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Kagetsuna se limitó a seguir al de Uzushio a donde quiera que lo llevase. De hecho, se encaminaron hacia un callejón de mala muerte, como en las novelas detectivescas cuando dos criminales se escabullen en los rincones oscuros para traficar con paquetes y mensajes ilegales. ¿Por qué lo llevaba a un lugar como ese? ¿Estaba tratando de hacerse el interesante para llamar la atención y hacer creer que era un asunto más serio de lo que realmente era?
"¿Por qué tanto secretismo?"
Para colmo le sugirió subirse a algún tejado, aunque por su tono sonaba como sí el mismo no supiera a donde lo llevaba. Esa inseguridad empezó a generarle desconfianza al Senju, pero mejor sería observar y seguirle la corriente. Tal vez era el propio tuerto quién sacaba ideas erróneas de todo.
—Sí, sí se escalar.— Contesto afirmativamente para seguir a Ralexion, aunque en su rostro se veía duda. —¿Que tan alejados debemos estar de los demás?
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~Ausente los fines de semana~
—Bien, pues vamos a subir —afirmó con neutralidad—. En mi aldea me dijeron que me asegurara de que nadie nos veía a la hora de entregarte el pergamino. Simplemente me estoy asegurando de ello.
El genin moldeó su chakra de manera que se acumulara en las plantas de sus pies en una forma y cantidad exactas como para que sus pies se quedaran adheridos a la pared. Eligió al azar una de las dos paredes del callejón, decantándose finalmente por la izquierda. Comenzó a subir a un ritmo aceptable, pero sin demasiada prisa. Se siguió asegurando de que el tuerto le seguía, alzando la mirada tras de sí de tanto en tanto.
Eventualmente alcanzaron su objetivo: la azotea. Era un espacio simple y vacuo en su mayoría, a excepción de unas pocas barras de metal utilizadas para colgar la ropa, a las cuales en ese momento no se les estaba dando uso.
—Bien, pues ya que estamos aquí, me dijeron que te entregara esto... —afirmó, sacando el codiciado pergamino de su kimono y tendiéndoselo a Kagetsuna— Un peso que me quito de encima, la verdad.
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—Hmmmmm... Fue lo único que se escucho salir de su boca, dudoso al escuchar las palabras del Uzumaki.
Kagetsuna no tuvo que hacer demasiado esfuerzo para subir la pared, calcular la cantidad de chakra adecuada era algo casi innato en él, quizás por que lo era. Desde la academia había resaltado su cualidad para el control del chakra, avanzando más rápido que sus compañeros en ese aspecto. Se limitó a seguir al dubitativo Ralexion, que por fin se decantó por escalar el muro izquierdo.
Cuando por fin estaban arriba, le ofreció el tan infame pergamino que había sido la causa de la desgracia de ambos shinobi. El Uzureño manifestó su realización personal al culminar su tarea. Suerte para él, pues para Kagetsuna el trabajo seguiría. Mientras Kagetsuna, un tanto escéptico, tomo con precaución el objeto.
"¿Será qué...?
Se quedó parada un rato, analizando el objeto con minuciosidad. Su dedo pulgar se deslizó lentamente hacia los bordes del papel, frenándose en seco poco antes de abrirlo. La ambigüedad de las instrucciones no le daba pauta de cómo tratar la misiva, por lo cual no era necesariamente abusar de un vacío legal. Entrecerró el ojo un poco y de un tirón abrió el texto.
¿Que contenía como para recurrir a todo eso?
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~Ausente los fines de semana~
Una vez el ninja de Ame cogió el pergamino, Ralexion se quedó de brazos cruzados esperando una respuesta. Mas esta nunca llegó. En su lugar, Kagetsuna observó el objeto de manera misteriosa. Los orbes avellana del Uzumaki siguieron el deslizamiento de aquel pulgar a lo largo de los bordes del pergamino.
Fue consciente de lo que el tuerto pretendía hacer cuando su único ojo se entrecerró, pero ya era demasiado tarde...
—¡Eh..! —clamó, extendiendo su diestra.
