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El acero sangrante - Versión para impresión

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RE: El acero sangrante - Narrador - 18/11/2022

El húmedo y asfixiante calor de aquella isla pronto se hizo presente, agotando al joven que buscaba, desesperado, algún tipo de ayuda para poder retomar su viaje. Allí había madera de sobra, si es que lo que quería era construir una balsa. Podía encontrar comida sin problemas: aparte del pescado fresco que podía extraer del mar, en aquella isla habitaban unos gordos y feos jabalíes que parecían, eso sí, clavar la vista en la espada de Reiji y salir corriendo en cuanto veían al muchacho.

Sin duda, allí había una gran cantidad de recursos, para lo que quisiese hacer. Reiji había explorado nada más que las capas exteriores del círculo de cocoteros y arbustos. Cada vez se hacía más denso. Podía reunir todo lo necesario ahí mismo, o quizás adentrarse en el bosque.

De pronto reparó en que había un ligero olor a humo, colándose entre los agradables aromas de las flores y la boñiga de cerdo.


RE: El acero sangrante - Sasaki Reiji - 23/11/2022

Calor. ¿Asfixiante? Quizás para una persona normal y corriente quizás. Al fin y al cabo, era una isla, y la humedad hacia su trabajo. Pero Reiji... La forja había sido su hogar durante muchos años, había pasado más tiempo allí que en la academia, y por eso, tal vez, estaba más que acostumbrado al calor intenso.

A parte de comida y los materiales para construir una balsa, allí no había nada. ¿Que esperaba encontrar cuando se adentró? ¿Un templo secreto que ocultase una armadura mágica que le permitiera volar o algo así? Eso solo pasaba en los cuentos. ¿Aliados?¿En mitad de la nada? Desde luego aquellos jabalíes que huían rápidamente tampoco parecían nada especial.

Se estaba arrepiento por un momento de no haber cruzado el mar corriendo, o de no haber decidido hacer una balsa con los cocoteros para cruzar ni que fuera un tramo, pero de repente... Humo. No lo veía, pero podía olerlo entre la humedad, las plantas y las heces de los animales.

¿Amigos?¿Enemigos? ¿O quizás otro Bijuu del lado de kurama que venía a darle por saco? Al fin y al cabo, si había bijuus pulpo, bijuus tortuga e incluso un mapache de arena, seguro que existía alguno que podía hacer fuego, o que fuera un animal hecho de humo.

De todos modos, no tenía tiempo suficiente para dudar, pero si para actuar con cautela. Lo mejor que podía hacer era seguir ese olor a humo, y acercarse a la fuente con sigilo hasta saber si se trataba de un amigo, un enemigo, o de nuevo, no había encontrado nada útil y solo seguía perdiendo el tiempo que tanto necesitaba


RE: El acero sangrante - Narrador - 30/11/2022

El rastro de humo llevó a Sasaki Reiji a un sendero entablillado con listones de madera atados rudimentariamente con una cuerda: parecía obra de alguien poco habilidoso, pero cumplía su función. Más o menos. Caminando incómodamente a través de los listones y sorteando algún hueco con un tronquito ausente, comenzó a escuchar una voz conocida. El tono era bastante apurado.

¡¡No, esperad!! ¡¡Esto tiene que contar como canibalismo!! ¡¡NO ESTOY BUENO, A PESAR DE QUE LO APARENTO!! —Era, sin duda, la voz de Akimichi Katsudon. Tampoco había dudas de que se encontraba en un brete: atado en un grueso tronco, el más grueso que los orangutanes habían conseguido hallar.

¿Los orangutanes? Ah, sí, enseguida lo explico.

Katsudon estaba dando vueltas, como si se tratara de un pollo bastante gordo al que están tratando de asar. El humo venía de la hoguera sobre la que rotaba, el mecanismo accionado por dos rudos orangutanes llenos de cicatrices. Había otros dos, de brazos cruzados y mirada ausente. Gracias a su despiste, quizás propiciado por el hambre, Reiji no tendría ningún problema en esconderse entre la maleza.

Desde allí, no le sería difícil observar detenidamente la escena. El claro parecía un rudimentario poblado. No eran muchos los individuos, tal vez unos ocho. Pero todos ellos llevaban un cinto, y atado al cinto una katana mellada bastante desagradable.

En efecto, si decidía emprender un rescate, no le sería tarea fácil. Dos de estos simios accionaban la improvisada barbacoa. Dos guardaban al frente, y otros dos guardaban a la espalda. Dos estaban dormidos bajo la sombra de un cocotero cargadísimo de frutos, allá a al menos quince metros de distancia. y los otros dos se habían montado una especie de red para jugar al voleibol con un coco.

De pronto, Reiji sintió hambre. Eso no era buena señal. Porque lo único que olía a comida allí era su buen amigo.


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