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—No estaría mal poder hablar también con tu otro hermano vivo, pero resulta que está... encerrado en esos Uchiha. —Daruu casi escupió aquel apellido, con el mismo desprecio que ella misma había manifestado hacia Zetsuo—. ¿Cómo es? El Ichibi. Lo siento, pero no sé cómo se llama, Kokuō.
Pero Kokuō había entrecerrado los ojos, sumamente recelosa. Incluso sus hombros se habían tensado.
—Shukaku —pronunció, al cabo de varios segundos de tenso silencio. Por supuesto, ni siquiera mencionó que en realidad tenía tres hermanos vivos en aquellos instantes. Un ligero gruñido acompañó a sus siguientes palabras—. ¿Acaso pretende sacarme información sobre mis hermanos, Amedama Daruu? Ya se lo dije ayer al hermano de la señorita: Que me rebaje a hablar con ustedes no significa que vaya a traicionar a los míos.
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Shukaku, se repitió mentalmente. El Gobi se llama Kokuo. El Ichibi, Shukaku. Kokuo prácticamente había soltado el nombre a regañadientes, como si Daruu se lo hubiese tenido que quitar forcejeando. Y por supuesto, no le iba a revelar nada más, porque hacerlo, claramente, sería TRAICIONAR A LA SANGRE DE SU SANGRE.
Daruu se llevó una mano a la frente y suspiró, cansado.
—Mira, Kokuo, era simple curiosidad —resopló—, pero si no quieres no digas nada. No necesito la información para nada. Saber que le encanta el pollo frito no me va ayudar a encerrarlo, supuestamente.
»Hace un mes, no habría pensado que seríais más que unos asesinos despiadados, y en ti he descubierto mucho más. Incluso motivos. Eso ha... desafiado mis... fronteras mentales.
»Sólo era curiosidad. Me imagino que no seréis todos iguales.
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—Mira, Kokuō, era simple curiosidad —resopló Daruu, terriblemente cansado del recelo del Bijū—, pero si no quieres no digas nada. No necesito la información para nada. Saber que le encanta el pollo frito no me va ayudar a encerrarlo, supuestamente. Hace un mes, no habría pensado que seríais más que unos asesinos despiadados, y en ti he descubierto mucho más. Incluso motivos. Eso ha... desafiado mis... fronteras mentales. Sólo era curiosidad. Me imagino que no seréis todos iguales.
Sin embargo, Kokuō se había llevado una mano a la boca y sus hombros convulsionaron durante unos instantes. Al final no pudo soportarlo por más tiempo y rompió a reír. Y su carcajada se escuchó por cada uno de los rincones del calabozo.
—¡JAJAJAJAJAJAJAJA! —Tuvo que enjugarse un par de lágrimas rebeldes que se habían escapado de la comisura de sus ojos. Aquel arrebato duró varios segundos más, hasta que Kokuō consiguió recobrar el control de su respiración—. Discúlpeme, pero es tan gracioso... —dijo, aún jadeante—. Porque, de todos mis hermanos, Daruu, Shukaku es, precisamente, lo que usted definiría como "un asesino despiadado" —le confesó, clavando en él sus brillantes ojos—. Han tenido suerte de que yo fuera la primera en ser revertida. Él no se habría conformado con aislarse en un país remoto. Ese Jinchūriki suyo no lo debe estar pasando nada bien. Si no fuera ese maldito Uchiha, casi podría llegar a sentir algo de lástima por él.
Ladeó la cabeza hacia el muchacho, y una extraña sonrisa curvó sus labios.
—Me ha preguntado por mis hermanos, Daruu. ¿Pero acaso sabe cómo soy yo en realidad?
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A Kokuo pareció hacerle muchísima gracia lo que Daruu acababa de decir. Incapaz de aguantarse la risa, soltó una estridente carcajada que reverberó en las rejas de las celdas continuas. Daruu miró a la puerta preocupado. Si a algún guardia se le cruzaban los cables y decidía que aquella risa significaba complicidad con el bijuu, y acababa contándoselo a Yui... Daruu podía acabar en mal lugar. Y entonces sí que no podría volver a hablar ni con Kokuo ni con Ayame.
—¡Sssh, cuidado...! —Trató de advertir, llevándose el dedo índice a los labios.
El Gobi disculpó sus risas y declaró el motivo: que Shukaku era, precisamente, la imagen prototipo que tenían los humanos de los bijuu.
