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[FIC] Camino al Valle del Fin - Yuki - 25/11/2015 La joven isleña, había escuchado mil veces la historia de aquel lugar aunque para ella siempre fue algo que sucedió en tierras muy lejanas. Sin embargo, ahora se encontraba a menos de un día de viaje a buen ritmo. Así que no podía dejar escapar la ocasión, quizás no volvería a tener la oportunidad en meses. Así que, aprovechando que no se encontraba muy lejos, decidió que emplearía el tiempo que tenía libre tras haber ejercido como mensajera en visitar el Valle del Fin. Mitsuki se encontraba alojada en un pequeño hospicio al sur-oeste del Puente Kanabi, en una pequeña aldea que hacia las veces de campamento de paso para los shinobis de Uzushio cuyas misiones les llevaban más allá de la frontera del Pais del Fuego. La joven Hyuga había estimado que tardaría un par de días en llegar caminando, basándose en las indicaciones que había recibido del tabernero y su esposa. Sería una buena caminata, pero seguramente merecería la pena o eso es lo que ella creía. Todo el mundo hablaba maravillas de aquel lugar, debía de ser por algo. Abandonó el albergue nada más asomar el Sol tras la primera colina, no sin antes despedirse del amable matrimonio que tan bien la habían atendido en su corta estancia. Una vez en el camino, cuando apenas había cubierto unos cuantos kilómetros, la suerte se puso de su lado. Justo a su lado pasó un carromato, algo normal cuando se transita por caminos principales, sin embargo en esta ocasión no. Una vocecilla bastante aguda que pertenecía a una niña de unos siete años, provocó que el carromato se detuviera casi en seco. Mitsuki incluso temió que acabase volcando y lánzando al aire todo lo que se habían afanado por ordenador bajo una gran lona asegurada con cuerdas. Tras aquel gran bulto, vió surgir a la pequeña. Apenas debía de medir poco más de medio metro, pelo cortado a tazón y una carita que parecía de porcelana. La niña señalaba a la peliblanca a la vez que gritaba —¡Mira, mira! ¡Papá mira! ¡Es como la de las historias del abuelo!— tras la chiquilla, surgieron un par de figuras más. Una mujer que parecía ser la niña venida del futuro, por lo que debía ser su madre y un hombre de cabellos rubio platino. Aquel hombre le resultó extrañamente familiar, de hecho tenía un cierto aire a las gentes de Kusabi. Durante unos instantes el silencio se apoderó de la escena, la familia subida desde el carro observaba a la peliblanca que devolvía la mirada un tanto incómoda. —Esas marcas— balbuceo el hombre que parecía que acababa de ver un fantasma —¡¿Lo ves papá?! ¡Es cómo el abuelo decía!— gritó la niña antes de lanzarse de un salto hacía el suelo para después correr hasta la kunoichi que se quedó pasmada cuando la niña se abrazó a sus piernas —¡Ino!— la madre trató de detener a la niña en vano —¡No molestes a la pobre chica!— —No se preocupe— trató de quitarle hierro el asunto mientras trataba de asimilar que era lo que estaba pasando, de alguna forma aquellas gentes debían de haberla confudido con otra persona —Disculpe a mi hija— comenzó el hombre que se había bajado del carromato y ahora estaba frente a la joven, sostenía en sus manos un viejo sombrero. Casi parecía un poco intimidado —La pobre se ha emocionado mucho al encontrarse con usted, su abuelo le ha contado muchas historias— —eh... esto..perdone pero no sé a qué se refiere exactamente, apenas llevo un mes en el continente...— la joven no terminaba de comprender que era lo que pasaba —¿No es usted una Akikara na de Kusabi?— preguntó el hombre más para confirmar que por dudar —Así es...— asintió la joven aún más descolocada, pues no era normal que gentes del continente se refierieran a ella con ese termino —¿Cómo lo sabe eso?