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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
El tuerto dejó escapar una sonora carcajada, que atronó —como su propia voz— por encima del ruido ambiente del local. Su ojo sano, oscuro como el azabache, examinó de arriba a abajo al supuesto 'Haskoz', y luego le estrechó la mano con tanta fuerza que Datsue creyó que se la iba a romper. El tipo debió darse cuenta.

¡Cagonmimadre, Haskoz-san! Estás hecho un tirillas —apostilló, riendo de nuevo—. ¿Y tu amiga es...?

Anzu tardó unos instantes en darse cuenta de que el único ojo de aquel hombre la examinaba ahora a ella. Pese a lo intimidante de su aspecto, no era nada comparado con el brillo amenazante que la Yotsuki creyó distinguir en su mirada. Era la clase de mirada que tienen los que lo han visto y hecho todo; una mirada de alguien para quien la vida y la muerte no valen nada. Este tío es un jodido demonio... ¿Pero, por qué parece conocer a Datsue-san? ¿Quién es en realidad ese 'mohawk' rubiales de quien se ha disfrazado? Joder, esto no está saliendo como esperaba... De repente se dio cuenta de que seguía ahí, parada.

Me llaman Anzu —respondió ella, extendiendo la mano derecha.

Aprieta, aprieta con todas tus fuerzas...

¡Anzu! —replicó el tuerto, con tono jocoso, y por un momento la Yotsuki creyó que también conocía a su madre—. Bonito nombre. A mí me llaman Katame... Por obvias razones —agregó, con una fiera sonrisa que dejó al descubierto su dentadura enteramente chapada en oro.

Cuando estrechó su mano, Anzu se propuso concentrar toda su fuerza y atención en aquel apretón de manos. Se sintió como si una pinza metálica la atrapase por momentos, pero Katame pareció conforme. Con otra estruendosa carcajada, se dirigió a 'Haskoz'.

Por las tetas de Amaterasu, Haskoz-san, ¡esta mujer tiene más garra que tú! ¿Por eso la has traído? ¿Para que te haga de guardaespaldas?

La puya se oyó en todo el bar, acompañada de leves carcajadas. Estaba claro que allí Katame era el amo y señor, pero a juzgar por las tímidas risas, muchos respetaban al tal 'Haskoz' —o, a quien creían que era él—. El respeto, no obstante, se gana con dificultad y se pierde con facilidad. Bajo todos los focos, un traspiés podía significar arruinar la imagen y tapadera del Uchiha.

El camarero carraspeó sonoramente.
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Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#47
¡La madre que le…! Aquel tipo le apretó con tanta fuerza la mano que pensó que se la iba a partir. De hecho, la súbita ráfaga de dolor provocó que se desconcentrase lo suficiente como para que uno de sus Henges Inversos se deshiciese. Por suerte, ambos fardos estaban en un bolsillo interior de su yukata, donde nadie apreciaría la transformación.

¡Cagonmimadre, Haskoz-san! Estás hecho un tirillas —apostilló, riendo de nuevo—. ¿Y tu amiga es...?

Datsue estaba demasiado preocupado por perder su propia transformación como para responder a aquello. Por suerte, Anzu pareció reaccionar:

Me llaman Anzu —respondió, extendiendo la mano derecha.

¡Anzu! —replicó el tuerto, con tono jocoso—. Bonito nombre. A mí me llaman Katame... Por obvias razones —agregó, con una fiera sonrisa que dejó al descubierto su dentadura enteramente chapada en oro.

¿Katame? ¿Así le llamaba también Haskoz? Las dudas de cómo debía comportarse no dejaban de asolar la mente del Uchiha. ¿Cómo se suponía que iba a librarse de aquello? Cualquier desliz, cualquier comentario fuera de lugar… y sería un cadáver más olvidado en alguna callejuela de Shinogi-to.

Por las tetas de Amaterasu, Haskoz-san, ¡esta mujer tiene más garra que tú! ¿Por eso la has traído? ¿Para que te haga de guardaespaldas?

Jo-der con las pullas. Aquel hombre estaba dejando la imagen de Haskoz por los suelos, y eso… le encantaba. Tener la oportunidad de humillar al hombre que afirmaba ser su padre era una oportunidad que difícilmente volvería a tener. Sin embargo…

Joder, si no fuese por esta situación.

Sin embargo, si quería mantener su papel, debía actuar en consecuencia. No creía que Haskoz se mantuviese impasible ante una broma de aquel tipo, aunque, ¿cómo actuaría? ¿Se mostraría agresivo? ¿U optaría por la ironía?

Alzó la mano con la que había dado el apretón, abriéndola y cerrándola con lentitud mientras la miraba, pensativo. Que cada uno se imaginase su gesto como quisiese, lo que el Uchiha pretendía realmente era ganar tiempo.

Son otros tiempos —dijo finalmente, tirando de tópico—. Las cosas cambianVenga, otro tópico más y te conviertes en el perfecto charlatán de taberna. ¡Di algo mejor, joder!. Pero hay cosas que no cambian, sino que permanecen —aseguró de pronto, con una seguridad que le sorprendió hasta a sí mismo. Mierda… ¡¿Y ahora qué digo?! ¿Qué es lo que no cambia?

»Como mis ojos —dijo finalmente, volviendo a tirar de tópico para salir del atolladero. Al fin y al cabo, ¿qué Uchiha no había alardeado alguna vez de sus ojos?

Y hablando de ojos... Casi por instinto de supervivencia, Datuse activó su Sharingan. Quería comprobar el nivel de chakra de aquel hombretón. Ver si era tan fuerte como lo parecía. Además, sabía que gracias al Henge no jutsu nadie debería darse cuenta de la activación de su Dojutsu. Al menos, no mientras mantuviese la transformación.
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#48
Era evidente que Katame estaba desconcertado por la actitud de su viejo conocido. Anzu ya se había dado cuenta, a juzgar por la expresión suspicaz en el rostro del tuerto que, fuera quien fuese ese tal 'Haskoz' del que el Uchiha se había disfrazado, él esperaba otro tipo de actitud. Me cago en todo, Datsue-san, ¿¡en quién demonios te has transformado!? Poco a poco el 'plan perfecto' de su compañero de Aldea se iba haciendo trizas, como un trozo de carne en una fileteadora... Que amenazaba con engullirlos a ellos también.

