Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Un joven con cabello castaño claro y ojos oscuros caminaba por las calles de la Villa con una elegancia extraña, como ese príncipe altanero en los pasillos de su palacio, pero sin esa soberbia característica que desagradaba a la vista. Él, lejos de poseer sangre noble, era un ninja. También, en sus ratos libres, un cantautor. Y, por encima de todo, un visionario. Un hombre de negocios que siempre buscaba nuevas vías para llenarse los bolsillos.
Algunos le conocían como el Hermano guapo del Desierto. Otros, como Uchiha Datsue. Él, cuya principal virtud era la modestia, prefería que simplemente le llamasen el Intrépido.
Y Datsue el Intrépido llevaba un tiempo sin revolucionar el mercado. Había hecho sus cosas en Los Herreros, por supuesto, por el que todavía recibía beneficios mensuales. Su firma —el Intrépido—, era grabada en las hojas que se vendían en la tienda de él y su socio, y se había consolidado en cierto hueco del mercado. No obstante, tras su proyecto fracasado con la revista Corazón Uzureño, no había vuelto a intentar abrir ninguna fuente nueva de ingresos.
Y eso era imperdonable.
Por eso, junto a Datsuse el Matakanes —el perro que Eri y Nabi le habían regalado por su ascenso a Jounin—, el Uchiha se dirigía a un conocido bar de la Aldea. Allí, testearía su nueva idea.
• • •
La taberna de Izaia, llamada El Cerezo, solía estar a reventar a partir de las ocho de la tarde. Aquel día no era una excepción, y las jarras de cerveza y vino volaban sobre las mesas a medida que sus comensales las vaciaban a una velocidad alarmante. Había un gran alboroto, como también era habitual, y un par de grupos se arremolinaban alrededor de dos mesas para ver una partida de cartas.
Datsue fue directo a la barra.
—No es Stuffy —remarcó a Izaia, la tabernera, cuando esbozó una mueca de disgusto al ver a Datsuse junto a él—. Tiene modales y esas cosas.
—¡Eso espero! —exclamó ella, mientras secaba un vaso con un trapo viejo—. ¿Y tu hermano? Es raro verte sin él.
Datsue se encogió de hombros.
—Anda perfeccionando su duodécimo ninjutsu Katon destrozaamejines —respondió con sorna—. Ponme lo de siempre.
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A Riko le gustaba salir a pasear y ver el atardecer en la calle, mientras caminaba por las calles de la ciudad mientras se teñían de un color más rojizo hasta que, finalmente oscurecía, y aquel día no era distinto. Cada día seleccionaba una ruta diferente, para terminar de conocer del todo la Villa, que más o menos tenía dominada a aquellas alturas.
Mientras caminaba pasó por delante de un local del que salía un bullicio poco habitual, al menos para él, y la curiosidad se apoderó de su cuerpo por un instante, quedándose parado frente a su puerta.
«El Cerezo... No se ha comido mucho la cabeza.»
Pensó el joven ladeando ligeramente la cabeza, pero finalmente se decidió a entrar y ver qué era lo que causaba tanto jaleo.
Al entrar vio un bar normal en hora punta, las cervezas iban de un lado a otro, unas llenas y otras vacías pero siempre con prisas. Se oían risas, golpes y alguna voz más alta que otra, normal en todo aquel escándalo, pero lo que más le llamó la atención fueron un par de mesas sobre la que se arremolinaba un gran número de personas, por lo que se decidió a acercarse hasta allí, pero antes...
—. Ponme lo de siempre.
Sus ojos se posaron en la mujer, que parecía ser la dueña del lugar y se acercó antes de que se marchara a por la comanda de aquel chico.
—¡Perdona! ¿Me podría poner un refresco de naranja, por favor? — Pidió con amabilidad quedando justo al lado del muchacho.
Nada más terminar el pedido, un joven de ojos azules y cresta azabache se sentó a su lado, pidiendo un refresco de naranja para él. Datsue le miró de arriba abajo, y terminó deduciendo que se trataba de un genin.
—Hay que tenerlos bien grandes —le espetó, mitad impresionado, mitad en broma—, para venir aquí, al respetable Cerezo, conocido en la Villa entera por sus inigualables vinos, y pedir un refresco.