— La duda de la joven fue resuelta locuazmente por el hombre, al parecer su padre había emigrado desde la isla al continente. Aquel hombre era muy dado a contar historias sobre su tierra y las historias más populares eran las de las Sacerdotisas de Fujin. —Aún no me puedo creer que el abuelo no estuviese exagerando— la esposa de aquel hombre había seguido a su marido y contemplaba a la de Kusabi fijamente —Eres más guapa que las de las hiostorias del abuelo— dijo la pequeña con su infantil voz —Gracias, tú también eres muy guapa— comentó la Hyuga mientras le acariciaba la cabeza suavemente —¿Te llamas Ino verdad?— le preguntó con una cálida sonrisa —Siiii— respondió la niña que avergonzada fue a ocultarse tras su madre —¿Ahora te da verguenza?— bromeó su madre —Vaya descortesía por nuestra parte, no nos hemos presentado. Yo soy Riku y ella es Maya, mi mujer— ambos hicieron una pequeña reverencia —Hyuga Mitsuki— devolvió la cortesía la peliblanca —Encantada— —El placer es nuestro— respondieron ambos progenitores —Si no es mucho atrevimiento, ¿hacía donde se dirige? Quizás nuestros caminos coincidan— —Me dirijo hacia el Valle del Fin, tengo algo de tiempo libre y me gustaría ver el lugar— contestó la kunoichi —Nosotros no vamos exactamente hacia allí, pero pasaremos bastante cerca— indicó Riku —Podría venir con nosotros y así se ahorraría unos cuantos kilómetros en sus piernas— ofreció la joven —No quisiera ser una molestia...— —Sería un honor que nos acompañase— le cortó la mujer con una sonrisa mientras la pequeña Ino se volvía a abalanzar sobre la Hyuga, esta vez agarrándola por la mano izquierda —Vamos, vamos— canturreaba la niña mientras tiraba de la joven —Parece que no puedo rechazar la oferta— bromeo la joven mientras se dejaba arrastrar por la niña La verdad es que el viaje se le terminó haciendo demasiado corto, estar con aquella familia en cierta manera le ayudó a olvidar por un momento los sentimientos de nostalgia que la invadían. El camino se paso entre historias y preguntas, sin duda sentían mucha curiosidad por la tierra que vio crecer al abuelo. Sin embargo el momento de despedirse llegó, caía ya la noche cuando llegaron al desvío que los separaba. —Si sigues este camino hacia el Norte llegarás al valle— le señaló Riku —Seguramente te cogerá la noche antes de llegar, pero había un par de posadas de carretera. No le recomendaría la primera, la gente es bastante extraña— apuntó el hombre —Muchas gracias lo tendré en cuenta— agradeció la Hyuga las indicaciones —Ha sido un verdadero placer viajar con ustedes, no sé como podría agradecerles su ayuda— —No tiene por qué agradecernos nada, el placer a sido nuestro— respondió la mujer que sostenía en brazos a su hija —El abuelo no se va a creer que hemos estado con una Akikara na— lamentaba la niña que se veía bastante decaída desde que se había anunciado que tenían que separarse —Bueno, eso tiene remedio— la peliblanca se acercó hasta la pequeña y sacó desde su portaobjetos una pequeña cajita de madera negra —Coge esto, Ino— le indicó mientras le cogía la mano con suavidad para dejarle sobre la palma de la mano el objeto —¿Qué es?— preguntó la niña con curiosidad —Ábrela— le dijo suavemente con una sonrisa la joven La niña obedeció y con extremo cuidado abrió la cajita, dejando su interior al descubierto. Había algo envuelto en un pequeño pañuelo de seda blanco bordado, que al ser retirado con cuidado desveló una pequeña flor de cerezo blanca. —¡Qué bonito!— exclamó la niña —¡Nunca había visto una flor así, parece que brilla mami!— —Es una flor del Cerezo Blanco de Kusabi, tu abuelo la reconocerá y así sabrá que es verdad lo que cuentas— —No podemos...— trató de rechazar la madre el regalo, era algo muy valioso sentimentalmente para alguien de aquella tierra —Es lo único que puedo daros, por favor aceptadlo— pidió la joven con una reverencia Tras aquellas palabras, no les quedó más remedio que aceptar el pequeño pero simbólico regalo. Después tan sólo quedó una sincera despedida, antes de ponerse en marcha hacia su destino. |