Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La anciana rio, y levantó la palma de la mano hacia el cielo. Daruu siguió con la mirada la arrugada extremidad de la anciana, y dio un bote cuando de pronto una chispa estalló en una esfera de un extraño fuego de fulgor azul. El brillo se vio reflejado en los fascinados ojos del muchacho, quien enseguida se dio cuenta de que algo frío y húmedo le salpicaba las puntas de los dedos de los pies. Miró hacia abajo. Eran las esposas, derritiéndose.
La anciana intervino.
—Fuego, chico. El fuego derrite el hielo. Pero todos sabemos que ese hielo no es uno normal y corriente, ¿no es así? Ah, pero mi fuego tampoco lo es —le reveló, señalando con su mano libre hacia las esposas del chico, que habían comenzado a sudar sin remedio. Sin embargo, antes de que comenzaran a derretirse y pudiera liberarse, la mujer hizo desaparecer la llamarada cerrando el puño sobre ella—. Oh, pero si prefieres quedarte esperando durante horas... o días... o semanas... o meses... lo entenderé perfectamente.
Daruu intercambió una mirada nerviosa entre las esposas y la anciana, una y otra vez. Apretó la mandíbula y los párpados cerrados, sin saber bien qué decisión tomar. Al final, como si le doliera hacerlo, acercó poco a poco las esposas a la anciana.
—Haga lo que tenga que hacer. —«¿Quién coño es esta tipa? ¿No será ella la criminal, no? Ese fuego azul... ¿un Kekkei Genkai?» Sentía una mezcla algo excitante entre ansiedad prudente y curiosidad.
Daruu volvió a dudar. Intercambiaba la mirada entre las esposas y la anciana en un debate interno en el que era el único participante. Al final apretó la quijada, cerró los párpados, y le tendió las muñecas con cierto recelo.
—Haga lo que tenga que hacer.
Pero la mujer soltó una carcajada.
—Oh, pero antes de eso, me gustaría que tú hicieras algo por mí —le comentó, con un brillo divertido en sus ojos de oro fundido—. Verás... uno de mis pequeños es un poco más travieso que el resto y siempre anda desaparecido. Ya has visto que no soy más que una pobre anciana, y mis pobres huesos ya no están para ir corriendo detrás de él. ¿Me harías el favor, shinobi foragido, de ayudarme a encontrarlo? A cambio, yo te ayudaré con tu problemilla con esas esposas de hielo.
¡Ja! Por supuesto. Había habido algo sospechoso respecto a aquella anciana desde el principio. Le ayudaría, sí, pero no a cambio de nada. Daruu la miraba, incrédulo, mientras la mujer le solicitaba ir a buscar un gato que se le había escapado.
—Vamos a ver si lo he entendido bien —comenzó Daruu—... Me escondo en este callejón, ajeno a miradas que puedan meterme en problemas, con unas esposas a la espera de librarme de ellas, cosa que tú me ofreces... a cambio de salir a buscar a uno de tus gatos fuera de este callejón, exponiéndome a miradas que pueden meterme en problemas. —Daruu ladeó la cabeza—. ¿Ve dónde radica mi resistencia? Además, con estas esposas seguro que me es difícil correr mucho detrás de nada.
28/09/2018, 18:05 (Última modificación: 28/09/2018, 18:06 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
El boquiabierto Daruu tardó unos breves segundos en replicar:
—Vamos a ver si lo he entendido bien... Me escondo en este callejón, ajeno a miradas que puedan meterme en problemas, con unas esposas a la espera de librarme de ellas, cosa que tú me ofreces... a cambio de salir a buscar a uno de tus gatos fuera de este callejón, exponiéndome a miradas que pueden meterme en problemas —Daruu ladeó la cabeza—. ¿Ve dónde radica mi resistencia? Además, con estas esposas seguro que me es difícil correr mucho detrás de nada.
—Oh... ¿Pero qué voy a hacer con mi pequeño por ahí perdido? Mi pobrecito y pequeñito gatito... Él solo... Empapado bajo esta lluvia... Si tan sólo fuera unos años más joven y estos viejos huesos doloridos fueran un poco más fuertes... —Se lamentaba, lastimera. Entonces la anciana se inclinó lentamente hacia delante, y el gato sobre su regazo, sobresaltado ante el movimiento de la mujer, se levantó y ondeó la cola. Todo quejido desapareció de su voz cuando volvió a hablar, con sus ojos dorados clavados en los del chico—. Te han esposado las manos, no los pies. Y ni siquiera son esposas supresoras de chakra. Eres un shinobi joven y lozano, seguro que sabes pasar desapercibido. Vamos, muchacho, he visto genin recién salidos de la academia buscando gatos como locos y tú ya eres un chuunin hecho y derecho.
