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—¡Ah, sí, veo vuestras bandanas! —apuntó la señora, sonriente—. ¿Así que os han mandado de reparaciones, eh? Eso está bien. Es agradable saber que los ninjas de la Hierba se preocupan por nosotros.
Mientras, Ritsuko mantenía su mutis.
El ramen les duraría poco, dado el hambre que arrastraban ambos. Cuando hubieron terminado, la dueña del puesto les extendió una factura simplificada.
—A ver... Sí, aquí está. Son quince ryos en total.
En el ticket se podía ver el desglose; un ryo por la botella de agua pequeña, dos ryos por el zumo de naranja, y seis ryos por cada tazón de ramen.
—¡Pero bueno! Dadme cinco ryos cada uno y arreglado —agregó la cocinera, con una carcajada y ligeramente ruborizada, rascándose la nuca con su mano derecha—. ¡Que no se diga que Rakuyo Misae no colabora con las fuerzas del bien!
Una vez terminaran, podrían ponerse en marcha hacia el siguiente santuario.
Las palabras de aquella humilde mujer le aportaron genuina felicidad al Uchiha. Paró durante unos instantes de comer para dedicarle una radiante sonrisa.
—Es un peñazo, a decir verdad, pero merece la pena sabiendo que el trabajo que hacemos sirve de algo y lo tiene en cuenta gente como usted —testificó con convicción y bondad.
Acto seguido se sumió en su crucial tarea de rematar el bol de fideos. Con todo dicho y hecho, los platos solo habitados por nimios restos, la mujer les otorgó la factura. Era un precio de lo más justo en base al tamaño y calidad de los platos, pero la fémina fue más allá y lo redujo todavía más.
El Uchiha no podía aceptar algo así, pero en lugar de protestar optó por echar mano de su "lengua de plata".
—¡Muchas gracias! —afirmó, a lo que sacó un par de monedas de uno de sus bolsillos, 10 ryōs, que depositó sobre el mostrador— Aquí tiene también una propina por excelente servicio y excelente calidad. Si alguna vez necesita un ninja, pregunte en Kusagakure por Uchiha Ralexion.
Le guiñó un ojo. Ahora si Ritsuko pagaba sus 5 ryōs correspondientes habría un total de 15, la cantidad solicitada original. Todo formaba parte de su plan maestro.
Llegó el momento de marchar y el Uchiha no añadió nada más. Sus pasos resultaron ligeros.
La conversación como de costumbre la continuó su compañero mientras ella se centraba en comer, por lo menos hasta que su tazón se quedó vacío y ambos hubiesen terminado. Luego de lo cual, la empleada haciendo gala de una humildad impresionante, decidió ofrecerles un pequeño descuento que Ritsuko no tenía ningún problema en aceptar o rechazar.
En este caso, no estaba en muy buenas condiciones de salud así que sacó unos siete ryōs que se correspondían a lo suyo. Después de todo, no veía motivos para dividir los gastos y aprovechar ese ryo de diferencia que tenía en comparación con lo que Ralexion había consumido así que… pagó la totalidad de lo suyo.
Se terminó el jugo de naranja y luego de ello, ya estuvo dispuesta a retirarse.
—Muchas gracias —dijo en tono bajo dedicando una pequeña reverencia a la mujer.
Tras terminar todos los asuntos con la dueña del pequeño puesto de ramen, la pelirroja se retiró siguiendo los pasos del Uchiha. Caso contrario iba a terminar en cualquier parte menos en el santuario.
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Pese a la insistencia de la propietaria del puesto de ramen, los muchachos no sólo acabaron por no aceptar el descuento sino que pagaron dos ryos de más. La mujer estaba exultante —tanto por haber tenido la oportunidad de dar de comer a dos ninjas de la Aldea de su país como por la generosidad de los mismos—, y les despidió con unas palabras de ánimo y agitando su brazo con energía.
Los muchachos caminaron durante un buen rato más hasta llegar al tercer santuario. El Sol brillaba con fuerza sobre el cielo azul celestey a aquellas horas, ya pasando el mediodía, hacía una temperatura nada desagradable para andar por los senderos de Mori no Kuni. Hasta los síntomas del incipiente resfriado parecían haber remitido de forma pasajera en ambos genin.
Cuando llegaron por fin a la tercera y penúltima localización, lo que vieron fue —quizá para su alivio— un pequeño santuario que se mantenía estructuralmente sano. El problema era que alguien —o álguienes— habían dibujado pintadas por las dos paredes laterales y también en la trasera.