»Suerte que no sea Uzukage, o te mandaría una semana al calabozo por atentado contra el buen gusto.
Izaia, ajena a la conversación, no tardó en traer una lata con el refresco de Riko y un vaso por si quería servírselo, además de una copa para Datsue que rellenó con una botella de vino blanco.
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—Hay que tenerlos bien grandes, para venir aquí, al respetable Cerezo, conocido en la Villa entera por sus inigualables vinos, y pedir un refresco.
»Suerte que no sea Uzukage, o te mandaría una semana al calabozo por atentado contra el buen gusto.
Riko miró a su interlocutor de arriba a abajo, fijándose en sus ojos de una tonalidad muy oscura, y en su pelo, recogido en un moño y de color castaño, pero tampoco pasaron desapercibidas las ojeras que se marcaban en su rostro como si llevara mucho tiempo sin dormir, o al menos, sin hacerlo en condiciones.
—El buen gusto es muy relativo, ¿no crees? A mi no me gusta el vino, de hecho no tengo edad para tomarlo. — Dijo, encogiéndose de hombros quitándole importancia. —¿Tú la tienes?
Sin prestarles demasiada atención, la mujer les puso su pedido, una lata del refresco de naranja que Riko había pedido y una botella que rellenó de vino blanco para su nuevo camarada.
El pelinegro se llenó el vaso hasta el final, dejando la lata completamente vacía y alzó el cristal, proponiendo un brindis.
—Por que no llegues nunca a Uzukage y así me salve de pasar por el calabozo. — Dijo bromista. —Mi nombre es Riko, por cierto.
—Ah, pero la excusa de la edad no me sirve. —Tenía mil y un argumentos para rebatirle. Se quedó con los dos primeros—. Primero, porque tú mismo te la saltaste para probarlo y saber si te gustaba o no. Y, segundo… Por Shiona, tengo edad para asesinar a exiliados y enemigos de la Villa, ¿no voy a tener para beber? Eso de tener obligaciones de adulto y restricciones de niños que se lo vendan a otro, compañero. Nosotros somos más listos que eso.
Por no hablar de que, un ninja versado, debía probar los placeres que le ofrecía la vida en su mayor extensión. Solo así podría desenvolverse, a su vez, en las distintas y variadas situaciones que las misiones de rango alto exigían. «Eso, ¡eso! ¡En realidad bebo porque soy un profesional, joder!»
Datsue aceptó el brindis ofrecido por Riko y entrechocó su copa con la suya.
—Bien dicho. Larga vida a Hanabi —y, sin más dilación, dio un pequeño trago—. ¡La hostia! ¿Riko? Joder, voy a decirte una cosa, y no te ofendas. Pero la generación de nuestros padres sufre una gran carencia de imaginación. En esta Villa no hay más que Eris, Nabis y Rikos. Los amejines y kusareños tendrán sus cosas. —Muchas—. Pero no verás en sus Villas a decenas de ninjas con el mismo nombre. No señor —dijo, negando con la cabeza, mientras hacía un repaso de toda la gente que había conocido. Mirase por dónde lo mirase, los únicos que se repetían eran los uzujines.
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—Ah, pero la excusa de la edad no me sirve. Primero, porque tú mismo te la saltaste para probarlo y saber si te gustaba o no. Y, segundo… Por Shiona, tengo edad para asesinar a exiliados y enemigos de la Villa, ¿no voy a tener para beber? Eso de tener obligaciones de adulto y restricciones de niños que se lo vendan a otro, compañero. Nosotros somos más listos que eso.
Riko aceptó los agurmentos del chico con un asentimiento de cabeza, en cierto modo, tenía razón, no era peor beber un poco de vino que matar a sangre fría bajo órdenes, por lo que, si podían hacer lo uno, ¿por qué no lo otro? Aún así, el pelinegro seguiría con sus refrescos, le gustaba mantener su mente despejada en todo momento
El Kaguya chocó la copa con el chunnin, que le dio un pequeño trago antes de casi escupirle el vino en la cara, por la sorpresa al escuchar su nombre y mencionó un par más de ellos que supuso que también se repetirían, entre ellos el de...
