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Mokuton era el nombre. Pero Daruu no podía usar aquella habilidad, ni tampoco él. Entonces el ojos blancos pidió que le permitiera pensar, a fin de encontrar una solución que complaciera a los dos respecto a los riesgos que corrían según qué forma eligiesen para pasar al otro lado de la cueva.
El silencio les invadió durante un buen rato.
—Podemos saltar —dijo—. Dicen que los samuráis completan esta Senda. Nosotros tenemos mejor equilibrio, y podemos usar el chakra para fijarnos en el hielo y no caer. De modo que...
—Oye, pero ya v...
»¡Hop!
Kaido le vio saltar al primer pilar, y temió lo peor. Por suerte, Daruu cayó neto encima del poco espacio y mantuvo el equilibrio sin mucho problema «Joder, tiene agallas»
Cuando le vio saltar al segundo, creyó conveniente no quedarse atrás. Ajá, dijo Daruu, mientras él caía en el primer pilar con seguridad. El Amedama ya dispuesto a moverse hacia el tercero, volvió a dar otro brinco de conejo. Kaido hizo lo propio de nuevo, y ocupó el segundo pilar.
El Hyuuga, sin embargo...
—¡Mierda! —espetó apenas percibió que su compañero perdió el balance al romperse parte del pilar sobre el cual había caído. Sin embargo, entre mantener él su propio equilibrio y el poco margen de maniobra en tan reducido espacio, poco podía hacer respecto al peligro que corría su colega. ¿Qué, iba a lanzarse hacia él para evitar que cayera? imposible, caerían los dos. Tampoco tenía una técnica que le fuera de utilidad, así que...
Sólo le quedaría observar. O la terrible tragedia, o la milagrosa salvación.
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«¡VOY A MORIR!»
Eso es lo único que podía pensar Daruu, mientras caía hacia las puntiagudas estacas a toda velocidad.
«¡VOY A MORIR! ¡VOYAMORIRVOYAMORIRVOYAMO-!»
Una sombra se le arrojó desde la oscuridad, apenas un borrón desde el punto de vista de Kaido, que lo agarró en el aire. Daruu sintió como si acabara de chocar contra un cojín de pelo de dimensiones gigantescas, aunque desde luego estaba mucho más duro que un cojín. Su cabeza chocó contra lo que sea que le había agarrado en el aire y perdió el conocimiento de inmediato.
La sombra desapareció, con él en brazos, por una pequeña entrada al final de la cueva. Las estacas no parecían un obstáculo para ello, que parecía atravesarlas haciéndolas añicos.
Kaido se había quedado sólo en mitad de la caverna. Podía bajar a por Daruu, eso era cierto, como cierto era también que tirarse hacia abajo a las estalagmitas iba a ser un suicidio. Por otro lado, podría continuar en la Senda y quizás se encontraría con su compañero más adelante.
Si es que quería encontrarse con él.
Quedaban tres pilares de hielo delante de él. Uno, el central, estaba roto por la mitad y ahora era tan afilado como las estalagmitas del fondo. El de la izquierda, como podría observar si se paraba a mirar detenidamente, estaba agrietado y se movía con el viento. El de la derecha parecía bastante más robusto, y desde él, sin duda, podría alcanzar la salida.
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La terrible desgracia.
Daruu cayó de su pilar hacia lo que sería la más segura de las muertes, incapaz de hacer nada contra la gravedad que le enviaba directamente hacia el centenar de estalagmitas que aguardaban pacientemente a su próxima víctima. A otra intentona de superar la peligrosa Senda del Carámbano, sin éxito alguno. Pero resultó curioso, que incluso antes de que Kaido pudiera gritar desesperanzado por la pérdida de un compañero, un borronazo súbito y fugaz envolvió al lejano cuerpo de Daruu, haciéndole desaparecer del oscuro abismo bajo sus pies.
No hubo queja, ni gritos. No hubo muestras de dolor. ¿Daruu-san había recibido el frío filo de las púas, o no?
«¡Mierda, mierda! ¿qué coño fue eso? ¿estará vivo?»
—¡Daruu-kun, ¿estás ahí?!
Pregunta sin respuesta, al menos por parte de Daruu. Porque la cueva sí que decidió responder con un severo temblor que habría sido consecuencia de la pesada voz del escualo rebotando entre sus heladas paredes. El pilar que hubo traicionado al peso de Daruu terminó de quebrarse, y el de la izquierda se movió peligrosamente aún sin desmoronarse. El que se mantuvo inerte era el de la derecha, y en vista de la premura que tendría Kaido por salir de ahí, elegiría ese sin dudarlo.