Pero ya no había nada que hacer, el pergamino estaba abierto de par en par. Sus contenidos se encontraban expuestos a vista de todos los que posaran sus ojos sobre él.
—Ah... —se lamentó el pelirrojo, pues no sabía si esto significaba que su misión había fracasado.
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La tensión en el ambiente estaba tan, tan... Tan algo que podía cortarse como, como... Mejor olvidemos las metáforas y frases trilladas. Durante un momento, el tiempo pareció detenerse. Incluso el Uzumaki intentó detener a Kagetsuna en su locura de ver el contenido del tan preciado documento, pero el daño ya estaba hecho. El viento sopló en ese preciso instante, ondeando los cabellos de ambos shinobis. Finalmente, el Senju se atrevió a hablar.
—Que me parta un mal rayo— Dijo para luego apretar los dientes.
Una vena de enojo se marcó en su frente, mientras sus dedos apretaban con mayor fuerza el pergamino. Le dio la vuelta, para arriba, para abajo, para la izquierda, para la derecha. Pero cada vez que su único orbe repasaba de lado a lado el papel su frustración aumentaba.
—Oeh tú.— Le dijo al pelirrojo —¿Estás seguro que este es el pergamino que debías entregar?— Le incriminó.
En ese momento Kagetsuna extendió con su diestra el pergamino enfrente de Ralexion, sólo para develar que el papel no contenía absolutamente nada de nada, estaba completamente en blanco. Tan limpio como el agua pura de un manantial virgen.
"Si esto es una broma, me encargaré que rueden cabezas"
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—¡¿QUÉÉÉÉÉ?! —sus ojos no daban crédito.
¡El pergamino estaba completamente vacío! ¡¿Qué tipo de broma pesada era esa?! ¿Acaso le habían dado el cambiazo de camino a Yamiria? ¿O había estado el pergamino en blanco desde un principio? Se estaba formando una vorágine de preguntas en la mente del muchacho, que no lograba digerir lo crudo de la situación.
—Espera, espera, espera... ¡ya lo tengo! —una idea empezó a abrirse paso en su mente— ¡El pergamino no está en blanco! Seguro que el mensaje está escrito con tinta invisible, o usando algún otro truco ninja por el estilo. Después de todo, se supone que es un mensaje importante, es de esperar. ¡Claro! ¡Jaja! ¡Todo tiene sentido!
Muy contento con su deducción -que Ralexion no barajaba que pudiera estar errada-, se llevó la mano al mentón y situó una sonrisa en su faz.
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Kagetsuna negaba con la cabeza, con la mirada perdida. Aún cuando el Uzumaki plateó una posible explicación para ello, el tuerto no tenía muchas esperanzas. No sabía nada del cliente, así que las intenciones del mismo con aquel documento eran inciertas. Después de todo, debía llevarla con alguien más a la Ciudad de Los Herreros antes de regresar a Amegakure. Tantas conjeturas que sólo le hacían enojar más.
—Ojalá sea como dices. Sí no, le voy a rebanar el cuello a quién sea necesario.— Exclamó apretando los dientes, aunque todo lo dijo por pura exageración.
Enrrolló nuevamente el trozo de papel, para guardárselo en el morral. Aunque se detuvo por un instante, contemplando el paquete alargado que ya llevaba ahí. Miró al pergamino, luego al otro objeto, y de vuelta al pergamino. Se relajó un poco y volvió a abrirlo. Pasó su mano encima de la hoja, se concentró y... Nada, no pasó nada.
"No, no es lo que pensaba"
Frustrado, se resignó a guardar el papel de una vez por todas.
—Pues supongo que ya te pued- — Se cortó al escuchar un ruido.
Aquello eran pasos, como el de alguien subiendo unas escaleras hacía el techo.
—Joder, parece que los dueños del edificio nos oyeron.—
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—Mientras no me rebanes el cuello a mí —afirmó con tono casual, encogiéndose de hombros.
