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Versión completa: (C) Desaparecidos, pero no olvidados
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Viento Gris, Año 220

El clima político de Ōnindo estaba tenso, pero incluso fuera de la ajetreada vida de las aldeas shinobi, el mundo seguía su curso. Con su día a día, con sus cosas buenas y su cosas malas. «A veces me pregunto en que clase de problemas me voy a terminar metiendo.» Nao, un genin literalmente recién graduado, quién pasó de una vida hasta cierto punto normal a formar parte de una aldea oculta que parecía tener que lidiar con varios problemas. Aunque sólo viese las noticias en la prensa, sentía que de pronto el mundo era muy grande y él muy pequeño. Pero aún así estaba dispuesto a enfrentarlo, y el desafío llegó esa misma mañana a su puerta en forma de pergamino marcado con la letra C. «¿En serio me van a mandar a una misión de esta categoría? Alguien me debe tener mucha estima ahí arriba leyendo mi expediente, o están faltos de personal con todo el ajetreo de los últimos meses.»



(C) Desaparecidos, pero no olvidados


Publicada en: Amegakure
Rango recomendado: Genin/Chuunin
Solicitante: Arisaka Nanbu
Lugar: Shinogi-To

El señor Arisaka Nanbu es dueño de una armería en la ciudad capital del País de la Tormenta, aunque ha empezado a notar movimientos extraños ocurriendo cerca de su negocio. Aparentemente, ha habido una disminución en la población indigente del sector, especialmente niños, coincidiendo curiosamente con la construcción reciente de un orfanato en la zona aledaña. Los guardias locales parecen no preocuparse por estos "secuestros" que el señor Arisaka especula se están sucediendo, así que ha solicitado apoyo ninja para investigar este caso.

Para esta misión se ha asignado a Umikiba Kaido como líder de la misión, teniendo a su cargo a los genin Himura Ren y Akamatsu Nao. Deberán encontrarse con el cliente en la entrada de la aldea a las doce del día de la entrega de esta nota para partir inmediatamente hasta la ciudad y que el cliente informe de los detalles.

La misiva llegó temprano en la mañana y apenas pudo recogerla para intentar ver a quién la había dejado, pero parecía que se enfrentaba al cartero más rápido de Amegakure, pues no alcanzó a divisar a nadie. Por lo menos, así tenía tiempo de sobra para alistarse y llegar al punto de encuentro. Sus futuros colegas habrían de recibir un pergamino cada uno de la misma manera. Por su parte, su mayor preocupación era pensar en no dar pena ajena siendo un novato en un caso que parecía algo complejo pese a los imple de su planteamiento. «Pero viéndolo bien, quizá puede salir una buena anécdota de misterio para contar luego.» Todo lo que le sirviera de material para su trabajo, era bienvenido. Y parecía tener una tentadora carnada con este caso.

Se encaminó con su karakasa, protegiéndole de la lluvia mientras llevaba una pequeña mochila con lo estrictamente necesario. ¿Sus compañeros ya habrían llegado? Quería llegar a tiempo, pero no demasiado temprano. No era de los que le gustasen especialmente los momentos de socialización, así que se dirigió a la entrada de la aldea como se le indicó.
El modesto local de Nanashi había abierto sus puertas hace un par de horas. Y como desde hace bastante tiempo, Ren no bajo a ayudar a Nanashi; a este no le importaba, pues jamás había visto a la joven de esa forma. Se pasaba las horas encerrada en su habitación, apenas comía y mucho dirigía dos palabras; ni siquiera había comprado más mangas o libros sobre samuráis, releía los que ya tenía y se había deshecho de algunos en concreto por alguna razón.

¿Cuanto tiempo lleva ya así? — Oda sorbió de una pequeña taza de cerámica algo de té verde.

¿Cinco? ¿Cuatro? No lo sé, ya he perdido la cuenta — se cruzó de brazos, apoyando la espalda en la estantería donde tenía una gran variedad de bebidas alcoholicas, con botellas de diversos colores y tamaños. — Por más que intento convencerla de salir a algún lado, no accede. Apenas come, y le da igual lo que le ponga en el plato. Ya ni quiere tomar sopas de ajo o el arroz que tanto le gusta. Esta muy apagada, distante.