—Han tenido suerte de que yo fuera la primera en ser revertida. Él no se habría conformado con aislarse en un país remoto. Ese Jinchūriki suyo no lo debe estar pasando nada bien. Si no fuera ese maldito Uchiha, casi podría llegar a sentir algo de lástima por él. —Daruu desvió la mirada, pensativo. Pues él no sentía nada de lástima por Datsue. Esa rata le había traicionado desde el primer momento. Luego, él se había mostrado empático con él, arriesgando el pellejo ante Shanise por intentar ayudarle con el tema de Aiko. Y luego él les había vuelto a traicionar. El bijuu ladeó la cabeza hacia él y curvó sus labios en una inquietante sonrisa—. Me ha preguntado por mis hermanos, Daruu. ¿Pero acaso sabe cómo soy yo en realidad?
Daruu sonrió, y soltó lo primero que le pasó por la cabeza. Tonto. Estúpido.
—¿Grande? —dijo, separando las manos—. ¿Con cinco colas? —Con la derecha, enseñó los cinco dedos.
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—¿Grande? ¿Con cinco colas?
La respuesta de Daruu fue tan estúpida que le arrancó una nueva risotada a Kokuō; aunque, esta vez, se preocupó de hacerlo en voz baja.
—Para saber eso no necesita preguntar sobre el resto. Todos somos grandes, y todos tenemos un número variable de colas —resolvió, sin dar muchos más detalles al respecto. Terminó por encogerse de hombros, divertida—. ¿Quién sabe? Quizás algún día nos veamos cara a cara.
Más seria y sombría que antes, Kokuō volvió a sumirse en un tenso silencio.
—¿Hay alguna noticia nueva? —preguntó, al cabo de varios minutos—. Sobre la Arashikage y todo este asunto, quiero decir.
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De nuevo, Kokuo rio. Daruu empezó a sentirse un poco irritado. Con un ligero mohín molesto, se cruzó de brazos. El Gobi indicó que, evidentemente, todos eran grandes y todos tenían colas. Bueno, es que se llamaban así, Bestias con Cola, y Daruu no sabía más de su aspecto que eso.
—¿Quién sabe? Quizás algún día nos veamos cara a cara.
Glups, Daruu tragó saliva. La idea, así de buenas a primeras, no se le antojaba apetecible.
Kokuo preguntó sobre nuevas.
—Lo siento, pero no. —El muchacho se encogió de hombros—. Puede que la única encerrada en el calabozo seas tú, pero a los demás nos tienen tan aislados o más en cuanto a información sobre vuestro caso se refiere. —Recordó un momento algo y rio en voz baja—. Zetsuo está hecho una furia. —Daruu ojeó el techo, apesadumbrado. Ayame ya llevaba mucho tiempo encerrada. A pesar de que tuvieran permitido visitarla, Daruu también estaba empezando a impacientarse. Y no quería imaginarse lo que ella estaba sufriendo—. Bueno, Kokuo, creo que va siendo hora que nos despidamos por hoy. No puedo estar más tiempo aquí. —Se levantó—. Hasta mañana. Te quiero, Ayame, espero que estés llevándolo lo mejor que puedas —saludó también a su pareja con una sonrisa triste.
Luego, caminó hacia la salida, levantando la mano a modo de despedida última.
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—Lo siento, pero no —respondió Daruu y Kokuō volvió la mirada hacia la pared que tenía enfrente con gesto vago y cansado—. Puede que la única encerrada en el calabozo seas tú, pero a los demás nos tienen tan aislados o más en cuanto a información sobre vuestro caso se refiere.
—De hecho es extraño que le dejen bajar a vernos, y tantas veces.
¿Acaso no temían que ella, como el monstruo sanguinario que era ejerciera una mala influencia sobre el muchacho? ¿O es que esperaban que le sacara algún tipo de información adicional?
—Zetsuo está hecho una furia —añadió entonces Daruu, con una risilla.
Y Kokuō sonrió para sí. Lo sabía. Y, por mucho que le doliera ahora la cara, era algo de lo que jamás podría arrepentirse: poder meter el casco en la llaga de aquel despreciable ser humano había sido una experiencia deliciosa.
—Bueno, Kokuō, creo que va siendo hora que nos despidamos por hoy. No puedo estar más tiempo aquí.
El Bijū observó a Daruu por el rabillo del ojo mientras el chico se reincorporaba de su asiento.
—Hasta mañana. Te quiero, Ayame, espero que estés llevándolo lo mejor que puedas.
Daruu echó a caminar hacia la puerta, pero justo antes de salir pudo escuchar a una irritada Kokuō hablando presuntamente consigo misma... o no:
—¡No pienso decirle "te quiero"! ¡Se lo dirá usted si quiere, yo no soy su novia!