Observó con curiosidad el breve intento por parte del tuerto de descifrar el método con el que habían ocultado, supuestamente, la valiosa información contenida en el pergamino. No tuvo éxito; eso, o es que le agradaba en demasía el tacto del pergamino, una de dos.
Ralexion también escuchó el sonido proveniente de las escaleras interiores que daban a la azotea. Azotea en la que estaban los dos ninjas, casualmente, allanando en propiedad privada. El pelirrojo sufrió un pequeño ataque de pánico. «¡¿Y ahora qué?! Si al final terminaré en el calabazo...».
—¡Rápido, nos tenemos que esconder!
Miró de un lado a otro, frenético, pero el lugar no ofrecía demasiado en lo que se refiere a escondites. Solo le vino a la mente una idea que, quizás reflexionada en perspectiva, era un poco estúpida.
—¡Henge no Jutsu! —susurró, ejecutando la serie de sellos Perro → Jabalí → Carnero.
Se transformó en una maceta de tamaño medio, con una palmera en miniatura al centro, ondeándose ligeramente con la brisa.
Quizás pasaría desapercibido.
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2/03/2017, 18:01
(Última modificación: 2/03/2017, 18:04 por King Roga.
Razón: Error de code y signos de puntuación XD
)
Ante la amenaza de ser descubiertos debían idear la forma de escabullirse. Pero el tuerto no podía concentrarse mientras veía al pelirrojo totalmente descolocado. Le ponía más nervioso la actitud del Uzumaki que el problema en sí. Ante la carencia de un escondite adecuado, Ralexion optó por mimetizarse con el ambiente, aunque no de forma muy eficiente. El Senju se quedó con el ojo cuadrado ante la brillante ideota de su compañero de profesión. ¿Que haría Kagetsuna? ¿Esconderse atrás de la maceta? Mejor no opinaría nada, pues él ni se sabía transformar.
"Me lleva la que me trajo."
Los pasos ahora eran acompañados de voces, así que tuvo que tomar una decisión drástica. Se apuró a llegar al borde del edificio y se le vio pegar un salto justo antes de que dos hombres de mediana edad alcanzaran a subir. Ambos sujetos miraron a sus alrededores, pero lo único que había ahí era la planta tropical miniaturizada.
—¡Hey! Aquí no hay nada— Bufó molesto uno de ellos. Era un hombre escuálido, casi esquelético. Con una cara y extremidades muy alargadas.
—¿Cómo qué no?— Dijo el otro para luego darle un manotazo en la nuca al otro sujeto. Se trataba de un hombre gordo, con señas de calvicie asomándose en su cabeza. Dejando cabello sólo por sus laterales. —Claramente escuché el grito de alguien venir desde aquí.
—¡Carajo! ¡No tenías que pegarme!— Se quejó mientras se sobaba el sitio del golpe —Tiene que haber alguien por aquí entonces.— Avisó mientras se acercaba a los bordes para revisar los alrededores.
Al llegar a la orilla trató de ver hacía la calle y a los edificios contiguos, sin imaginarse que el intruso esta mucho más cerca de lo que pensaba. Justo abajo, pegado a la pared como una mosca aplastada, se encontraba Kagetsuna. Obligado a arquear los tobillo para adherirse a la pared. Prácticamente colgado del remate de la azotea. Bendito sea el ángulo de perspectiva. Estaba rezando y conteniendo la respiración para que no lo descubriesen.
"Por Kami-sama..."
El hombre, aún dudoso, estaba por inclinarse a revisar cuando fue salvado por la campana.
—Oye. ¿Y esta planta?— Preguntó el otro hombre.
—¿Cuál?— Contesto mientras se alejaba del borde, para alivio del Senju —Ni idea, ¿no será del jefe? A él le gusta coleccionar cosas exóticas, tal vez la olvidó aquí o algo— Afirmó rascándose la nuca.
—Sí es así será mejor que la llevemos a la bodega para entregársela luego— Se acercó a la maceta para intentar levantarla —¡Uhumm! ¡No te quedes ahí parado y ayúdame a cargarla!
—Voy, voy...
