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Los pajaritos cantan - Tantei - 26/08/2015 Llovía. Mucho. Muchísimo de verdad. Casi tres veces más en ese momento que algunas horas atrás, cuando Tantei y su hermano Reisei habían llegado a Amegakure. Tenía sentido, después de todo eran la Aldea Oculta de la Lluvia, si no lloviera todo el tiempo, y por instantes con mucha intensidad, sería una gran desilusión. Aunque pensándolo detenidamente eso hacía que su propia aldea, Uzushiogakure, la Aldea Oculta del Remolino, fuera justamente una grandísima y enorme desilusión. ¿Dónde estaban los remolinos? ¿Alguien los tenía guardados? Seguramente fuera todo culpa de la vieja Shiona, ella los tenía escondidos. -¡Eh! Tan-chan, ¿escuchaste algo de lo que dije?- lo sacaron a la fuerza de sus estúpidas cavilaciones. -¿Eh? Perdón, estaba... bueno no importa, ¿qué es? ¿Ya puedo irme a recorrer la aldea solo? -Sí. Yo estaré en el edificio del Arashikage. No vayas a buscarme ahí a no ser que sea algo urgente. Si todo va bien nos vemos aquí mismo dentro de una hora- Tantei asintió. Reisei se levantó de la silla y dejo en la mesa unas cuantas monedas -Ahí hay para que pagues la comida y para que te compres alguna tontería. No te pierdas. El pelirrojo menor respondió con un suspiro. Como si eso fuera posible, él nunca se perdía. Los hermanos se despidieron chocando un puño y Reisei salió de la taberna. Ahora tenía total libertad para recorrer el distrito comercial en busca de chucherías... sí claro. No pensaba gastar el poco tiempo que tenía en la aldea donde su padre había dejado la vida combatiendo con aquella bestia mirando artesanías baratas, buscaría información acerca de aquel día. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo había sucedido? Y tal vez incluso, ¿por qué había sucedido? Salió de la taberna solo para que una verdad ineludible pusiera sus pies en la tierra: antes de cualquier investigación necesitaba un paraguas. Se estaba empapando. RE: Los pajaritos cantan - Sama-sama - 26/08/2015 Offtopic: Sea quien sea quien vaya a rolear con Tantei, queda anulado. Me pasaré a masterizar más tarde. RE: Los pajaritos cantan - Sama-sama - 26/08/2015 —¡Idiotas, más que idiotas! —Una mujer de pelo castaño y ojos de un extraño color rosa gritaba a dos distraídos chunin que echaban alegremente una partida de cartas en la caseta de guardia—. ¿Os llamáis a vosotros mismos GUARDIAS DE LA ENTRADA? —Pe... pero Yuina-senpai, nosotros... —gimió el más bajito: un ninja rechonchete con perilla de chivo que temblaba más que un flan de huevo, que un flan de vainilla y una gelatina de marca blanca caducada—. ...pensábamos que no pasaría nadie por aquí... Hoy era día festivo, la lluvia apretaba considerablemente. Ningún mercader pasaría por aquí. —Por supuesto que no, un mercader no... —musitó Yuina, iracunda—. ¡¡Pero sí un espía, maldito descerebrado inútil!! Ya veréis cuando se entere Arashikage-sama de esto... Ya veréis... —¡No, YUI-SAMA NO, POR FAVOR! ¡NOS CORTARÁ LOS HUEVOS! —El compañero del rechoncho, un hombre alto con gafas de culo de vaso, se agarró a su compañero llorando como una magdalena. —¿Todavía os creéis esos cuentos? —rió—. Creo que vuestros genitales estarán a salvo. Pero ya veréis, ya, como mínimo, preparáos para dos meses de limpieza intensiva de retretes. Un escalofrío recorrió a los dos guardias. Yuina se puso la máscara de ANBU en forma de careta de zorro, le dio un tortazo gratuitamente reconfortante a uno de los dos chunin y desapareció de allí tan rápido como había venido. ···
Justo cuando Tantei iba a salir de la taberna, fue presa de un fuerte golpe en la cabeza y de un resonar metálico que retumbó en sus oídos: una sartén. Lo único que escuchó antes de caer sobre el frío camino de piedras de la calle fue una voz grave, la del tabernero, que decía: —Se atreven a meterse en mi taberna como si yo no fuera a defender a mi aldea, estos flipados... Despertó unos minutos más tarde, o unas horas, quién sabe cuánto tiempo había pasado. Tenía las manos atadas con una robusta cuerda, un esparadrapo en la boca y estaba en un lugar que tardó en reconocer, pero que se identificó como una bodega, o tal vez un almacén. La única puerta, pesada, de hierro, estaba firmemente cerrada, de modo que Tantei no tenía escapatoria. Habían cajas