-... Como mis ojos.

Las palabras mágicas. Como si Datsue acabara de pronunciar la fórmula de una terrible maldición, de repente todos a su alrededor —incluído Katame— sintieron sus efectos de forma radical. Los clientes que se habían congregado discretamente en la escena callaron sus risas susurradas, agacharon la cabeza y volvieron a sus asuntos como si nada hubiese pasado; dos tomaron asiento en un sofá cercano, echando mano de sus cuencos de omoide. Otro, quizás el más temeroso —o previsor— dejó algunos billetes en la barra y abandonó el local. El último trató de mantenerle la mirada a 'Haskoz', pero a los pocos segundos desistió y, avergonzado, imitó al tercero y salió por la puerta que daba a aquel estrecho pasillo.

Katame, por su parte, no parecía atemorizado como los demás, pero sí que se había reflejado cierta precaución en su semblante.

Tranquilo, viejo bastardo. No hace falta ponerse así —añadió, mesándose la barba rojiza con su mano derecha; parecía amenazador y cauto a partes iguales—. ¡Aquí todos te conocen bien!

Se pudo notar una especie de mudo asentimiento en el ambiente; quien quiera que fuese Haskoz, era respetado y temido; al menos, en aquel sitio. Katame, todavía suspicaz, pero queriendo quitar hierro al asunto, se dirigió a la kunoichi.

¡Anzu! ¿Qué te parece si cuidas un poco a mi viejo amigo? Lo noto más agrio que de costumbre —volvió a reír, enseñando aquella dorada y siniestra dentadura.

Da... Haskoz, es un hombre difícil de tratarJoder, por poco...—. Además, no estamos aquí de visita, si no por negocios. Buenos negocios.

Cansada de esperar su turno, la Yotsuki había decidido tomar la iniciativa. Además, se veía más confortada ahora por el aura de miedo y respeto que parecía infundir el disfraz de su compañero. Katame arqueó una ceja, mirándola de arriba a abajo, y luego se dirigió a 'Haskoz'.

Ya decía yo que algo tramabas. ¡Bien! Si venís por negocios, mejor para los dos. De momento, ¡sentaros, coño! Disfrutad un poco del producto de la casa... Últimamente es de la mejor calidad —añadió, guiñándole un ojo al transformado Datsue—. ¡Ah, veo que tu amiga no ha perdido el tiempo, Haskoz-san! Te aseguro que no te arrepentirás, Anzu. A esta ronda te invito yo.

El segundo guiño fue para la mujer, y el tercero al camarero que se mantenía, impasible, tras la barra. Diligente, el hombre preparó otro cuenco de cristal, idéntico al anterior, y le añadió aquella viscosa sustancia azul. Katame asintió, satisfecho.

Hablaremos después.

Se dio la vuelta con aire pretendidamente regio y se perdió entre las luces y sombras del local. El camarero, por su parte, abandonó el silencioso acoso al que había sometido a Anzu —por no pagarle— y se quedó en la misma posición en la que los ninjas le habían visto al entrar en el local.

Joder... —Anzu suspiró tan fuerte que creyó que se le iba a salir un pulmón por la boca—. Y ahora, ¿qué cojones hacemos?

La kunoichi se dio cuenta de que el camarero les estaba observando, y cogió su cuenco de omoide. Esperaba que Datsue la siguiera, así que buscó con la mirada una mesa solitaria y, a poder ser, escondida, y se dirigió hacia allí.
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#49
¿Pero a qué cojones viene tanto miedo?

Fue pronunciar la palabra ojos y hasta la música pareció enmudecer, temerosa de llamar su atención. Las risitas susurradas se cortaron como una cabeza guillotinada, las miradas indiscretas cayeron al suelo, y hasta alguien que trataba de mantenerle la mirada terminó por escaquearse del local. Menudos faroles se debió marcar mi padre por aquí. Ya me encargaré de echárselos abajo… ¡AGH…! ¡Este era el momento perfecto para hacerlo, joder! Pero debo seguir manteniendo la farsa… Datsue asintió, como tratando de auto-convencerse. Sí, debo hacerlo.

Tranquilo, viejo bastardo. No hace falta ponerse así —intervino Katame, mesándose la barba rojiza con la mano derecha; parecía amenazador y cauto a partes iguales—. ¡Aquí todos te conocen bien!

Ah, ¿sí? ¿Me conocen? Sin embargo, Datsue prefirió no responder. No se le ocurría nada bueno que decir. Procura que tus palabras sean mejor que el silencio. Menuda frase. Quien la haya inventado se merece un monumento, no como los que están en ese estúpido Valle.

¡Anzu! ¿Qué te parece si cuidas un poco a mi viejo amigo? Lo noto más agrio que de costumbre —Katame volvió a reír, enseñando aquella dorada y siniestra dentadura.

Da... Haskoz, es un hombre difícil de tratar.
—Datsue reprimió una mueca de dolor. Por los pelos…. Además, no estamos aquí de visita, si no por negocios. Buenos negocios.

Aquella palabra también cambiaba el rostro de la gente. Al menos, de la gente a quien iba referida, provocando un efecto totalmente opuesto al anterior. Katame pareció animarse, e incluso invitó a Datsue a tomar un poco del famoso omoide. El Uchiha quiso negarse, pero era demasiado tarde. Katame había desaparecido por donde había venido tras un regio movimiento florido, y sobre la barra ya había otro cuenco de cristal.

Como un niño que acepta un castigo a regañadientes, tomó el cuenco y siguió a Anzu hasta una mesa alejada, situada casi en una esquina del local. Datsue tomó asiento en un sofá, cómodo y blando, que le permitía ver la mayoría de la estancia. Anzu, por otra parte, tendría que ponerse de espaldas, a no ser que se sentase a su lado.