A mí tambien me preocupa

Claro, porque ya no prepara ese café que tanto te gusta

Eso es secundario, gilipollas — respondió con su ronca voz, era un hombre mayor así que no se solía morder la lengua. — Reamente me preocupa, deberíamos hacer algo

Le ha llegado esta mañana una nueva misión — afirmó enseñando un pergamino en la mano. — Ya la he llamado, pero si tan mal esta no se si...

De la pequeña puerta con la que tras subir unas escaleras llegaban a la parte de la casa, Ren apreció, sentándose en el desnivel para atarse sus zapatillas blancas. Llevaba sus ropas habituales; una camisa de manga larga oscura y una especie de sudadera sin mangas blanca encima, bandana, pantalones reglamentarios, sus zapatillas blancas y en su cintura un daisho de un bokken y una wakizashi. Los dos hombres adultos intercambiaron miradas.

Aqui tienes, te he preparado tambien algo de almuerzo. Llevas... — Le entregó el rollo y una pequeña fiambrera, la cual dejo sobre la barra sin gestar más palabra. Abrió la puerta y se puso la capucha tras alzar la cabeza mirando la intensa lluvia.— Y asi, todos los dias.

Sigh... ¿Qué le pasa?

No tengo ni idea. Pero por fin ha dejado su cuarto. Voy a aprovechar para darle un repaso, cambia el cartel y haz como que estoy cerrado

Caminó durante un buen rato antes de pararse a pensar en que realmnete no tenía ni idea de a donde debía ir, solo estaba caminando un poco sin rumbo por lo que se detuvo bajo algo de cobertura en una librería cercana. Abrió el pergamino para leerlo por primera vez, y tener que releerlo un par de veces hasta tener claro su destino. Había tomado un camino totalmente opuesto, por lo que se tuvo que dar la vuelta. Todavía quedaban varias horas, pero no quería llegar tarde, por lo que se apresuró un poco en llegar hasta la entrada de la aldea.
Era la hora acordad, pero pese a todo parecía que Nao había sido de los primeros en llegar. «Y ahora resulta que para llegar tarde, me tengo que esforzar un poquito más.» Suspiró para sus adentros mientras se acercaba a la entrada de la aldea.

Nao volteó a ver a los lados, y notó que había alguien más acercándose. Ese alguien era de cabello negro y corto, pero venía con un paso algo lento que le daban ganas de ir a halarle del brazo para que se diese prisa que el cliente parecía ya debería tener su tiempo esperando. Pero él no era de esos arrebatos, sino que se acercó trotando hasta la persona para llamar su atención.

—Buenos días — Hizo una reverencia leve amparado por la cubierta de su paraguas, tratando de no perder los modales en ningún momento. —¿Es usted Himura Ren? — No veía chaleco táctico, ni mucho menos la placa de chūnin, por lo que obviamente no se trataba del líder de misión, el mentado Umikiba Kaido. —Mi nombre es Akamatsu Nao, creo que hemos sido asignados como compañeros en esta misión — Añadió.

Al fondo de donde ellos estaban, estaba esperando un carruaje negro tirado por dos caballos. El cochero estaba cuidando de los animales mientras un hombre bien vestido esperaba con un paraguas bajo la incesante lluvia. En cuanto vio a los dos jóvenes, el galante caballero se acercó a paso parsimonioso hasta dónde se hallaban.

—Oh, shinobis, shinobis. Justo a tiempo, los he estado esperando —. Comentó el caballero, quién además de sus formales ropas, tenía un sombrero de copa y un simpático bigote en color gris al igual que sus cabellos. —Tengo mi carruaje listo para partir. Sé que es más lento que los trenes, pero para la corta distancia que hay entre la aldea y Shinogi-To prefiero hacerlo a la antigua, pues lo encuentro más relajado que el traqueteo de los rieles —. Acarició su mentón, como si hubiese recordado algo de pronto. —¿No falta uno? Que se me indicó que serían tres personas.

