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Kageyama, Koko...
—Bonito nombre, un tanto exótico —Saritama Yuriko le tomó de la mano, cruzó su brazo con el de Kageyama y se echó a caminar, dejando atrás a su conductor—. y cómo no, si el placer es mío. He estado gratamente sorprendida al verte, no pensé que alguien tan atractiva, y tan joven, además, decidiera ser Kunoichi.
Yuriko suspiró, y entre sus ojos pudo ver una larga vida como modelo. Carrera que se había convertido en un sacrificio pero que a la larga hubo valido la pena.
—En fin, he pedido expresamente a la aldea un acompañante pues hoy, querida, es un día muy importante para el mundo de la moda, y para mi, por supuesto. Verás, hoy será mi última pasarela, aquella que dará la pincelada a un cuadro de grandes actuaciones, extraordinarios desfiles, y campañas publicitarias. Necesitaré de tu ayuda para que todo salga perfectamente, ¿está bien?
Mientras decía aquello, Saritama Yuriko tomó el único rumbo ascendente que tenía frente a ella. La vereda, aquella ataviada por centenares de árboles cerezo, yendo probablemente hasta el centro de la aldea. Koko, sin embargo, era la que tendría que dirigir aquella galante marcha, y en vista de que tenía a su lado a lo que parecía ser una afamada y reconocida figura del mundo de la moda, era probable que muchos la reconocieran por las calles principales.
Koko tenía tareas pendientes, aún y cuando la misión acababa de comenzar.
Exótico, claro, no le había gustado y la menor lo sabía pero bien poco le importaba porque no se lo iba a cambiar por nada del mundo, además de que era fácil de recordar por todo el mundo, salvo cuando hay que escribirlo, allí cunde el pánico.
—Gracias de nuevo —respondió soltando una risilla algo nerviosa ante tanto cumplido, incluso cierto rubor adornó las mejillas de la kunoichi en ese momento.
Aunque no sabía cómo tomarse eso de ser kunoichi, es decir, ¿le estaban insinuando que podría haberse dedicado al modelaje o algo similar? Puede, aunque seguramente otros en el clan serían mejores opciones para tal cosa, ella aparte de pecosa tenía el problema de sus ojos que a más de uno disgustaba y se lo habían dejado muy claro, es más, ella pensaba fervientemente que la razón por la que medio mundo reparaba en sus ojos era justamente por disgusto.
De cualquier manera, luego del accionar de la modelo, la rubia se vio obligada a caminar junto a la mayor sin lugar a réplica, casi parecía que los roles se hubiesen invertido.
—Haré todo lo que esté en mis manos para que así sea —le respondió a la mujer antes de darse cuenta de un detalle.
«Mierda, por aquí no »Se dijo a si misma al notar que estaban caminando libremente por la vereda principal donde todo el mundo estaba paseando, en otras palabras, en cuanto reconocieran a aquella mujer comenzaría un revuelo importante que le complicaría las cosas a la pecosa.
—¿Desea que la lleve al hotel? ¿o tiene que hacer alguna otra cosa antes? —Consultó algo nerviosa mientras observaba en todas direcciones por cualquier cosa que pudiera pasar.
Ahora le vendría bien tener algún compañero que la ayudase con aquella escolta, aunque por lo menos estaba en contacto físico directo con la mujer así que estaba muy segura de que estaba a su lado, no tenía por qué perderse.
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—Haré todo lo que esté en mis manos para que así sea —respondió Koko, con el respeto y la compostura por delante. Chica de pocas palabras, habría pensado Yuriko, que percibía con minucia el cómo la kunoichi se había sumergido en su papel como toda una profesional.
La modelo sonrió, y sus cabellos vinotinto se menearon con una ventisca súbita y cálida.
—Bien, me alegra ver tu buena disposición.
—¿Desea que la lleve al hotel? ¿o tiene que hacer alguna otra cosa antes?
—Me gustaría comer algo primero, querida. No hagas caso a los mitos que envuelven nuestra profesión, verás; muchas de nosotras, modelos de renombre, comemos más que nuestros hombres —soltó una risilla carismática, tapándose la boca con su mano, en un único y parsimonioso movimiento—. ¿qué me recomiendas?
