Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
20/12/2017, 10:48 (Última modificación: 20/12/2017, 14:03 por Aotsuki Ayame.)
—Deja de... decir... tonterías —respondió Daruu tras ella, y aunque Ayame no se volvió, se estremeció al sentir la ira temblando en su voz—. ¿Mera suerte? ¡No reconoces ninguno de tus méritos, sean pequeños o grandes!
Ella se encogió sobre sí misma. ¿No reconocía sus propios méritos? Era probable que Daruu tuviera razón, pero aunque no lo expresó en voz alta Ayame seguía convencida en su afirmación: Daruu se merecía mil veces más que ella llegar a la final.
—¿Y por qué tienes que defenderme ante nadie? Puede que te lo contase porque necesitaba confiárselo a alguien, pero lo de Akame es algo que tenía... tenía que solucionar yo.
—¿Pretendes que me lo encontrara y charlara con él animadamente como si no supiera nada de lo que ha pasado entre vosotros dos? —replicó, volviéndose de golpe hacia él—. ¡Ya sé que no es asunto mío, pero no pude hacer nada por evitarlo! ¡Él intentó matarte, Daruu-kun! ¿¡Cómo demonios voy a actuar como si no supiera nada!? ¡Eres... eres una de las personas más importantes para mí! —añadió, sobreponiéndose al doloroso nudo que atenazaba su garganta.
—¿Y qué es eso sobre tu padre? No sabes nada. Él tampoco sabe nada. Ninguno de los dos sabéis nada —continuó él—. No sé de qué me estás hablando, pero él baja todas las madrugadas con un cabreo que no le cabe encima, y sus ojos... Esos ojos. Yo creo que gran parte de él está entrenándome para hacerte de rabiar. Además durante aquella conversación del carro lo único que noté es que lo que quiere es que le pidas entrenar tú misma.
Incapaz de replicar a aquello, Ayame apretó los puños y bajó la cabeza. Claro que conocía aquellos ojos de los que hablaba Daruu, convivía con ellos cada día después de aquel fatídico torneo. Unos ojos afilados que parecían contener en su iris la ira de la más terrible de las tormentas. Pero su compañero no parecía estar esperando una respuesta. En cambio, se acercó a ella, la agarró suavemente por los hombros, la atrajo hacia él y la abrazó con fuerza.
—Mira, sé que lo tuyo con tu padre no se va a arreglar enseguida, pero me duele verte mal. —escuchó su voz—. Yo te ayudé a aprobar el examen, yo te considero una igual. Así que deja de decir tonterías y esforcémonos al máximo de todos modos. No sé qué más decirte, de verdad, pero... odio verte así.
Ayame, temblorosa, suspiró y cerró los ojos, abrazándole con fuerza y dejándose embriagar por el olor de Daruu. Aquel olor a bosque que siempre la reconfortaba.
—A lo mejor en vez de centrarnos en quién gana a quién deberíamos centrarnos en hacer buen equipo y apoyarnos mutuamente. Y tenemos una misión que cumplir. Venga, que nos lo estábamos pasando bien.
Ella asintió, en su interior profundamente agradecida. Habría dado lo que fuera porque aquel momento no terminara nunca, pero tuvo que recordarse que ambos estaban en acto de servicio, no en una cita. Se separó a regañadientes de él, y aferró el extraño kunai de tres puntas con fuerza. Le costó algunos segundos recordar dónde se habían quedado, pero enseguida se apartó un par de pasos de él.
—Vale. Estocada al pecho —recordó, y entonces lanzó el brazo derecho hacia delante, con la intención clara de simular un apuñalamiento con la daga.
Bien está lo que bien acaba. O en aquél caso, bien está lo que no acaba mal, para ser más exactos. Sea como fuere, dejaron el tema de lado por el momento y se concentraron en la misión. Al menos Ayame parecía algo más aliviada. La muchacha se separó de él con algo de reticencia y agarró con fuerza el kunai de tres puntas que minutos antes había sustraído del baúl. Entonces simuló una estocada directa al pecho de Daruu.
Daruu se movió hacia un lado y apartó con una palmada suave en la muñeca la embestida del kunai. Luego, empujó de nuevo suavemente a Ayame con la palma de la mano. Eran ráfagas de chakra, como las del jūken, pero Ayame se daría cuenta enseguida que apenas suponían un leve impulso, eran externas y no le hacían daño.
Tal y como esperaba, Daruu se apartó a un lado antes de que el arma llegara a alcanzarle. Le apartó la muñeca que empuñaba el kunai con una suave palmada, acompañada por una ráfaga de chakra que le hizo soltar el arma, y después la empujó hacia atrás con una palmada en el abdomen. Aunque más bien, se dejó soltar el arma, pues aquellas ráfagas de chakra, al contrario de las que solía emplear contra ella cuando combatían en serio, apenas eran como una suave corriente de viento y no llegaban a dañarla.
—Bien, ahora, así. ¿Y luego...?
Ayame lo pensó durante unos instantes. En un principio tuvo la intención de lanzarle una nueva técnica de Ninjutsu, pero entonces recordó que lo que buscaban era dar espectáculo. Y no había más espectáculo que...
—Luego, magia —respondió, adoptando un tono de voz enigmático a propósito.
Sus manos se entrelazaron en una serie de sellos que culminó en una sonora palmada que hizo eco entre las cuatro paredes del dojo e, invocados por su llamada, un incontable número de sombras surgieron desde el mismo suelo empuñando el mismo kunai que ella había llevado hasta el momento. Todas aquellas réplicas tenían su misma apariencia, y dado que Ayame estaba vistiendo ya de negro, no se vio necesitada de utilizar la técnica de transformación para ocultarse entre ellos.
—Con otra técnica podría haber creado algo aún más impresionante, pero... aún no he terminado de dominarla... —admitió, con cierto tinte de resquemor en su voz.
De un momento para otro, los clones lanzaron sus kunai al unísono hacia Daruu.
—Luego, magia —replicó Ayame, con un tono juguetón que, por la experiencia que Daruu había tenido con su madre a lo largo de su vida, significaba que estaba haciendo el tonto.
—Ayaaaame, por favor, un poco de serie...
Pero la muchacha le enmudeción. Tras la formulación de unos sellos manuales, hizo chocar las palmas de sus manos y liberó un sonido que, luchando por escapar de la habitación, reverberó, chocando furioso. Una a una, diversas formas sin nombre surgieron del subsuelo, como... por arte de magia. Daruu sonrió. Todos los clones empuñaban un kunai en la mano.
—Con otra técnica podría haber creado algo aún más impresionante, pero... aún no he terminado de dominarla...
Daruu activó su Byakugan, y con ello, venció a la técnica de Ayame. Eran chakra, no. No eran ni chakra. Era más correcto decir que era un área siendo afectada por una masa de chakra muy dispersa. «Un Genjutsu ambiental», dedujo Daruu, quien agradeció a Zetsuo la corta educación en técnicas ilusorias.
—¿Bromeas? ¡Está guapísima! —elogió el muchacho, no obstante—. ¡Y nos viene genial! Ilusionismo. Yo también haré ilusionismo.