¿Dónde estaba Umikiba Kaido?
—¡Joder, por qué me tiene que pasar esto a mí, y justo ahora, coño! —mentaba el escualo, que correteaba por los alrededores de su piso como quien busca una aguja en un pajar. Mentaba aquí y allá, intercambiando miradas con el reloj de pared, que parecía recordarle con cada tic-tac que iba a llegar tarde a una jodida misión oficial. Pero no lo hallaba. No hallaba el puto pergamino, y sin el pergamino, no era capaz de discernir el punto de encuentro con el solicitante y los otros dos shinobi que pudo leer la noche anterior, de reojo, que habían sido convocados bajo su cuidado—. donde coño estás, papel de los cojones. ¡Dónde!

. . .

El chapoteo de sus botas ninjas acompañaba su paso. Kaido corría, corría, y corría; dando giros allí en donde sabía que podía encontrar atajos que le permitiesen llegar a tiempo. Conocía Amegakure como la palma de su mano —tres años ausente no habían servido para que olvidase sus dotes de callejeo—. así que, gracias a esa pericia para moverse por las lúgubres entrañas de la Aldea, fue que pudo dar con el puente justo a tiempo.

Kaido se acercó e irrumpió en la escena con su pletórica sonrisa de tiburón.

—Le indicaron bien, caballero. Umikiba Kaido, líder asignado para esta misión. Lamento la tardanza.

Qué decir de Umikiba Kaido. Ninguno de los genin le conocían. Y siempre la primera impresión era la más abrumadora. Kaido era alto. Bastante para su edad. ¿Quizás un metro ochenta? él te iba a decir que sí, aunque puede que fuera un poco menos. También era portentoso en musculatura. Un tipo curtido, vamos, de los que piensas que una hostia suya debe doler bastante. Su piel, pues tan azul como el mismísimo mar, y su cabellera del mismo color, larga y fluctuante como las olas rompientes de un morro. Llevaba los brazos de yuques descubiertos, con el chaleco táctico calzado en el pecho y su placa identificatoria bordada en uno de los compartimientos de la pieza. Por encima, un largo y oscuro haori con grabados de olas blancas recaía sobre su regazo, aunque no tan largo como para tapar sus pantalones militares camuflados. A su espalda, haciéndole sombra, su fiel acompañante: Nokomizuchi.

Miró a Nao y a Ren y les sonrió. Luego atizó al carruaje con ojos de desaprobación.

—¿Iremos en ese cacharro?
Se abstrajo un poco en el camino en sus pensamientos, pero ya estaba cerca del destino, aunque para cuando quiso darse cuenta, un joven de cabellos castaños se acercó hasta ella dispuesta a asaltarla a preguntas.

—Buenos días — dijo tras una reverencia intentando mantenerse seco bajo su paraguas. —¿Es usted Himura Ren? Mi nombre es Akamatsu Nao, creo que hemos sido asignados como compañeros en esta misión —

Oh, sí, soy Ren. Un placer — respondió un poco sorprendida ante sus finos modales.

Y no muy lejos de ellos, les esperaba un curioso carruaje oscuro con un hombre a la espera bajo un paraguas. Vestía de forma bastante elegante, caballeresca incluso, que se acercó a los jovenes cuando estos recortarón distancia.

—Oh, shinobis, shinobis. Justo a tiempo, los he estado esperando —. Comentó el caballero, quién además de sus formales ropas, tenía un sombrero de copa y un simpático bigote en color gris al igual que sus cabellos. —Tengo mi carruaje listo para partir. Sé que es más lento que los trenes, pero para la corta distancia que hay entre la aldea y Shinogi-To prefiero hacerlo a la antigua, pues lo encuentro más relajado que el traqueteo de los rieles —. Acarició su mentón, como si hubiese recordado algo de pronto. —¿No falta uno? Que se me indicó que serían tres personas.

Era cierto, les habían asignado a alguien que haría de supervisor en la misión. Tras echarle un vistazo de arriba abajo a aquel hombre, así como al carruaje viendo como todo revosaba de elegencia, seguramente se trataban de gente importante, por lo que lo mejor era poner a alguien con experiencia al mando para ver como se desenvolvia la generación más joven y de paso, evitar crear algún conflicto con aquella gente, si es que tenía algún poder ya fuera político o económico sobre la aldea.

—Le indicaron bien, caballero. Umikiba Kaido, líder asignado para esta misión. Lamento la tardanza. — dijo el último integrante, que apareció poco después.