Saltó, Hop y de ahí, buscaría llegar hasta el otro extremo de la cueva. Si lograba salvarse, ya pensaría qué hacer respecto a su compañero, al que aún creía vivo.
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El joven escualo consiguió llegar al otro extremo de la cueva. Si se asomaba por la puerta de salida, descubriría que el sendero terminaba unos metros más allá. Después, se presentaba un corte en la montaña acompañado de más de cien metros de distancia en caída libre, de no ser, por supuesto, si teníamos en cuenta el puente.
El puente.
Había un puente, claro. ¿Pero quién coño se atrevería a pisar aquél puente? Sólo rozaba el concepto de puente tocando de puntillas la entrada del diccionario. Las cuerdas estaban ahí, los postes también, pero de las tablas de madera por las que uno se suponía que debía de cruzar no había ni la mitad. Había varios tablones, sueltos, a diferente distancia entre sí. Si Kaido quería llegar al otro lado debería de cruzar saltando de tablón en tablón. Y parecía peligroso.
—¿¡Pero qué quieres de mí!? —dijo Daruu.
—P... PPPPPPIIIII.
—P... por favor, déjame salir de aquí. No puedo hacer eso. No tengo...
—PIIIIIIIIII...
—¡No hay un horno! ¡No puedo hacerla!
—AH. PERO SÍ HABER 'ORNO.
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Habiendo dejado la cueva atrás, Kaido se dispuso a tomar la única salida que tenía. Creyó que después de tan fatídico obstáculo, lo que quedaría para finalizar la Senda no tendría que ser mucho peor que aquel mar de estalagmitas, y sin embargo, cuando terminó de recorrer los últimos metros del sendero; se encontró con lo inesperado.
«Por las tetas de Yui-sama»
Un peligroso vacío se abría entre la piedra maciza de la montaña, dejando un espacio de caída libre lo suficientemente mortal como para que la única forma de cruzar de un lado al otro —además de volando, si es que alguien era capaz de ello— era a través de un puente, o algo que hiciera conexión entre tan alejadas formaciones rocosas.
Y un puente había, claro que sí. Pero uno maltrecho, en condiciones deplorables. Con las cuerdas que aún sujetaban el largo camino, los postes a los que estaba sujeta; y las tablas. Apenas unas pocas de las que realmente debería haber, con espacios prolongados entre ellas y que daban la imagen, además, que con incluso el peso de una pluma, las mismas caerían al vacío.
Kaido echó un vistazo abajo, y tuvo que pensar bien sobre la senda.
«Bueno, tienes dos opciones. Uno: regresar por donde has venido, y olvidar toda ésta mierda de la puta senda de los huevos. Total, si Daruu-kun está realmente muerto, me parece que nadie podrá avergonzarte con el hecho de que has decidido abandonar el desafío. Pero si no, si resulta que el ojitos blancos sigue vivito y coleando, y logra superar todo ésto... serás la jodida vergüenza de Amegakure.
¿Qué vas a hacer?»
—Cruzar esa mierda, ¡cruzarla y clamar la victoria! —gritó, al vacío.
Pero su emoción se apagó con la realidad que se le oponía frente a él. Tuvo que ver hacia abajo, y la garganta pareció cerrársele con lo que vio. Entonces puso el primer pie en la primera tabla, sostuvo ambas cuerdas con ambas manos y las movió fuertemente, probando qué tan sujetas estaban y si eran capaces de soportar el peso suficiente en caso de tener que agarrase de ellas si, hipotéticamente, llegase a caer.
Ya si se sentía un poco más seguro, tomaría el primer riesgo.
Un primer salto, con las manos en ristre. Dispuestas a tomar la cuerda apenas sus pies cayeran sobre la tabla contigua.
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Pero la tabla contigua cedió y Kaido se vio obligado a aferrarse a las cuerdas como un pez nadando en contra de la corriente para no precipitarse sobre el vacío y perder la vida sepultado en las rocas de más abajo. La siguiente tabla estaba a cinco metros, pero quizás sería mucho más confiable confiar en su fuerza, más desarrollada que la de un humano normal, para moverse agarrado a las cuerdas. Eso sí, el tejido arañaba su piel de escualo como una puta lija.