Deberíamos irnos.

Quiso decirlo, pero en su lugar se mordió la lengua. Ahora que se había alejado de Katame, se sentía mucho más seguro. El engaño parecía haber surgido efecto, y le habían abierto las puertas para negociar. Sin embargo, sabía muy bien que en cuanto volviese a tenerlo en frente se mancharía de nuevo los calzoncillos. Y eso me da muy mala espina, joder, muy mala espina.

Inclinó la cabeza hacia Anzu.

Esto es peligroso… —Nada más susurrarlo, puso los ojos en blanco. ¿Desde cuándo decía semejantes obviedades?—. Lo que quiero decir es que este tipo conoce a Haskoz… y yo apenas. Como me pregunte alguna anécdota o cualquier tontería así no sabré cómo salir del paso.

Chasqueó la lengua. Se habían metido en plena boca del lobo, y su plan les exigía seguir allí, entre los colmillos. Bueno, si es que se le puede llamar plan a lo que tenemos.

Frustrado, empezó a juguetear con la cucharilla de plata y la pasta azul. Una cuchara, pasta azul… La forma de tomar esta mierda debería de ser… Sin pensárselo, como queriendo confirmar su conjetura, se llevó una cucharada a la boca y tragó…

… Quizá si se lo hubiese pensado no lo hubiese hecho.
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#50
Datsue —o Haskoz, como todos le llamaban allí— estaba tan perdido y aterrorizado como Anzu; lo disimulaba mejor, pero cada vez que hablaba, en su voz se podía percibir el miedo que le atenazaba. Tomaron asiento en lados opuestos de una pequeña mesa, con el Uchiha tomando la delantera y colocándose en una posición desde la que podía observar la mayor parte del local. Anzu estuvo a punto de gruñir, molesta, porque ella ya le había echado el ojo a ese sofá, pero luego recordó dónde estaba... Y qué pensaba hacer. Eres retrasada mental, Anzu, ¿crees que es momento para ponerse a pensar en comodidades? ¡Espabila! Aunque en ese momento no le pareció como tal, aquel detalle fue un eje de cambio sobre el que pivotaría su madurez; porque, sencilla y sutilmente, le había hecho darse cuenta de lo niña que era, y de lo peligrosa que su profesión iba a ser en un futuro cercano.

Esto es peligroso… — susurró Datsue, y Anzu tuvo que contenerse para no soltar una carcajada ácida—. Lo que quiero decir es que este tipo conoce a Haskoz… y yo apenas. Como me pregunte alguna anécdota o cualquier tontería así no sabré cómo salir del paso.

La Yotsuki abrió los ojos cuanto fue capaz, primero sorprendida, y luego dejando que el brillo incofundible de la ira los inundase.

¿Te has disfrazado de alguien a quien todo el mundo conoce menos tú? —apretó los puños con tanta fuerza que creyó que su Henge iba a deshacerse—. Eres. Un. Genio. Enhorabuena, nos has jodido bien. A los dos. ¿Cuál es el plan ahora, soci...?

Datsue llevaba un par de minutos jugueteando con su diminuta cucharilla plateada. Anzu no le había prestado atención al 'tic', porque desde el primer momento en que había hablado a su compañero del omoide, supuso que le había quedado claro lo peligroso que era. Se equivocó.

Para ella, todo transcurrió realmente despacio. El Uchiha tomó con repentina firmeza la cuchara, enterrándola en su cuenco con pasta azulada. Luego se la llevó a la boca... Y tragó.

Me cago en todos los dioses de Oonindo.

Ni siquiera fue capaz de reaccionar. ¿Qué más daba? Datsue ya se había metido una buena cucharadita, directamente en la garganta. Anzu no había tenido oportunidad alguna de decirle que el omoide no se ingería directamente: era una sustancia demasiado potente. En lugar de eso, los consumidores utilizaban aquellas cucharas diminutas para ponerse una pequeña cantidad en las encías —o el dedo meñique, cuando ya estaban lo bastante consumidos como para drogarse en un sucio callejón—, y dejaban que poco a poco fuese entrando en su organismo.

Estaban jodidos.
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#51
Nada más tragar, el Uchiha sintió algo. Algo mucho más sutil que el empalagoso sabor dulzón de aquella pasta, y del frío que se extendía por su garganta subía hasta su cabeza. Intentó aferrarse a aquella sensación, a aquella idea que no terminaba de tomar forma en su mente. Se obsesionó en descifrarlo, en descubrir las palabras que se negaban a salir de su boca. Entonces, por un instante, una pequeña luz iluminó sus pensamientos. Lo que en realidad quería decir era…

… Soy imbécil.

Quiso decírselo a Anzu. Quiso decirle lo imbécil que era. Pero la muchacha tan sólo era una mancha borrosa ante sus ojos, una espiral de cuerpo distorsionado y cabeza alargada que cada vez se retorcía más y más.

Oie e d-dehendo ol jjjjjjen ajjutsuuuu

Pobre chica, pensó Datsue. Ante la mínima presión se venía abajo y deshacía el Henge no Jutsu. Nada que ver con Datsue, por supuesto. Él seguía manteniendo el suyo propio, además del Inverso. Toda una proeza, desde luego.

Lo que sí empezaba a notar es que el local cada vez se movía más. No, no era el local, sino las luces que brillaban en el techo. Inexplicablemente, se habían separado de sus lámparas y se movían libres, trazando círculos y parábolas complejas alrededor suyo, dejando una estela azulada a su paso como si se tratasen de estrellas fugaces.

El sofá también empezó a moverse. De hecho, parecía estar flotando sobre el mar. Sufrió de vértigo y creyó que de un momento a otro se iba a caer. Quiso agarrarse, pero sus músculos se relajaban cada vez más, al contrario que su mente, y sus manos carecían de fuerza.