El Hyūga esperó a que los kunai estuvieran cerca de su posición, y emitió una ráfaga de chakra en todas direcciones, con los brazos extendidos. Evidentemente, los kunai falsos pasaron a través de su cuerpo y no se repelieron, pero, con todos los efectos, parecía que sí lo habían hecho.
Los kunai atravesaron a otros clones, que se dividieron por la mitad. Daruu alzó una ceja.
—Curioso —informó—. Por cierto, Ayame... Quiero que sepas que —dijo, y señaló justo en la dirección en la que se encontraba la verdadera, siguiéndola con el dedo—. Mi Byakugan puede ver a través de estos clones. Eso es una ventaja. Les engañaremos, haremos que parezca que estoy confundido, y después de unos segundos...
»¡Kai!
Daruu formuló el sello del Carnero. Las sombras se desvanecieron tras un breve brillo azulado. Y Ayame quedó al descubierto. Daruu aprovechó que ya conocía su posición para avanzar hacia ella a toda velocidad. En el último momento, derrapó por el suelo para darle una zancadilla.
A través de los clones, Ayame pudo ver cómo Daruu activaba su Byakugan. Chasqueó la lengua con fastidio, por un momento se había olvidado de las capacidades que le daban aquellos ojos al Hyūga, así que fue entonces cuando se detuvo en seco al recordar que de nada serviría intentar esconderse. Daruu la vería allá donde fuera.
—¿Bromeas? ¡Está guapísima! —la elogió, y ella se sonrojó ligeramente—. ¡Y nos viene genial! Ilusionismo. Yo también haré ilusionismo.
Ayame enarcó una ceja, intrigada por sus palabras. ¿Acaso Daruu conocería alguna técnica de Genjutsu? Le convenía prepararse, por si acaso, pero las intenciones del chico eran bien diferentes. Cuando los kunais estaban a punto de colisionar contra él, extendió los brazos y emitió una potente ráfaga de chakra que, a todas luces, debería haber desviado los kunais ilusorios. Aunque las armas pasaron a través del Hyūga.
—Por cierto, Ayame... Quiero que sepas que —dijo, y señaló justo en la dirección en la que se encontraba la verdadera, siguiéndola con el dedo—. Mi Byakugan puede ver a través de estos clones. Eso es una ventaja. Les engañaremos, haremos que parezca que estoy confundido, y después de unos segundos... ¡Kai!
Daruu había interrumpido su flujo de chakra momentáneamente, sólo para hacerlo estallar justo después. La súbita inundación de chakra luchó momentáneamente con la ilusión de las réplicas, haciendo ondular ligeramente el aire, y Ayame se sonrió al comprobar que, de desearlo, podría mantener en pie el Genjutsu y sobreponerlo al intento de Daruu por disiparlo. Sin embargo, le dejó hacer. Las réplicas se desvanecieron en el aire con un breve brillo azulado, ella quedó al descubierto, y Daruu se abalanzó hacia ella. Se deslizó en el suelo para tenderle una zancadilla, pero Ayame saltó en el último momento y movió ligeramente los dedos de la mano derecha.
El cascabel que había tomado de su portaobjetos tintineó con delicadeza. Pero aquel tintineo se vio amplificado de repente, invadiría los oídos de Daruu y retumbaría en su oído interno, sacudiendo su sentido del equilibrio momentáneamente. Y, aprovechando aquel instante de debilidad, Ayame giró la cadera y le asestó una patada en el pecho que lo enviaría de vuelta varios metros más allá.
Tenía que admitirlo, estaba deseando probar aquella técnica.
—¿Cuánto tiempo más tenemos que continuar así? —preguntó, acomodándose la máscara sobre el punte de la nariz.
¤ Genjutsu: Beru no Narasu ¤ Técnica Ilusoria: Tintineo del Cascabel - Tipo: Apoyo (Genjutsu auditivo) - Rango: C - Requisitos: Genjutsu 30 - Gastos: 16 CK (divide regeneración de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales: (ver descripción) - Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: El cascabel debe encontrarse a menos de 5 metros de la víctima
El usuario infunde un cascabel con su chakra para hacerlo emitir ondas de sonido cargadas con esta técnica. El sonido provoca una hipnosis en el oponente que lo induce en el jutsu y le produce, inicialmente, un pequeño mareo, desequilibrio, y una sensación de ruido elevado muy molesto. Después, cada vez que el usuario haga sonar ese mismo cascabel, el sonido aturdirá al oponente haciéndole ver múltiples copias de su adversario, y afectando a sus capacidades motrices. La ilusión termina cuando el oponente sufre una cierta cantidad de daño, y no podrá volver a ejecutarse desde el mismo instrumento. Para hacer sonar el cascabel es necesario un estímulo externo, para lo que el ejecutor de la técnica deberá utilizar otros recursos.
Ayame despegó los pies del suelo en el último instante, y con la mano derecha activó una técnica terrible. Daruu pudo ver un destello en la punta de sus dedos gracias al Byakugan, y una onda de chakra que se expandió desde un pequeño cascabel e inundó la habitación en cuestión de un instante. No había nada más que eso, chakra, y para cuando dedujo que se trataba de un Genjutsu ya estaba rodando por el suelo, con los oídos tapados —futilmente, pues el estruendo era ilusorio—, intentando mitigar un pinchazo que le impedía prácticamente moverse. Sentía un dolor acuciante en el pecho, y tuvo que suponer que Ayame le había herido de alguna manera, pero no sabía cómo.
Extendió el brazo tembloroso como un flan y asió la máscara, que se había desprendido. Se la acomodó sin dejar que un público imaginario descubriese su verdadera identidad, y se levantó, resollando.
—¿Cuánto tiempo más tenemos que continuar así? —preguntó Ayame.
—Espera... espera —interrumpió Daruu, que todavía estaba algo aturdido—. ¿Un Genjutsu auditivo? Qué malvada eres, no tengo Byakugan en las orejas —sonrió, tonteando—. Pues no lo sé, Ayame. Takeuchi-san nos dijo que trabajaríamos el guión un poco más tarde, pero tengo la sensación de que nos está dejando a ciegas a propósito. —Se acomodó el cuello y se masajeó un hombro, acercándose a la muchacha—. ¿Qué te parece si lo dejamos por ahora, nos cambiamos, y visitamos el escenario en la terraza, como nos dijo?
· · ·
La terraza ocupaba todo el ancho y largo de la torre, y estaba repleta de mesas y sillas. Estaba cubierta por el resto de la torre, y varios pilares, en el borde exterior y rodeando el escenario central, se ocupaban de aguantar el techo. A izquierda y derecha, adyacentes a las escaleras, habían dos barras con camareros: uno se tenía que llevar su propia bebida a la mesa.
Al ascender, el camarero más cercano llamó su atención, y Daruu dio un respingo.
—Disculpen, ¿son ustedes los genin que van a representar el espectáculo? —solicitó.
—Esto... sí. Sí.
—Takeuchi-senpai nos dijo que podían disfrutar de barra libre durante la tarde de hoy, así que si quieren algo... Aquí me tienen. —El camarero sonrió afablemente, y les dedicó a los muchachos una sencilla reverencia.