desperdigadas por aquí y por allá, y toneles con contenido desconocido. De pronto se dio cuenta de que una de las cajas estaba tumbada al lado de la puerta de salida, y su contenido se había desparramado por el suelo de la taberna, tal vez por error, cuando su captor la había cerrado con fuerza. Eran redondos, peluditos y marrones. Eran kiwis. Varias decenas de ellos. RE: Los pajaritos cantan - Tantei - 26/08/2015 Lo despertó el sabor tierra, el polvo picándole la garganta, la tela envejecida colándose en sus encías. Intentó mover los brazos, pero estaba atado. Que lamentable que hubiese decidido ignorar a su Sensei en la primera clase de Ninjutsu básico, estaba seguro de que había alguna técnica para deshacer nudos. En el momento el razonamiento que había seguido se le había hecho de lo más lógico: "¿Técnica del desate de cuerdas? ¿Para qué podría querer una cosa así? Antes de necesitar tal cosa alguien debería poder atarme. Ja, imposible". Se apoyó en las rodillas y se volcó hacia adelante, con la cabeza gacha. El manojo de trapos era enorme, tanto que empezaba a sentir un intenso dolor en las mandíbulas, ¿quién había sido el subnormal que se lo había encajado en la boca? Tranquilamente le podría haber roto la mandíbula. Intentó escupirlo. Imposible. Siguió intentando. Una, dos, tres y cien veces más, hasta que finalmente lo logró. Levantó la cabeza, aliviado. Craso error. La desesperación por dejar de saborear aquella pelota asquerosa de trapos había evitado que ojeara el lugar en donde estaba, y por lo tanto, que hiciera contacto visual con aquellos... eran... impresionantemente... y sus... verde y marrón y pelos y... Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Al cabo de unos segundos empezó a sentir náuseas y le vinieron arcadas, se mareó. Entonces llegó lo peor, las visiones. De repente estaba en aquel lugar abandonado y de repente estaba en el jardín de cerezos de su aldea, con el hombre con cabeza de kiwi en frente. Volvía a estar en el sótano. Los kiwis se movían hacia él, lenta e impredeciblemente, por momentos muy rápido y de repente demasiado lento; con la misma imprudencia epiléptica que el hombre con cabeza de kiwi, ahora que una vez más estaba en el jardín de cerezos. Bajó la cabeza de golpe, tan rápido que golpeó la bandana contra el suelo y un sonido metálico resonó en la habitación. Se quedó ahí, intentando recobrar el aliento. Estaba empapado en sudor, temblaba y le dolía la cabeza. Todo había pasado en no más de cinco segundos. Al cabo de un rato se recuperó, pero el corazón no dejaría de galoparle como una bestia gigante con cabeza de delfín hasta que estuviera a unos cuantos kilómetros de aquellas frutas demoníacas. "Bien... ya sabemos para donde no puedo mirar", pero quedarse ahí tampoco era una opción. Entre el esparadrapo y los kiwis no se había parado a pensar en absoluto. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba ahí? Lo último que recordaba era haber salido de la taberna. Tenía que buscar a Reisei. Analizó las variables y trazó un plan de acción. Primero, sin despegar la cabeza del piso, se volteó para quedar mirando hacia la pared. Entonces levantó la cabeza y se revisó a sí mismo. No le habían quitado el portaobjetos. Si podía ingeniárselas para sacar un kunai con la boca tal vez pudiera intentar cortar la cuerda. Se retorció como un gusano, dio vueltas carnero, giró sus extremidades de formas que jamás sospecho que fueran humanamente posibles. Durante el proceso terminó en más de una ocasión viendo algún kiwi de reojo. Cada vez que esto pasaba, el plan se retrasaba unos cuantos minutos durante los que Tantei repetía con sufrimiento la sucesión de espasmódicos síntomas ocasionados por su fobia. Finalmente logró alcanzar un kunai. Pasó sus brazos hacia adelante, se sentó sobre las nalgas y se hizo una bolita, de forma que al final fue capaz de acercar el nudo hasta el arma punzocortante que como un auténtico pirata sostenía con la dolida mandíbula. Intentó cortar la cuerda un par de veces y solo logró cortarse a sí mismo, pero no se rendiría fácilmente. La cuerda era gruesa, así que demandaría trabajo. RE: Los pajaritos cantan - Sama-sama - 28/08/2015 Ficha de Tantei escribió:Destreza: 18 Pese a sus intentos por resistirse a los síntomas de su fobia, el pobre Tantei estaba