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Al día siguiente, muy temprano, alguien más visitó el calabozo. Sólo porque Kokuo y Ayame tenían el oído muy fino pudieron percibir el ruido de la puerta al cerrarse –apenas un ploc muy, muy tenue–, y a pesar de que los pasos de la gente siempre reverberaban allí, no percibieron que alguien se acercaba hasta que prácticamente lo tuvieron delante.
Se trataba de una mujer; aparentaba tener al menos una treintena de años –aunque tenía algunos más–, de pelo rizado y alborotado y constitución ligera, sólo un poco más alta que Ayame. Vestía una larga falda rosa con una brillante placa de Amegakure y un suéter y botas púrpura. Una insignia dorada de jounin adornaba su manga derecha.
De no haber reconocido su voz, casi no se habrían dado cuenta de que se trataba de Amedama Kiroe.
—Buenos días. Kokuo, ¿no es así?
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16/01/2019, 21:24
(Última modificación: 16/01/2019, 21:27 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Un tenue sonido, similar a un golpe, fue lo que la arrancó del mundo de los sueños. Aletargada como estaba, Kokuō se esforzó por agudizar el oído, esperando escuchar los pasos que precedían a cada una de las visitas que recibía. Pero no los sintió, por lo que supuso que se lo había imaginado y se dispuso a seguir durmiendo. Pero el corazón se le congeló en el pecho cuando se dio la vuelta en aquel incómodo colchón y vio la silueta de una persona frente a las rejas.
Kokuō se reincorporó de golpe, alerta.
—¿Quién es? —gruñó, inspeccionándola con mayor atención. Se trataba de una mujer de mediana edad, de cabellos rizados y rebeldes, que vestía un extraño atuendo para una kunoichi: una larga falda rosa, en la que lucía orgullosa la placa de Amegakure, un jersey y botas de color púrpura. Las luces de neón arrancaban destellos dorados de la placa triangular que lucía en el hombro derecho.
—Buenos días. Kokuō, ¿no es así?
«No puede ser... ¿Kiroe-san?»
Se preguntaba una extrañada Ayame, y no era para menos. La imagen que tenía ella de Kiroe era la de una humilde pastelera, no la de una experimentada kunoichi de rango alto. Daruu tenía razón: su madre estaba muy cambiada.
Aunque no era la única: a Kokuō la habían terminado por obligar a vestir aquellos detestables ropajes de prisionera que dejaban su sello al aire.
—Ah, usted es Kiroe —habló Kokuō, recelosa, mientras se terminaba de poner en pie y se llevaba una mano al rostro, tanteándose, y contenía un siseo. La inflamación del labio ya había bajado pero aún le dolía al menor contacto. Lo último que le apetecía era recibir un golpe similar—. Sí, ese es mi nombre. Si le soy honesta, usted es el último ser humano al que esperaba ver aquí. Déjeme adivinar: "he venido a ver a Ayame".
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Kiroe levantó una pierna y la cruzó sobre la otra. Apoyó los brazos, también cruzados, encima de la pierna, y se inclinó un poco hacia adelante para ver a Kokuo mejor, mientras se terminaba de poner en pie. El Gobi, con el cuerpo de Ayame, tenía una herida en el labio. Alguien la había golpeado. ¿Zetsuo, quizás? Había llegado a su conocimiento que había venido a visitarla hacía apenas unos días. Sí, debió ser él. Animal salvaje...
El bijuu le dedicó una pequeña puyita.
—Oh, vamos, Kokuo —rio Kiroe, perspicaz—. Es evidente que no estoy viendo a Ayame-chan, ¿así que por qué habría de decirte que he venido a verla? —Levantó un brazo y jugueteó con un mechón de su pelo, dándole vueltas mientras miraba, distraída, una interesante mancha en el techo—. Podríamos dejar el cinismo de un lado por un momento, ¿sí? Sé lo que andas tramando con mi hijo, de todas formas.
»Es un cacho de pan, ¿sabes? Mi pobre Daruucín. Siempre he creído que era un cobardica, o un vago, o demasiado cauto. Pero al final resulta que es todo lo contrario —dijo—. Su mera existencia es una paradoja. Nunca quiere inmiscuirse en nada que le sea ajeno. Y siempre acaba haciéndolo, movido por una fuerza llamada "no pude evitarlo". Jiji.
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—Oh, vamos, Kokuō —rio Kiroe, que había cruzado una pierna sobre la otra y se había inclinado hacia ella para observarla mejor—. Es evidente que no estoy viendo a Ayame-chan, ¿así que por qué habría de decirte que he venido a verla?