—Muy bien. Tienes un horno. Te lo concedo, vale —admitió Daruu de mala gana, que tenía cara de no querer admitir la realidad en la que estaba viviendo—. ¿Pero tú sabes todo lo que necesitamos para hacerlo?
La criatura le observó desde las alturas y meneó la cabeza a un lado y a otro, sin entender.
—Para empezar, harina. Luego, agua, que no tendría por qué ser un problema si no estuviera todo congelado.
—Yo traer agua no-hecha-hielo —dijo una voz que retumbó por las paredes—. ¿Qué más necesitar?
—Pues tomate y queso como mínimo. Como mínimo.
—TENER QUE SER BUENA. QUERER PIZZA COMO ANTES PIZZA. QUERER PIZZA.
—¡Vale, vale, está bien! No te enfades... Pero para eso como mínimo requiero de aceite, orégano, un poco de jamón cocido y...
—Yo mandar amigo-tú a por JA-MÓN. Y a por esas cosas.
—¡No! Quiero decir... ¡Sí! Y luego... ¿podré irme?
—Tú irte cuando yo zampar pizza buena.
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—¡Arghhh! —gritó él, y su quejido se ahogó entre ecos imperceptibles. La tabla bajo sus pies no sólo había cedido, sino que ahora el escualo yacía colgando de su mano izquierda con los pies bailando a los caprichos del viento de altura.
Cerró los ojos y apretó los dientes, intentando mantener aquel agarre salvador sin perder la concentración. Un sólo movimiento en falso, y caería. Caería hacia tierra de nadie.
«Vamos, aguanta. ¡Aguanta, coño!»
Un suspiro, dos suspiros. ¡Hup!
El tiburón dejaría de ser tiburón por unos instantes, y se convertiría en un mono danzante; haciendo uso de sus brazos y de la fuerza contenida en ellos gracias a su envidiable condición genética. Finalmente decidió avanzar, tramo a tramo, confiando plenamente en sus capacidades. Pero el problema no era que no pudiera mantenerse colgado, sino que con cada segundo que pasaba; sus manos sufrirían por la fría y raída fibra desgastada de las cuerdas, que razgaban sin contemplación la primera capa de piel de las manos del tiburón.
La tabla no estaría a más de tres metros, así que tendría que apurarse. Ignorar el dolor —como medida desesperada— y llegar hasta el trecho siguiente, donde quizás, si la tabla resistía, podría tomar un descanso. Y pensar en otra forma que le permitiese cruzar sin verse las manos mutiladas. Bien en falta que le harían en la primera ronda del torneo, que se encontraba a la vuelta de la esquina.
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Kaido avanzó como un fiero feriante hasta la siguiente tabla con ayuda de las cuerdas, haciendo gala de un gran esfuerzo. Cuando llegó al próximo apoyo, probó a poner los pies. La tabla crujió peligrosamente, pero afortunadamente le concedió un pequeño descanso que no dudó en aprovechar.
La criatura abandonó la gigantesca estancia donde se hallaba aquél horno y se perdió por el túnel del fondo. Entonces Daruu echó una mirada rápida a un lado, luego al otro, y finalmente decidió que no pasaría nada por tratar de escap...
—Y TÚ ESTAR QUIETO, E'
BUM.
El túnel había sido taponado con una gigantesca roca.
«Ay, señor...»
Se acercó al horno de piedra y apoyó las manos en él. Toda aquella situación estaba siendo muy surrealista.
«Pero es un buen horno. De piedra. Natural. Imagina qué pizza va a salir de aquí...»
Esperaba no tener que salir de la cordillera siendo él mismo una pizza.
Pero lo que cedió esta vez no fue la tabla, sino los postes que estaban enganchados por donde había venido. El puente se sacudió, violento, y Kaido tuvo que aferrarse a las cuerdas con todas sus fuerzas para no caerse cuando se precipitó de un lado. Ahora, como un péndulo con un tope hacia el final, el tiburón se dirigía hacia las rocas de la pared de enfrente a toda velocidad. Si no hacía algo para salvar su vida...
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Afortunadamente, el gyojin pudo sentar el culo sobre la tabla, aunque con las manos aún firmes envueltas en la cuerda. Respiró, y de su boca salió un suspiro airado que pronto se convertiría en una estela de humo blanco víctima del frío.
Sentó cabeza por sobre su hombro, y cerró los ojos. Su corazón latía a mil por hora.