De pronto se oyó un petardazo. Seguro que a Anzu se le acababa de caer el omoide. Menudo desastre de chica…

Vio una sonrisa dibujada en el aire. Era una sonrisa perversa, que intimidaba y enfurecía a partes iguales. Quiso gritarle, pero algo se lo impedía. Entonces escuchó un sonido, como el de un leño al partirse, y su mundo dejó de ser el que era...

*** *** ***

Escuchaba sus gritos a través de las paredes. Estaban discutiendo. Últimamente lo hacían mucho. Dinero, deuda… aquellas palabras solían ser las más repetidas.

De pronto, oyó un portazo. Se aproximó a la ventana y se puso de puntillas para asomar la cabeza: su padre, Ryouta, se iba cojeando calle abajo. El miedo que comprimía el corazón de Datsue y no le permitía casi ni respirar se aflojó un poco. Seguramente estaría yendo a casa de Akira, donde se suponía que debía estar él.

Correteó hasta la cama y se escondió de nuevo bajo ella, hecho un ovillo. Datsue tenía un plan. Un plan para que sus padres no discutiesen: permanecer en casa. Había notado que en su presencia lo evitaban, y por eso se había escaqueado aquel día de su niñera. Sin embargo, el plan no estaba saliendo según lo previsto.

[…]

Tac, tac, tac. Los muñecos luchaban en una encarnizada batalla. El de la derecha, de pelo azul y ojos dorados, parecía que perdía el combate ante un muñeco viejo y decrépito con bastón. Pero sólo era en apariencia. Datsue lo elevó hasta el colchón que tenía sobre la cabeza e hizo que cayese en picado contra el viejo, asestándole el golpe final.

¡Ueeeee! —jaleó en susurros—. ¡Yubiwa-sama gana el combate! ¡Adiós a la malvada Kusa! ¡Ueeeee…!

Entre los ruidos del combate le llegó el sonido de una puerta abriéndose abajo. Era su padre, lo más probable, que al ver que Datsue no estaba en casa de Akira había vuelto, preocupado. Las escaleras del pasillo crujieron, y el pequeño se abrazó las piernas con los brazos, temeroso de la bronca que estaba a punto de caerle…

… pero los pasos siguieron más allá de su puerta. Datsue suspiró de alivio. Todavía no le buscaban. ¿Y si aprovechaba ahora que estaban sus padres en la habitación para irse? Quizá todavía estaba a tiempo de llegar junto a Akira y fingir que no había pasado nada.

Con ese propósito, salió de debajo de la cama haciendo el mínimo ruido posible y salió al pasillo. Estaba a punto de bajar por las escaleras cuando oyó unos ruidos extraños.

¿Mamá...? —susurró, al creer haberla oído.

Volvió sobre sus pasos y se dirigió de puntillas hacia la habitación de sus padres. Alguien estaba… gritando. Era un chillido, más bien. Un chillido débil y agudo, pero que persistía de forma intermitente.

La mano de Datsue, temblorosa, bajó milímetro a milímetro el picaporte de la puerta, atrayéndola hacia sí lo justo y necesario como para ver por una rendija con uno de sus ojos.

¿Papá...? —susurró con voz queda.

No, no era papá. La espalda de un hombre obeso se contorsionaba de adelante hacia atrás, en un movimiento que hacía tambalear cada pliegue de su grasa. Estaba desnudo, de rodillas sobre la cama. La cabeza del hombre se giró, y Datsue pudo captar una sonrisa lasciva dibujada en su boca… Entonces se dio cuenta de quién era.

Okura, el hombre al que debían dinero.

Crac. Como un leño al partirse, algo en su interior se rompió.

Agachó la cabeza, abatido, dejando caer la mano del picaporte y deambulando por el pasillo como un muerto viviente. Sus pasos, lentos y pesados, le condujeron escaleras abajo hasta salir de casa.

Entonces se tapó los oídos y gritó. Gritó y gritó, todo lo alto que pudo, hasta que los gemidos de su madre quedaron eclipsados por su llanto.

*** *** ***

El cuenco de cristal con el omoide había caído de sus manos. El Henge hacía tiempo que había desaparecido de su cuerpo, y un sudor frío empapaba su camiseta interior y le bañaba el rostro. Tenía los labios azules, temblorosos, de donde salía una pequeña babilla. Sus pupilas, dilatadas, miraban al infinito...
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#52
Lo estaba viendo con sus propios ojos, y aún así no podía creerlo. Datsue se había comido una cucharadita entera de omoide. El efecto fue instantáneo: se le dilataron las pupilas, su rostro empezó a deformarse en muecas imposibles y él, incapaz de controlar su cuerpo, quedó inerte sobre el sofá. Con la cabeza hacia atrás, apoyada en el asiento, se quedó. Sólo de vez en cuando algún espasmo inesperado hacía notar que el Uchiha seguía con vida. Con un 'crac', el cuenco de cristal resbaló de entre sus manos y cayó al suelo, partiéndose en varios pedazos. Por suerte el ruido ambiente del local amortiguó el sonido. Con un característico 'puf', el Henge que tanto respeto parecía imponer allí se deshizo, como las esperanzas de Anzu de salir con vida.

Datsue-san, hijo de perra, me cago en todos tus ancestros...

La kunoichi no tenía ni la más mínima idea de qué hacer. Su compañero había perdido totalmente la consciencia, y era, en ese momento, poco más que una marioneta grande y pesada. Pero yo todavía puedo hacer algo... Piensa, piensa, piensa... De repente se levantó, intentando lo mejor que pudo aparentar normalidad, y fue hacia la barra más cercana. En ese momento no sabía si era la del camarero que ya les conocía, o la contraria; tampoco tuvo tiempo de averiguarlo. Con un tono de voz fingidamente grave y decidido —dentro de lo que cabe—, llamó al camarero.

Mi socio ha sufrido un... Pequeño percance. ¿Tienes por ahí algo para... Ya sabes... Los que se pasan de la raya?