—¿Eri? ¿Conoces a Uzumaki Eri? — Preguntó de sopetón, era la única que conocía con ese nombre, aunque era cierto que tampoco era que conociera a demasiada gente allí. —Bueno, realmente es algo con gran probabilidad que se repitan nombres en una aldea, ¿no? Además, en mi pueblo era el único Riko, ya eres el segundo que se sorprende al escuchar mi nombre. — Relató pensativo.
—¿Cómo no voy a conocerla? ¡Es mi mejor amiga, hombre! —exclamó. Lo que le resultaba curioso es que él la conociese—. ¿De qué la conoces? ¿De oídas, o…? —Su perro, Datsuse, trataba de llamarle la atención. Ponía ojitos de cordero, con esa habilidad tan suya para dar pena cuando quería que le diesen algo de comer. Datsue, enfrascado en la conversación, le hizo un pequeño ademán y pasó de el—. Bueno, sí, supongo que en eso llevas razón. Y Uzu es la Villa más grande de todas, después de todo —se inventó. Aunque se apostaba un buen pellizco a que no iba desencaminado.
»Así que no eres natal de la villa. ¿Dónde naciste? —se interesó, mientras daba otro sorbo a la copa.
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—¿Cómo no voy a conocerla? ¡Es mi mejor amiga, hombre! ¿De qué la conoces? ¿De oídas, o…?
Riko negó rápidamente con la cabeza, no la conocía solo de oídas, no.
—No, no, es mi sensei. — Respondió a su compañero de bebida.
En ese momento el pelinegro se percató de la presencia de alguien más, un perro que se encontraba cerca del chico del moño trataba de conseguir algo de comida de él, aunque éste no le prestó demasiada atención.
—. Bueno, sí, supongo que en eso llevas razón. Y Uzu es la Villa más grande de todas, después de todo. Así que no eres natal de la villa. ¿Dónde naciste?
Aquello no lo sabía.
—¿De verdad lo es? — Preguntó cusioso. —Soy de un pueblo bastante pequeño y aislado, es como... una pequeña comunidad. — Describió de forma breve. —Por cierto, aún no me has dicho tu nombre.
El Uchiha se quedó blanco. ¿Eri… sensei? ¿Su Eri? ¡Qué responsables y maduros se volvían todos de golpe! Akame, sensei de Chokichi. El Uchiha todavía sufría retortijones cada vez que lo pensaba. Y ahora, su compañera de clase y amiga, también. Recordó cómo le había pedido a Hanabi ser sensei de la Academia, y cómo había desestimado su petición con amabilidad. ¿Había sido cosa suya de poner un alumno a Eri? ¿O era cosa de la kunoichi? Y, si era idea de Hanabi… ¿por qué no se había acordado de él? «Porque no cree que estés preparado. Acéptalo, capullo».
—¿De verdad lo es? —preguntó Riko, sacándole de su ensimismamiento.
—Estuve en Kusagakure en su día, y no es la gran cosa. Y los de Ame son unos bárbaros, no me pega que vivan en una gran ciudad —respondió. Luego, Riko divagó sobre su pueblo natal, sin hacer mención a su nombre o la ubicación de este. Podía haberse quedado callado y le hubiese resuelto las mismas dudas.
—Por cierto, aún no me has dicho tu nombre.
—¿Eh? —Pero, ¿acaso…?—. Oh, disculpa, compañero. La falta de costumbre. En la Villa suele reconocerme todo el mundo. Uchiha Datsue —se presentó—, más conocido como Datsue el Intrépido. Hermano del Desierto y blablablá. Si quieres armas a buen precio, yo soy tu hombre, Riko. Y si las quieres de buena calidad también —pese a que estaba abriendo nuevas vías de negocio, dar publicidad del antiguo nunca venia mal.
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—Estuve en Kusagakure en su día, y no es la gran cosa. Y los de Ame son unos bárbaros, no me pega que vivan en una gran ciudad
Riko le miró a los ojos directamente, aquel chico podía ser la descripción básica del sentimiento que tenían la mayoría de los uzuneses contra los shinobis del resto de aldeas, simples bárbaros que no pueden vivir en grandes ciudades. Desde que había llegado a Uzushiogakure se había dado cuenta del recelo que se tenían unos y otros.