—Bien, estas vivo. Ahora, echémosle un vistazo a lo que nos queda por delannnnTEEEEEEEEEEEEEEE!
Un sonoro latigazo se escuchó a su espalda, y la cuerda de la que se sostenía cedió por completo. El poste se torció y lo que en su momento había sido un puente en deterioradas condiciones, se había convertido ahora en una especie de liana de la que el escualo luchaba por sostenerse. Entonces, por el inevitable efecto de la gravedad, Kaido se balanceó en súbito hacia abajo y recorrió junto a la cuerda un largo trecho a través del vacío. La cuerda trazó su ruta hacia el otro extremo, mas sin embargo, como si de un péndulo se tratase, tanto la cuerda como el gyojin iban a encontrarse inevitablemente con la pared de roca del otro extremo.
A esa velocidad, si llegase a impactar... digamos que Kaido se convertiría en lo que por las lejanas tierras de la olvidada Kirigakure llamaban pisillo de pescado rebozado.
Con intención alguna de dejarse convertir en puré de carne azulada, Kaido decidió, al principio de todo; inflar su brazo de humedad y convertirlo en un apéndice macizo de extremidad con el que sujetaría la cuerda tan fuerte que, en un último latigazo, se impulsó con aquella fuerza concentrada hacia arriba, antes de que la cuerda tocase la roca.
Kaido voló prácticamente hacia la roca, e hizo uso de su Kodachi para clavarla con todas sus fuerzas en la piedra, esperando que el mango de la misma, que habría quedado superpuesto, funcionase como un agarre que le permitiese colgar de la piedra sin resbalarse por ella.
Concentró chakra en los pies, y trató de pegarlos a la superficie.
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Kaido se agarró a la fuerza con firmeza y haciendo uso de sus habilidades como Houzuki consiguió impulsarse hacia arriba en un intento de agarrarse a la cordillera con su kodachi. El filo se clavó entre dos rocas y resbaló por el corte de la montaña durante un par de metros, pero finalmente se detuvo en el sitio. Después, haciendo uso del chakra, consiguió tomar tierra en la montaña.
Si escalaba y llegaba al final, entraría a un túnel que se extendía durante unos cincuenta metros, aparentemente sin ningún obstáculo a tener en cuenta.
Pero la corriente de aire que venía de allá adentro era fría como el congelador de un dios del hielo. Pronto descubriría que además de ralentizarlo, porque soplaba con la furia de Fuujin, le hacía daño en las zonas de piel que tenía al descubierto de entre su abrigo. Empezaría a tiritar y tendría la certeza de que no llegaría al otro extremo con vida.
Nivel: 28
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El filo de su arma salvadora partió la piedra por bajo, haciéndole descender un par de metros hasta que la mismísima formación rocosa fuera la que le frenase. Allí, de nuevo; colgado y a merced de un vacío abrumador, el escualo tuvo que agradecer a Ame no Kami por, nuevamente, permitirle seguir con vida.
Se había salvado por los pelos ya en un par de ocasiones, y si la suerte tiene fecha de caducidad, seguro que estaba muy pronta a acabársele.
Le costó subir, pero lo logró. Y así también logró meter su azulado trasero al inicio de otra cueva de la cual no parecía haber ningún peligro inminente. El peligro estaba, sin embargo, en que aquellas condiciones climáticas si bien en un principio pasaban desapercibidas, ahora después de tanto esfuerzo y consumo de energía, el cuerpo comenzaba a parecer ante las gélidas ventiscas que además hacían mella en las heridas que el escualo se hubo hecho en las manos durante su paso por el puente.
No se trataba sólo de un agudo dolor en sus palmas, sino de un frío abrumador que le calaba hasta los huesos. Ni aquella capa de invierno que habría llevado en un principio evitaba que su cuerpo tiritara vibrante y que, de un momento a otro, el poco combustible le obligase a tambalearse sobre sus propios pasos.
Kaido, víctima del viento; con los labios resecos y partidos, cayó de rodillas al suelo y se arropó. No iba a llegar al otro extremo, en ese momento resultaba imposible.
«Y bueno. Bien podrías haberte dejado caer en las estalagmitas, sería una muerte mucho más rápida e indolora que la que te vas a comer ahora. Kaido, el pez que murió congelado. Já... quién lo habría pensado »
Entonces echó un vistazo, hacia el final del túnel. Todo se veía tan lejos...