aterrorizado por la presencia cercana de tantos kiwis al mismo tiempo. Los frutos le miraban, él los miraba, y ambos sabían que no eran compatibles el uno con el otro. El tembleque del Uzumaki, además de la corta destreza manual y la posición tan complicada que tenía que adoptar, hicieron que el pelirrojo se desgarrara una buena, buena herida en el dorso de la muñeca hasta el antebrazo. El dolor le haría soltar su cuchillo, que cayó al suelo y tintineó un par de veces, rebotando por la estancia hasta clavarse en un kiwi bastante maduro, por qué no decir pasado, que escurrió un líquido verdoso y pringoso que empezó a resbalar entre las grietas del suelo del almacén. Oh, no. Tantei acababa de darse cuenta de que la sala tenía pendiente: una pendiente hacia él. Y el correoso líquido del kiwi discurría hacia él llenando la estancia de un olor entre ácido y dulzón. Quítate 12 PV RE: Los pajaritos cantan - Tantei - 28/08/2015 —¡PEPA EH TU MÁMA, MIERDA, CARÁ!— bramó incomprensiblemente. Entre un intento y otro había terminado por demostrar la poca habilidad que tenía para maniobrar con armas. Un mal movimiento había hecho que la punta del kunai terminara por tallarle un bonito y doloroso surco a lo largo del antebrazo. Pero ese era el menor de sus problemas. Como si el estúpido kunai no hubiera hecho ya suficiente, porque pensándolo mejor, claramente el corte había sido culpa de él y de su ineficiente forma de adaptarse a la mano del joven y habilidoso Uzumaki, ahora había ido a clavarse en uno de los... peludos... y marrones... extravagantemente... incomprensibles y salvajes, haciendo que el diabólico fluido verdoso que daba vida a aquellos infames entes frutales conquistara el suelo de la habitación y comenzara un lento, ineludible y exasperante viaje hacia el mismísimo lugar en que se encontraba Tantei. En cuestión de segundos las visiones volvieron. Esta vez ni cerrar los ojos, ni darse la frente contra el suelo, ni mirar a la pared, ni cantar "que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva" fueron suficientes para escapar de la irracional desesperación. No había forma de ignorar que el líquido se acercaba. Podía olerlo apoderándose cada vez de más terreno, podía escucharlo arrastrándose, acercándose a él con paso firme, siguiéndolo sin importar donde se metiera. No había sitio en el que ocultarse, ni siquiera los enormes cerezos eran suficientes. Cada vez que se volteaba estaba ahí. ¿Y si dejaba de correr? No, no podía dejar de correr. Si dejaba de correr el hombre con cabeza de kiwi lo atraparía. Siguió huyendo, buscando con desesperación algún rincón del jardín de cerezos en el que se sintiera a salvo. Volvió de golpe a la realidad. Su vista empezaba a nublarse, estaba sudando muchísimo, sentía el cuerpo agotado y le costaba respirar. Su fobia jamás había sido tan aguda y era también la primera vez que se mezclaba de aquella forma con la inquietante pesadilla. Aunque claro, tampoco había estado nunca atrapado en un cuarto con tal cantidad de esos... esas... ¿De verdad no tenía forma de sobreponerse a aquella locura? RE: Los pajaritos cantan - Sama-sama - 5/09/2015 La puerta de la improvisada celda se abrió de golpe, revelando un fulgor de luz que antes sólo se apreciaba a través de las rendijas y del ventanuco enrejado. El sobresalto cogió por sorpresa a un Tantei aterrorizado ante la presencia del mayor de sus miedos, y por eso no es de extrañar que el primer vistazo que echara al umbral revelase una figura entunicada con una cabeza de kiwi. Su peor pesadilla. Afortunadamente sólo fue un segundo. Tenía la cabeza grande, sí, pero se trataba únicamente de un ANBU corpulento, que avanzó a grandes zancadas hasta Tantei y le agarró por el cuello de la ropa. No, no tenía la cabeza grande, aunque las alucinaciones habían hecho que así lo pareciera. Tampoco era un hombre corpulento, de hecho, ni siquiera era un hombre. Se trataba de una mujer, por la figura que se adivinaba en sus ropas, y por la voz que con la que se dirigió a él, a pesar de estar enmascarada. —Nombre, procedencia, motivo de intrusión furtiva en la aldea —dijo, metódicamente y con un tono tan neutro que carecía de emoción alguna, y le arrancó el esparadrapo de la boca de golpe—. Te lo repito: nombre, procedencia, motivo de intrusión furtiva en la aldea. |