Adelante, la kunoichi entrevió el descenso principal hacia el corazón de Uzushio. Desde ahí, un centenar de casas típicas de tejas rojas que se abrían paso como un laberinto entre sus calles. En el centro, se asomaba imponente el gran edificio al que antaño se le llamó Academia de las Olas, a la derecha el amplio territorio que cubría el vasto y colorido Jardín de los cerezos, y más atrás, las zonas comerciales. Donde estaría probablemente el hotel, el anfiteatro, y algún que otro buen restaurante al que probablemente habría visitado alguna vez.
Al final del descenso, se comenzaba a arremolinar una pequeña muchedumbre.
Claro que había buena disposición por su parte, era su primera misión y quería que saliera lo mejor posible, no por el dinero ya que le sobraba pero tenía que asegurarse de que las misiones de rango D en las que participase salieran todas bien, sería un escándalo que no lograse alguna por estupideces.
De cualquier forma, la mujer le dio una ligera indicación que Koko tendría que obedecer de la mejor manera posible, aunque tenía un ligero inconveniente. «Lugares lujosos me imagino, ¿tendré que pagar yo? »No era que no llevase dinero encima, pero si comía tanto como afirmaba seguramente le dolería la cartera, si a eso le sumamos que ella misma también es de comer mucho y de ahí que esté algo rellena, seguramente tendría que terminar pidiendo dinero a alguno de sus hermanos.
—El mejor restaurante de Uzushiogakure no está muy lejos de aquí, tienen todo tipo de platos en el menú —indicó señalando un edificio algo más grande que los demás.
Estaba bastante lejos pues solo se discernía como una pequeña mancha en el horizonte, y más que haberlo visto sabía que se encontraba en esa dirección porque… Realmente hacía falta una vista muy buena para ver a tal distancia.
—La comida es muy buena y el servicio también —alegó tratando de convencer a la mujer de aquella era la mejor opción a la hora de comer.
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—Vamos, pues —sentenció, dejando que su escolta tomase el rumbo por primera vez.
Quince minutos más tarde, ya se encontraban en el interior del lujoso restaurant tradicional de estilo japonés que yacía plácidamente iluminado, repleto de gente adinerada. Y de esas había mucha en Uzushiogakure, Koko lo sabía con certeza. Así pues, de buenas a primera, ambas terminaron codeándose con todo tipo de gente de la alta alcurnia. Muchos se acercaron a saludar, otros a pedir autógrafos, y algún que otro baboso a soltar algún comentario mordaz acerca de la evidente belleza de aquel par de mujeres. Yuriko se dedicó sin más a recibir a todos gustosamente, respondiendo como se debía a su público y guardando muy bien las apariencias. Aunque después de cierto tiempo, lucía hastiada del constante abordaje de gente.
Para la suerte de ambas, pronto los mozos del lugar advirtieron a los lugareños y el acoso cesó. Saritama Yuriko quedaría a gusto con su empleada, Koko, sentada frente a ella.
—Y bien, ¿por qué no me cuentas un poco sobre ti? Háblame de tu vida en Uzushiogakure. Tus sueños, tus metas. Quiero saber qué hay dentro de esa linda cabecita.
Yuriko acarició su cuello, seductora, cerciorándose de que su amado collar aún la envolvía en un abrazo fraternal.
La llegada al restaurante seguramente terminó por ser peor que el paso por la calle donde prácticamente nadie las había molestado, probablemente las habrían mirado y dicho algo por lo bajo pero nada de lo que aquellas dos se tuvieran que enterar. Hasta que entraron al lugar y todo el mundo se les acercó, algunos más formalmente que otros y los demás simplemente dejaron ver que no todo adinerado es en realidad educado.
¿La verdad? Koko no estaba acostumbrada a ser el centro de atención, ni siquiera en partes como allí que si bien baboseaban con la pelirroja, también lo hacían con ella y no le resultaba tan agradable como a la mayor, o puede que la de esta última fuese más costumbre que agrado pero la rubia definitivamente no querría acostumbrarse a algo así.
Fue entonces cuando, si bien ella quería sacarse de encima a todo ese mar de gente, los empleados le ganaron de mano y probablemente lo hicieron de una forma más efectiva de lo que ella pudiera haberlo hecho, así fue como consiguieron un lugar en el restaurante sin nadie que las molestase innecesariamente.