Al acercarse, podrían distinguir más claramente las consignas pintarrajeadas; "¡los dioses han muerto!", "¡libérate de tus cadenas, compañero!, "¡del pueblo y para el pueblo!", "¡sí a la razón, no a la fe!". Como detalle curioso, todas parecían haber sido grafiteadas con una caligrafía exquisita; algo quizás impropio de unos vándalos.
Junto al santuario los monjes habían dejado varias latas de pintura blanca y verde, los colores originales en los que estaban pintados los tablones de madera del santuario.
La situación mejoraba por momentos, ¿algo de lo que alegrarse o un motivo por el que temer un giro del destino aún peor? Por el momento el Uchiha prefirió tomar lo primero. La comida, la temperatura e incluso su estado físico colaboraron para devolverle un brío arrebatado por la lluvia y el resfriado. «¡Así sí! ¡Terminemos con esto!».
Incluso el siguiente santuario mostraba un aspecto más esperanzador que el imaginado en las mejores esperanzas del genin. Este solo había sufrido unas pintadas que expresaban con claridad un punto de vista inesperadamente literato; incluso la caligrafía era excelente. El adolescente, poco religioso por naturaleza, estaba completamente de acuerdo con esas afirmaciones, pero no podía aceptar la profanación de los templos independientemente del motivo.
—Vamos a ello, Ritsuko, ¡solo dos más!
En esta ocasión Ralexion también trabajaría, que ya iba siendo hora. Abrió la primera lata de pintura y comprobó que contenía un tono adecuado para restaurar las paredes laterales. Echó mano de un pincel y se puso manos a la obra, pintando la madera con esmero.
Luego de un rato de caminar, los shinobis llegaron al tercer santuario que al parecer lo único que necesitaba era una mano de pintura y ya. Trabajo sencillo y que podrían terminar bastante rápido si no se ponían a tontear.
En cuanto a lo que los textos ponía, literalmente le daba lo mismo, los leyó, los entendió, pero no le importaban en lo más mínimo así que simplemente tomaría el balde que Ralexion dejó y se lo llevaría junto a un pincel para pintar lo demás.
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Los muchachos tomaron sendos pinceles y, usando su parca habilidad para la pintura y un par de cubos metálicos de contenido viscoso, la emprendieron a brochazos con el santuario. Al principio parecía que las pintadas iban a quedar cubiertas fácilmente, pero luego se dieron cuenta de que la tinta que habían usado para escribirlas era sumamente resistente, y al cabo de unos minutos volvió a aflorar sobre la primera capa de pintura.
Tuvieron que darle dos manos más antes de que el santuario quedara como nuevo. Con la satisfacción del deber casi cumplido, los shinobi podrían ponerse en marcha hacia el siguiente santuario.
El pelinegro contaba con tener que darle más de una capa al santuario, pero no esperaba que la tinta utilizada por los vándalos fuese a ser tan irritante. Su expresión se mostró bien descontenta cuando comprobó que, tras dar la segunda capa, las letras aún eran capaces de abrirse paso entre la pintura reciente.
Pero Ralexion perseveró y como dice el dicho, a la tercera va la vencida, así fue. Gracias a los esfuerzos combinados de la pareja ya había un santuario menos del que preocuparse.
—¡Solo uno más, Ritsuko! ¡Vamos! —animó a la pelirroja.
Se puso en marcha, siendo la vanguardia del avance, como debía ser. Así Ritsuko no se perdería, como siempre. Silbó de nuevo una cancioncilla que conocía desde su niñez, muy famosa en Uji.
Como era de esperarse, una sola mano no fue suficiente, aunque tampoco bastó con una segunda y apenas a la tercera pudieron dar por finalizado aquel santuario. Más de lo que Ritsuko se esperó pero por lo menos no era un esfuerzo muy grande el que les llevó terminar con aquel santuario. Podría haber sido peor.
La pelirroja simplemente asintió ante el comentario de su compañero y le siguió, que él guiase era lo mejor.
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El último santuario estaba considerablemente más lejos que todos los demás, casi llegando a Tane-Shigai. Los muchachos caminaron incansablemente durante un buen rato —aunque las piernas ya empezaban a dolerles de tanto andar— hasta que la tarde se les echó encima. Por suerte, el Invierno hacía aquellas horas del día mucho más soportables; una caminata similar en Verano podría haber terminado con ellos mediante deshidratación o insolación.