—Y perdona por la pregunta pero, ¿cómo es Kusagakure? La verdad que me da bastante curiosidad saber cómo viven.
Y entonces se presentó, aquel era el famoso Uchiha Datsue, ya había oído hablar de él en alguna ocasión, incluso...
—No necesito armas, pero gracias por el ofrecimiento. — Rechazó con amabilidad el chico. —Por cierto, parece que es el destino quien nos ha juntado aquí. — Dijo echando mano a su portaobjetos para buscar algo. —Ésto es para ti, me lo dio un tal... Sokoru... Soruko... Algo así.
El pelinegro le ofrecía un sobre que estaba cerrado con un sello de cera con la forma de un escudo medieval con dos hachas de guerra cruzadas a fuego.
¿Cómo era Kusagakure? En su excursión con Gouna y Yakisoba —quien más tarde se descubriría que en realidad era Zoku—, había visto poco, pues habían ido directamente el edificio del Morikage. Poco, pero sí lo suficiente para hacerse una vaga idea.
—Está rodeada por una enorme zanja que salva un puente —empezó a describir—. Muchas de sus casas son de madera y bambú, y por lo que vi tienen una especial admiración por los dojos. Incluso el edificio del Morigake es un dojo.
Poco más podía decir. Había permanecido allí lo justo y necesario para ver a los tres grandes Kages reunidos y salir escopetado en una misión de rango S. Una misión que, en realidad, ya estaba cumplida por su parte y que había servido de tapadera a Zoku para crear a los Hermanos del Desierto.
A continuación, se presentó, y alzó una ceja cuando Riko aseguró no necesitar armas. «¿Qué clase de ninja no necesita armas?», se preguntó, curioso. Pero, las sorpresas no terminarían ahí. Riko tenía un mensaje para él.
Un sobre.
—¿Runoara Soroku? —tomó el sobre que le ofrecía, con el inconfundible escudo con dos hachas de guerra cruzadas sobre él. El mismo símbolo que Datsue tenía en su hombro, ahora mismo oculto por su placa de Chunin. Le dio un par de vueltas y, dubitativo, se lo guardó en un bolsillo del chaleco. Mejor abrirlo en soledad, no fuese a tener información demasiado… confidencial—. Muchas gracias, Riko. Y… —miró a un lado y a otro, y bajó la voz—. Te agradecería si esto quedase entre tú y yo, ¿eh?
No estaba del todo seguro que Hanabi aprobase que todavía siguiese haciendo trapicheos en sus ratos libres.
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—Está rodeada por una enorme zanja que salva un puente. Muchas de sus casas son de madera y bambú, y por lo que vi tienen una especial admiración por los dojos. Incluso el edificio del Morigake es un dojo.
Riko quedó un instante pensativo, desde luego parecía la descripción de una aldea no demasiado avanzada o, por lo menos, que había preferido quedarse estancada en una época anterior, algo que, por otro lado, no tenía nada de malo.
—Bueno, si tienen esa obsesión por los dojos, podría ser que la tengan también por entrenar, ¿no? — Dedujo el genin. —¿Has combatido alguna vez con un kuseño?
El Uchiha tomó el sobre que Riko le ofrecía, algo sorprendido.
—¿Runoara Soroku?
El pelinegro dio una palmada.
—¡Eeeeeeso! ¡Soroku!
Datsue entonces se guardó la carta, como imaginaba preferiría no abrirla allí, delante de tanta gente.
—. Muchas gracias, Riko. Y… Te agradecería si esto quedase entre tú y yo, ¿eh?
El Kaguya asintió despacio.
—No te preocupes, mis labios están sellados. — Diría haciendo como si cerrara una cremallera en su boca. —Oye... ¿ese perro es tuyo? — Preguntó señalando al can.
¿Entrenar? ¿Los kusajines? El Uchiha tuvo que contenerse las ganas de reír. ¡Eso sí que era un buen chiste!