—Bueno… No tengo muchas cosas interesantes para contar, siendo sincera —confesó ya bien sentada frente a la modelo—. Hasta hace no mucho me dedicaba a limpiar dentro de la mansión de un clan adinerado aquí en la aldea, pero era aburrido y preferí conseguirme otro trabajo —prosiguió en su relato restándole mayor importancia a todo lo que contaba.
No hacía falta que contase que había sido exiliada de su clan justamente por querer ser kunoichi en contra de la voluntad de su padre, ¿verdad? No, definitivamente no importaba, ella es una Kageyama, no una Sakamoto.
—Solo quiero divertirme en realidad, sé que más de una vez no la pasaré bien trabajando, pero será mucho más entretenido que estar limpiando día y noche la misma habitación hasta el día que me muera, ¿no? —Tal vez esté equivocada, pero así veía ella las cosas.
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—Bueno. No tengo muchas cosas interesantes para contar, siendo sincera —¡ah, claro que sí! la tan cuestionable sinceridad. Esa de la que se jactan muchos, pero que sólo la usan de excusa para interponer mentiras veladas. Yuriko sabía de eso, sabía cuando alguien le mentía; y sin embargo, cuando Koko continuó con su explicación, algo le hizo cambiar de parecer. Yuriko interpuso su hermoso rostro frente a su empleada, y cubrió la barbilla con su mano—. Hasta hace no mucho me dedicaba a limpiar dentro de la mansión de un clan adinerado aquí en la aldea, pero era aburrido y preferí conseguirme otro trabajo.
Destino, le llamaban a aquello. Porque en Koko encontró el reflejo de sí misma, de la Yuriko más joven. Una que sufrió inombrables maltratos bajo el techo de una familia pudiente, deseosa de esconder su belleza y privarla de los placeres que su imagen le podía conseguir.
—Sé de lo que hablas. Yo viví algo similar, allá en mis días de juventud. Pero henos aquí, querida, disfrutando de los placeres de la vida. Haciendo lo que más nos gusta, y para lo que mejor somos. Has de ser una excelente Kunoichi, ¿no es así?
Era bastante curioso, no obstante. La piel cándida de Yuriko, y la evidente falta de vestigios que delataran su edad hacía difícil ponerle un número de vida. Pero nadie diría que aparentaba más de 28, ni más, o menos.
Entre tanto, uno de los mozos dejó sobre la mesa dos finas copas de vidrio, una con vino; y otra con agua.
¿La verdad? Koko supuso que estaría todo el rato con una mujer amargada y molesta, pesada con cuestiones elegantes y demás y no con una que hasta cierto punto afirmase entenderla, aunque realmente no lo había demostrado y tan solo lo dijo con palabras.
—Espero serlo, me he graduado hace poco —confesó algo cabizbaja.
Era demasiado consciente de sus habilidades como para llamarse siquiera una kunoichi decente, inclusive consideraba que a duras penas si se había graduado aunque ni siquiera se molestó en comprobar su propia calificación y…
¿Agua? Que buen servicio, sí señor…
«Al menos un zumo de fruta o algo con sabor »protestó aun con la mirada centrada en la modelo.
—Entonces, ¿usted también? ¿fue parte de la servidumbre en algún momento? —Preguntó curiosa.
Siempre era interesante conversar con personas que habían tenido cambios muy bruscos en sus vidas.
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—Entonces, ¿usted también? ¿fue parte de la servidumbre en algún momento? —preguntó Koko, con la curiosidad por delante. Saritama Yuriko sonrió plácidamente, por lo bien acertada que había sido Koko respecto a su ambiguo comentario anterior. Entonces reinó el silencio por dos largos segundos, tiempo en el que la dubitativa invadió a la modelo, que frunció las cejas y analizó introspectivamente las intenciones de su interlocutora.
—He sido parte de tanto, querida, que me sería difícil enumerarlo. La servidumbre habrá sido una de las tantas tareas de las que no estoy particularmente orgullosa, pero que hoy en día no significa nada para mí y para quien soy. Pienso que lo sufrimientos y aberraciones vividas del pasado no son más que pequeños impulsos que al final me han traído hasta aquí, hacia el ahora, un ahora en el que se me venera como una de las más grandes figuras de la elegancia. Soy un símbolo. Tú, quizás, puedas convertirte en uno algún día.
Tomó de su vino y soltó un suspiro de lo más anecdótico.
—¿Quieres eso para ti?