Cuando intuyeron a lo lejos en el sendero la menuda figura del último santuario, les llamó la atención que había también un nutrido grupo de personas junto a la localización espiritual. Al acercarse pudieron ver que todos eran jóvenes de entre dieciocho y veinte y pico años, que vestían con buenas ropas —aunque algo extravagantes, con colores que no casaban entre sí ni remotamente, pantalones rotos a drede y demás— y llevaban curiosos peinados. Algunos llevaban gafas redondas y grandes, y otros cargaban con maletas de estudiante.
Los genin se aproximaron al lugar, atrayendo la atención de los jóvenes. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca como para que el grupo de muchachos viera sus bandanas, uno de los chavales —que desprendía una inconfundible aura de líder— les señaló con un índice acusatorio.
—¡Ajá! ¡Mirad, compañeros, el Estado opresor nos envía a sus perros para reprimirnos! —soltó.
—Y compañeras —le corrigió una de las muchachas, que llevaba el pelo muy corto y vestía con un jubón masculino.
—Sí, sí, y compañeras —replicó el joven, visiblemente molesto por la interrupción de su colega—. ¡En cualquier caso! ¿Sois vosotros los ninja a los que ese meapilas del Daimyō financia con nuestros impuestos para perpetuar la tiranía de la fe sobre las clases populares?
Si se fijaban más detenidamente, los genin podrían examinar las curiosas facciones del tipo. Llevaba el pelo, castaño, enmarañado y recogido como buenamente podía en una coleta que le llegaba a algo más abajo de los hombro. Del mismo color era su barba, que lucía de forma desarreglada. En las muñecas llevaba varias pulseras —al igual que algunos de los demás jóvenes— y vestía con una camisa blanca lisa.
El camino hasta el último santuario era sensiblemente más largo que el de los demás. A pesar de su buen humor y energías renovadas, Ralexion iba sintiendo la sombra del cansancio a sus espaldas. Lo peor era el prospecto de tener que deshacer todo lo andado cuando rematasen ese encargo. No estaría de más otra paradita en el puesto de ramen, si seguía ahí cuando retornasen...
El moreno pudo observar un copioso grupo de gente durante la aproximación al santuario. El aspecto y exaltada predisposición de los presentes le llevaron a alzar una ceja. No le encajaba que fuesen peregrinos, y sus sospechas se vieron confirmadas cuando uno de ellos le señaló a él y a su compañera para entonces comenzar a exhalar un discurso digno de político populista.
«No me pagan lo suficiente como para aguantar esta mierda.».
Un fuego muy peligroso se encendió en la psique del Uchiha: el de un campesino cabreado que está agotado tras trabajar durante toda la jornada. La mala leche que le corrompía las neuronas provenía de su campechana infancia en Uji.
Se aclaró la voz.
—No, somos los ninja que los monjes han contratado para que arreglemos los desperfectos que VOSOTROS habéis ocasionado en los santuarios —reveló con una macabra sonrisa en sus labios.
La caminata se le hizo algo más pesada de lo que debería, seguramente porque la había estado pasando fatal incluyendo un resfriado que por suerte ya estaba cediendo. Aunque no quitaba que estuviese cansada y algo irritable.
Un tiempo después, cuando finalmente llegaron al último de los santuarios, se encontraron con una banda de gente claramente mayor que ellos dos pero por lo que se podía apreciar en sus vestimentas no tenían ningún tipo de entrenamiento a diferencia de los dos shinobis. Pero Ritsuko prefirió guardar silencio y mirar con su expresión melancólica, esperando que su compañero explicase el motivo de que aquellos dos de Kusagakure hayan decidido aparecerse por la zona.
Tristemente, el Uchiha parecía estar bastante malhumorado así que terminó hablando como si tratase de amenazar a todos esos y… hasta cierto punto parecía estar re-afirmando —no con palabras— lo que el chico les había estado diciendo.
—Nosotros no vinimos a reprimir a nadie y tampoco a hablar sobre ninguna religión, solamente vinimos a reparar el templo como nos lo ordenaron nuestros superiores —afirmó la kunoichi que parecía dispuesta a esconderse detrás de su compañero, aunque con un poco de su fuerza de voluntad logró mantenerse a su lado y no detrás.
Solo esperaba que aquellos individuos entendieran y les permitieran terminar el trabajo por las buenas.
