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El campesino alzó los ojos, rojos de llorar, cuando Ralexion le preguntó qué clase de ofrenda le había dejado a los dioses. Dudó un momento, y luego comentó con aire distraído.
—Po mire, zagalillo... Yo leh había dejao unoh quezoh mu bueno que compré cerca de Tane-Zigai... Y también un citurón de cuero, el único que tenía... Y un buen ramo de ziempreviva... —luego agachó la cabeza con gesto exageradamente servil—. Vamo, que entre tó yo me habría gahtao... Unoh quinientoh ryoh.
Entonces alzó la mirada y, componiendo una mueca de aflicción total, remató.
—¡Pero tó ezo ze lo han llevao!
Entretanto, Ritsuko ya había terminado con el santuario. Dos más les esperaban.
Aquella peculiar lista de ofrendas en conjunto con la actitud de su enunciante hicieron sospechar al rapaz de cabellos azabache. Sus malos pensamientos se vieron rematados cuando el campesino indicó una cifra bien exacta, la apasionante guinda que coronaba ese relato. Levantó una ceja, poderosa como la punta de una lanza que apunta hacia la yugular de su objetivo. «No tengo duda de que la pena de este hombre es genuina, supongo que es muy religioso y de verdad ofrendó algo, ¿pero todo eso...? ¿No estará buscando una compensación fácil?».
El genin se alzó. Barajó durante unos instantes el pagar la cifra de su propio bolsillo, para así quitarse de encima al campechano individuo, pero aquella noción se vio partida por la mitad tan rápido como había aparecido. «¡Ni de broma...! ¡Bastante gastos tengo ya entre mi propia manutención y los cuidados de Honōiro!».
—Mire, siento mucho su desgracia, nosotros debemos ocuparnos de la reparación de estos santuarios, ¿entiende? —tosió un par de veces— Ha sido un día de mierda, así que a mí y a mi compañera nos gustaría terminar cuanto antes. Si es tan amable de darme su nombre y dirección, en caso de que nos topemos con sus ofrendas robadas, la aldea se encargará de devolvérselas.
Puso en práctica su humilde jurisdicción: "somos agentes de la ley que se están ocupando de un asunto oficial, por favor, liberen la vía. En caso de que nos topemos con lo que le han robado, ya se lo devolveremos, pero no prometemos nada". Joder, era agradable disponer de un poder así.
Lo que sea que Ralexion hablara con el anciano le era completamente ajeno a la kunoichi, que aprovechando el rato terminó de limpiar totalmente el santuario así que… técnicamente el de Kusa ya le estaba debiendo dos favores.
De cualquier forma, la chica al no querer molestar demasiado, se acercó a su compañero y le dedicó un par de palabras que fueron casi un murmullo.
—Me iré adelantando —afirmó, con la misma falta de seguridad de siempre.
Acto seguido, y sin esperar una respuesta clara del Uchiha, la joven emprendió la marcha sin fijarse que estaba regresando hacia el primer santuario.
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Al ver que toda su estrategia quedaba, finalmente, frustrada, el campesino abandonó rápidamente su mueca de pesadumbre para adoptar otra de desilusión. Tenía la sensación de que casi había conseguido sablarle quinientos ryos a aquel ninja de pelo negro, pero finalmente Ralexion había sido lo suficientemente inteligente como para no caer en la trampa.
—Zí home, menudo ninja —masculló el hombre, poniéndose en pie con una agilidad que sorprendía después de ver su supuesto mal estado anímico—. ¡Po no ze zuponía que ehtaban aquí pa' ayudar a la hente! ¡Vaya con loh ninjah ehtoh!
Y así se dio media vuelta y echó a andar por el sendero, en dirección contraria a la que debían tomar los genin, mascullando improperios y maldiciones.
Ritsuko, por su parte, había echado a andar hacia el siguiente santuario. Pero Ralexion no tardaría demasiado en alcanzarla.
A mitad de camino el estómago empezó a rugirles con fuerza. Debía ser ya cerca del mediodía, el cielo clareaba y ahora un viento frío empezaba a levantarse. Por suerte para los muchachos, no tardaron en encontrar un puesto de ramen junto al camino; una carretilla de madera tirada por un buey y que cargaba un puestecito del mismo material, con un toldo de tela plegable y una barra. Tras ella, dentro del puestito, todo lo necesario para cocinar un buen cuenco de fideos.
No había ningún cliente en ese momento, y la dueña —o, al menos, la única persona por allí— se encontraba dentro del puesto jugueteando con algunos mechones de su pelo castaño, que era rizado y le llegaba hasta los hombros. Vestía un típico delantal de cocina blanco y parecía bastante aburrida.