Aquel silencio prolongado podía significar dos cosas, una que simplemente no se esperaba una pregunta de tal tipo, la otra posibilidad era que le había molestado y a juzgar por la mueca que hizo aquella mujer podría deducirse que sí, había dado en esta segunda opción y aquello no era bueno, no para la rubia que se sintió un tanto incómoda mientras esperaba alguna queja o similar.
Finalmente, la modelo respondió, dejando en claro que no le había molestado en lo más mínimo o de lo contrario no se hubiese molestado en dar respuesta a aquellas preguntas que se le habían formulado y la pecosa suspiró aliviada.
Curiosamente la pelirroja hablaba como si estuviese muy segura de que Koko podría llegar a ser alguien como ella, como si… «¿Está buscándose alguien que siga sus pasos? »Tal vez, aunque aquella chica estaba más que segura de que ella no era la más indicada para tal cosa, menos si consideramos lo vergonzosa que es para estarse mostrando, es decir, si se mira bien la vestimenta que lleva, aquel vestido verde está pensado para llevarse prácticamente solo, sin el pantalón y la playera que la joven kunoichi acostumbra a usar debajo.
—No sé si quiera llegar a tanto, no sé cómo llevaría lo de la fama y ser reconocida como usted —respondió no muy convencida al respecto.
Todo dicho de la mejor manera posible, con un tono cordial para evitar malos entendidos o molestias a la glamorosa mujer que tenía por delante. Ella misma había dicho que era un símbolo de elegancia y bueno, la propia Kageyama no era muy elegante que digamos aunque sí tenía buena educación para situaciones formales… En el papel de criada.
—Me resultaría raro que personas que no conozco vinieran a hablarme como ocurrió cuando apenas entramos aquí, más que quieran autógrafos o me dediquen cumplidos algo… Obscenos… —Concluyó desviando su mirada a algunas de las mesas de los alrededores.
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—Me resultaría raro que personas que no conozco vinieran a hablarme como ocurrió cuando apenas entramos aquí, más que quieran autógrafos o me dediquen cumplidos algo… Obscenos…
—Es el precio a pagar por llegar a la cima. Es el precio a pagar por poseer la Belleza Perpetua.
Yuriko y Koko hicieron contacto visual, y la primera transmitió a la más joven una intensa llama de voluntad. Por un instante sus galantes ojos azules transmitían un deje de experiencia que Koko habría visto, quizás, en una persona que haya vivido más de la cuenta.
—De todas formas, yo me refería a tu rubro, querida. Digo, tienes lo que se necesita para triunfar en el mundo de la moda, pero creo estar casi segura de que no está entre tus planes dejar de ser una Kunoichi. Pero ser Kunoichi también significa llegar a un punto donde muchos te veneren, aunque no por lo que vistas, o por lo bella que eres. Tu mérito estará en las acciones, en cómo cuides de tu gente. Sino, entonces mira la historia de tu aldea, dos poderosas mujeres asumiendo todo el peso de una Aldea.
Uzumaki Shiona también es venerada, es un símbolo.
Aquella conversación de profundo significado, sin embargo, se vio interrumpida por la llegada del mismo mesero que momentos antes le había traído las bebidas. Pero ahora venía con una carta de platos que entregó a sus dos comensales.
Si Kageyama Koko decidía darle un vistazo al hombre, vería a un tipo de piel ligeramente tostada, alto, elegantemente ataviado de camisa y corbata. Tenía un frondoso bigote perfectamente alineado con la comisura de su labio superior y una también frondosa cabellera trigueña, peinada elegantemente hacia atrás. Sin embargo, si se era juiciosamente observador, del cuello de su camisa se podía ver una especie de dibujo de tinta negra asomándose por encima del camisón. Parecía ser la parte de un tatuaje, en el lado izquierdo del cuello.
Esperó a que chequearan la carta, y preguntó:
—¿Qué deseáis ordenar? —era una voz profunda, ligeramente carrasposa.
«¿Belleza perpetua? No puede ser literal »pensaba la kunoichi mientras prestaba absoluta atención a la modelo.
—Claro, entiendo eso pero dudo mucho que llegue jamás a las suelas de alguien como Shiona-sama —respondió ante el comentario relacionado a su antigua jefa.
