esperaba remediar dentro de poco. Sin embargo, a veces los imprevistos ocurren y no puedes hacer nada para evitarlo. Eso mismo fue lo que sucedió cuando aquel hombre entró en la taberna de una manera muy escandalosa, suplicando por ayuda. Con un rápido vistazo el marionetista pudo comprobar que estaba lleno de sudor (debía de haber corrido hasta ese lugar) y por alguna razón, estaba manchado de tierra. Puede que viniera de los mismos cultivos o de algún lugar de la selva cercana a la aldea.

Juro sabía que ya había dejado de ser ninja hace tiempo. No era su obligación ayudar a nadie. Cuanto más pasara desapercibido, mejor. Había mil y una razones para no ayudar a esa persona, por mucho que su mirada lo suplicara...

... y aun así, no pudo controlar ese impulso en su cuerpo. Nunca había dado la espalda a nadie que necesitara ayuda, y al parecer, tampoco lo haría aquel día. La compasión que siempre había caracterizado al viejo Juro afloraba en él sin control, ignorando incluso sus instintos de supervivencia.

«Jejejeje.
Supongo que algunas cosas no cambian, ¿eh?
Menuda suerte la nuestra»

Parecía estar disfrutando de aquello. Juro suspiró mentalmente y se dirigió al hombre, al tiempo que se acercaba.

— ¿Qué ocurre? ¿Se encuentra bien? — Su voz era un poco más grave de lo normal y su mirada, más firme, pero aun así, esperó poder calmar a aquel hombre.
El hombre, que aún de rodillas había tenido que apoyar su torso contra el marco de la puerta, resollaba como un caballo de tiro al que se le ha exprimido demasiado. Tenía el pelo largo y grasiento, que le caía sobre unos ojos castaños, y un mentón prominente que destacaba sobre el resto de su cara.

Mi.. mi… —farfullaba el hombre, tratando de encontrar aire entre las palabras—. ¡Mi hija!

¿Qué ocurre con la pequeña Aya, Kiro? —preguntó el dueño del local, tras la barra, con voz agitada.

La han… ¡Me la han llevado!

Por un instante, todos enmudecieron. Luego la taberna se convirtió en voces sonando unas sobre otras, todos preguntando qué demonios había pasado.

Un… ¡Un monstruo! ¡Un monstruo se la ha llevado!

¿Qué monstruo, Kiro? El que… ¡El que reportaron en la villa de Buribichi? —Se produjo un segundo silencio. Si el primero había estado cargado de incertidumbre y sorpresa, este de tensión y miedo—. Hay que… ¡Hay que ir a avisarles! ¡En teoría solicitaron unos ninjas de Uzu para que se encargasen del asunto!

¿Avisarles? ¡Buribichi está a medio día! ¡Y ni siquiera sabemos si los ninjas llegaron! ¡Tenéis que ayudarme a buscarla ya o será demasiado tarde! ¡Rápido, coged guadañas, cuchillos… lo que sea, y ayudadme a encontrarla!

Si el primer silencio había sido de sorpresa y el segundo de miedo, este lo fue de incomodidad. El anciano que había estado jugando al shōgi fue el primero en romperlo.

Kiro, has oído las historias. Nosotros no podríamos hacer nada contra… Contra… loqueseaesemonstruo. Y Aya a estas alturas ya estará…

¡Viva! ¡Está viva! —replicó con furia el padre, levantándose de golpe. Dedicó a todos sus vecinos una larga mirada, como si fuese la primera vez que realmente les estuviese viendo—. Jodidos cobardes, ¡¿es que nadie piensa ayudarme?! ¡¿NADIE?!
El hombre estaba en pésimas condiciones y cuanto más se acercó, más pudo notarlo. Parecía haber corrido kilómetros hasta aquella taberna de mala muerte, lo que reforzaba su teoría de que venía de fuera del poblado. Mientras trataba de recuperar de manera desesperada el aire que sus pulmones echaban en falta, logró pronunciar dos palabras que estremecieron a toda la taberna.

¡Mi hija!

Juro se apartó con delicadeza, mientras la conversación entre los habitantes del poblado se llevaba a cabo. El hombre habló de un monstruo que todos parecían conocer. Una leyenda urbana, supuso. El marionetista nunca habría creído en los monstruos, pero mucha gente afirmaría, a día de hoy, que su interior se encontraba uno. Su yo del pasado también lo habría dicho. Pero ese Eikyuu Juro ya no era el mismo que ahora. Puede que fuera otra criatura incomprendida, una bestia demasiado salvaje o algo más. En el mundo en el que vivían ahora, nada era imposible.