El tipo, igual de alto, estirado y serio que el otro, la examinó con cuidado de arriba a abajo. Luego recorrió el local con la mirada, tratando posiblemente de averiguar a quién se refería Anzu con su 'socio'. Sus ojos se detuvieron en un punto concreto y Anzu, que estaba de espaldas a éste, rezó por que no hubiera visto a Datsue...

Con un gesto serio, el hombre sacó de debajo de la barra un taquito de azúcar —o, más bien, lo que parecía un taquito de azúcar— y se lo extendió a la Yotsuki. Ella lo tomó con inevitable apuro, y sin una palabra más sobre la barra, andó con cuanta tranquilidad pudo aparentar hacia su drogadísimo compañero.

Eres un cabronazo inmundo, si no salimos de esta, te juro que...

No terminó la frase. ¿Qué sentido tenía? Si alguien les descubría, la muerte era probablemente el destino más preferible. Con una mano le sujetó la cabeza a su compañero de Aldea, y con la otra le introdujo en cubito blanquecino en la boca. Traga, traga, 'genio'. Le masajeó la garganta, intentando hacer que Datsue tragara el 'azucarillo', y en esas estaba cuando alzó la vista hacia la barra...

Katame hablaba de bis a bis con el camarero, que señalaba hacia donde estaba ella. Creyó que el corazón le había dejado de latir en ese mismo instante.
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#53
Escuchó una voz familiar: le acababa de llamar cabronazo. Sin embargo, los párpados le pesaban demasiado como para abrirlos y comprobar quien era.

¿Ntsu? —preguntó. Casi se atraganta al hacerlo. Un objeto pequeño acababa de bajar por su garganta.

¿Anzu? —escuchó decir a alguien con voz estridente. Lo había oído tan claro como si le hubiesen hablado directamente al cerebro—. ¿Qué te dije sobre eso, Datsue? —preguntó, cambiando a un tono de voz mucho más sordo.

¿Quién demonios…? El Uchiha realizó un esfuerzo en abrir los ojos. Entonces, pudo captar algo: una sombra, flotando tras un millar de lucecillas azules. Azul… ¿Sigo en el local de omoide?

¿Qué haces con esa chica, Datsue? —Oyó que le hablaba de nuevo la sombra. Viniste con ella sin hacer preguntas, sin informarte primero de dónde te iba a meter. Tan sólo… confiaste. ¿Qué te tengo dicho sobre eso, Datsue?

La cabeza le daba tantas vueltas que creía que se iba a caer, pese a estar convencido de estar sentado. Se encontraba fatal: notaba como el corazón le latía como un caballo desbocado, oprimiéndole el pecho. Sudaba, y sus pulmones no eran capaces de llenarse de aire. Necesitaba levantarse. Necesitaba levantarse y tomar aire fresco. Eso, y alejarse de aquel maldito ser que no paraba de hacerle preguntas que no quería oír.

Abrió los ojos, parpadeó y al volver a abrirlos ya estaba en pie, sin recordar muy bien todo el proceso de levantarse. De hecho, su visión se limitaba a simples fotogramas, como si estuviese viendo una película que avanzase de imagen en imagen, a golpes. Lo siguiente que pudo percibir fueron una serie de figuras extrañas, rodeándole. Figuras de personas alargadas, totalmente blancas, que emitían un destello azulado donde deberían estar los ojos.

Tropezó con algo, y lo siguiente que vio fue el suelo a escasos centímetros suya… No, no era el suelo, sino la oscura silueta de la sombra, que acababa de sujetarle por los hombros para evitar que cayese.

¿Y esto, Datsue? —preguntó la sombra, con voz crispada. Ahora que la veía más de cerca, pudo distinguir su rostro dibujado en la oscuridad. Un rostro extrañamente familiar—. ¿No habíamos quedado en que lo dejarías en casa cada vez que salieras?

Sintió que le empujaba... No, no le empujaba, la sombra tan sólo había alargado uno de sus brazos para…

… para atravesarle el pecho. Datsue abrió la boca, incrédulo, sin todavía poder asimilar lo que acababa de suceder. El extraño ser sacó el brazo, y de pronto se sintió mucho mejor, como si le hubiesen quitado un peso de encima.

¿Qué te había dicho? —preguntó, y entonces Datsue pudo reconocer al fin su rostro—. Mucho mejor así, ¿verdad?

La mano de la sombra se elevó, enseñando a Datsue lo que sujetaba: un corazón, que latía en el aire sin sangre que bombear.

Estupefacto, se miró el pecho: tenía un orificio enorme en el centro.

Me acabas de arrancar el corazón —dijo, con el mismo tono de voz que un meteorólogo emplearía para informar que aquel día también llovería en Amegakure. Neutra, sin emoción.

Elevó la mirada y volvió a verse reflejado en aquella sombra. Y es que aquel ser, para su desconcierto, tenía su mismo rostro.

*** *** ***

Un nuevo cliente acababa de entrar en el local. Un hombre de mediana edad, de pelo largo y rojizo, cuyos ojos castaños parecían buscar algo entre las sombras de la estancia…
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Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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#54
Mientras Datsue deliraba por los efectos de una sobredosis de omoide, en el mundo real las cosas se habían puesto realmente feas para la pareja de intrépidos pero incautos ninjas. Anzu, desesperada, trató sin éxito de levantar a su compañero Uchiha para, con toda la rapidez posible, salir de aquel lugar.

¡Vaya, ¿qué te parece?!

La voz socarrona y afilada de Katame se sintió como si le clavaran un puñal en la espalda; Anzu se dió media vuelta, temblando por completo. Allí estaba aquel hombre, con su pose intimidante, su único ojo fijo en el drogado Uchiha y su terrorífica sonrisa chapada en metal precioso.

Juraría que hace un momento aquí estaba sentado un viejo conocido, pero ahora sólo veo a un niñato a punto de echar espuma por la boca —se acercó a Anzu sin un atisbo de miedo—. Normalmente os despellejaría con mis propias manos y me haría una cartera nueva con vuestra piel, sólo para después cortaros en pedacitos muy pequeños y tirar vuestros restos podridos a la basura.