»Así que... ¿Lo tomas o lo dejas? Un gato por tu libertad.
Y, recordándole lo que estaba en juego, alzó un dedo e hizo aparecer una pequeña llamita de color azul sobre la yema de este.
—Pero vamos a ver —insistió, tozudo como una mula—. Te repito que en cuanto me vea un jounin u otro chuunin me llevan al puñetero calabozo, y ni encuentro a tu gato ni me quitan las esposas. —Suspiró con amargura.
»De modo que vamos a hacer una cosa. Yo le dejo algo, lo que sea. Mi placa de chuunin, mi placa de shinobi. ¡Mire hasta dónde llego! Usted me quita las esposas, yo busco a su gato y se lo traigo, y usted me devuelve mi identificativo. —Persuasivo, se encogió de hombros—. Hasta un genin puede usar Ninjutsu como apoyo en la recuperación de un animal, pero míreme a mi. No puedo ni juntar las manos para hacer sellos. ¿Qué me dice, eh?
Pero el muchacho era un hueso duro de roer, más tozudo que una mula, y no dudaba en demostrarlo a cada oportunidad que se le presentaba:
—Pero vamos a ver. Te repito que en cuanto me vea un jounin u otro chuunin me llevan al puñetero calabozo, y ni encuentro a tu gato ni me quitan las esposas —Suspiró con amargura—. De modo que vamos a hacer una cosa. Yo le dejo algo, lo que sea. Mi placa de chuunin, mi placa de shinobi. ¡Mire hasta dónde llego! Usted me quita las esposas, yo busco a su gato y se lo traigo, y usted me devuelve mi identificativo. —Se encogió de hombros—. Hasta un genin puede usar Ninjutsu como apoyo en la recuperación de un animal, pero míreme a mi. No puedo ni juntar las manos para hacer sellos. ¿Qué me dice, eh?
—Mira el lado bueno, en el calabozo tendrás tiempo de soooobra para esperar que se te derritan las esposas —rio la anciana, inclinándose hacia él y sus ojos dorados destellaron en la penumbra—. ¿Y qué me dice que no saldrás corriendo en cuanto te quite las esposas? ¿Qué me asegura que aunque me des tus cosas no informarás a los altos cargos de tu aldea de que, simplemente y por casualidad, se te han perdido tus identificativos como ninja y necesitas que te los repongan? No, chico. Si vas a ir, irás con esas esposas en tus manos. Recupera a mi pequeño, y entonces hablaremos de negocios.
Desde luego Daruu tenía bastante labia, pero aquella anciana no era una cualquiera. Y su presencia iba creciendo por momentos. Junto a ella, el gato negro maulló.
No obstante, aquella anciana era la campeona anual de todos los torneos de tozudez, y replicó a Daruu con una absurda negativa. Daruu torció el gesto con profundo malestar y desvió la mirada a la salida del callejón mientras la abuela seguía fumando el puro de la ilógica.
—Diga lo que usted diga, es mucho peor lo que me espera si salgo que si me quedo aquí con las esposas hasta que el efecto pase o hasta que mi maestro decida que ya he tenido suficiente con la prueba —dijo Daruu. La mujer sabía negociar, pero el muchacho sabía cuando salía perdiendo de un trato, y más como aquél—. Como le he dicho, cualquier cosa que implique que tenga que salir del callejón esposado está fuera de toda cuestión. Si usted no me ayuda, pues qué lástima, pero yo no me puedo arriesgar a meterme más en problemas.
Bajó la mirada y se derrumbó sobre su incómodo asiento de hormigón.
—Buscar soluciones desesperadas a problemas complejos es lo que me trajo aquí en primer lugar.
La anciana escuchó las palabras de Daruu con los ojos entornados ligeramente. Dudó durante un instante, ante la fuerza de las palabras del muchacho, pero enseguida suvoluntad volvió a alzarse como una ola sobre los acantilados. Agachó el dedo, apagando la llamita en el proceso, y echó el cuerpo hacia atrás para apoyarlo en el muro que daba el final a aquel callejón, y terminó por soltar un largo y cansado suspiro. Ya no tenía edad para andar discutiendo con chiquillos.
Una pena. Una auténtica pena...