Daruu se revolvió, incómodo. No estaba acostumbrado a aquél servicio tan... servicial. Y de alguna forma, se sentía mal por tener aquel privilegio, tan simple como era. Por otra parte, el falso combate le había dejado el gaznate más seco que el País del Viento en el mes de Flama. «Además, tonto, estás trabajando para ellos. Esto es sólo una comodidad extra para que rindas mejor. No estás aprovechándote de nada.»
—Eh... esto... entonces, ¿me pone una Ame-Cola, ¿por favor?
El camarero hizo otra pequeña reverencia y le sirvió el refresco. Daruu cogió la lata y el vaso y se encogió de hombros mirando a Ayame. Luego, se dirigió a una de las mesas más cercanas a la tarima, retiró una de las sillas de madera y se sentó. Aguardó a su compañera.
—El escenario es considerablemente más pequeño que la sala de entrenamiento —observó, abriendo su lata, cuya anilla emitió un sonoro clack—. Eso significa que vamos a tener que controlar muy bien lo que hacemos.
Se dio cuenta de que a ambos lados del escenario, las mesas dejaban un amplio pasillo libre. La tarima central tenía dos rampas.
—Esas rampas serán para subir los carros de los señores feudales —dijo, y señaló el atrezzo montañoso que había en el lado norte del escenario—. Y esas montañas tienen una tarima arriba del todo, ¿lo ves? Tiene que formar parte de la obra.
»Si conseguimos dar con Takeuchi-san más tarde, deberíamos preguntarle con exactitud cuál es el guión. Me siento un poco a ciegas.
8/01/2018, 14:10 (Última modificación: 8/01/2018, 14:39 por Aotsuki Ayame.)
—Espera... espera —farfulló Daruu, tembloroso. Ayame no había sido completamente consciente de la magnitud de su ataque, por lo que se sorprendió al verle así, débil e intentando reincorporarse mientras se colocaba de nuevo la máscara que ocultaría su identidad. Un pinchazo de culpabilidad sacudió su pecho; y, sin embargo...—. ¿Un Genjutsu auditivo? Qué malvada eres, no tengo Byakugan en las orejas —sonrió, tonteando.
Pero Ayame no pudo reprimir una sonrisa maligna.
—En eso consiste —replicó.
Harta de ojos especiales que eran capaces de ver el chakra de los genjutsus normales, Ayame había combinado su arte para las técnicas sonoras y las ilusiones. Obviamente, aquello no evitaría que lo siguiera viendo, pero sus ilusiones auditivas contaban con la ventaja de la sorpresa al entrar por el oído y no por la vista.
—Pues no lo sé, Ayame. Takeuchi-san nos dijo que trabajaríamos el guión un poco más tarde, pero tengo la sensación de que nos está dejando a ciegas a propósito —respondió él al fin, acomodándose el cuello y masajeándose un hombro. Ayame dejó escapar el aire por la nariz. Si había una cosa que le incomodaba era, precisamente, la improvisación. Odiaba no tener las cosas planeadas de antemano. Daruu se acercó a ella—. ¿Qué te parece si lo dejamos por ahora, nos cambiamos, y visitamos el escenario en la terraza, como nos dijo?
—¡Claro!
Y así lo hicieron. Después de recoger todo lo que habían utilizado y de volver a calzarse sus usuales y cómodas ropas de siempre (Ayame no pudo evitar sentir un profundo alivio cuando dejó de estar embutida en aquel ceñido traje), ambos salieron a la terraza. El lugar, protegido de la incesante lluvia por el resto del edificio, ocupaba todo el diámetro de la torre. Un anillo de pilares en la circunferencia y rodeando el escenario sostenían el techo. Junto a las escaleras, había dos barras con camareros.
—Esto es enorme... —balbuceó Ayame, pálida como la cera, mientras sus ojos nerviosos recorrían la ingente cantidad de mesas y sillas que poblaba el ligar. Por primera vez en el transcurso de la misión, era consciente de la cantidad de gente que iba a verla actuar.
—Disculpen, ¿son ustedes los genin que van a representar el espectáculo? —les interpeló uno de los camareros.
—Esto... sí. Sí.
—Takeuchi-senpai nos dijo que podían disfrutar de barra libre durante la tarde de hoy, así que si quieren algo... Aquí me tienen —sonrió, afable, con una sencilla reverencia.
Y Ayame se sonrojó hasta las orejas, insegura ante aquella hospitalidad.
—Eh... esto... entonces, ¿me pone una Ame-Cola, ¿por favor?
Ayame no pudo evitar dirigirle una mirada de reojo, torciendo el gesto en un claro gesto de rechazo.
—Para mí... una botella de agua, por favor —pidió, sin embargo, con simpleza.
Una vez servidas las bebidas, ambos se dirigieron a una de las mesas cercanas a la tarima. Ayame no dejó de mirar la lata que sostenía Daruu, como si de un monstruo se tratara; ni siquiera cuando se sentó en la silla y abrió su propia botella.
—El escenario es considerablemente más pequeño que la sala de entrenamiento —observó Daruu, al tiempo que abría su lata con un sonoro clack—. Eso significa que vamos a tener que controlar muy bien lo que hacemos.
—Es cierto —respondió, escueta, y se llevó la botella a los labios. Hasta que no pegó el primer sorbo no se dio cuenta de lo sedienta que estaba.
—Esas rampas serán para subir los carros de los señores feudales —continuó, señalando las dos rampas que se encontraban a ambos lados del escenario antes de hacer lo mismo con el fondo montañoso que habían dispuesto como decoración—. Y esas montañas tienen una tarima arriba del todo, ¿lo ves? Tiene que formar parte de la obra.
—¿Para qué puede servir una tarima ahí arriba...? —Se preguntó en voz alta.
—Si conseguimos dar con Takeuchi-san más tarde, deberíamos preguntarle con exactitud cuál es el guión. Me siento un poco a ciegas.
—Es cierto. Ni siquiera sabemos quién debe perder, si es que alguno de los dos pierde. —Una sonrisilla soñadora asomó a sus labios—. Quizás en el último momento uno de los dos termina destapado y resulta que en realidad se conocían de antes. ¡O quizás terminen enamorados! ¡Una situación de amor imposible en el último momento, como en esas películas!
10/01/2018, 00:54 (Última modificación: 10/01/2018, 00:58 por Amedama Daruu.)
Daruu pegó un sorbo de su refresco con gas y agradeció la inocencia feliz de su compañera. Era en esos momentos cuando más se enamoraba de la muchacha. No eran ni sus ojos, ni su pelo, ni su figura. Era ella en sí misma y su desbordante e infantil felicidad.
—¡Eso no va a pasar, jovencita, jejeje! —No supieron ni de dónde había venido ni desde cuando había estado allí, pero Takeuchi-san les sonreía desde la tercera silla de la mesa, y les habló con su habitual entusiasmo. Daruu se atragantó con la Ame-Cola y la bebida estuvo a punto de salirle por la nariz—. Qué, ¿cómo váis con los ensayos?