Pese a que había intentado mantenerse fuerte, la Yotsuki era incapaz de disimular más. Estaba tan aterrorizada que su Henge se deshizo de repente, sin que ella pudiera hacer nada por impedirlo. Al ver que en realidad se trataba de una chiquilla, Katame empezó a reír descontroladamente.

¡Esto tiene que ser una condenada broma! —agarró a Datsue de la camisa y lo levantó con una sola mano, sin aparente esfuerzo—. Creo que no eres consciente de a quién estaba intentando suplantar tu amigo, niña. ¿Me equivoco? —suspiró con fingido dramatismo—. ¿Sabes lo que os hará esa persona si se entera de que estábais intentando jugársela?

Ella no contestó. Estaba recta como un palo, con los brazos pegados al cuerpo y ambos puños apretados a más no poder. Así que este es el final... Su historia ninja estaba a punto de terminar casi antes de haber empezado.
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#55
Minutos antes...
¿Dónde has dejado tus modales, Aka? —Su enorme vozarrón se elevó por encima de las risas, la música y las peleas que de cuando en cuando se producían en la taberna—. ¿Es que no vas a tomarte ni una copa, después de tanto tiempo?

Es cierto, Aka —dijo Keiko, pronunciando el nombre de Aka con un tono de voz que Joshira, el tabernero, fue incapaz de identificar—. ¡Después de tanto tiempo y ni bebes con tus amigos! —protestó, haciendo pucheros.

Aka, de tez blanca y pelo rojizo, se permitió esbozar una sonrisa cansada.

Veo que no habéis perdido la costumbre.

¡Ja! ¡Eso nunca, viejo zorro! —prorrumpió Joshira, sacando tres vasos pequeños de debajo de la barra y rellenándolos con el contenido de una botella negra, derramando varias gotas en el proceso sin que eso pareciera importarle.

Sin embargo, cuando Aka extendió la mano para coger el suyo, Keiko le dio un guantazo en el dorso de la mano que sonó como una bofetada.

¿Es que te has olvidado de la tradición? —preguntó Keiko, llevándose el vaso a un escote desbordado por su descomunal delantera. Con una sonrisa pícara, introdujo el vaso entre pecho y pecho, quedando perfectamente anclado.

La sonrisa de Aka se ensanchó. Ya no parecía tan cansado.

Claro que no —respondió, levantándose del taburete y acercando la boca al vaso. Entonces, por sorpresa, sujetó a Keiko por las caderas y la alzó en el aire, con el mismo esfuerzo que un labrador haría al levantar un saco de patatas, manteniéndola verticalmente boca abajo hasta que vacío la copa de un trago.

Luego, la dejó caer de nuevo sobre el taburete y escupió el vaso, que salió disparado contra una pared haciéndose añicos. Se oyeron vítores y algunos aplausos por parte de algunos hombres con alguna copa de más, consiguiendo que Keiko se ruborizase.

Te has pasado —dijo, dándole un empujoncillo en el hombro, con una mirada y sonrisilla que más bien parecían decir lo contrario—. Mi turno —exigió, cogiendo el otro vaso y agachándose para colocarlo entre el pantalón y el ombligo de Aka, en una posición que más bien lo que parecía estar haciendo era…

Aka se echó hacia atrás de golpe. De pronto, parecía lívido, como si se le hubiese escapado toda la sangre de la cara. Como un niño pequeño al que le han pillado haciendo travesuras, trató de esconderse tras uno de los taburetes, agachándose.

Pero qué cojones… —murmuró Joshira, siguiendo con la mirada lo que tanto parecía haber asustado a Aka. El elemento intimidatorio no era otro que una mujer, una nueva clienta que acababa de entrar en la taberna. De forma inconsciente, la mano de Joshira se deslizó hasta el cuchillo que tenía escondido bajo la barra. La mujer, rubia y cuya mirada parecía emitir destellos eléctricos, se acercaba a Aka a una velocidad endiablada. Fue entonces cuando vio su barriga, voluminosa, en una síntoma claro de su embarazo. Volvió a mirar a su amigo y… lo comprendió todo—. ¡Pero bueno! —exclamó, soltando una estruendosa carcajada—. ¡Maldito hijo de perra, pero si te han puesto correa!

*** *** ***

Aka había encontrado su objetivo: estaba colgando en el aire, sujetado por una mano que conocía muy bien. O que conoció en su día. La gente cambia con el paso del tiempo, especialmente cuando se pasa de ser un muerto de hambre a ser condenadamente rico… Y esos cambios, para su experiencia, siempre solían ser para peor.

¿Cortarlos en pedacitos? —preguntó a Katame, mientras recortaba la distancia que los separaba—. Pedazo bruto. ¡Siempre tuviste más estómago que yo para esas cosas!
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#56

Le cambio el color a Katame porque me has robado el 'red' sin ningún pudor, bandido xD


¿Cortarlos en pedacitos? Pedazo bruto. ¡Siempre tuviste más estómago que yo para esas cosas!

Anzu desvió la mirada del tuerto capo al cuarto personaje que entraba en escena; la kunoichi ni siquiera le había visto acercarse, sino que parecía que hubiese salido de entre las sombras que proyectaban los neones azules. Era un tipo pelirrojo, aunque más tirando a anaranjado pálido y no al color sangre de Katame, muy pálido. Parece que se conocen... La Yotsuki estaba tan paralizada de miedo que no supo qué decir. Cada vez la situación se volvía más surrealista, por no mencionar que Datsue seguía babeando como un recién nacido, con la mirada perdida en el infinito. ¿¡Cuánto tiempo más va a tardar ese jodido azucarillo en hacerle efecto!? ¿O es que...? De repente Anzu palideció —al menos, todo lo que podía una chica de piel color café como ella—; ¿y si el camarero ya estaba al tanto de sus disfraces y simplemente le había dado un terrón de azúcar? O aun peor, ¿y si había terminado de envenenar al Uchiha definitivamente?