—Muy bien. Buena suerte entonces, y dale recuerdos a tu sensei de parte de Nesobo —le sonrió con cierta malicia, mostrándole un colmillo de oro que asomaba entre sus labios, mientras acariciaba el lomo del gato negro, que ronroneaba cómodamente sobre su regazo—. Creía que los shinobi de hoy en día no serían unos gallinas y no tendrían miedo a perseguir un simple gato pero... parece que me equivoqué. Supongo que esta pobre anciana tendrá que buscarse la vida sola, como siempre ha hecho.
Daruu entrecerró los ojos, suspicaz, y observó durante un largo rato a la que acababa de llamarse Nesobo.
—Oiga... ¿quién es usted? —insistió, mientras se levantaba apoyando y deslizando la espalda por la pared. «No deberías hacer esto. Siempre te metes donde no te llaman. Siempre lo haces. Siempre te quejas pero acabas metiéndote. Estúpido»—. Está bien. Encontraré a su maldito gato. Pero un trato ea un trato. Me quitará las esposas.
Estiró los hombros con movimientos circulares y dio un par de saltos, calentando.
—Oh, tan solo una mujer anciana sin un techo con el que cubrirse —volvió a repetir, divertida ante la pregunta del muchacho.
El cebo había sido echado, y al final el suculento pececito no pudo resistir la tentación de morderlo. Nesobo sonrió para sí al escuchar la aceptación del muchacho.
—Por supuesto... Una anciana honorable como yo nunca faltaría a su promesa —asintió, con una risilla. Entonces carraspeó, aclarándose la garganta—. Mi pequeño responde al nombre de Yuki y es un gato de color blanco como la nieve y ojos azules como el océano. Es travieso como él solo y no atiende a razones de ningún tipo, es un alma libre. Suele estar siempre buscando comida, en los cubos de basura, los restaurantes... aunque últimamente se ha encaprichado bastante de la pescadería del señor Sakana, en el Distrito Comercial, así que es probable que lo encuentres cerca de allí.
La expresión un alma libre solía utilizarse por truhanes que se dedicaban a crear más problemas de los que uno alcanzaba a solucionar en su larga vida como shinobi. De modo que Daruu podía esperar arañazos, mordiscos y caídas provocadas por el animal al que tendría que buscar. «Es todo lo que necesito ahora, oh, gracias, Oonindo, por cerciorarte de darme a mí todos los problemas para que me los coma todos. Hijo de puta.»
—¿Necesitas saber algo más? —preguntó Nesobo.
—De saber, no necesito nada más —dijo Daruu—. De librarme de peso muerto, pues hombre, no me importaría tener un bloque de hielo menos encima —bufó, molesto—, pero puesto que usted no va a mover ni un sólo dedo hasta que le traiga a ese minino, pues como que me voy yendo.
Dicho esto, el muchacho se encaramó con cuidado a una de las gigantescas tuberías y comenzó a caminar verticalmente por ella con la ayuda del chakra. Si tenía que dirigirse hacia el Distrito Comercial, mejor hacerlo por los tejados o por los tubos de metal que poblaban la Villa Oculta de la Lluvia, a riesgo de montar un auténtico escarnio público para sí mismo en medio de una gran avenida.
No. Aquella era toda la información que Daruu necesitaba para completar su tarea. Y aún así seguía quejándose, refunfuñando entre dientes como un minino malcriado. La anciana no pudo evitar soltar una risilla ante su última frase, pero no añadió nada más a la conversación. Simplemente le dejó marchar.
Daruu se encaramó a una de las gigantescas tuberías que alimentaban Amegakure, y que chirrió con un gemido metálico bajo las sandalias del shinobi, y comenzó a escalar. Pronto se daría cuenta de que lo que estaba subiendo era un enorme rascacielos, de por lo menos veinte plantas de altura, aunque cada cierto número de pisos sus pies encontrarían tejadillos secundarios o terrazas en los que podría apoyarse sin problemas. Alrededor de aquel bloque había varios más, aunque todos ellos de alturas similares, y todos ellos recorridos de arriba a abajo por más y más tuberías. Los edificios estaban separados entre sí, pero a una distancia suficiente para que Daruu pudiera cubrirla de un salto si le ponía empeño. ¿Seguiría subiendo o quizás tomaría otra ruta alternativa?