—He tenido que luchar contra ellos, sí. En el examen Chunin se abalanzaron todos contra mí, los muy hijoputas —masculló, y dio un nuevo trago a la copa de vino—. Pero, bah. No son gran cosa. Creo que les iría mejor si se dedicasen a la agricultura, que es su verdadera vocación.
La conversación siguió fluyendo, hasta que Riko se fijó en su can. Un Shiba Inu de pura raza, todavía muy joven, que se encontraba tumbado en el suelo.
—Oh, sí. Datsuse. —Nada más mencionar su nombre, las orejas del perro se alzaron y se levantó. El Uchiha se agachó para cogerlo y ponerlo sobre su regazo—. Aunque a mí me gusta llamarle Datsuse el Matakanes. Fue un regalo de Eri y Nabi por mi ascenso a Jounin —le informó, mientras acariciaba el cuello de Datsuse—. ¿Qué? ¿Quieres un poco de vino? —preguntó al perro, tomando la copa y acercándosela a la boca, para luego…
…realizar un amago y tomarse el trago él mismo.
—No tienes edad —se excusó, imitando a Riko—. Oye, compañero. ¿Te hace una partidita a las cartas?
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—He tenido que luchar contra ellos, sí. En el examen Chunin se abalanzaron todos contra mí, los muy hijoputas. Pero, bah. No son gran cosa. Creo que les iría mejor si se dedicasen a la agricultura, que es su verdadera vocación.
Riko contuvo sus ganas de reír, sin duda alguna, Datsue no tenía en muy alta estima a los kuseños, en ningún aspecto y, como en casi todas las ocasiones en las que había hablado con un compañero de Villa, había salido el tema del examen Chunin, y una nueva oportunidad para él para indagar un poco sobre lo que pasó ese día.
—Hablando de eso, ¿es cierto que los de Kusagakure intentaron atacar el hospital?
Cuando el pelinegro se fijó en el pequeño perro que acompañaba a Datsue, éste le presentó.
«Datsuse... No es demasiado original...»
Pero lo que más le llamó la atención fue el motivo por el cual Eri y ese tal Nabi se lo habían regalado.
—¿Ascenso a Jounin? Pero eso no es... — Los ojos de Riko se había clavado en la placa del Uchiha, que sin duda no era la de un Jounin, por lo que era posible que se hubiera equivocado.
—. Oye, compañero. ¿Te hace una partidita a las cartas?
Riko le miró, y miró a las mesas en las que había tanto bullicio.
—¡The Ninja Card Game! —exclamó, con esa mueca de orgullo exagerado que un padre tiene al hablar de los logros de sus hijos—. Un juego revolucionario, Riko, que causará furor en todo Oonindo. Antes del año 220, no habrá ni un solo hombre o mujer que no esté enganchado. ¡Y tú vas a tener la suerte de ser de los primeros en probarlo!
Datsue pasó la mano bajo el estómago de Datsuse y se irguió, tomando la copa con la otra mano, para luego sentarse en una mesa libre. Dejó la copa sobre la mesa, y extrajo un pergamino de su chaleco Chunin. Chunin, sí, porque Datsue no se había equivocado cuando le había dicho a Riko que había ascendido a Jounin. Simplemente, había tenido la desgracia de que le degradasen de rango. Había captado su confusión, pero había preferido no remover la mierda del pasado y no dar más explicaciones.
Tras abrir el pergamino, dos barajas aparecieron sobre él con un pluff. Unas, con las cartas de color rojo y el símbolo de Uzushiogakure en el dorso. Las otras, azules y con el símbolo de Amegakure.
—La idea es que haya también una baraja de Kusagakure —y de las Cinco Antiguas Aldeas Ocultas, que por supuesto cobraría a mayores—, pero todavía no me dio tiempo a hacerla. Y sí, Riko, esos brócolis de mierda intentaron atacar el hospital. Suerte que estaba allí Nabi para detenerlos. ¿Tú dónde estabas, a todo esto, cuando explotó lo del Chunin?
»Bueno, sea como sea, elige Villa. Hay como unas 40 cartas por mazo, así que tienes que seleccionar, como máximo, 3 de oro, 4 de plata, y cuantas quieras de bronce. Y ya te iré explicando luego las normas…
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