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—¡Será vosotros y vosotras! —puntualizó la muchacha que antes había corregido al de la coleta.
El grupo de estudiantes comenzó a cuchichear y hablar, dándose la razón, quitándosela y debatiendo animadamente sobre el uso del lenguaje inclusivo en Oonindo. Mientras tanto, el que parecía el líder de ellos se cruzó de brazos y lanzó una mirada a los shinobi cargada de marcada soberbia intelectual.
—¡Estas edificaciones son el símbolo de la opresión religiosa sobre el pueblo de Mori no Kuni! ¡Construídas con el dinero que se recauda de nuestros impuestos! —argumentó, encendido—. ¿A alguno os preguntó nuestro líder opresor, el Daimyo, si queríais invertir vuestro dinero en estos homenajes a la fe ciega?
La respuesta de sus compañeros fue un unánime "¡no!", puño en alto.
—Por eso nosotros, los estudiantes de la escuela de filosofía de Tane-Shigai, hemos decidido llevar a cabo las acciones reivindicativas a las que os referís! ¡La religión es el opio del pueblo! —gritó—. Los fundamentos de una sociedad mejor deben cimentarse sobre la razón y la crítica, no sobre absurdas supersticiones.
El panorama llevó al moreno a juntar las palmas de sus manos, inspirar con fuerza y acto seguido expulsar el aire acumulado. Su expresión era antinaturalmente neutral, casi como si no estuviese allí. Su paciencia se agotaba más rápido que la mecha que discurría, encendida y a toda velocidad, hasta llegar al receptáculo que contenía la pólvora.
— Chico...
El muchacho alzó el dedo índice derecho y lo meneó varias veces. Se preparaba para disparar la réplica más contundente jamás vista en el mundo de la retórica. Al fin y al cabo, había demostrado en varias ocasiones que el don de la palabra era tan suyo como la sangre Uchiha que le permitía manifestar el Sharingan.
— Está bien, está bien... entiendo vuestro punto de vista, de verdad, yo a menudo me siento como un zángano a merced de mis superiores... —empleó un tono pacífico, conciliador— Pero deberíais de tener en cuenta esto...
Ralexion empezó a hacer sellos a una velocidad que probablemente resultaría vertiginosa para los aprendices de filósofo. Se trataba de la serie empleada para el Gōkakyū no Jutsu. Instantes más tarde arqueó su espalda hacia atrás e hinchó los pulmones, a lo que escupió un torrente de fuego dirigido hacia arriba, al aire. Era una advertencia, una técnica de fogueo, literalmente, pero la distancia que los separaba debía de ser suficiente como para que los más posicionados en la vanguardia del grupo sintiese la subida de temperatura.
Al terminar, el genin bajó la mirada de inmediato.
— ¡O DEJÁIS LOS SANTUARIOS EN PAZ U OS CHAMUSCO A TODOS, ME CAGO EN LA PUTA! ¡CORRED, NIÑATOS, HE TENIDO UN DÍA MALO DE COJONES!
No tenía intención alguna de cumplir sus amenazas, pero esperaba que aquello fuese suficiente para espantar a la jauría de eruditos. «Que hagan lo que quieran y defiendan lo que quieran, sus ideas son buenas, ¡pero que no jodan la propiedad ajena en el proceso!», sentenció, a pesar de que nadie más podía escucharle.
—Pero… tendrían qué… —balbuceaba la kunoichi, intentando dar con palabras adecuadas para exponer su punto de vista de forma clara.
«¿Cómo se los digo? »se preguntaba muy nerviosa, buscando la manera de terminar con aquella situación de la forma más pacífica posible hasta que lo vio, sellos formados por las manos de su compañero, estaba por llevar a cabo una técnica que siendo realistas, la pelirroja no conocía y que por temor a lo desconocido simplemente retrocedió unos pasos con expresión de terror.
«¡No jodas! »chillaba en su cabeza, suponiendo que iba a cargarse a alguno de aquellos estudiantes pero para su suerte, el shinobi tan solo escupió fuego al cielo, suficientemente caliente para que incluso ella sintiese la subida de temperatura que… no le agradaba en lo más mínimo debido a los cambios de temperatura que eso le estaba significando.
Pero no dijo nada, estaba asustada y no sabía cómo iban a reaccionar aquellos filósofos, ni tampoco el cómo podría terminar todo eso si la situación se les iba de las manos.
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