Del mismo modo, la rubia tampoco se sentía muy capaz de llegarle a alguien como Yuriko, aunque si vamos al caso depende mucho también del atractivo físico, si la genética no le beneficia no lograría jamás llegarle ni cerca y… Siendo sinceros, Koko era el tipo de chica que pensaba no haber sido bendecida de ninguna manera por nadie.
—En sí, dudo que llegue jamás a nada, me conformo con no pasar hambre ni frío —confesó finalmente por si quedaba algún tipo de duda sobre su forma de ver las cosas.
Además, nadie va a pagarle por ponerse un vestido y pasear por una pasarela, está gorda y una modelo no puede estar gorda.
Finalmente para desviar completamente la conversación, llegó el mesero con la carta que se las dejó a ambas. Koko al menos se fue directamente a la sección de pastas ya que llevaba su tiempo sin comer algo de ese estilo, usualmente comía unas mezclas de verduras con carne y nada más que en sí no eran de su completo agrado, al menos no en comparación con un buen pastel de chocolate con crema y merengue a montones, sin fruta de ser posible, arruina todo.
De todas maneras, prefería esperarse a que la pelirroja ordenase primero, era la mayor, la famosa, la elegante, etc. etc. y la Kageyama era simplemente una acompañante, una sirvienta recién contratada como para estarse dando lujos o lo que sea. Conocía su lugar como “criada” desde hacía años ya.
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—De entrada, caviar. Con rodajas de pan crocante. Para el plato fuerte me gustaría una cazuela de mar, bien sazonada, con pasta corta; si es tan amable. Más vino, y... creo que más nada.
El mesero anotó todo, y esperó; según, a que Koko ordenara. Pero lo curioso es que no hizo contacto directo con la segunda comensal, sino que se mantuvo con la mirada férrea en Yuriko, o más bien, en su collar.
Luego de que la mayor ordenase lo suyo ya la pecosa tenía vía libre a encargar lo suyo pero… «¿Hola? ¿Desaparecí? »pensó sin atreverse a abrir la boca, aunque sí que necesitaba llamar la atención de aquel hombre que miraba firmemente algo en la pelirroja que a ojos de la pecosa no podía ser ni más ni menos que…
—Podría al menos intentar disimularlo… —murmuró dedicándole una mirada reprobatoria al empleado.
A vistas de la kunoichi, este hombre sencillamente estaba mirándole el escote sin ningún ápice de pudor. Algo molesto si le preguntan a ella, más si la estaban ignorando de tal manera.
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La voz de Koko le sacó de su ensimismamiento, y el bigotudo se vio obligado a voltear hacia ella. Le sonrió elegantemente aunque Yuriko, la más experimentada, percibió de aquellos gestos un deje de hipocresía que le fue sencillo discernir. Y es que ella pensaba que aquel hombre no estaba muy interesado en sus senos, sino en otra cosa.
Yuriko intervino, de pronto.
—Ella comerá lo mismo. Ponga la orden para llevar, por favor; ha ahuyentado usted a la comensal que mejor debía tratar. ¡Gerente, gerente, éste hombre...!
Y lo que vino después, fue una ligera muestra de poder. De autonomía. De la belleza como papel moneda.
La bella modelo se encontraba atravesando el jardín de los Cerezos, siendo guiada por Koko, quien ya sabía hacia qué hotel dirigirse. Siempre en silencio, pensando sólo en la anécdota del restaurante, donde Yuriko habló con el gerente acerca de los modales de uno de sus mozos, lo que llevó a que el restaurante la resarciera como debía ser. Comida gratis, y un recibimiento a sus instalaciones a coste cero siempre que la hermosa dama quisiera acudir ahí. Una muestra de disculpa hacia el error cometido por un empleado que, a según, sería despedido inmediatamente.
Al llegar al hotel, tanto Koko como Yuriko fueron recibidas nuevamente por una comitiva de recepción, que ya tenía todo preparado para la afamada modelo.
Les guiaron hasta su habitación, la número 202, y Saritama invitó a Koko a pasar.
El interior era tan elegante como podría esperarse. Una suite preparada con las mejores comodidades para la figura de un magno evento, con cama matrimonial, un balcón que daba hacia los jardines de Cerezo, y cualquier otra cosa que se pudieran imaginar.
La mujer dejó caer su liviano cuerpo sobre la cama, y se acomodó.
Invitó a Koko a que tomara asiento, si así lo deseaba.
—bien, querida, necesitaré que te encargues de un par de cosas. ¿Está bien?
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