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Riko, el Kaguya, danzó al son de una técnica ancestral. En un giro esplendoroso, abanicó todos y cada uno de aquellos huesos que emergieron de varias partes de su cuerpo y cortó cual guillotina la carne de aquel ser consumido por la rabia. No obstante, en cuanto acabó de girar, comprobó que no había herido a Hauru.
Frente a él, un mártir yacía con sendas heridas profundas y sangrantes en el abdomen, brazos y piernas.
Era Yaban. Protegiendo a su cachorro.
En la lejanía, largas cadenas envolvían a un Hauru descontrolado, y tanto Ikari como su hermano sostenían de ellas firmemente. Eran grandes y pesadas argollas compuestas de un sello supresor que se hacía más resistente a medida de que se le aplicase mayor fuerza al agarre. Ambos lograron alejar al cachorro de allí y trataron de hacerle recuperar el control, lejos de su padre.
—Formidables, co- ¡cofcof! —escupió sangre—. como siempre.
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Su técnica surtió efecto, notó como sus huesos atravesaban y rasgaban carne y piel, pero no las de su objetivo inicial, pues un segundo cuerpo se interpuso entre ellos, el de Yaban, en todo su esplendor, con numerosos tajos en abdomen, brazos y piernas, y Riko, inmediatamente, deshizo su técnica, quedando helado por completo ante aquella escena.
Separados de ellos, dos figuras más habían hecho acto de aparición, reteniendo a la bestia descontrolada en la que se había convertido Hauru con cadenas y tratando que éste recuperara la cordura, pero los ojos de Riko no podían apartarse del que se había convertido en su víctima, tratando de proteger a su hijo.
—Formidables, co- ¡cofcof!. como siempre.
El Kaguya se mantuvo en su posición, sin saber muy bien cómo actuar, no sabía si ayudarle, si dejarle allí y salir corriendo tratando de escapar aprovechando que no podrían perseguirle por el momento, pero simplemente, se quedó donde estaba, con los ojos vidriosos por la tensión que tenía acumulada.
—Yo... L-Lo siento, me atacó, so-solo traté de... solo traté de defenderme. — Habló el joven, con un hilo de voz.
Y entonces se acercó a Yaban y trató de ayudarle, sujetándole aunque no era como si pudiera hacerlo si éste no pudiera mantenerse en por su propio pie.
—Me pidió ayuda para acabar con la maldición, dejadme hacerlo, entre todos seguro que podemos. — Se atrevió a decir.
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Yaban era un perro bravo, pero un perro bravo herido. No se pudo dar el lujo de renegar de la ayuda de Riko quien después de lo que pareció ser una disculpa sincera entre sollozos, se acercó hasta él para asistirle. El Inuzuka se arropó el estómago, perforado, y usó su otro brazo para arrimarse hasta algún hueso cercano del que trató de recostarse.
—Ojalá fuera tan sencillo. No sabes en lo que te estás metiendo —le dijo con una sinceridad abrumadora—. ¿por qué no has huido ya? ¿realmente eres tan tonto?
Sonrió. Un hilillo de sangre recorrió la comidilla de sus labios.
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—Ojalá fuera tan sencillo. No sabes en lo que te estás metiendo. ¿por qué no has huido ya? ¿realmente eres tan tonto?
Los ojos de Riko se clavaron entonces en los de Yaban, y vio como un hilo de sangre la recorría los labios, y sintió una punzada de culpabilidad.
—¿De qué me serviría? No tardaríais en alcanzarme. — Dijo con la misma sinceridad que había hablado Yaban. —Además, me comprometí a ayudar a Hauru a eliminar la maldición.
No le conocía de mucho, pero se había jugado el cuello ayudándole, aunque había resultado que el cuello en peligro era el de Riko, pero aún así, sus intenciones habían parecido buenas en un principio.