¿Uh? —Katame ladeó ligeramente el rostro para examinar al que le interpelaba, sin aflojar su presa en torno a Datsue—. ¿Y qué cojones haces tú aquí?

Su único ojo sano examinaba, entre iracundo y curioso, al recién llegado. Anzu creyó ver un destello feroz en él, como si fuese el orificio de un cañón preparado para abrir fuego.
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#57
Un minuto antes...
Así que recopilando información… —dijo Yume, nada más salir de aquel antro de mala muerte—. ¿Eh?

Sabes muy bien que…

Calla, ahora eso no importa —le cortó, todavía enfadada por lo que acababa de ver—. Tenemos que irnos.

Aka alzó una ceja, sorprendido.

Han visto a Haskoz en el tugurio de Katame —le aclaró.

La ceja de Aka se elevó todavía más. Por una vez, era él quien no entendía nada.

Eso es imposible.

Yume se limitó a encogerse de hombros, mientras acariciaba con una de sus manos su incipiente vientre.

Ya… Pues fue Raito quien me lo contó. ¿Te acuerdas de él? Todavía iba puesto de omoide, pero me juró y perjuró que le había visto… Imagínate, como sabe la pequeña aventura que tuvimos, lo primero que hizo fue venir a contármelo.

La pequeña… ¿aventura? —repitió, con voz exageradamente dolida.

A Yume no pareció importarle.

Eso parecer ser para…

Mierda… —la interrumpió de pronto.

¿Qué ocurre?

Aka hinchó los carrillos y dejó escapar el aire lentamente.

¿Quién sería tan estúpido como transformarse en Haskoz?

Yume se quedó con la boca entreabierta, sin saber qué decir. No tenía ni idea.

Tengo que irme —soltó, dando media vuelta.

¿¡Qué!? —exclamó, sorprendida—. Pero espera, ¿qué vas a…?

No se molestó en terminar la pregunta. Ya había desaparecido.

*** *** ***

¿Y qué cojones haces tú aquí?

El dueño del local recibió como toda respuesta una pequeña explosión de humareda, que recubrió el cuerpo de Aka por completo, devorando la imagen del pelirrojo. Ahora, mientras el humo se extinguía, los presentes pudieron distinguir una nueva figura entre la humareda…

¿Es que el omoide te ha nublado el ojo bueno? —preguntó el antiguo pelirrojo, con voz tan áspera como una piedra de afilar—. Soy Haskoz.

Vestido con un jubón de cuero oscuro, unos pantalones beis y unas botas negras, la imagen que presentaba frente a ellos era idéntica a la mostrada por Datsue minutos atrás. Al menos, para un ojo vago. Un ojo atento, en cambio, percibiría cambios sutiles en su silueta. Sus ojos ya no tenían el color oscuro y apagado de un pozo estancado, sino que parecían vibrar y relucir como la superficie de un río de aguas bravas, o como el filo de un kunai recién afilado. Su rostro, con más ojeras y cicatrices, tenía el mismo aspecto cansado que el de un viejo perro de pelea… e igual de imponente.

Sus ojos pasaron de Katame a Anzu, para finalmente detenerse en Datsue.

Tal y como me lo imaginaba —dijo Haskoz, mientras jugueteaba con los dedos con el mango del Nage Ono que llevaba sujeto al cinto—. Yo me ocuparé de ellos, Katame.

Los dedos del Uchiha dejaron de tamborilear sobre el hacha. Ahora tan sólo parecían descansar entorno al mango.

*** *** ***

No, no era una sombra la que le sujetaba. Era Katame. Ahora lo reconocía, pese a que el mundo parecía empeñado en seguir dando vueltas a su alrededor.

Oyó una voz, grave y áspera. Le resultaba familiar. Extraña y odiosamente familiar. Estaba a punto de descubrir a quién pertenecía cuando de pronto…

¡Uuuugh! —el resto de la cena de Hiroshi salió despedido por su boca, bañando a Katame en un puré de arroz y pescado maloliente.

Uff... Ahora me encuentro mucho mejor, si señor.
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#58
No...

El bajito pelirrojo que se había acercado a ellos con total naturalidad respondió sin arrugarse a la feroz interrogante de Katame.

... puede...

Replicó, guasón, y Anzu pudo ver cómo las cicatrices en el rostro del jefazo tuerto se tensaban de ira. Probablemente, aguantar una broma así y que dos críos intentasen tomarle el pelo en la misma noche, era demasiado para él.

... ser.

Con un sello, el extraño deshizo su Henge; y Anzu se quedó sin aliento. De no ser porque tenía unos músculos fuertes, se habría meado encima allí mismo. El extraño era, en realidad, aquel tío del que Datsue se había disfrazado —solo que en versión original da mucho más miedo—. Su compañero Uchiha ni siquiera había sabido imitar el rostro de aquel hombre, que en carne y hueso parecía cansado y temible al mismo tiempo. Era como un guerrero caído en desgracia que se hubiera pateado todas las tabernas de la ciudad. Herido, apenas una sombra de lo que un día pudo ser, pero todavía peligroso.

Katame abrió tanto la boca que la kunoichi no pudo evitar soltar una carcajada. Fue involuntaria, y al momento se arrepintió, pero la imagen de aquel guerrero fiero y sádico desencajándose la mandíbula era del todo cómica.

El famoso Haskoz la examinó de arriba a abajo brevemente, y luego sus ojos se posaron en Datsue, a quien Katame todavía mantenía alzado, sujeto por la camisa.

Esta noche no ha empezado muy bien. Si esto es otra burla, te juro que... —se interrumpió de repente, como si acabara de ver un detalle que debía haber obviado—. Claro que eres tú. Ni siquiera el mejor Henge del mundo podría pintarte tan feo como eres en realidad.