Las gigantescas torres de Amegakure ascendían hasta rozar las nubes. Daruu caminó a buen paso por ellas, pero pronto decidió que tal vez escalar hasta arriba del todo no era una buena idea. En primer lugar, le dificultaría la búsqueda, y en segundo lugar, aunque confiaba en sus habilidades (incluso estando maniatado), no se sentía a gusto con la idea de saltar de torre en torre y con la posibilidad de precipitarse desde cincuenta pisos de altura hasta el asfalto con muy poco tiempo para reaccionar. Por eso, se apoyaría de los tejadillos secundarios y terrazas varias, saltando de una a otra, como lo haría uno de esos ninjas del País del Bosque cruzando de árbol en árbol, y se dirigiría hacia el Distrito Comercial.
Daruu ascendió durante interminables minutos por la fachada del edificio. La lluvia en los ojos, el frío en las muñecas, la incomodidad de la postura de sus manos y alguna que otra tubería resbaladiza por el agua quisieron dificultar la tarea del joven shinobi. Sin embargo, este no se dio por vencido. Pronto se dio cuenta de que subir hasta lo más alto no sería buena idea (sus ojos no serían capaz de localizar a su objetivo con tanta facilidad desde tan lejos, y menos con la neblina de la tormenta nublando sus sentidos), por lo que se detuvo a mitad de ascenso en una terraza con barandilla de metal y losas de mármol y comenzó a saltar entre los diferentes rascacielos como habría saltado de árbol en árbol de haberse encontrado en un bosque persiguiendo a un objetivo, cruzando las calles y las manzanas a gran velocidad. No tardaría mucho en ver un poco más allá la separación de los edificios que anunciaba el comienzo del famoso Distrito Comercial.
Y entonces su pie resbaló.
Una teja mal colocada en el tejadillo en el que había ido a apoyarse se deslizó por debajo de él, precipitando su cuerpo a una caída de unos quince metros asegurados. Sin control alguno sobre el movimiento de su cuerpo, Daruu vio el suelo acercarse a toda velocidad. Cada vez más cerca... Cada vez más cerca... Hasta que sus manos consiguieron asir una tubería que cruzaba de forma horizontal el edificio sobre el que había ido a caer.
Continuaba su recorrido con una sonrisa dibujada en el rostro. Aunque se le había presentado una tarea harto difícil, no parecía que estuviese en baja forma. Daruu, saltando de tejadillo en tejadillo, había cruzado ya gran parte del espacio que le separaba de las grandes avenidas y las callejuelas abarrotadas de tiendas del Distrito Comercial. No obstante el destino le tenía preparada una desagradable sorpresa que descubrió en el instante que uno de sus pies se encontró con una teja rebelde y traicionera que le arrojó hacia el vacío.
Con el corazón latiéndole a mil por hora, Daruu debía reaccionar rápido. Giró su cuerpo hasta ponerlo en una posición idónea para volver a uno de los tejadillos y liberó un estallido de agua a presión de uno de sus pies tras ponerlos rectos como una aguja. Se impulsó antinaturalmente en el aire y aterrizó sobre él. Sopló con alivio y siguió su camino.
¤ Suiton: Bakūmi Strike ¤ Elemento Agua: Golpe del Mar Explosivo - Tipo: Ofensivo - Rango: C - Requisitos: Suiton 60 - Gastos:
12 CK (multiplicable x2)
Bakūmi Hitokuchi, 48 CK
- Daños:
20 PV, o +20 PV a un golpe de Shinobi Kumite
Bakūmi Hitokuchi, 80 PV
- Efectos adicionales: Puede utilizarse para desviar el rumbo en el aire, frenar caídas y anular inercias - Sellos: - - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones:
Los estallidos se extienden a 30 centímetros del cuerpo (multiplicado x1 y x2)
La versión multiplicada x2 alejará al oponente 5 metros
Bakūmi Hitokuchi abarca 3 metros de largo y 2 de ancho, y alejará al oponente 10 metros
El usuario utiliza el chakra Suiton para crear ráfagas de agua a presión que puede disparar como un géiser cuerpo a cuerpo, tanto golpeando como por sí mismas si se emiten desde las manos o las plantas de los pies. Con ellas, aumenta el ataque de sus golpes físicos, aleja a oponentes o realiza acciones de soporte, tales como frenar caídas, cambiar el rumbo en el aire, impulsarse a un lugar alto...
Una versión mortífera de la técnica —Bakūmi Hitokuchi, o Mordedura del Mar Explosivo— se produce cuando el usuario abre los brazos, acumula chakra Suiton y los cierra de golpe, haciendo chocar dos corrientes que estallarán hacia adelante en un potente géiser.