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Lo cierto es que, no. Nadie iba a poder alcanzarle. Yaban estaba en un estado magullado donde apenas podía contraer el torso. Y allá en lo más profundo de la cueva, los tres neonatos parecían batallar entre ellos para contener la furia de Hauru. O esa era la sensación que transmitía el eco fortuito que se extendía por la acústica de la caverna.
Yaban miró a Riko con simpatía. Era el primero con el que había dudado en entregar.
—Está bien. ¿De verdad quieres ayudarnos a deshacer la maldición? —entonces, Yaban hizo un esfuerzo titánico para recomponerse y apretarse un par de heridas con algún pedazo de tela. Unas eran menos profundas que otras, pero por suerte ninguno de los pinchazos le había tocado algún órgano vital—. pues tendrás que ayudarnos a capturarlo. Pero para hacerlo, tenemos que desentrañar algo que aún no hemos sido capaces de averiguar. Y es saber qué es lo que hace con vosotros una vez os entregamos. Para qué los necesita realmente. He dudado durante años acerca de la veracidad del Tótem, o de su función. Sé que está compuesto con parte de algún hueso de un Kaguya, y que contiene la maldición. ¿Pero está realmente relacionado? hoy por hoy pienso que no, aunque no me puedo dar el lujo de no usarlo. Ya viste cómo nos consume.
»Por eso íbamos a los arrozales del Silencio. Porque tras años de sacrificio, logramos descubrir de dónde proviene él. De su pueblo natal. El de Jinmaro.
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—Está bien. ¿De verdad quieres ayudarnos a deshacer la maldición?
Riko asintió, miró a su alrededor y vio como dos de los hijos de Yaban trataban de retener al tercero, habiéndole salvado, quizás no de forma desinteresada, pero le habían ayudado al fin y al cabo. Miró al hombretón, con heridas en gran parte del cuerpo que trataba de tapar y cortar la hemorragia con algunas telas.
—. pues tendrás que ayudarnos a capturarlo. Pero para hacerlo, tenemos que desentrañar algo que aún no hemos sido capaces de averiguar. Y es saber qué es lo que hace con vosotros una vez os entregamos. Para qué los necesita realmente. He dudado durante años acerca de la veracidad del Tótem, o de su función. Sé que está compuesto con parte de algún hueso de un Kaguya, y que contiene la maldición. ¿Pero está realmente relacionado? hoy por hoy pienso que no, aunque no me puedo dar el lujo de no usarlo. Ya viste cómo nos consume.
»Por eso íbamos a los arrozales del Silencio. Porque tras años de sacrificio, logramos descubrir de dónde proviene él. De su pueblo natal. El de Jinmaro.
Riko permaneció un instante callado, aquella nueva información era bastante importante ya que, según contaba Yaban, ni él mismo creía en la utilidad de aquellos Tótem para retener la maldición. El joven entonces asintió enérgico.
—Vamos entonces a los Arrozales del Silencio, tenemos que averiguar cómo deshacernos de la maldición y evitar que más gente sufra por ello.
Clavó sus ojos en el que era Hauru, aún debatiéndose con las cadenas de sus hermanos.
—Vamos a por Jinmaro.
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Yaban negó con la cabeza.
—Tengo que curarme primero, y no tenemos tiempo —a la distancia, Ikari se acercaba. Era la chica con la que Riko había luchado brevemente la noche anterior—. iréis vosotros dos. Ella sabe hacia dónde ir.
—¿Yo? ¿con este blandito?
—Ni tanto. Mira como me ha dejado. Llegaréis al pueblo en un par de horas, nosotros aguardaremos en la hoguera mientras me lamo las heridas. Investigad todo lo que creáis conveniente, es nuestra única oportunidad.
Ikari miró a Riko. Una que desconfiaba. Y mucho.
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Pero la idea de Yaban distaban mucho de lo que Riko tenía en la cabeza, en parte entendible, ya que él no podía llegar hasta allí hasta haber curado sus heridas, Hauru tendría que recuperarse después de la pérdida de control que había sufrido, por lo que solo quedaban los dos jóvenes que se habían encargado de retenerle, y Yaban eligió a la chica, con la que había peleado al inicio de todo aquel caos.