Cuando creía que se habían librado de los problemas la cosa se empezaba a poner peluda. Entre tanto, Kagetsuna desde su posición pudo escuchar claramente lo que planeaban ambos trabajadores del edificio. Eso sumado a que no sabía cuanto tiempo más podría estar de cabeza empeoraba todo.
"Eso no ha sonado nada bien."
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Dada su transformación, Ralexion no tenía ojos ni orejas, pero seguía siendo consciente de lo que pasaba a su alrededor. No obstante, no tuvo tiempo de ver a dónde se dirigió Kagetsuna, tan solo que el susodicho se encontraba fuera de su rango de visión. Quizás se había ido, dejándolo solo. No sería un movimiento tan descabellado, después de todo.
Dos hombres irrumpieron en la azotea. El Uzumaki habría contenido la respiración si hubiera tenido pulmones. En primera instancia parecía que su transformación le estaba permitiendo pasar desapercibido, mas eso se terminó cuando los dos extraños cayeron en la cuenta de que había una maceta fuera de lugar.
El nivel de estrés del joven subió hasta cotas peligrosas. El Henge estuvo cerca de deshacerse, pero afortunadamente para él, el moldeo del chakra se le daba bien (para alguien de su edad). "Respiró" algo más aliviado cuando escuchó que el dúo del gordo y el flaco habían encontrado por sí solos una explicación para la presencia de la palmera.
Solo tenía que esperar a que lo transportaran hasta donde fuera que quisieran hacerlo y escapar. Tan solo tenía que mantener aquella forma hasta que lo dejaran en la bodega. El pergamino ya había cambiado de manos, así que su misión estaba cumplida y su parte en aquel desafortunado asunto terminada.
O eso quería creer...
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Ambos sujetos tomaron la maceta y empezaron a descender por los escalones con lentitud. Eran varios pizos desde la azotea hasta la bodega, ya que esta última estaba hasta el sótano del edificio. El lugar era aparentemente una fábrica de muebles, martillazos y serruchazos eran audibles en el reciento. Curiosamente el sitio estaba construido de una forma que el sonido se quedaba aislado en el interior, por lo que afuera todo era bastante calmo.
—Ya casi, ya casi llegamos— Bufó el gordo
—¿Por que demonios no usamos la rampa para cargamento?— Se quejó el flaco, cuyas extremidades temblaban más que una gelatina a medio cuajar.
—Porque esto no es mercancía— Respondió el otro.
Kagetsuna por su parte no pudo hacer nada para evitar que se llevasen al Uzumaki. En cuanto se aseguró de que no hubiera ninguna presencia en las cercanías volvió a subir a la azotea, para descansar un rato después de estar colgado como chango. Su dilema estaba en que pasaría con el chico. ¿Podría salir sólo? Eso en teoría era algo que no era de su incumbencia y por ende podría obviarlo. Pero luego pensó que si por X o Y razón descubrían al pelirrojo y este parlaba más de lo necesario le podría terminar afectando de forma indirecta.
"Si lo voy a sacar de ahí, primero debo encontrar la forma de entrar"
Entre tanto, los hombres que llevaban la mini-palmera la colocaron en el suelo durante un momento, en lo que el flacucho se disponía a abrir la persiana de la bodega. Se trataba de un lugar muy muy amplio, iluminado con lámparas y abastecido de aire mediante un sistema de conducción. Al levantarla salieron a su encuentro varios perros negros, de hocico largo y con detalles cafés en la boca y patas.
—¡Jo, jo! ¡No estorben carajo! ¡No es para ustedes!— Gruñó el gordo al ver como la jauría ladraba una y otra vez al objeto en cuestión.
Tomaron nuevamente al transformado Ralexion y lo colocaron a la par de una gran cantidad de sillas, escritorios, gavetas y armarios de madera que se hallaban apilados en el sitio. El gordo se secó el sudor de su perlina frente mientras el flaco acuchuchaba a los caninos ofreciéndoles croquetas.
—¡Heh!, mételos de vuelta que están para cuidar.
—Voy, voy. Ya lo oyeron amiguitos.