Por momentos el ambiente pareció relajarse, y Anzu, una mera espectadora en aquella tragedia griega —que quizás acabara bien para ellos— no pudo sino clavar la vista en Haskoz con nerviosismo. 'Yo me ocuparé de ellos', puede ser bueno y malo. A juzgar por cómo respetan a este tío, no creo que sea una hermanita de la caridad. Pero claro, Datsue debe haber tenido algún motivo de peso para transformarse en él como primera opción. ¿Y si es un amigo? ¿Un antiguo sensei? ¿Un pariente lejano? ¿Un...?

De repente, el joven Uchiha convulsionó violentamente, y de su boca salió un chorro apestoso de sopa a medio digerir y bocados de pescado sin masticar.

Adiós, mundo cruel.

Anzu cerró los ojos y sólo se atrevió a abrirlos segundos después, al escuchar un golpe fortísimo al lado suya. Katame estaba cubierto de vómito y había lanzado con fuerza al gennin contra el suelo; su ojo sano lo examinó con una furia demoníaca.

Este no. Este es mío. Por Amaterasu la furcia y Susanoo el putero que este es mío —cerró el ojo, inspirando con fuerza—. ¡FUERA! —los clientes del establecimiento, que habían observado con curiosidad la escena, tardaron en darse cuenta de que se refería a ellos—. He... dicho... ¡QUE TODOS FUERA!

La Yotsuki nunca creyó que tanta gente pudiera desaparecer tan rápido. Antes de que Katame abriese su ojo, estaban solos. Aquel psicópata, el tal Haskoz, Datsue medio inconsciente, y ella. La kunoichi más estúpida de Takigakure. ¡Qué digo, de todo Oonindo! Interrumpió sus pensamientos cuando vio a Katame avanzar un paso. Un único paso, firme, decidido, mortal. Con una calma aterradora, se agachó para acercar su rostro al del joven Uchiha.

¡Colega!... Estás muerto.
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#59
La espalda de Datsue chocó contra el suelo, cortándole la respiración. El golpe, sin embargo, le devolvió a la realidad. De pronto, la mayor parte de los efectos de la droga disminuyeron. Ahora lo veía todo mucho más lúcido, con los sentidos más despejados. Especialmente el del dolor.

Tú… —susurró, al ver a su padre allí plantado, mirándole con una expresión que no era capaz de interpretar.

Sin embargo, no paró demasiado tiempo fijándose en él. Katame había entrado en cólera, exigiendo que todos los clientes se fuesen del local. Era por culpa de Datsue, por supuesto. Aquel día se había empeñado en meter la pata, y ahora acababa de hacerlo hasta el fondo, vomitándole en plena cara al dueño del local. Asustado, pero todavía demasiado adormecido por el omoide como para entrar en pánico, gateó como pudo hasta colocarse detrás de Anzu, poniendo la cabeza a un lado de las rodillas de la kunoichi para ver lo que sucedía a continuación.

Observó de nuevo a su padre, que se miraba pensativo el antebrazo izquierdo, absorto completamente. Datsue no supo de qué se sorprendió. Apostaría un riñón a que el muy cabrón no movería ni un dedo para salvarle. No, de aquella tendría que librarse él solito. Por eso mismo, se infló de valor y dijo:

Vamos, Anzu. Échale huevos.

¿Qué otra cosa iba a hacer? Lo suyo eran las palabras y las artimañas. La parte de echarle huevos era cosa de Anzu. Al fin y al cabo, ella tenía más que él.

*** *** ***

No paraba de observar el tatuaje que tenía en el antebrazo, unas gruesas líneas negras que formaban el kanji de la paciencia. Recordaba porqué se lo había hecho, la razón que le había obligado a recordarse a sí mismo que actuar de forma impulsiva no solía traer buenos resultados. Por eso lo miraba de forma tan concentrada, para no volver a cometer los mismos errores del pasado.

Tenía que hacerlo por las buenas.

Por eso, cuando Katame trató de acercarse a su hijo, Haskoz dio un paso a un lado y su hombro chocó contra el de su amigo, sin intención de golpearle, pero tan firme como un muro de piedra.

No puedo dejarte hacer eso, Katame.
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#60
Anzu notó que algo —o más bien, alguien— se escabullía entre sus piernas, como un cachorrillo asustado. Aquel pensamiento le sacó una sonrisa amarga cuando vio a Datsue, consciente pero todavía muy desmejorado, buscando refugio tras ella. Sin embargo, sólo le duró un instante; el tiempo justo para darse cuenta de que ella también estaba aterrorizada, y hubiera corrido tras las piernas de alguien más poderoso de haber podido. «Tras mamá...» De repente, sintió una punzada de dolor cerca del corazón.

Que te den —masculló la Yotsuki, tratando sin éxito de patear con el talón a su compañero—. A la mínima que se despisten, salimos por patas...

De hecho, en aquel momento, parecía fácil. Porque cuando el tuerto hizo intento de acercarse a Datsue, aquel hombre al que todos respetaban y temían, al que llamaban Haskoz, se interpuso. Anzu observó absorta el movimiento, tan simple como un paso lateral, pero tan perfecto que por un momento le quitó el aliento; parecía como si aquel veterano luchador se hubiera movido justo lo que necesitaba. Ni un centímetro más. Ni uno menos. «Este tío sabe pelear».

A Katame no pareció impresionarle tanto. Cubierto de vómito y apestando a pescado, su barba color rojo sangre parecían las llamas del mismísimo Yomido. Y él, un demonio. Clavó su ojo sano en Haskoz y torció los labios en una mueca a medio camino entre cómplice y amenazadora.

Ya veo —el semblante de Katame se iluminó con la luz de la clarividencia—. Así que este es el pequeño Datsue.

El pelirrojo retrocedió un paso, y por un momento Anzu creyó que todo había acabado. Nada más lejos de la realidad. Katame hizo rodar sus hombros con gesto marcial, dejando caer la capa de fina seda que llevaba esa noche. Quedó al descubierto entonces la wakizashi que llevaba colgada del cinturón; la vaina era negra por completo, al igual que la empuñadura. Un arma siniestra para un tipo siniestro.

Estás demasiado viejo para esto, Haskoz-san. Hazte un favor y quítate del puto medio.
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