—Eh... eh... Esto, bien, bien. Pero, ¿cuánto se supone que tenemos que pelear? ¿Y quién de los dos va a ganar? Bueno, creo que ya ha oído usted nuestras dudas, o... Bueno, no sé cuanto tiempo lleva... aquí.
—¡Espero que los clientes se sorprendan tanto con la obra como tú con mi... espontaneidad, genin-san! —exclamó Takeuchi, motivado—. Pues tu compañera teníoa razón a medias. ¡No terminan enamorados, pero ocurrirá un giro de guión inesperado que les obligará a colaborar!
Daruu torció el gesto, esperando más detalles.
—Para hacer la sorpresa más creíble, no os puedo decir en qué consistirá. Sólo que debéis seguir luchando hasta que ocurra. No os preocupéis. Será... evidente.
Los ojos de Daruu se cruzaron con los de Ayame, con una ceja escéptica que amenazaba con despegar y atravesar el techo.
—Insisto en que no os preocupéis. Y ahora, prestadme atención, ¿de acuerdo? Os contaré lo que tenéis que hacer...
· · ·
La terraza del Patito Pluvial estaba llena de hombres y mujeres de todo tipo y edad. Era de noche, y la mayor parte del improvisado teatro-bar se sumergía en un mar de sombras. A excepción, por supuesto, de la tarima central.
Daruu y Ayame estaban a cada uno de los dos extremos, donde las escaleras. Los dos acompañaban a un actor que hacía de Señor Feudal. A la señal, comenzaron a caminar hacia el centro. El público aplaudía y les vitoreaba. Para su desgracia, Ayame tuvo que aguantar algún silbido y piropo que otro.
Probablemente por culpa de aquél traje.
O quizás es que el ser humano era así. Sobretodo si tenía la voz grave y un apéndice interesante colgando de la entrepierna.
Daruu avanzó por el pasillo. Tragó saliva. Sentía la mirada de todo el mundo clavándose en él. Hasta ahora había estado tentado por la idea. Al llevar máscara, nadie sabía que era él. Por otra parte, era como el Torneo, ¿no? Pero ahí arriba las cosas eran muy diferentes a como lo había imaginado. Tenía miedo de que algo saliera mal. Cuando luchaba no había guión. No se le podían olvidar las frases. Los pasos.
Los ninjas se plantaron en el escenario central, y Daruu dijo:
—No se preocupe, Señor —intentaba proyectar épica a su voz. Probablemente sonaba ridículo—. Defenderé tu honor y el de todo el Clan del Sol eliminando a este enemigo y a su propio Señor. ¡Márchese y póngase a cubierto!
El actor que hacía de Señor Feudal dio un rodeo y se escondió detrás de la tarima montañosa. El de Ayame debía de hacer lo mismo. Luego, ella debía de decir su frase.
Y Daruu contestaría:
—Silencio, rata. Convertiré tu Luna llena en nueva con mis manos.
«Por Amenokami, ¿quién ha escrito esto? ¿Un mono con un lápiz?», pensó, y comenzó la coreografía como habían planeado. Salió corriendo hacia Ayame para golpearla con el puño derecho.
10/01/2018, 12:30 (Última modificación: 10/01/2018, 12:30 por Aotsuki Ayame.)
—¡Eso no va a pasar, jovencita, jejeje! —Escuchó de repente la voz de Takeuchi, y Ayame pegó un brinco del susto mientras que Daruu estuvo a punto de atragantarse con su refresco. Volvió la mirada hacia él, con los ojos abiertos como platos. El hombre se había sentado en la tercera silla libre de la mesa, y ninguno de los dos le había sentido acercarse, ni siquiera Ayame con su fino oído. ¡¿Pero cómo demonios lo había hecho?!—. Qué, ¿cómo vais con los ensayos?
—Eh... eh... Esto, bien, bien. Pero, ¿cuánto se supone que tenemos que pelear? —Fue Daruu quien respondió, expresando las dudas que tenían ambos—. ¿Y quién de los dos va a ganar? Bueno, creo que ya ha oído usted nuestras dudas, o... Bueno, no sé cuanto tiempo lleva... aquí.
—¡Espero que los clientes se sorprendan tanto con la obra como tú con mi... espontaneidad, genin-san! —exclamó Takeuchi, motivado—. Pues tu compañera tenía razón a medias. ¡No terminan enamorados, pero ocurrirá un giro de guión inesperado que les obligará a colaborar!
Ayame torció la cabeza ligeramente, confundida, esperando que el hombre continuara explicándose.
—Para hacer la sorpresa más creíble, no os puedo decir en qué consistirá. Sólo que debéis seguir luchando hasta que ocurra. No os preocupéis. Será... evidente.
Es decir, que seguían actuando a ciegas. Seguía sin estar convencida del todo, ellos no eran actores profesionales y si a Ayame ya se le daba mal improvisar en el día a día...
—Insisto en que no os preocupéis. Y ahora, prestadme atención, ¿de acuerdo? Os contaré lo que tenéis que hacer...
. . .
Aquello superaba todas sus expectativas. Desde su posición, en un extremo de las escaleras que subían al escenario, intentaba ignorarlo pero sus iris, nerviosos, se veían continuamente atraídos como por un imán hacia la multitud que atestaba la terraza del Patito Pluvial. Ni siquiera las mesas daban abasto para tanta gente, y muchas personas se veían obligadas a aglomerarse como podían entre los resquicios que encontraban. Por un momento, Ayame incluso llegó a preguntarse si la terraza no terminaría por hundirse bajo todo aquel peso.
«C... ¿¡Cómo demonios voy a actuar delante de tanta gente...!?» Se preguntaba, pálida como la cera, mientras una gota de sudor frío resbalaba por su sien.
Pero no había tiempo para maldecir su propia suerte. Ante la señal acordada, echó a andar junto al actor que daba vida al Señor Feudal que debía proteger. El público prorrumpió en aplausos. Pero Ayame sentía las piernas rígidas como tablas y casi debía concentrarse en cada paso que daba. Y cuando llegó hasta sus oídos alguna que otra vulgaridad disfrazada de piropo, indudablemente dirigida hacia ella, tuvo la necesidad de cruzas los brazos sobre su pecho para ocultarse. Pero no llegó a hacerlo.
«Malditos idiotas. Maldito traje. Maldito Takeuchi-san...» Maldecía para sus adentros, con el ceño fruncido y los puños apretados. Afortunadamente, la máscara cubría el intenso rubor que había teñido sus mejillas.
Intentó concentrarse en lo que tenía delante y en repasar una y otra vez los movimientos de la coreografía y las frases que debía pronunciar. Daruu se acercaba hacia su posición, acompañando a su propio Señor Feudal, y pronto ambos llegaron a la posición central. El encuentro comenzaba.
—No se preocupe, Señor —exclamó Daruu, con la voz distorsionada por el eco de la actuación—. Defenderé tu honor y el de todo el Clan del Sol eliminando a este enemigo y a su propio Señor. ¡Márchese y póngase a cubierto!