Otra nueva sorpresa para Ren; era un chico ligeramente más alto que ella y con una complexión notoriamente fuerte pero lo que realmente llamó su atención fue el color de su piel, asi como una dentada sonrisa similar al arma que llevaba a la espalda, que pudo observar cuando pasó de largo frente a ellos para golpear con suavidad el carruaje.

Eso parece. En cualquier caso, parece que nosotros somos los genins de los que tienes que hacer de niñera — añadió con un suave bufido. — Soy Ren, y él es Nao — posó una mano sobre el centro de su pecho, y luego se giró con levedad señalar con la mano hacia el cielo a Nao, con algo de formalidad.
¿Conocen lo que es una escena rara? Pues justamente la que acababa de suceder frente a los ojos de Nao cuando su líder finalmente apareció, y se trataba de un chico gigantón de piel azul y dientes muy filosos. No le gustaba ser maleducado, pero no pudo evitar parpadear varias veces al distinguir su figura. «¿Pero de que libro han sacado a este sujeto?» Lo primero que se le vino a la mente es que Kaido encajaba en la vieja descripción de un samebito o kōjin. Físicamente era similar a las descripciones de esos hombres tiburón de los cuentos, o al menos de la cintura para arriba, aunque el color de piel desencajaba también. Pero bueno, los mitos tenían que venir de algún lado, ¿no? En general, él tenía esa visión que muchos cuentos misteriosos que dibujó su abuelo en los emaki, tenían raíz en el mundo ninja. Pues desde la vista de los civiles, los ninja eran una suerte de hechiceros o similar. Lo que no sé esperó, es que alguno de esos viejos cuentos era mucho más literal de lo que pensaba.

Por su lado, el cliente se tomó la llegada del otro dando un brinco de sobresalto al ver al escualo humanoide.

—¡Ay pero no me den estos sustos! Que he visto ya varias cosas en la vida pero no a alguien tan terrorífico, y mira que a mi edad eso ya es mucho decir — El hombre se llevó la mano al pecho, aunque la sorpresa pasó a enojo cuando el muchacho despreció su amado transporte. —Te perdono que casi me mates de un infarto pero no que te metas con mi carruaje. Que sí, que el mundo avanza, pero soy de la vieja escuela y me gusta lo clásico. Así que mientras me pueda dar el lujo de viajar como pueda, lo haré. ¡Además ya lo traje hasta aquí! No pienso irme en tren ahora —. Somató su bastón contra el piso para terminar de afirmar su posición.

Nao por su lado no sabía ni como reaccionar ante el circo de irreverencia que tenía delante. Suspiró y se llevó la mano al cinto, sacando un pincel y llevándoselo a los labios para intentar relajarse con aquel viejo mal hábito. De paso su aparente compañera no tenía inconvenientes en llamarlo por su nombre, sin honorífico alguno. «Quizá el desactualizado soy yo. Bueno, supongo que vivir con el viejo también tiene que pasar factura.»

No hizo más que una leve reverencia ante el sonriente chūnin, en vistas de que su compañera ya lo había presentado.

—Yo no tengo inconveniente en el transporte que quieran usar. El que decidan sea el más apropiado, por mí está bien. — No deseaba discutir por algo sin sentido.
Kaido se mantuvo impertérrito a las jocosas y alguna vez hirientes palabras del señor, o a las impertinentes palabras de los dos retoños que ahora tenía a su cargo. Les miró desde lo alto, con una ceja arqueada. Les estaba estudiando, para ver qué clase de nuevos shinobi eran. En muchas ocasiones no pudo evitar preguntarse, cuando aún vivía en el exilio, que de qué madera estarían hechas las nuevas generaciones de amejines. Con lo que había salido de su promoción —muchos ninjas fuertes y de gran protagonismo en los eventos más actuales de todo Ōnindo—. no estaba seguro de si las siguientes contarían con la misma suerte. No es que dudara ahora mismo de Himura Ren o de Akamatsu Nao, pero iban a ser ellos los encargados, en mucho tiempo, de convencer a Umikiba Kaido de que los genin del ahora valían la pena.