Así, tiró una galleta de nuevo hacia el interior de la bodega, siendo seguida por los doberman. La persiana fue cerrada, y la planta se quedó en compañía de los caninos. Los animales le rodearon, olfateando y ladrando al objeto al percibir que el olor que tenía no correspondía al de un ser vivo vegetal precisamente.
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La situación iba de mal en peor. Durante el transcurso del viaje hasta la bodega pudo observar que el edificio en cuestión se trataba de una fábrica. Una de muebles, siendo exactos. Durante su periplo tomó nota mental de lo que parecía ser una salida de emergencia en el primer piso, pero le sería difícil escabullirse entre tantos trabajadores. No obstante, llegar hasta esa salida -o cualquier otra- se vio relegada a una preocupación en segundo plano cuando alcanzaron la bodega...
Habían dobermans en la bodega. Muchos dobermans. Los perros le ladraban, y Ralexion sabía que lo hacían porque eran capaces de usar su olfato en pos de discernir que lo que parecía ser, en realidad no era. La maceta tembló ligeramente sobre las manos del gordo, pero fue un movimiento tan ligero que este no se dio cuenta.
Así pues, los dos peculiares sujetos lo dejaron allí, rodeado de perros rabiosos, cerrando la persiana metálica tras de sí. El objeto volvió a temblar, esta vez de una manera algo más notable. La pequeña palmera sobre este se agitó, moviendo sus hojas al son. «No puedo mantener mi chakra así... ah... estos perros me dan un miedo de la hostia... joder, joder, ahora sí que sí, ¡no pienso seguir siendo un puñetero ninja si consigo salir vivo de esta!»
Solo disponía de unos momentos para pensar en su siguiente movimiento, el Henge no aguantaría mucho más. Reflexionó unos momentos y llegó a la conclusión de que el mejor plan de acción era impedir morir devorado por una jauría de perros guardianes.
Deshizo la transformación por voluntad propia antes de que su control del chakra se fuera completamente al garete. Esperaba que algo tan súbito -sumado a la ligera cortina de humo que expulsaba la técnica al ser realizada o deshecha- dejara confusos a los chuchos durante unos valiosos instantes.
Saltó hacia atrás, subiéndose a un escritorio de madera, acto seguido saltó encima de un armario ropero. Los perros ya eran más que conscientes de la presencia del intruso y ladraban como poseídos, subiéndose a los objetos que podían en tal de perseguirlo. Finalmente, Ralexion saltó contra la pared, quedándose pegado a ella gracias al chakra que mantuvo en la planta de sus pies, fuera del alcance de sus satánicos perseguidores.
—Joder, uff... casi... casi... —masculló entre jadeos, observando a los doberman, que le miraban y le ladraban sin contenerse.
Estaban montando un buen jaleo.
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Kagetsuna no estaba seguro de cómo entrar al lugar. Logró bajar por la misma pared del callejón que usó para subir, para luego dirigirse hacia la parte delantera del edificio, en donde una gran pancarta señalaba "Palo de Cerezo S.A.", indicando que se trataba de alguna clase de negocio. Pensó en fingir ser un cliente o algo, pero que un niño de doce años se hiciese pasar por un comprador mayoritario no era de sus ideas más brillantes. Por segunda vez en el día se sintió arrepentido de no haber aprendido a usar el Henge No Jutsu en lugar de andar vagando.
"Cuando regrese a Ame tendré que ponerme a entrenar."
Tras pagar las consecuencias de su procrastinación y tener una nueva meta, decidió rodear el edificio para ver si lograba encontrar alguna otra entrada. Para su suerte, en la parte trasera parecía haber una salida de emergencia en caso de incendios y esas cosas, pero persistía el problema de lograr pasar desapercibido. De por sí su apariencia regular no era muy discreta que se diga. Su mejor opción era seguir con la idea de aparentar ser un posible comprador, pero era tan inverosímil que ni el mismo se creía que fuese a funcionar.
Dentro del local, los perros seguían ladrando con enorme fuerza, amenazando con despedazar al Uzumaki si este osaba bajarse en algún momento. En el exterior, los trabajadores aún no se percataban del escándalo, pero no tardarían en hacerlo si se prolongaba.