«¿"Tu honor"? ¿Qué es eso de tutear a tu Señor, Daruu-kun?» Pensó Ayame enarcando una ceja, mientras el Señor Feudal del Sol corría a buscar refugio detrás de la cordillera de cartón.
—P... ¡Póngase a cubierto, Señor! —continuó Ayame, extendiendo un brazo hacia un lado. Pese a que intentaba inculcar a su voz toda la seriedad y seguridad que requería la escena, sus palabras temblaban ligeramente en su garganta—. ¡Como representante del Clan de la Luna os protegeré de esta alimaña!
Su propio Señor Feudal siguió los pasos de el del Sol, corriendo detrás de la tarima.
—Silencio, rata. Convertiré tu Luna llena en nueva con mis manos.
—So... ¡Soy una kunoichi que lucha por el amor y la justicia! ¡Y por el poder de la Luna, te castigaré! —añadió, entrecruzando los brazos en una esperpéntica pose.
«Ay, por Amenokami...» Se lamentaba para sus adentros, muerta de vergüenza.
Afortunadamente, la conversación terminaba por el momento y era el momento que realmente se le daba bien. Era la hora del combate.
Daruu salió corriendo hacia ella, y Ayame flexionó las rodillas, con todos los músculos en tensión. Para cuando llegó a su posición, se desvió hacia el lado derecho para esquivar el puñetazo que iba directo hacia su mandíbula, giró sobre sus talones envolviendo su brazo con sus manos y, cargando el cuerpo de su oponente sobre su hombro, lo proyectó hacia delante...
Tal y como habían acordado durante los ensayos, Ayame le agarró del brazo en el último instante después de esquivarle y, utilizando su propio peso como apoyo, le hizo pasar por encima de su hombro. Daruu se dejó hacer, y al aterrizar al suelo, dio una voltereta simple y se volteó, con el sello del Tigre formulado. Sus labios expulsaron una Teppōdama directa a la cabeza de Ayame. La muchacha sólo tenía que agacharse. Para entonces, el shinobi se impulsaría y derribaría a Ayame, kunai falso de goma en mano.
Sonrió debajo de su máscara. Aquello sin duda les sorprendería.
Daruu bajó la mano del kunai y apuñaló a Ayame en la cara. La muchacha estalló en agua para gran asombro del público, que estalló en vítores. Daruu se levantó, y para dar la sensación de que estaba profundamente confuso, miró a un lado y a otro. Incluso se permitió mantener la mirada sobre los ojos de los miembros del público, como intentando escudriñar si alguno de ellos era el enemigo disfrazado.
Entonces lo vio.
Fue solo un instante, pero aquél destello blanco era inconfundible. Kōri estaba allí, sentado en una mesa, tomándose una bebida, tranquilamente —si hubiera estado de otra manera que no fuese tranquilamente, Daruu no lo hubiera sabido, de todas formas—. El muchacho no se permitió ponerse nervioso porque su maestro les estuviera juzgando, y enseguida apartó la mirada.
Más tarde volvería a buscarlo, pero Kōri ya no estaría allí...
Ayame le agarró por la espalda, instantes después de que el público gritase "¡cuidado!". Daruu sonrió para sus adentros y emitió una ráfaga de chakra, arrojándola al suelo. El público dijo "ooooh".
Ayame sacó entonces su propio kunai, y tras levantarse de un salto, corrió hacia Daruu, enarbolándolo tal y como lo había hecho él. El muchacho se movió a un lado, desvió la muñeca de su compañera con una ráfaga de chakra suave, y la empujó con otra. Entonces llegó la hora del Genjutsu.
El público gritó, entre asustado y sorprendido cuando aquellas copias de Ayame, oscuras como la noche, surgieron del fondo del escenario, de los pilares e incluso entre las mesas. Daruu activó su Byakugan y escudriñó para averiguar la posición de Ayame. De todas formas, se hizo el sorprendido y volvió a repetir su papel.
—¡Sólo un vil ser de la Luna atacaría con una treta así! —se permitió decir—. Pero los rayos del Sol disiparán la oscuridad.
Daruu esquivó los kunai de los clones con gracilidad y formuló el sello del Carnero, disipando la ilusión. Corrió hacia Ayame y derrapó sobre la madera de la tarima para derribarla. La kunoichi saltó y le aturdió con su Genjutsu auditivo.
«No tenías... que hacerlo a tope de potencia... asquerosa...»
Daruu se levantó con dificultad segundos después. Era consciente de que había llegado el final de sus planes. ¿Cuánto tiempo más tendrían que improvisar, pues?
—Maldita... ¡El Clan del Sol prevalecerá! —gritó Daruu, y para ganar tiempo, decidió que lo mejor era volver al Taijutsu.
Entonces, hubo un estallido en la doble tarima montañosa. Una nube de polvo y nieve les envolvió.
Nieve.
A Daruu le dio un vuelco el estómago.
Efectivamente, allí estaba él.
Kōri, el Hielo.
· · ·
Kōri estaba allí, con los dos Señores Feudales a sendos lados, atados con las manos por delante del cuerpo.
—JA, JA, JA, JA. —Era una risa que pretendía ser malévola, pero en boca de Kōri sonaba exactamente igual que la lectura en voz alta de una onomatopeya por parte de alguien que estaba aprendiendo a leer. El disfraz no era en absoluto apropiado para él, tampoco. era una túnica negra con algún que otro pincho metálico aquí y allá. En la cara, llevaba una máscara que le cubría la cara hasta por encima de la nariz—. Gracias a vuestras rencillas, el Clan del Eclipse se quedará con todo el Continente Astro. ¡ESTAIS ACABADOS! —Era evidente tanto para ellos como para el público que Kōri no servía para ser actor, aunque daba la impresión de que se estaba esforzando al máximo para imprimir un tono malvado en su voz. Sin éxito.
Pero Kōri tenía otras armas para ganarse al público. Dos espadas, para ser concretos. Con un movimiento en arco de los brazos, desprendió las cabezas de los cuerpos de los señores, y todo el mundo enmudeció. Hasta Daruu. Porque lo que había hecho... parecía realista. ¿Los había matado de verdad? Tenía que ser un truco...
El Hielo pateó a sus dos Kage Bunshin disfrazados y los arrojó detrás de la tarima, donde se desharían sin que nadie descubriera el truco de magia. Entonces, en un silbar del viento, apareció entre Daruu y Ayame, con los brazos extendidos.
—PERECED.
El suelo se resquebrajó y un centenar de carámbanos de hielo creció de cada flanco, dispuesto a atravesar tanto su hermana como a su otro alumno. Daruu supo que aquél ataque no era una falsedad, y se apartó justo a tiempo para que la técnica sólo le hiciese un pequeño arañazo. El público vitoreó entusiasmado.
10/01/2018, 14:04 (Última modificación: 10/01/2018, 14:05 por Aotsuki Ayame.)
Siguieron adelante con la coreografía, tal y como la habían planificado poco antes en la sala de entrenamiento. El público se llevo varias sorpresas cuando Ayame deshizo su cuerpo en agua ante la ofensiva de Daruu o cuando él la repelió con una de sus molestas ráfagas de chakra. Aunque el cénit llegó cuando Ayame desplegó sus clones ilusorios por doquier, incluyendo entre un público que, entre maravillado y asustado, los envolvían con aplausos y gritos de exaltación.