El Uchiha no fue consciente hasta el último momento, pero resultó que todo lo llevado a cabo por el campesino era teatro, puro y duro. Resultaba afortunado que hubiese mantenido la guardia alta y su juicio cínico.
Ritsuko había finalizado el acondicionamiento del santuario y le indicó que iría para el siguiente. «Mierda, otro del que se ocupa sin ayuda... estoy siendo un compañero terrible... ¡Oh, será mejor que no deje que se vaya sola!», todo ello resonó en su mente mientras la observaba, ignorando durante unos momentos al hombre.
Acto seguido el referido se alzó y demostrando una disposición que poco tenía que ver con su pena anterior partió del lugar, no sin antes increpar al rapaz de Kusagakure. El moreno le dedicó una expresión que expresaba a gritos molestia con un "¿qué cojones?" encima. «La gente...».
Mas ahora que ese obstáculo se había esfumado podía eliminar la distancia que le separaba de la pelirroja a toda velocidad. Siguieron su camino, los dos santuarios restantes aguardaban. En el proceso de la caminata el muchacho sintió con claridad la llamada del hambre abriéndose paso entre sus entrañas. La enfermedad se compinchaba con la falta de nutrientes para aportarle una molesta sensación de debilidad.
Fue entonces que se percató de la presencia, en el camino, de un puesto ambulante de ramen. ¿Estarían los dioses empezando a apidarse de ellos? Primero el cese de la tormenta, y ahora esto.
—Eh, Ritsuko, ¿te gustaría comer algo? Yo estoy que me caigo... —cuestionó al señalar el carro.
Tan pronto como Ralexion terminó de tratar con aquel individuo de habla extraña, se dirigió al reencuentro de la pelirroja, evitando así que se perdiera por el camino hacia el tercer santuario.
Conversación no había, los dos estaban igual de enfermos y con eso el humor de ambos no estaba como para intentar dar con algún tema de conversación. El único intercambio que tenían era con algún ataque de tos o estornudos, nada más. Pero por lo menos ya la lluvia había terminado.
Teniendo en cuenta las horas que llevaban fuera y sin llevarse nada al estómago, era bastante obvio que les daría hambre, por suerte para ellos justo se toparon con un puesto —ambulante por lo visto— de ramen, que parecía estar dispuesto a atender a quien se presentase así que en cuanto el Uchiha preguntó, la kunoichi ni se pensó su respuesta.
—Sí, a saber cuándo podremos comer si no aprovechamos ahora —afirmó, limpiándose la nariz con un pañuelo así al menos su imagen no era tan lamentable.
Si bien, Ritsuko se acercó al puesto, se quedó a cierta distancia permitiendo que su compañero sea el primero en hablar… como siempre.
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El Sol seguía ascendiendo en el cielo, cada vez más clareado de nubes y la dueña del puesto de ramen continuaba jugueteando con los mechones de su pelo. Ni siquiera parecía haberse percatado de que dos jóvenes genin se acercaban por el camino.
—Genial, vamos.
Ralexion aceleró el paso. Cuanto antes pidiesen antes se cocinarían los fideos y antes comerían. La meta era lo último, el llenarse el estómago, algo que el Uchiha necesitaba cada vez con más urgencia. Ya casi podía saborear el ramen.
Se percató de la presencia de la mujer en el interior del carro cuando se encontró a la distancia mínima para hacerlo. Acto seguido se personó y apoyó sobre el mostrador.
—¡Muy buenas! —empezó saludando, ya que a pesar del hambre aún conservaba sus modales— A mi compañera y a mí nos gustaría un buen tazón de ramen. ¡Uno de ternera picante para mí! ¿Tú qué quieres, Ritsuko?
Giró el rostro para dirigirlo hacia la pelirroja. Ahora era su momento de hacer un pedido.
Como se esperó, el Uchiha fue el primero en dirigirse a la empleada y encargó su comida, dando la chance a la pelirroja de tomar algo distinto y podía ir dando gracias ya que el picante no le agrada demasiado.
—Yo quisiera uno de ternera también pero sin picante —dijo la kunoichi, sustituyendo el saludo con una leve reverencia mientras hablaba.
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—¡Buenos días! —respondió la mujer, irguiéndose de repente y alisándose el delantal con ambas manos. Parecía que no había advertido la presencia de los muchachos hasta que Ralexion se apoyó en el mostrador—. O tardes —añadió luego, con una risilla.
Cuando los genin formularon sus pedidos la mujer asintió, con una sonrisa en el rostro —en aquel sendero no parecía haber muchos viajeros ese día, a pesar de que era una de las carreteras más conocidas para ir de Kusagakure a Tane-Shigai—.
—Dos ramen de ternera, uno con picante y otro sin. ¡Marchando! Sentáos, por favor —les pidió, señalando dos de los taburetes que había junto a la barra, en uno de los laterales del puestecito—. ¿Algo de beber?