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Ralexion continuó escalando hasta llegar al techo de la sala, quedando boca abajo. Los perros seguían su avance con la mirada, y según este se fue acercando de un punto hasta el otro extremo, en dirección a la reja metálica, también con las patas. Observó con detenimiento la puerta que lo separaba de la libertad. No podría abrirla a no ser que se molestara en bajar al suelo, lo cual no era una opción. Pensó en incapacitar a los animales, pero prefería no hacerlo a no ser que fuera en defensa propia. Después de todo, él era el intruso, los caninos no tenían culpa de su mala suerte.
—Tch...
Se agachó y continuó observando la instancia, buscando algo que le pudiera servir. Tras varios instantes de búsqueda estéril dio con lo que parecía ser una reja de metal que tapaba un conducto. No era demasiado grande, pero quizás resultaría suficiente para un joven como el Uzumaki, que además era un ninja.
Corrió hasta ella, se pegó a la pared y trató de sacar la plancha. Para su desgracia, estaba atornillada. Suspiró y sacó su baikunai de dentro del kimono. Utilizando la hoja como destornillador improvisado, empezó a trabajar...
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Los alaridos de los animales no cesaron en ningún momento, por lo cual algunos de los trabajadores empezaron a sentirse molestos. No sólo debían soportar el de las maderas trabajándose sino que también los aullidos de los caninos.
—¡¿Por qué mierdas no se callan los chuchos?! Desde que dejamos la mugrosa planta ahí han estado ladrando.— Gritó el hombre gordo que se encontraba aserrando algunas tablas. —Tú, carajo— Le bufó a otro tipo que estaba a su lado. —Baja ahí y ve que están haciendo los perros.
—Pe-pe-pero— Tartamudeó asustado. Se trataba de un sujeto bajito, de cabello castaño y lentes de culo de botella. —De-de-debo-.
—¡QUÉ VAYAS DIJE!—
—¡Huuauauah!— Salió corriendo despavorido hacía al sótano del edifico.
Doberman, perros doberman. Odiaba a los doberman, y a cualquier otro perro. Simplemente no podía aguantar el pánico al ver a esas criaturas cuadrúpedas con sus hocicos babeantes y llenos de dientes puntiagudos. Pero hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para ir a la bodega, mientras sus pasos hacían eco en el desolado sótano, quedándose petrificado enfrente de la persiana. Colocó sus manos dispuesto a levantarla cuando...
POM, POM.
—¡¿Da-da-dad-ada!?
¡POM, POM, POM, POM!
—¡Voo-vo-vooooy!— Subió corriendo a toda velocidad por las escaleras al escuchar que alguien llamaba a la puerta principal. Se sentía aliviado de no tener que lidiar con los canes. Cualquier cosa pondría pretexto de que los clientes eran prioridad. Salió a la puerta principal con una gran sonrisa en su rostro y abrió el portón con alegría inconmensurable. —¡Sea bien-!... ve-venido— A primera vista no había nadie ahí, hasta que bajó la mirada para divisar a un chico o, ¿chica? de cabellos morados.
—Buenos días señor, me dijeron que debía venir a limpiar sus... ventanas— Habló con voz apagada.
"Claro que sí campeón... ¡PERO ES QUE SOY ESTÚPIDO! Esto no se la cree ni un mono con autismo."
Sólo había sido cosa de ir a robarse una toalla que se hallaba colgada en el tendedero de alguna casa vecina. Un plan tan vergonzoso que tenía sus cachetes más rojos que un tomate manzano. ¿Y se hacía llamar ninja? No le faltaban las ganas de seguir corriendo.
Por otro lado, al final la reja de los ductos de ventilación terminó cediendo. Era lo suficientemente espaciosa para que un niño del tamaño del Uzumaki pudiese introducirse con facilidad. Sin embargo, dentro del mismo había algunos ventiladores internos que cortaban el paso en algunas secciones, impidiendo llegar al exterior directamente.
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