—¡Sólo un vil ser de la Luna atacaría con una treta así! —exclamó Daruu, haciéndose el sorprendido. Pero Ayame sabía bien que él la estaba viendo con sus peculiares ojos. Aún así, siguió adelante con el plan—. Pero los rayos del Sol disiparán la oscuridad.
Daruu esquivó las armas con la gracilidad de un gato y, con un simple sello, Ayame dejó que disipara su ilusión. Él corrió hacia ella, derrapó sobre la tarima con el propósito de derribarla, y en ese momento la kunoichi hizo sonar el cascabel que llevaba entre los dedos. Daruu quedó inutilizado momentáneamente, y aunque el público contuvo la respiración creyendo que Ayame daría el último golpe de gracia, este nunca llegó. Se había quedado paralizada, sin saber muy bien qué hacer. ¡No habían ensayado nada más allá de aquello!
—Maldita... ¡El Clan del Sol prevalecerá! —la rescató Daruu, que se volvía a reincorporar.
Ayame abrió la boca para replicar, pero un súbito estallido la enmudeció y apenas tuvo tiempo de cruzar los brazos frente al cuerpo antes de que una nube de polvo les envolviera.
«¿Qué...? ¿Nieve?» Se estremeció de frío, cuando una alfombra blanca cubrió el escenario.
Y para cuando la nube se desvaneció, lo vio allí. Le costó unos segundos reconocerle, ya que llevaba la mitad inferior del rostro oculta bajo una máscara similar a la suya y había sustituido sus habituales ropas blancas por un disfraz negro que hacía un terrible contraste con su piel y cabellos níveos y que estaba cargado de pinchos metálicos, pero cuando lo hizo se le congeló el corazón en el pecho.
Kōri, El Hielo, había hecho acto de aparición y sostenía a los dos Señores Feudales maniatados.
—¿Qué signif...?
—JA, JA, JA, JA. —La risa con la que Kōri la interrumpió pretendía resultar maligna pero sonó completamente átona y falta de sentimiento, casi como la de un robot—. Gracias a vuestras rencillas, el Clan del Eclipse se quedará con todo el Continente Astro. ¡ESTAIS ACABADOS!
«¿Este es el giro argumental del que hablaba Takeshi-san?» Ayame casi sintió lástima por su hermano. Era evidente que estaba poniendo todo su esfuerzo para meterse en el papel de un villano, pero si ella no valía para actriz, él desde luego era aún peor que ella.
Pero había olvidado algo crucial: su hermano era un hombre de actos, no de palabras.
Ni corto ni perezoso, desenvainó dos espadas de hielo y, con un limpio movimiento de sus brazos, decapitó a los Señores Feudales frente a la aterrorizada mirada del público. Incluso el rostro de Ayame, que contemplaba la escena con los ojos abiertos como platos, había adquirido el color de la leche, aunque intentaba por todos los medios convencerse de que aquello no había sido más que un simple truco. Kōri pateó los cuerpos inertes de los Señores Feudales, arrojándolos detrás de la tarima, y se volvió hacia ellos. Desapareció con apenas un susurro de viento helado y, antes de que pudieran siquiera darse cuenta de lo que había ocurrido, el Jōnin reapareció entre los dos genin con los brazos extendidos.
—PERECED.
El suelo crujió bajo sus pies, desestabilizándolos momentáneamente. La tarima se resquebrajó con un terrible rugido y, ante los aterrados ojos de los dos genin, surgieron un sin fin de carámbanos de hielo que se alzaron hacia ellos, dispuestos a atravesarlos de parte a parte. El público contuvo una exclamación. Los dos genin saltaron a un lado casi al unísono, pero Daruu recibió un pequeño arañazo sangrante y en Ayame levantó una pequeña salpicadura de agua cuando le rozó el hombro izquierdo. La muchedumbre volvió a estallar en vítores.
Pero Ayame era incapaz de apartar los ojos de Kōri, acobardada. Nunca le había visto de aquella manera y nunca se había sentido tan intimidada por su presencia. Quizás fuera el efecto de aquellos extraños ropajes que le habían obligado a ponerse, quizás fuera lo imprevisto del momento, pero nunca le había visto tan alto, tan poderoso, tan...
¿De verdad tenían que enfrentarse a él?
«Un giro argumental que nos hará cooperar...» Recordó.
—No... ¡No te saldrás con la tuya! —balbuceó, y enseguida se sintió estúpida. Ya se había salido con la suya. Había asesinado a los Señores Feudales a los que debían proteger. ¿Entonces qué les quedaba? Sacudió la cabeza. Seguir adelante con la función, eso les quedaba—. ¡Todo el mundo sabe que se necesita de un Sol y una Luna para formar un Eclipse! —se volvió hacia Daruu y extendió una mano hacia él—. Créeme cuando te digo que no es de mi agrado, pero si queremos que la justicia prevalezca debemos unir fuerzas para vencerle. ¡No podemos permitir que el frío del Eclipse domine el Continente Astro!
Contraria a toda predicción posible, Ayame se vino arriba y pronunció un épico e inesperado discurso que dejó a Daruu con la boca abierta. Cuando terminó, aún tardó el muchacho unos segundos en sacudir la cabeza y asentir marcadamente, de forma que el teatro viera el gesto.
—¡Así se hará! —gritó.
Pero, ¿de verdad tenían que pelear contra Kōri? ¿Contra el Hielo? Su sensei estaba a un nivel totalmente inalcanzable para ellos. Y no parecía que estuviese haciendo teatro. ¡Él estaba luchando en serio!
Ay, si sólo Daruu supiese que si hubiera estado luchando en serio, ambos estarían ya muertos...
—¡Cuidado, Ayame!
Kōri había aparecido en un susurro del viento frente a su hermana, y con una de las espadas, amenazaba con decapitarla a ella también. En una fracción de segundo, a Ayame le pareció que el jōnin le guiñaba un ojo.
Daruu miró a un lado, miró al otro. Formuló una serie de sellos.
«Suiton: Mizurappa.»
Escupió un chorro de agua dirigido al suelo, que se esparció por gran parte de la tarima. Entonces, se adelantó un paso, formuló de nuevo una serie de sellos y su cuerpo se hundió en el charco como si se hubiera deshecho un cubito de hielo.
Daruu parecía sorprendido por la repentina actuación de Ayame, pues aún tardó varios segundos en recuperarse de la impresión.
—¡Así se hará! —respondió, después de un intenso silencio durante el cual el público aguardaba con impaciencia la posible unión de los dos jóvenes enfrentados hasta el momento—. ¡Cuidado, Ayame!
Ella pegó un brinco al escuchar su nombre. Kōri había aparecido de repente frente a ella y el tiempo pareció ralentizarse frente a sus aterrorizados ojos. La gélida brisa que siempre le acompañaba al Jōnin se arremolinó en torno a sus extremidades, haciéndola estremecer, y entonces le vio alzar el brazo. Dirigía la brillante espada de hielo hacia su cuello, tal y como había hecho con los Señores Feudales. Y aquellas armas distaban mucho de las baratijas falsas que habían utilizado hasta el momento. Aquella era una espada de verdad, con un filo de verdad. Y su propio hermano estaba a punto de decapitarla con ella.