—Porque es lo que todo el mundo dice —respondió ella, encogiéndose de hombros.
Kiroe jugueteaba con un mechón de pelo, dándole vueltas con su dedo.
—Podríamos dejar el cinismo de un lado por un momento, ¿sí? Sé lo que andas tramando con mi hijo, de todas formas.
El rostro de Kokuō se ensombreció, aunque ya conocía aquella noticia. El mismo Daruu había regresado con un ojo amoratado en una de sus visitas rutinarias.
—Es un cacho de pan, ¿sabes? Mi pobre Daruucín. Siempre he creído que era un cobardica, o un vago, o demasiado cauto. Pero al final resulta que es todo lo contrario —continuó la pastelera—. Su mera existencia es una paradoja. Nunca quiere inmiscuirse en nada que le sea ajeno. Y siempre acaba haciéndolo, movido por una fuerza llamada "no pude evitarlo". Jiji.
Kokuō ladeó la cabeza, y un mechón de cabello resbaló por su hombro.
—¿Adónde quiere llegar? —preguntó, con suma cautela.
Al contrario de lo que había ocurrido con Daruu, Kōri o Zetsuo, no era capaz de prever sus intenciones, y eso la ponía nerviosa. Aquella mujer no se mostraba transparente, un halo de misterio la rodeaba y Kokuō no era capaz de ver más allá de él. Pero una cosa tenía clara: Kiroe había golpeado a su hijo cuando se había enterado de las intenciones que estaba guardando con ella.
La visita no iba a ser agradable.
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17/01/2019, 00:28
(Última modificación: 17/01/2019, 00:36 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Por supuesto, Kiroe se sabía en una posición de dominancia. Si la información era poder –y lo era, créanme–, Kiroe era una reina en comparación con la mendiga que sospechaba tras los barrotes. Pero lejos de abusar de dicho poder, la pastelera simplemente se divertía. Como el maestro aventajado que disfruta de engañar al alumno en un duelo de espadas con bokken.
—Le viene de familia, ¿sabes? —continuó, ignorando de momento el requerimiento de Kokuō—. Como él, yo tampoco puedo dejar de inmiscuirme en asuntos ajenos. Aunque... de una forma... diferente —rio—. Qué le voy a hacer. Es mi trabajo. —Kiroe se inclinó hacia adelante. Clavó sus dos ojos púrpura sobre el aguamarina de Kokuō. De pronto, la curvatura de sus labios desapareció—. Kokuō. Me pareces un ser inteligente. Eres educada, pero me preocupa que tu lengua de plata esconda una mala intención.
»No tengo ningún problema en ayudarte... o en permitir que los muchachos te ayuden. Pero te lo advierto, no les traiciones después. Porque se me da genial matar traidores.
»Y pasaré por encima de tu cadáver, seas humana, un bijuu o el mismísimo Rikudō. —Kiroe se levantó, soltó una risilla, dejó la silla en su sitio y se marchó silbando una dulce canción—. ¡Quién sabe, igual un día puedas probar mis bollitos!
»Hasta otra~...
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Pero Kiroe ignoró deliberadamente su pregunta y continuó hablando:
—Le viene de familia, ¿sabes? Como él, yo tampoco puedo dejar de inmiscuirme en asuntos ajenos. Aunque... de una forma... diferente —rio—. Qué le voy a hacer. Es mi trabajo.
Kiroe se inclinó aún más hacia delante, retándola con sus ojos púrpuras. Aquellos mismos ojos púrpura que veía en su hijo. Qué curioso era que los dos mismos pares de ojos pudieran tener miradas tan diferentes.
—Kokuō —pronunció la pastelera, repentinamente seria—. Me pareces un ser inteligente. Eres educada, pero me preocupa que tu lengua de plata esconda una mala intención. No tengo ningún problema en ayudarte... o en permitir que los muchachos te ayuden. Pero te lo advierto, no les traiciones después. Porque se me da genial matar traidores. Y pasaré por encima de tu cadáver, seas humana, un bijuu o el mismísimo Rikudō.
Ni siquiera le dejó tiempo para responder. Kiroe se había levantado con una risilla, dejó la silla en su sitio y se marchó silbando una melodía que, en aquellas circunstancias, a Kokuō se le antojó terriblemente inquietante.
—¡Quién sabe, igual un día puedas probar mis bollitos! Hasta otra~...
Y, tras aquella escueta despedida, los calabozos volvieron a inundarse de aquel denso, húmedo y frío silencio.
«No... no entiendo nada...»