Si la palabra monstruo le llamó la atención, cuando hablaron de ninjas sintió el impulso de salir por piernas. Llevaba casi un año sin encontrarse con ninguno y no estaba precisamente en sus planes. Que ellos se encargaran del caso entonces.

Pero hubo algo que le obligó a quedarse. Quizá fue la expresión afligida del padre, desesperado por ayuda. Quizá el ver cómo los demás, sus vecinos y probablemente amigos, le abandonaban a su suerte. O puede que simplemente lo que lo conmovió fue el amor de un padre por su hija. Ese hombre estaba dispuesto a enfrentarse a una criatura horrible por salvarla, al igual que su hermana, Katsue, había luchado a viento y marea para sacarle adelante cuando todo parecía perdido. De repente, no pudo retroceder. Solo avanzar.

Suspiró. Juro comprendió que era una persona demasiado sentimental, vistas las circustancias.

— Yo iré a buscarla — replicó, con sequedad, mientras daba un paso al frente, sin importar las miradas. Tuvo que recordarse así mismo que la gente no estaba viendo a poco más que un adolescente. No. Era un hombre bajo su disfraz —. Pero antes quiero información. De lo que ha pasado con su hija, del supuesto monstruo y del incidente en Buribichi.
Los ojos de Kiro, el padre de la niña, reflejaron un leve brillo de esperanza cuando un hombre rapado se ofreció a ayudarle.

Gracias… Gracias. Mi hija… Estábamos adentrándonos en la selva, recolectando guayabas. Cuando… Cuando… Oí a mí pequeña gritar. Nos habíamos separado un poco y yo… ¡No pude ver nada! ¡Pero debió ser el monstruo! ¡Los árboles se movían como si algo enorme los estuviese empujando, y había un olor a peste!

En Burobichi han habido varias desapariciones durante las últimas semanas —añadió el dueño del local—. Gente que se adentró demasiado en la selva y no volvió. Algunos dicen haberlo visto. Una serpiente gigante. Otros dicen haber escuchado el rugido de un tigre sin igual. Sé que habían solicitado la ayuda de ninjas de Uzushio, pero no sé en qué quedó la cosa.

¡Pues que no han podido solucionarlo, por lo que se ve!

¡Aprisa, no debemos perder más tiempo! —apremió Kiro al hombre rapado.
Los ojos del padre se dirigieron hacia el hombre rapado. Bajo ese disfraz, Juro se estremeció un poco al sentir la esperanza que había despertado en él. Era un sentimiento bonito, pero a la vez cruel. En el pasado, él también había tenido esperanza de que alguien pudiera ayudarle. Ahora, la sola idea le parecía tremendamente irónica.

Entre todos, consiguieron darle la información que buscaban. Una bestia que algunos afirmaban que tenía la forma de una serpiente, otros, que rugía como un gran tigre. Hablaron también de los árboles moviéndose como si los empujaran y de un olor fuerte y desagradable.

«Si se tratara de uno de mis hermanos en plena furia, no tendrían la suerte de que se llevara solo a uno.
Si ellos supieran, jejeje.»

Aunque su sentido del humor le desagradaba, Chōmei tenía razón. Las desapariciones no parecían entrar en el patrón de conducta de un bijuu, y menos uno furioso. Por la manera de describir a la criatura, tampoco parece que hubiera despertado ningún recuerdo a su compañero. A no ser que de alguna manera, Kurama estuviera implicado y formara parte de algún plan, claro.

De repente, esa idea le pareció más que plausible. Podía ser alguna especie de animal salvaje, pero eso no explicaba la desaparición de los ninjas de Uzushiogakure. ¿Y si aquella malevola criatura y sus generales implicados?

La situación no era buena, y la información que tenía era escasa. Esa criatura parecía lo bastante rápida, a pesar de su tamaño considerable, como para raptar a las personas y desaparecer. Debía de tener su hogar en las profundidades de la selva.

« Es un riesgo, pero merece la pena intentarlo » — Si de verdad le traía algo de información, sería la primera pista que habría conseguido de Kurama después de meses de búsqueda en vano.