Mientras preguntaba, la señora ya había ido dándole fuego a la cocina, y en poco rato un delicioso olor a guiso, verduras, huevo cocido y carne empezaría a inundar el ambiente.
—Agua, por favor.
Ralexion siguió los deseos de la mujer y se sentó en el taburete más cercano a él. No fue necesario que pasase mucho tiempo antes de que el inconfundible aroma de los fideos en comunión con el resto de ingredientes se hiciese patente en los alrededores, especialmente en su posición, tan pegado al carro.
«Un buen ramen, recupero energías, me sobrepongo a este maldito resfriado, terminamos con la misión, ¡y para casa, todos felices!», se motivó así el genin, que aún tosía de tanto en tanto. El estómago le rugió con tanta energía que Ritsuko —y puede que la propia cocinera— lo debió de escuchar sin problemas.
—Que hambre... no puedo esperar... —musitó para sí.
La mujer reaccionó tan rápido como pudo en cuanto se percató de la presencia de Ralexion y se mostró dispuesta a atenderles. No tardó mucho en retirarse a cocinar aunque no sin antes preguntar por alguna bebida que aquellos dos pudieran querer para acompañar su comida.
—Zumo de naranja, por favor —dijo la pelirroja, tomando asiento a un lado de su compañero.
Ya solo restaba esperar, aunque preferiría que la cocinera se tome su tiempo para hacer las cosas porque mientras antes terminen de comer más rápido tendrán que ponerse en marcha para seguir con el trabajo.
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—Agua y un zumo de naranja, ¡sí!
La cocinera y dueña del puesto de ramen desapareció un momento tras el mostrador y luego volvió a incorporarse. Puso una botella de agua fría y un brick de zumo sobre la barra, delante de Ralexion y Ritsuko —respectivamente— y luego se dio media vuelta y siguió con su cocina.
Un rato después los genin tendrían delante de sí sendos cuencos humeantes y de delicioso aroma, repletos hasta la bandera del gustoso guiso que habían pedido. La mujer del puesto les dio ademas un par de palillos a cada uno y una servilleta de papel.
—¡Que aproveche!
Mientras recogía algunos de sus utensilios y los muchachos comían, la dueña silbaba una popular cancioncilla de los Arrozales del Silencio. Ninguno de los dos genin se sabía la letra, pero por la melodía sí podrían haber oído que trataba de una muchacha que se escapaba de casa para conocer mundo y vivir grandes aventuras, como los héroes y heroínas de los cuentos. Viniendo de un lugar tan pacífico como los Arrozales, no era de extrañar que semejantes fantasías permeasen en la mentalidad de la gente.
—¿Y qué os trae por este camino? ¿Algún encargo quizás?
Ralexion abrió la botella de agua y eliminó casi la mitad del líquido que contenía de una sola sentada. Exhaló con suma satisfacción. «¡Oh sí! ¡Ya iba haciendo falta!». Ahora solo faltaba esperar por el ramen y casi se atraveía a decir que volvería a sentirse en plena forma. Nada más lejos de la realidad, por supuesto, pero el estado anímico ayudaba mucho y la comida siempre se lo alzaba.
Entonces llegaron los tazones de ramen. El Uchiha se relamió como si fuese del campo —porque lo era— y se llenó los pulmones con la exuberante fragancia de los fideos.
—¡Que aproveche! —y se lanzó a engullir.
Los fideos estaban, por expresarlo de una manera simplista, deliciosos. La sopa, la carne, y en especial el toque picante —que estaba bien fuerte, como le gustaba al muchacho— eran sobresalientes. Ralexion se puso a comer y solo paró para responder a las preguntas de la tendera.
—Somos ninjas de Kusagakure —afirmó con la boca llena, señalando con la diestra el protector de su frente—. Nos han encargado arreglar unos cuantos santuarios que han vandalizado por estos caminos.
El tiempo pasó bastante rápido y pronto llegaron tanto los tazones como las bebidas, por lo que ya podrían empezar a comer y a juzgar por las expresiones de su compañero, aquel ramen no le iba a durar demasiado.
Por su parte, Ritsuko bebió un poco del jugo de naranja y luego con cierto letargo tomó los palillos, juntó las manos y agradeció por la comida en un murmullo casi inaudible. Acto seguido, comenzó a degustar los fideos que resultaron estar bastante buenos, mejores que los que se sabía preparar ella misma.
La dueña del local se mostró dispuesta a tener una pequeña conversación con ellos, aunque siendo que la kunoichi tiene sus problemas para socializar, prefirió guardar silencio y dejar que el shinobi se encargase, sin mencionar que él ya se le había adelantado al momento de responder así que… mejor para ella que seguía comiendo en silencio.
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