Kokuō resopló con energía y volvió a sentarse sobre la cama, con la espalda apoyada en la pared de piedra.
Estaba cansada. Terriblemente cansada. Todos los días eran iguales, y la monotonía estaba empezando a carcomerla por dentro como un ejército de termitas. Todos los días se despertaba en aquella prisión de hierro y roca. Todos los días llegaban los mismos guardias para cambiarle la bandeja de la comida; al principio se había mostrado hostil y salvaje con ellos, pero, a aquellas alturas ya le aburría hasta su silenciosa presencia. Todos los días se volvía a echar en la cama a ver las horas pasar, sin posibilidad de hacer nada más. Todos los días dormía y soñaba con lo que le habían arrebatado, con los rostros de sus captores. Y el ciclo se volvía a repetir sin descanso.
Lo único que le salvaba momentáneamente de aquella inmutable rutina eran las visitas periódicas que recibía, y ni eso la salvaba de aquel infierno. ¿Cuánto tiempo llevaba ya allí? Al principio había estado llevando la cuenta de los días, pero había llegado un momento en el que, simplemente, se había olvidado de seguir contando.
Estaba cansada... Tan cansada.
Echaba de menos el aire del exterior, la lluvia, el sol, los bosques... Echaba de menos caminar, correr, moverse en definitiva. Y la desgarraba saber que ya no tendría nada de eso. Porque si llegaba a abandonar aquella celda algún día, sería sólo cuando encontraran la manera de volver a revertir el sello, y encerrarla de nuevo en aquel paisaje crepuscular de otoño para el resto de sus días.
¿Por qué ella no podía ser libre?
Su hermano Kurama se iba a pegar unas buenas risas cuando se enterara de que la habían vuelto a capturar tan pronto...
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Tan solo unas horas después, las puertas del calabozo volvieron a abrirse de nuevo. Esta vez, Kokuo no tuvo que esperar a que un fantasma se materializase frente a ella para saber que aquellos pasos pertenecían a Amedama Daruu. El muchacho caminaba algo más deprisa de lo habitual, y resollaba, claramente agitado por algo. Cuando apareció por la esquina de la celda y se asió a los barrotes, Kokuo supo que algo había ocurrido.
—Yu... Yui ha salido de la aldea —dijo—. Va a haber... una reunión... de los tres kages. En el Valle de los Dojos. —Daruu se separó de los barrotes y cogió la silla, disponiéndola frente a la celda como ya acostumbraba a hacer—. Eso significa que van a tener que pedir ayuda a Uzushiogakure para revertir el sello, según mamá. —Sombrío, pensó en esos malditos uzureños, y deseó con todas sus fuerzas que Yui hiciese una buena negociación... o que Shanise ayudase—. Espero que sea pronto y que lo consigan, y así podréis salir de esa celda.
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17/01/2019, 16:01
(Última modificación: 17/01/2019, 16:01 por Aotsuki Ayame.)
Varias horas después, cuando Kokuō ya estaba plenamente despierta, el inconfundible sonido de los pasos de Daruu llegaron hasta sus oídos, sobresaltándola. Y es que no eran los mismos pasos de siempre, calmados y alegres. No, aquellos pasos tenían la prisa de un hombre que corre por su vida. Y no le faltaba razón. El muchacho, jadeante y exhausto, apenas tardó unos segundos en entrar en su rango de visión. Extenuado, se aferró a los barrotes de la celda en un acto de lo más temerario, considerando quién estaba dentro. Pero parecía que fuera a caerse al suelo si osaba separarse de ellos y Kokuō no estaba de humor para darle un susto por su atrevimiento.
—Yu... Yui ha salido de la aldea. Va a haber... una reunión... de los tres kages. En el Valle de los Dojos.
—¡¿QUÉ?! —exclamó el Bijū, poniéndose en pie de golpe.
Pero Daruu necesitó algunos segundos para recuperar el aliento. Separándose de la celda, cogió la silla y se sentó frente a ella como solía hacer.
—Eso significa que van a tener que pedir ayuda a Uzushiogakure para revertir el sello, según mamá —se explicó—. Espero que sea pronto y que lo consigan, y así podréis salir de esa celda.
Pero Kokuō no compartía su deseo. En una representación mucho más fidedigna a la bestia a la que Daruu había enfrentado en el País del Agua, se abalanzó sobre los barrotes y estos emitieron quejidos metálicos ante la embestida.
—¡SÁQUEME DE ESTA JAULA INMEDIATAMENTE! —bramó, con ojos desorbitados por el terror—. ¡SÁQUEME AHORA MISMO, HUMANO!
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