No era más que un pequeño gorrión a punto de caer en las garras de un búho. Y sintió, con todo su ser, que en una batalla real, ella estaría muerta.
"Pero no me quedé llorando y sintiéndome un inútil."
Fue entonces cuando lo vio. Sutil y fugaz, como un copo de nieve, pero inconfundible. Kōri le había guiñado un ojo, y Ayame espiró, expulsando con el aire su miedo y su nerviosismo. Aquello ya no era una simple obra de teatro. El público se había borrado de su mente. Era un combate contra su hermano mayor y su sensei.
Se agachó justo en el momento en el que la hoja estaba a punto de rebanarle el cuello, y el filo apenas llegó a rozar sus cabellos. Cerca de ella, por el rabillo del ojo, vio que Daruu se había ocultado en el agua. Y entonces supo que Kōri también debía haberlo visto.
«¡No, no, no! ¡No va a funcionar!» Pensó. Era inútil utilizar el agua contra El Hielo. ¡Lo congelaría! Tenía que actuar. Tenía que alejarle del agua. Tenía que... «Esto no le va a gustar al público...»
Entrelazó las manos en un único sello y chilló. Chilló con todas sus fuerzas, desgañitándose en el proceso. Su voz, amplificada con su chakra, reverberó en todos y cada uno de los pilares de la terraza y chocó violentamente contra Kōri, acuchillando sus tímpanos y rechazándole.
¤ Seidō: Ningyo no Umeki ¤ Camino de la Voz: Lamento de la Sirena - Tipo: Apoyo - Rango: D - Requisitos: Ninjutsu 20 - Gastos: 20 CK - Daños: - - Efectos adicionales: Expulsión, y ensordecimiento y pérdida del equilibrio momentáneo - Sellos: Pájaro (mantenido) - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: La voz se extiende en forma de cono desde la posición del usuario hasta los dos metros y medio de largo y un máximo de un metro y medio de ancho antes de perder sus propiedades y disiparse.
La primera de las técnicas de voz desarrollada por Ayame.
Tras realizar el sello correspondiente y acumular y moldear el chakra en sus cuerdas vocales, Ayame exhala un potente chillido contra su objetivo. La voz, potenciada con su chakra, crea una onda de choque de tal magnitud que es capaz de rechazar a su adversario y lanzarlo varios metros en dirección contraria. La potencia del sonido también afecta a la estructura de su oído interno, por lo que se ensordecido y perderá el equilibrio durante unos segundos.
La debilidad de esta técnica radica en que se trata también de un arma de doble filo. Forzar de esa manera las cuerdas vocales también afecta a la garganta de Ayame, que deberá esperar un periodo de tiempo (dos turnos) para volver a utilizarla. Si por cualquier necesidad, Ayame se fuerza a utilizar esta técnica hasta tres veces sin dejar pasar al menos tres turnos de descanso, su garganta quedará tan dañada que se quedará sin voz hasta el día siguiente.
«¿Que lo más aterrador de una sirena es su canto? Eso es porque aún no las has escuchado llorar.» — Conversación entre dos marineros del País de la Tormenta.
Ayame se agachó, esquivando la acometida de Kōri por muy poco. Entrelazó sus manos en el sello del pájaro e hizo reverberar su voz con aquella técnica suya, aturdiendo al Hielo y expulsándolo volando en dirección contraria. Algunos de los asistentes a la obra, los más cercanos a la kunoichi, se taparon los oídos y maldijeron a muchos dioses de muchos nombres distintos.
A Daruu también le pareció estridente el grito de Ayame, pero desde su escondrijo estaba a salvo: la onda de chakra que amplificaba la sonora sólo recorría un par de metros.
«¡Bien, Ayame! ¡Le tenemos!»
El muchacho salió de su escondite de golpe y formuló el sello del Tigre. Un torbellino de agua surgió del agua que había esparcido y golpeó el cuerpo en volandas de Kōri, estallando y levantándolo aún más en el aire.
—¡Mizurappa! —anunció Daruu, bien alto, para que Ayame lo oyera. Y tanto si la kunoichi del Clan de la Luna respondía a su pliego como si no, formuló tres sellos más y expulsó un torrente de agua hacia su maestro.
Esperaba que hiciese algo. Que lo esquivase, que todo fuese un engaño. Que congelase el ataque o que se lo devolviera. Pero no. Él (o los) torrente de agua impactó contra el Hielo y lo derribó, aparentemente inconsciente.
—¿Lo hemos... hecho? ¿Lo hicimos? ¡Lo hicimos!
Las luces se apagaron y Daruu dio un respingo. Rodeando los cuatro lados de la tarima teatral, desde el techo, un espeso telón rojo empezó a descender mientras el público se fundía en un sonoro aplauso. Y alguien anunció desde un micrófono:
«Poco después, el Clan de la Luna y el del Sol marcharon juntos, por primera vez, contra el Clan del Eclipse. Y la paz reinó en el Continente Astro por siempre... ¿O no?»
Cuando el telón descendió, una pequeña lámpara del techo se encendió y les permitió ver.
Y el Hielo perdió el poco color del que disponía, y se transformó en un realista muñeco de nieve.
«¿Un bunshin de nieve?»
—¡¡Oh venga ya!! —exclamó Daruu, con fastidio, acercándose al muñeco—. ¡Y yo que creía que le habíamos ganado!
Se acercó al muñeco y le pateó la cabeza, que salió rodando... y acabó en los pies de Kōri, tres metros más allá, que revolvía el pelo cariñosamente a su hermana pequeña con su habitual rostro desangelado.
—Jeje... perdón.
—Todo a su tiempo, Daruu-kun. De momento, habéis ganado a un clon de nieve. Pero ha sido divertido, ¿verdad? —dijo. No parecía estar divirtíendose—. ¿Qué opináis del tono malvado que le he puesto a la voz? ¿A que daba el pego?
—Esto... sí...
—¡¡ES-PEC-TA-CU-LAR!! —Shanatori Takeuchi se metió por debajo del telón y corrió hacia ellos dando saltitos—. ¡¡Habéis estado geniales!! Aunque, debo admitir... Que al final sí que habéis causado algunos desperfectos... —Observó la tarima destrozada por las estalagmitas de Kōri.
—Lo ponía aquí. —Kōri se sacó el pergamino de la misión del bolsillo y lo abrió para que Takeuchi lo leyese.
El hombre lo apartó educadamente con la mano, sonrió e hizo un ademán de negación con la otra mano.
—Por supuesto, por supuesto. ¡Además, ha merecido la pena! ¡Os habéis ganado vuestra recompensa, ya lo creo que sí! Van a hablar mucho de esta obra, ya veréis. Aunque ahora que lo pienso, va a ser difícil igualarla... ¿No os importaría...?
—No. —No.
Daruu y Kōri contestaron al unísono.
—Pero pagaríamos...