—¿Yo? ¿con este blandito?
—Ni tanto. Mira como me ha dejado. Llegaréis al pueblo en un par de horas, nosotros aguardaremos en la hoguera mientras me lamo las heridas. Investigad todo lo que creáis conveniente, es nuestra única oportunidad.
El genin suspiró, sabía que la chica no confiaba en él, y desde luego, él no confiaba en Ikari, pero tendrían que colaborar para que todo aquello llegase a buen puerto.
—Bueno, pues no perdamos tiempo, vámonos, ¿no? — Diría invitando a Ikari a ir por delante de él para guiarle.
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Yaban asintió e Ikari, a regañadientes, también. Se dio vuelta y miró a su padre, y bastó una mirada para que ésta sintiera la tranquilidad necesaria como para abandonarles ahí mismo. Él iba a estar bien, eso lo tenía claro. Y Hauru por suerte también.
. . .
Ella fue, sin lugar a dudas, la más espontánea de los cuatro chuchos. La que mejor parecía llevar el tema, y que creyó que su batalla con Riko había sido un momento divertido. No obstante, durante todo el trayecto se mantuvo en silencio, callada, meditabunda. Algo realmente le preocupaba.
Pero a saber qué. Podía ser una cosa, o muchas. Realmente tenían grandes problemas todos. Y muy pocas probabilidades de encontrar una solución a corto plazo.
Ambos transitaban un claro. Más adelante, se avecinaban los largos hilachos de hoja de trigo. Parecían haber plantaciones de arroz por doquier, también.
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El trayecto lo hicieron cayados, no tenían mucho de lo que hablar entre ellos, el único momento que tenían compartido era una pelea en la que Riko no había salido muy bien parado.
Avanzaron prestos, atravesando un claro que les llevó hasta lo que, al menos por apariencia, parecían ser los Arrozales del Silencio, ya que estaba lleno de plantaciones de arroz.
—Quizás deberíamos hablar para elaborar un plan, no sé. — Dijo el joven parándose.
Él ni si quiera conocía la ubicación hacia la que estaban yendo, no sabía qué se iba a encontrar allí ni qué era lo que tendrían que hacer, por lo que empezaba a ser el momento de que Ikari le comentase lo que tenían en mente hacer.
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—Quizás deberías cerrar el hocico —replicó, volteándole la mirada. Aunque se le quedó viendo un rato, como quien no quiere la cosa; consciente de que tanta irracionabilidad no iba a ayudarle en nada. Lo mejor era tener a Riko motivado y enteramente de su parte—. pero tienes razón, así que escúchame. El pueblo natal de Jinmaro está por ahí, a medio kilómetro más hacia el noreste. Sabemos que es donde nació y se crió, aunque desconocemos si se llamaba así antes. Tendremos que tratar de buscarle algún pariente, o a un anciano que pueda recordarlo y que nos cuente algo que nos sirva para hacerle frente. ¿Ok, o se te ocurre un plan mejor; eh, genio?
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—Quizás deberías cerrar el hocico — Riko enarcó una ceja por aquella ira que salía de la mujer sin ningún motivo. —. pero tienes razón, así que escúchame. El pueblo natal de Jinmaro está por ahí, a medio kilómetro más hacia el noreste. Sabemos que es donde nació y se crió, aunque desconocemos si se llamaba así antes. Tendremos que tratar de buscarle algún pariente, o a un anciano que pueda recordarlo y que nos cuente algo que nos sirva para hacerle frente. ¿Ok, o se te ocurre un plan mejor; eh, genio?
Sin duda alguno aquello iba a ser más complicado de lo debido única y exclusivamente por culpa de la actitud de Ikarim que no parecía estar muy dispuesta a colaborar con Riko y que demostraba que no le caía demasiado bien con mucha facilidad.
—Es un plan, así que no tengo nada en contra, esperemos que nos cuenten algo... — Dijo el joven algo preocupado. —Cuéntame algo más sobre Jinmaro, cómo es y esas cosas, para poder preguntar por él a la gente.