— Si dices que es gigante, debe de haber dejado alguna clase de huella o rastro que seguir — dijo Juro, para luego dirigirse al padre —. Iré, pero necesitaré un guía que me asegure no perderme en mitad de la selva. ¿Serás capaz ?

Claro que la situación también podía ser diferente: podía ser todo una trampa. No es que desconfiara de un hombre tan desesperado como el que tenía delante, pero todo era posible y no necesitó preguntar a Chōmei para ver que él también opinaba lo mismo. Juro estaba alerta, más que alerta. Observó cada movimiento del hombre y le permitió ir delante, puesto que nunca le daría la espalda a nadie a voluntad propia. Solo cuando hubiera afirmado y empezara a caminar, le seguiría.
L-lo seré —dijo, aunque Juro pudo darse cuenta que no lucía muy convencido.

A su lado, pegados a la pared, lucían varios carteles con distintos rostros. Ryū —también conocido como Ryūnosuke—, Otohime, Uchiha Akame, Uchiha Zaide, Kyūtsuki. Bajo los retratos, un número muy alto: el precio por sus cabezas. En rojo, la advertencia de avisar a cualquier autoridad cercana si se atisbaba alguno de estos individuos.

Cuando salieron a la luz del sol, les recibió una brisa fresca. El llamado Kiro inició la marcha, seguido de un Juro que no le perdía la vista. No obstante, no habían recorrido ni diez pasos cuando oyeron la puerta de la taberna abrirse de nuevo.

¡Oh, vamos! ¡Voy a ayudar a un padre a rescatar a su chiquilla! ¿De verdad vas a tener el morro de cobrarme, mientras tú te quedas ahí? Eso pensaba. —Se trataba del hombre de pelo largo y liso, de ojos tan azules que parecían irreales. En su mano, una botella de sake. Dio un trago antes de dirigirse a ellos dos—. He oído que necesitáis un guía, ¿hu… ¡hip!? —hipó, no tan borracho como para caerse por los suelos, pero sí para tambalearse más de lo debido—. Nadie conoce esa selva mejor que… ¡hip! Que yo. Dejadme ayudaros.
El exiliado alzó una ceja en un claro desacuerdo con la afirmación del hombre. No parecía convencido y dudas, en un momento así, solo podían acabar llevándoles a un destino fatal. En un mal escenario, Juro podía salir volando de ahí y utilizar diferentes clones en busca de una posible salida, pero requería esfuerzo, tiempo y desvelarse ante alguien.

Pero... ¿Qué otra opción tenían? El hombre estaba desesperado y afirmaría lo que fuera para salvar a su hija. Juro, tras volver a pensar que aquello era una de las peores ideas que había tenido en meses, decidió continuar.

Mientras salía, no pudo evitar fijarse en los carteles que había. Dragón Rojo. Frunció levemente el ceño. No sabía mucho sobre ellos, pero la masacre que se había cometido no hace tanto tiempo era más que conocida, desatando un desorden a nivel mundial. Sinceramente, no podía quejarse: eso había conseguido que al menos, por un tiempo, la gente se olvidara de él. Quizá le habían ayudado a pasar mucho más desapercibido, aunque en el fondo, sabía que Kusagakure no dejaría de buscarlo hasta que estuviera muerto.

Sus ojos se detuvieron un segundo más en Uchiha Akame. Lo conocía. Solo de un par de encuentros, pero nunca hubiera imaginado que acabaría en un lugar así. Claro que su destino tampoco había sido precisamente el previsto. En fin, tenía más cosas de las que preocuparse.

Mientras salían, la puerta de la taberna se abrió otra vez y de ahí salió un hombre de pelo largo y ojos azules con una botella en la mano y una borrachera encima considerable. Se acercó a ellos y se ofreció a ayudarles, haciendo de guía. Al principio Juro pensó que era broma, pero cuando entendió la situación, no pudo evitar sentir un escalofrío aún mayor. Ya era bastante tener que cargar con el padre para que encima ahora viniera otro elemento problemático más a la ecuación.

— No veo que estés en buenas condiciones, precisamente — replicó Juro, con un tono más seco del que normalmente utilizaría. El meterse en el personaje le estaba afectando —. Vamos en busca de un monstruo y una niña en peligro. No es ningún juego. ¿Qué harás si nos atacan? ¿Podrás mantenerte en pie?