Nivel: 34
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Y cuando todo parecía perdido, cuando la vista ya se le nublaba y sentía el frío del invierno penetrando en sus huesos, una masa peluda y calentita lo acunó en el aire como a un bebé y se lo llevó a través del túnel...
Kaido despertó. Estaba en una sala recubierta por hielo, pero era más bien como un iglú enorme. Extrañamente, era cálida e incluso el grueso abrigo de pieles que llevaba encima estaba empezando a hacerle sudar. Por un extremo de su vista, saludó Daruu.
—H-hola compañero. ¿Cómo te encuentras?
—'OLA, SEÑOR AZUL.
Al lado de Daruu, sentado con las piernas cruzadas estaba lo que parecía ser un enorme, enorme, ENORME gorila de color nieve que le observaba tratando de sonreir... grotescamente.
—SEÑOR AZUL. ¿ESTAR BIEN?
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14/08/2017, 00:00
(Última modificación: 14/08/2017, 00:04 por Umikiba Kaido.)
Y la lejanía pronto se convirtió en un manchón borroso que se fue apagando a medida de que sus ojos se cerraban. Sin embargo, cuando estuvo a punto de perder la conciencia, sintió lo que para él suponían ser los brazos del Dios de la muerte, que le hizo sentir un calor infernal reconfortante.
Lo que vino después fue todo un misterio, hasta que "despertó".
Lo primero que vio, por encima de la gruesa cama de pieles que le cubría, fue a Daruu.
—H-hola compañero. ¿Cómo te encuentras?
—'OLA, SEÑOR AZUL.
Vale, todo tenía sentido. Si veía a Daruu, y a una montaña peluda de grandes proporciones, lo más parecida a un gorila de cavernas heladas, sólo podía significar una cosa...
—Mierda, entonces sí que estoy muerto. ¿Es ésto el inframundo, Daruu-kun? entonces la senda nos las ha jugado bien, ¿eh? —luego miró al gorila blanco, sin temor. Sin temor porque, si ya estaba muerto, nada podía matarle dos veces—. y tú qué coño eres, el guardián del más allá o qué cojones?
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—Mierda, entonces sí que estoy muerto. ¿Es ésto el inframundo, Daruu-kun? Entonces la senda nos la ha jugado bien, ¿eh?
—¿Qué dice señor azul? ¿Señor azul tonto?
—No, señor azul confuso, Hibagon-san. No te preocupes. Y, Kaido, yo que tú...
—¿Y tú qué coño eres, el guardián del más allá o qué cojones?
—No, yo soy de aquí. Moderar tono. O Hibagon PAM PAM en el coco.
—No, Hibagon-san, ¡por favor! No pam pam. ¡Él es mi amigo!
—Pues tú decir amigo que respetar Hibagon. O PAM PAM en el coco.
»PAM PAM TÚ, E'. PAM PAM TÚ SI NO CALLAR BOCA TÚ. SALTAR DIENTES EN PIEDRA.
—Kaido-san, por favor, relájate y escucha...
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Lo que vino después fue un intercambio surreal de palabras entre Kaido, Daruu; y la bestia peluda. Que hablaba. Y que le había llamado tonto a un escualo que, si no iba a ser el más hijo de puta de Oonindo, sí que lo iba a ser en el más allá, donde creía que se encontraba.
—No, yo soy de aquí. Moderar tono. O Hibagon PAM PAM en el coco.
—No, Hibagon-san, ¡por favor! No pam pam. ¡Él es mi amigo!
—Pues tú decir amigo que respetar Hibagon. O PAM PAM en el coco.
El gyojin quiso ponerse de pie, y hacerle frente a aquella bestia, pero cuando ésta alzó la voz, tuvo que recular sí o sí. No era posible que aquello no fuese real, ¿o sí? ¿O... sí?
»PAM PAM TÚ, E'. PAM PAM TÚ SI NO CALLAR BOCA TÚ. SALTAR DIENTES EN PIEDRA.
—Kaido-san, por favor, relájate y escucha...
Kaido comenzó a palparse la cara, y a darse de pellizcos. Le dolía todo. Luego se vio las manos, y aún tenía las heridas que se hizo durante su paso por el puente. También le dolían. Sólo allí concluyó que quizás era buena idea escuchar lo que Daruu-kun tuviera para decir, visto que se esforzaba mucho en que aquella bestia no perdiera la poca humanidad con la que se comunicaba.
—¿Qué ha pasado? ¿estamos muertos o no? ¿cómo... cómo sobreviviste a los picos de hielo?
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