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La muchacha se detuvo en seco, dubitativa, en cuanto Riko arrojó una interrogante que no traía sino recuerdos aciagos de una vida atormentada. Ese hombre. Trataba de no pensar en él, en su rostro, en sus facciones. Vivir con el recuerdo cautivo de aquel monstruo no era sano. Mucho le había costado a ella y al resto de la familia eso de contemplar su existencia como manada con la realidad que les golpeaba a diario, y que vivían en ellos a través de ese sello maligno y malintencionado que ahora yacía sobre sus cuerpos. Un vivo recuerdo inocuo y constante de que como Inuzuka no podían sentirse orgullosos de sus lados más salvajes, pues Jinmaro se aprovechaba de ello y lo explotaba hasta convertirlo no en una particularidad sino en un defecto. Para cada uno de ellos, y también para sus canes compañeros.
O para a quienes tuvieron que abandonar tiempo atrás, allá en su Aldea natal. Kusagakure.
Puede que Riko no fuera el genin más avispado, pero no había que tener dos dedos de frente para percatarse de la ansiedad que le causó aquella pregunta a su interlocutora. Quizás, por eso, era tan irascible. Nadie era una cabrona sencillamente porque sí.
Pero no tuvo más remedio que darle lo que él quería. O lo que necesitaba, al menos. Y no fue sino una descripción detallada del causante de sus desgracias. Según Ikari, Jinmaro era un tipo corpulento que medía metro ochenta, pálido y con el cabello de un tono magenta. Ojos hundidos y de postura ligeramente encorvada, o así le recordaba durante los últimos años. Aunque aquellos detalles, nimios, no eran tan importantes como el lunar que parecía tener él en el costado izquierdo del rostro, además de los dos círculos de tinta roja que solían llevar los miembros de clan Kaguya durante las épocas antañas de las antiguas cinco grandes Aldeas.
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De inmediato notó que aquella pregunta había afectado a Ikari de un modo que no podía ni llegar a imaginar, por lo que rápidamente se arrepintió de haberla formulado, aunque era algo bastante necesario para llevar a cabo su cometido. Se mantuvo en su sitio hasta que la chica obtuvo las fuerzas necesarias para describirle al hombre con la mayor cantidad de detalle posible y, una vez terminó, asintió, grabando aquella imagen en su cabeza a fuego.
—Está bien, ¿te parece que nos separemos para preguntar? — Propuso el chico, así tardarían menos en abarcar todo el pueblo. —En cuanto obtengamos lo que queramos quedamos en un punto de reunión, ¿hecho?
Sabía que Ikari no se fiaba de él, y no tenía del todo claro que fuera a permitirle ir a sus anchas, sin vigilarle por si huía, pero no dejaba de ser una buena idea, así que no perdía nada intentándolo.
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Ikari asintió. El punto de reunión sería, desde luego, la entrada al pueblo. Y media hora después, dieron con él.
Un pequeño camino de tierra se bifurcaba del trayecto principal que atravesaba el gran Campo de arrozales, a la derecha. Siguiendo ese trayecto, ambos darían pronto con un pequeño y humilde cartel que tenía escrito Tanemura. Tanemura era un pequeño reducto de chozas tradicionales que se repartían equitativamente a lo largo de unas cuantas hectáreas delimitadas por las concesiones del país para la conformación de aquel pueblo. Cada granja tenía sus propias cosechas, aunque algunas se compartían terreno y poco más que algunas vallas de madera clavadas al suelo distinguían qué plantaciones pertenecían a cuál casa.
A pesar de que estaba anocheciendo, la gente oriunda aún transitaba sus calles. Numerosos carruajes se movían de aquí a allá, y se podían escuchar los pastizales, los caballos, y las máquinas de arado.
Como todo era muy compacto, a los extranjeros no le supuso ningún problema discernir cuál era la taberna comunal. Había una, como también un edificio del alguacil local y un pequeño motel, también.
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