Puede que necesitaran un guía, pero no quería mandar a un hombre hacia la muerte. Y tal y como estaban las cosas, podía ser lo más probable.
El hombre soltó una carcajada áspera y rota, mucho más grave y alejada de su habitual timbre de voz.

A mí todavía no me habían destetado cuando… ¡hip!, mi padre me enseñó a cazar osos —replicó, quizá por un coraje falso que solo el alcohol podía proporcionar—. Además, ¿qué más da? La vida de un borracho acabado pesa menos que la de una cría inocente.

Se llevó la botella a la boca e inclinó la cabeza hacia atrás. Un trago. Dos. Tres. Cuatro. Con el quinto no quedó alcohol que beber y estampó la botella contra el suelo.

¿A qué espe…? ¡Hip! ¿A qué esperamos?

Al acercarse a ellos —no en una línea muy recta, cabe decir—, Juro pudo apreciar en los ojos de aquel hombre, de un azul muy intenso, que tenía la vista algo nublada.

¡Toda ayuda puede ser buena, no perdamos más el tiempo! —exclamó Kiro, impaciente.
Juro — desde su disfraz de hombre adulto — no pudo evitar alzar una ceja cuando escuchó al borracho. La fanfarronería era habitual entre los que se daban a la bebida y por lo que sabía, cuanto más bebían menos capacidad tenían para percibir un verdadero peligro incluso cuando lo tenían delante de sus narices. Por eso, las perspectivas que el viaje le ofrecía no eran muy halagüeñas.

El hombre, no contesto con la cantidad ingerida, se terminó la botella. El marionetista sintió repulsión: por su forma de caminar, totalmente torcida y por sus ojos azules y nublados. Era un estorbo, una verdadera perdida de tiempo.

« Aunque, si algo de lo que dice es cierto, evitará que nos perdamos en la selva » — Excepto si se quedaba inconsciente. Entonces tendrían que cargarlo y echaría todo a perder. Maldijo por lo bajo. Si el padre al menos tuviera la más mínima idea de por donde ir, entonces podría dejar al borracho en tierra. Pero tal y como estaban las cosas, las dos opciones le parecían mal.

Suspiró internamente. ¿Qué hacía? Con un poco más de tiempo, buscaría algún mapa o una persona en mejor condiciones, pero era cierto que el tiempo apremiaba y tenían que partir. Esa niña podría estar en un verdadero peligro.

— De acuerdo, pero si te desmayas debido a tu borrachera o dejas de sernos útil en algún momento, no dudaré en dejarte ahí — replicó Juro, mordaz —. Vamos. Guiadme hasta el lugar.

Al igual que antes, se quedó en la retaguardia y anduvo detrás de los dos hombres, observando bien sus movimientos y sus alrededores. No solo no se fiaba del padre, sino tampoco del borracho, por muy mal estado que pareciese tener. No había llegado tan lejos escapando y escondiéndose para darle la espalda a la primera persona que se presenta como inestable y vulnerable a la primera de cambio.

«Me pregunto qué clase de fortuna nos aguarda.
¿Será la suerte o la desgracia la que nos lleva?»

Al parecer, Chōmei se lo estaba pasando en grande. Juro pudo sentir la risa del bijuu desde el interior de sus entrañas.

« ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me encanta tu sentido del humor? »
Ante la advertencia de Juro, el borracho agachó la cabeza en un intento de reverencia que casi consigue tirarle al suelo. Kiro chasqueó la lengua, visiblemente molesto y nervioso al mismo tiempo, pero encabezó la marcha sin protestar. El borracho le siguió y, a la cola, venía Juro.

Atravesaron un campo de té y luego una pradera donde una pareja de ancianos echaba hierba a un carro. Kiro les informó rápidamente de la situación y tomó prestada una horca mientras que el borracho optó por pillarse una hoz larga. Dos herramientas agrícolas que, en buenas manos, bien podían ser letales. Los ancianos les desearon suerte desde la distancia, muertos de preocupación.

Los pasos del curioso grupo de rescatadores atravesaron más campos de té hasta poco a poco ir introduciéndose en la maleza. De tanto en tanto, el borracho miraba hacia atrás, comprobando que Juro les seguía, y siempre lo hacía torciendo mucho la cabeza, como si tuviese que enfocarle con los dos ojos para poder distinguirle bien.

¿Cómo te llamas? —preguntó en una ocasión, sin molestarse en ofrecer primero el suyo.