Uhmm. Vayamos en el carruaje, pues, si tanto insiste —dijo—. aunque no puedo dejar de sentir curiosidad de porqué vino hasta Amegakure, siendo que podíamos encontrarnos con usted, allá en Shinogi-To; que es donde parece tener usted tener un problema. Pero bueno, supongo me lo contará todo en el camino. Súbanse, muchachos.
Volver a poner un pie en ese carro, significaba salir al exterior nuevamente, además por tiempo indefinido. Habían pasado meses, casi un año del incidente en los Dojos en el que ella participó, sin saber que quien era ahora su superior era uno de los que participaron en aquella masacre. ¿Le aterraba morir? ¿Y a quién no? Pero aquel sentimiento de rechazo no era por miedo al exterior, a poder morir en una misión, volver lesionada de por vida o similar; su herida estaba en el corazón.

Alzó lentamente una mano, con la peor expresión de angustia que fue capaz de poner captando seguramente la atención de todos, para posteriormente dirigirse a su superior cara a cara con una mirada cansada y caída. No estaba fingiéndola, su horario de sueño estaba destrozado; le costaba conciliar el sueño, si dormía era en intervalos cortos y ni siquiera sus historias de samuráis que tanto le fascinaban conseguian distraerla o calmarla un poco.

Kaido-dono — ante todo, seguía manteniendo esas formalidades frente a los superiores, aunque estos solo fueran a serlo por algunas horas. — Tal vez simplemente no debí haberme presentado. Me vuelvo a casa, solo voy a ser un estorbo en la misión y... Bueno, no estoy preparada para salir todavía al exterior después de lo de los dojos — mentía.

Lo que más quería en el mundo era salir de aquella ciudad en la que la lluvia jamás cesaba, en la que ahora comprendía lo de que esos días grises acababan mermando el ánimo de muchos, y volviendolos gente decaída y depresiva. Quería buscarla, necesitaba encontrarla; pero llevaba más de seis meses sin responder a una sola de sus cartas.

Con su permiso, lo siento. Si es necesario iré a reportarlo yo misma que abandoné la misión — añadió con una leve reverencia, en la que apenas se inclinó más allá de agachar la cabeza y ocultar su rostro entre sus cabellos mojados.

Y si nada más se lo impedía, se marcharía entre las calles de la ciudad con un lento paso, en dirección de vuelta a casa al contrario de como había afirmado.
—¿Curiosidad de porqué vine acá? Realmente no creo tener un motivo que sea de tu interés, más allá de que soy un viejo aburrido que de vez en cuando quiere ver algún paisaje distinto, aunque el único cambio sea que los edificios sean de metal y no de piedra — agitó la mano para restarle importancia y caminó apoyándose en su bastón para llegar al carruaje. —Aunque sí que tengo algunas cosas que contarles.

El cochero de inmediato se acercó abriendo las puertas para su señor, y también sosteniéndola esperando a que los shinobi también entrasen.

Ante la postura del chūnin de cooperar con el cliente, Nao simplemente asintió en silencio y planeaba subir al carruaje cuando su compañera de pronto levantó la mano para pedir la palabra. «¿Y ahora?» Escuchó atentamente a Ren, quién parecía estar rindiéndose ahí mismo. «Cielos...» Ren estaba dispuesta a marcharse con la misma parsimonia con la que llegó, y esto desconcertaba bastante al castaño. ¿Qué le habría ocurrido? No creía que fuese del todo por la misión, pues ella mencionó algo sucedido en el Torneo de los Dojos. «Así, que estuvo presente en esos hechos.» ¿Pero que haría con esa información? No la conocía de nada. ¿Qué iba a hacer? ¿Detenerla y convencerla de lo contrario? Ciertamente en otras circunstancias quizá, y sólo quizá, hubiera intentado detenerla. Pero estaban por salir de misión y las decisiones no las tomaba él, por lo que tuvo que abstenerse de actuar.

Y con las mismas, también se abstuvo de comentar nada. No se sentía en posición de hablar.

Sin embargo el cliente tenía otra opinión, y claramente no se iba a contener en expresarla.

—¿Y ahora? ¿Está bien que se vaya así sin más? — Se dirigió a los shinobis que quedaban presentes. —No quiero sonar insensible, pero se me informó que serían tres ninjas y ahora tenemos uno menos. No sé si será reemplazada o si nos marchamos de todas maneras. En realidad, me da igual como quieran proceder, pues ustedes saben lo que hacen. O eso quiero creer.