—Esto tendrán ustedes que hablarlo con la Aldea. Nosotros hemos cumplido nuestra parte por lo que estipulaba en el contrato —cortó el Hielo.
—S-sí, p-por supuesto —tartamudeó Takeuchi, alejándose prudentemente de Kōri. No es que él hubiera hecho nada para provocarle miedo, pero Takeuchi se lo tenía igual. Él sólo tenía buenas intenciones, por supuesto, y había quedado muy contento con ellos. No quería estropearlo ahora—. Hablaré c-con la Aldea. ¡Que pasen una buena noche, señores! ¡Tómense algo de mi parte!
El dueño del Patito Pluvial desapareció tras el telón.
—Bueno, chicos. ¿Nos vamos?
—Lo primero es quitarnos estos trajes —sugirió Daruu—. Estoy sudando que da gusto. Uck.
—Yo no estoy sudando —repuso Kōri—. Pero me siento incómodo con esta ropa. No es mi estilo.
»Oye, chicos —sugirió, mientras se acercaban al telón—. ¿De verdad soy tan soso hablando...?
Daruu salió del agua tan pronto como Kōri se vio repelido por la técnica de su hermana. Las manos del Hyūga se entrelazaron en un sello, y un torbellino surgió del mismo charco y Ayame sintió su estómago encogerse cuando golpeó el cuerpo del Jōnin, alzándolo aún más en el aire.
—¡Mizurappa! —gritó Daruu, bien alto, y la kunoichi supo que se estaba comunicando con ella.
Pese a su aprensión inicial, formuló tres sellos idénticos a los de su compañero. Y, aún así, no aplicó toda la potencia que hubiera podido a su técnica. Los dos chorros de agua a presión recortaron a toda velocidad la distancia que los separaba de Kōri y, para sorpresa de ambos, terminaron impactando en él.
«¿No lo ha evitado?» Se preguntó Ayame, sumamente extrañada...
—¿Lo hemos... hecho? —murmuró Daruu, igual de confundido que ella. Pero era evidente que Kōri había caído, y parecía estar inconsciente—. ¿Lo hicimos? ¡Lo hicimos!
Con un ligero jadeo de preocupación, Ayame hizo el amago de adelantarse para comprobar el estado de su hermano mayor en el mismo momento en el que se apagaban los focos y caía el telón, pero alguien la detuvo agarrándola del brazo. Una mano tan fría como un témpano de hielo.
—K... ¿Kōri...-sensei? ¿Pero cómo...? —preguntó, atónita. Giró la cabeza a toda velocidad hacia donde se suponía que había estado el cuerpo inerte de su hermano, pero sus ojos sólo encontraron un muñeco de nieve que aún conservaba unas facciones similares a las del Jōnin.
Sin una palabra, Kōri revolvió sus cabellos y Ayame se sonrojó ante aquella súbita muestra de afecto tan inusual en él...
Sobre todo, después de lo ocurrido en el torneo.
—Jeje... perdón —intervino Daruu, cuando la cabeza del muñeco de nieve llegó hasta los pies de su creador.
Ayame, con las mejillas al rojo vivo, se apresuró a enjugarse disimuladamente una lágrima rebelde.
—Todo a su tiempo, Daruu-kun. De momento, habéis ganado a un clon de nieve. Pero ha sido divertido, ¿verdad? —dijo Kōri, aunque su tono de voz no parecía ser capaz de expresar, precisamente, la diversión—. ¿Qué opináis del tono malvado que le he puesto a la voz? ¿A que daba el pego?
—Esto...sí... —respondieron los dos genin al unísono.
Afortunadamente, antes de que Kōri pudiera añadir nada más al respecto, Shanatori Takeuchi corrió hacia ellos dando saltitos de emoción.
—¡¡ES-PEC-TA-CU-LAR!! ¡¡Habéis estado geniales!! Aunque, debo admitir... Que al final sí que habéis causado algunos desperfectos... —Observó la tarima destrozada por las estalagmitas de Kōri.
—Lo ponía aquí —replicó el aludido, al tiempo que sacaba el pergamino de la misión y lo extendía para que Takeuchi lo leyera.
«Espera, ¿él ya conocía su papel desde el principio?» Meditó Ayame, dado que en los pergaminos que tanto Daruu como ella no ponía nada al respecto de la obra. «¿O quizás lo ha utilizado para anotar los detalles? A ver si, después de todo el esfuerzo, nos va a hacer pagar los desperfectos con el dinero de nuestra recompensa...»
Sin embargo, y como si le hubiera leído la mente, Takeuchi apartó educadamente a Kōri, sonrió y le restó importancia al asunto.
—Por supuesto, por supuesto. ¡Además, ha merecido la pena! ¡Os habéis ganado vuestra recompensa, ya lo creo que sí! Van a hablar mucho de esta obra, ya veréis. Aunque ahora que lo pienso, va a ser difícil igualarla... ¿No os importaría...?
—No. —respondieron Daruu y el Jōnin a la vez.
—Pero pagaríamos...
—Esto tendrán ustedes que hablarlo con la Aldea. Nosotros hemos cumplido nuestra parte por lo que estipulaba en el contrato —cortó el Hielo.
—S-sí, p-por supuesto —tartamudeó Takeuchi, alejándose de Kōri, acobardado—. Hablaré c-con la Aldea. ¡Que pasen una buena noche, señores! ¡Tómense algo de mi parte!
—Pobrecito... —murmuró Ayame, apenada, observando cómo el dueño de El Patito Pluvial desaparecía tras el telón.
—Bueno, chicos. ¿Nos vamos? —dijo Kōri.
—Lo primero es quitarnos estos trajes —sugirió Daruu, con gesto asqueado—. Estoy sudando que da gusto. Uck.
—Sí, por favor... —suplicó Ayame, que había apartado la mirada con gesto avergonzado y había vuelto a cruzar los brazos por delante del cuerpo. Aunque sus razones eran bien distintas al sudor, también ansiaba una ducha con todas sus fuerzas. Pero era evidente que no la iban a tener hasta regresar a casa.
—Yo no estoy sudando —repuso Kōri—. Pero me siento incómodo con esta ropa. No es mi estilo.
—La verdad es que... no te queda bien el negro —se atrevió a bromear Ayame, con una risilla—. Te prefiero blanco.
Echaron a andar, acercándose al telón para salir del escenario. Y entonces Kōri formuló una última pregunta.
—Oye, chicos. ¿De verdad soy tan soso hablando...?
A Ayame se le cayó el alma a los pies. Su hermano seguía siendo El Hielo, su rostro seguía siendo igual de inexpresivo que siempre y sus ojos escarchados todavía eran dos muros inexpugnables; pero de alguna manera intuyó algo de aprensión detrás de aquellas palabras y sintió una terrible lástima.
—P... ¿Por qué dices eso ahora? —balbuceó. En todos aquellos años, Kōri jamás había formulado una pregunta así, y lo último que deseaba Ayame era herir de alguna manera sus sentimientos. Sin saber muy bien qué decir, se llevó una mano a la nuca, estirando el cuello en el proceso—. B... bueno... soso no... Simplemente... carente de expresión...