La selva les envolvía desde hacía ya un buen rato. Era curioso como en unos minutos podían entrar en un mundo tan distinto. De los campos perfectamente divididos, los caminos limpios y la hierba segada habían pasado a la naturaleza más primitiva. Los árboles les envolvían por doquier. La hierba y la maleza les llegaba hasta el pecho, a veces incluso por encima. Se oía el canto de pájaros, el de monos, el de criaturas que Juro no era capaz de reconocer. En su mayoría sonaban distantes. En ocasiones, demasiado cerca como para estar cómodos.

Cruzaron un riachuelo y llegaron a una concentración de árboles que daba guayabas. Varios de estos frutos estaban desparramados por el suelo, junto a un cesto volcado.

Aquí. ¡Aquí fue! —exclamó Kiro, con la voz a punto de rompérsele.

El borracho hincó una rodilla al suelo y luego apoyó una mano para no perder el equilibrio. Tardó unos largos segundos en enfocar la vista sobre una gran huella.

Parece la huella de un… ¿gorila?

Si miraban hacia adelante, verían varias ramas partidas y arbustos aplastados, como si una gran mole los hubiese atravesado en línea recta.
Los tres hombres avanzaron sin perder más tiempo. Atravesaron los campos de té y una pradera cercana, para luego ir introduciéndose en la maleza. De camino, se cruzaron con una pareja de ancianos que, amablemente, cedieron dos herramientas agrícolas a sus compañeros de viaje. Juro se mantuvo al margen, consciente de que en una posible pelea, esos dos solo le supondrían estorbos. Aun así, no se lo impidió: al fin y al cabo, no podía quitarles el derecho a luchar por su vida.

Un hecho que le preocupó sumamente le vino a la mente en cuanto comenzaron a caminar. El borracho que afirmaba ser su guía parecía querer comprobar si el marionetista le seguía, y al hacerlo, torcía la cabeza. Mucho.

Entonces, la razón acudió a Juro como mensajera poco deseada.

«¿Y si este hombre tiene problemas de visión? » — Sus ojos nublados al principio le habían parecido otro síntoma de su alcohol, pero... ¿Y si era así? No era ciego, pero parecía tener dificultades para enfocar. Si era de cerca o de lejos, era algo que ya no controlaba, y el que estuviera como una cuba tampoco ayudaba.

Por primera vez se sintió un tanto inquieto mientras avanzaban por aquel mundo natural. Allí donde la humanidad no se había atrevido a poner su firma, los árboles crecían irregularmente reclamando la tierra como suya, los hierbajos cubrían casi todo su cuerpo y criaturas misteriosas amenazaban a los intrusos con su mirada. Juro se sintió un explorador al principio, pero pronto, esa sensación pasó y se dio cuenta de que otra verdad: ellos no debían de estar ahí. Estaban metiéndose en terreno prohibido.

— Soy solo un viajero errante. Mi nombre no importa mucho — contestó Juro, cuando el borracho quiso saber su nombre. Podría haberle mentido, pero estaba demasiado concentrado en su alrededor como para enfocarse en su personaje.

No hubo tiempo para hablar. Cruzaron el riachuelo y, junto a una concentración de guayabas, encontraron un cesto volcado. El padre les comunicó, de manera desesperada, que ahí había sido el lugar donde ocurrió el accidente.

Juro observó los alrededores con rapidez. Tal y como el hombre decía, había una huella enorme de un animal desconocido para él. Arbustos aplastados y ramas partidas en línea recta, que daban a entender que una criatura enorme las había atravesado de manera descontrolada. Era imposible que aquello fuera un engaño: de verdad se enfrentaban a un animal gigante.

— Primero una serpiente, luego un tigre y ahora un gorila. Menudo monstruo más variopinto — comentó Juro, con sorna. La verdad es que la cuestión no le parecía nada graciosa, pero no podía sonar nervioso. Fuera lo que fuera, lo exterminaría, de eso no había duda —. Bueno, al menos lo tenemos, ¿no? Solo hay que seguir el rastro de su destrucción y llegaremos a su guarida.

Con suerte, aún no sería demasiado tarde.
El borracho le lanzó una mirada extraña a Juro.

Variopinto, ¿huh? Fíjate bien —dijo, tratando de señalar la huella. Con lo grande que era hasta con la vista nublada era imposible de fallar—. Será la huella de un gorila… pero triplica el tamaño del que dejaría una mano adulta.

Semejante dato parecía haber espantado parte de la borrachera de aquel hombre.

Mi niña… ¡Tenemos que ir cuanto antes! —exclamó Kiro, con la voz a punto de rompérsele.

El hombre ebrio se irguió, tambaleándose momentáneamente por lo abrupto del movimiento, y avanzó siguiendo el rastro. No hacía falta ser muy buen cazador para no perderlo: no solo había arbustos aplastados y ramitas partidas, sino que incluso había algunos troncos doblados por la fiereza de aquella bestia.

Tuvieron que caminar por veinte largos minutos hasta que atravesaron la selva y empezaron a subir por la ladera de una montaña. Allí, hallaron una cueva no muy escondida. El hombre de pelo largo se agachó un momento para recoger algo, y luego se lo dio a Juro.

Era una placa con el símbolo de Uzu grabado, empapada de una masa viscosa, como si algo lo hubiese vomitado.

Sea lo que sea ese monstruo, está ahí dentro —apostó, señalando la entrada de la cueva.
Juro observó, con calma, el hecho que el hombre estaba mencionado. No era experto precisamente en gorilas, pero no era muy difícil darse cuenta que ni si quiera un ejemplar anormalmente grande podría llegar a tales dimensiones de manera natural. La situación era muy extraña. Por alguna razón, no pudo evitar la sensación de que había algo que se le escapaba.

« Los animales son criaturas afortunadas, pero incapaces de algo así por sí mismos.
Si pones chakra de por medio, ya es otra historia...»

Sí, eso lo había pensado, pero...¿Un animal con chakra? Juro descartaba rotundamente la opción de que aquella criatura fuera como Chōmei. Eso implicaba que había otro factor en juego. ¿Y si fuera alguna clase de ilusión? Imposible, por las huellas y la destrucción, pero no podía descartarla alegremente. Otra opción podría ser la intervención de un tercero, alguien que estuviera utilizando al animal o incluso controlándolo, como un titiritero mueve los hilos de su marioneta.

« Sea lo que sea, es demasiado para una persona ordinaria » — reflexionó, para sí mismo, observando a los dos hombres que tenía delante.

Terminaron de atravesar la selva, en silencio. La tensión se podía palpar en el ambiente y ninguno de los hombres tenía ganas de conversar. Empezaron a subir la ladera de una montaña tras abandonar aquel paraíso vegetal, y ahí, frente al gigante rocoso, encontraron una cueva. Cerca de ella, una placa con el símbolo de Uzu, empapada.

En ese momento se confirmó: aquello que había dentro era demasiado, incluso para los ninjas ordinarios.

— De acuerdo. Ambos habéis cumplido vuestra parte. Quedaos aquí y no hagáis preguntas — afirmó Juro. Supo que pedirle a un padre que se quedara fuera en un asunto que involucraba a su hija era caminar por terreno quebradizo, pero aun así prosiguió —. Entraré solo a la cueva y me encargaré de ese monstruo.

Repasó mentalmente los venenos con los que contaba, mientras se acercaba a la entrada de la cueva. Se asomó para observar lo que había delante. No podría determinar la profundidad, pero al menos, podría ver si había una oscuridad completa o si había humedad. Necesitaba elaborar un plan antes de avanzar. Aunque lo consideraba poco probable, se preparó por si la criatura, alertada por su presencia, tratara de salir de su guarida.
Juro pronto se dio cuenta que aquella no era una de esas cuevas en las que podía ver su fondo de un rápido vistazo. Al contrario, se hundía en la montaña como un pozo profundo y oscuro, de tamaño incierto.

Sucedieron entonces tres cosas.

La primera: Juro oyó un siseo, luego un rugido, luego algo retumbar en las profundidades de la cueva.

La segunda: Chōmei sintió algo inaudito en las entrañas de su ser. Sintió… Sintió el chakra de Kurama burbujeando en algún punto oscuro de aquella cavidad subterránea.

La tercera: unas palabras. Simples, pero reveladoras.

Te sugiero que deshagas ya ese Henge, chico. —Las palabras las pronunciaba el borracho desde la distancia. Apoyado en la hoz larga que se había cogido prestada, y al lado del padre de la niña, que le miraba con expresión confusa, mantenía su mirada atenta en Juro—. Algo me dice que necesitarás todos los sentidos puestos ahí adentro.
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