Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La reacción de los magos no se hizo de esperar: a los tres casi se les cayó la mandíbula al suelo de la impresión, y mientras los dos chicos habían enmudecido, absolutamente perplejos ante la situación, la mujer de los ojos de fuego volvía a balbucear:
—¿Pero c... cómo... Cómo has hecho eso?
Pero Ayame no tuvo tiempo de responder en aquella ocasión. Los dos ayudantes le dijeron a las dos Ayame que se quedaran quietas, mirando hacia donde debía estar el público. Y ambas obedecieron. Volvieron a quedarse a oscuras cuando ellos colocaron de nuevo las tablas traseras del armario en su lugar, y al otro lado de las puertas, Don Prodigio continuaba con su peculiar monólogo sobre las fuerzas místicas de lo desconocido. Y entonces las puertas se abrieron de golpe, cegándolas de nuevo.
—¡Observad, estimados espectadores! ¡Contemplad con vuestros propios ojos el poder de las energías Cósmicas que he convocado aquí! —exclamó, deleitándose—. ¡Ahora, del mismo modo que he separado a esta muchacha en dos mitades idénticas, volveré a unirlas para restaurar el orden mágico del Universo! No queremos que el propio tejido de la realidad etérea quede desgarrado, ¿verdad?
Las puertas volvieron a cerrarse, y las dos Ayame se miraron entre sí.
—No podemos defraudar a las Energías Cósmicas, ¿verdad?
—Será mejor que no lo hagamos. Aunque... sigo diciendo que Kokuō habría hecho mejor de reflejo que yo.
«No me meta en estos "juegos" humanos, señorita. Va a ser lo único que le pida jamás.»
Ambas rieron, y en un abrir y cerrar de ojos, la Ayame de la derecha se desvaneció en una leve nube de humo. Las dos mitades habían vuelto a unirse en una sola.
«Si alguna vez fallo como kunoichi, ya sé a lo que dedicarme.» Pensó, divertida, mientras esperaba que Don Prodigio volviera a abrir las puertas del armario para revelarla.
Y entonces sí, los aplausos inundaron al público. Incluso los que se habían mostrado reticentes con el primer número no podían negar la impresionante genialidad de aquel, pues las dos Ayames habían lucido auténticamente reales. Lo que aquellos espectadores ignoraban, claro está, es que realmente había habido dos muchachas allí, sobre el escenario. Pero ese era un secreto que —a discreción de la propia Ayame— jamás conocerían. Don Prodigio por su parte se hallaba exultante, realizando floridas reverencias y vaivenes con su capa roja mientras se paseaba por el escenario y recogía lo que él interpretaba como los merecidos frutos de su trabajo; el hecho de que Ayame hubiese sido la verdadera protagonista y causante del éxito de aquellos números era algo que él desconocía, y ni aun cuando lo supiera servirían para restarle un ápice de soberbia al prestidigitador.
—¡Gracias, gracias mi estimado público! ¡Esto ha sido todo por este mediodía, no se olviden de contárselo a sus familiares, amigos, parejas, mascotas, incluso a sus enemigos! ¡Todos merecen ser testigos de la grandeza del mejor mago que haya caminado nunca por la faz de Oonindo, Don Prodigio! ¡Esta misma tarde, a las cinco, habrá un nuevo número!
Los aplausos se alargaron durante algunos minutos en los que el mago se regaló a sí mismo un buen baño de "masas", por así decirlo. Luego, la gente empezó a dispersarse y acudir a otros asuntos. En ese momento los ayudantes comenzaron a recoger todo el mobiliario, no sin antes haber invitado a la joven Ayame a que bajase del mismo. Mientras, la chica de ojos de fuego iba pasando una cajita muy ornamentada, de madera negra y ribetes dorados, en la que muchos espectadores iban depositando "la voluntad"; monedas y billetes de valor muy variado que constituían los únicos ingresos de la compañía por aquella actuación.
Con aquella parte de la plaza más despejada, Ayame pudo ver a todos los miembros de la Compañía de Don Prodigio en su esplendor. Los dos ayudantes, que habían bajado ambos armarios. La chica de ojos anaranjados, que acababa de cerrar la cajita del dinero con un pequeño candado cuya llave guardó en uno de los bolsillos de su chaqueta sin mangas, y un hombre de enorme tamaño y rostro bobalicón que permanecía de pie junto al enorme carromato que servía a aquellos artistas itinerantes de hogar y transporte. Don Prodigio, por su parte, se había despojado de su capa roja y —tras guardarla cuidadosamente en su pequeño maletín— se había servido un buen copazo de brandy.
—¡Eh, oye! —alguien llamó la atención de Ayame; la chica de ojos de fuego—. Creo que toda la compañía te debe un agradecimiento. Sin ti, este espectáculo habría sido desastroso... Más o menos como todos los anteriores —admitó de mala gana.
La joven debía tener unos cuantos años más que Ayame —por su aspecto rondaba la veintena—, era de figura atlética, piel mulata y cabello corto. Vestía con sencillez unos pantalones bombachos de color arena, una camiseta lila que no le llegaba hasta el ombligo y sobre ésta una chaqueta sin mangas de color marrón plagada de bolsillos.
—Ryuka —se presentó, y luego añadió con una sonrisa exultante—. ¿Cómo te llamas, kunoichi-san?
30/03/2019, 22:46 (Última modificación: 30/03/2019, 23:09 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Y los tímidos aplausos se alzaron como un tsunami. Don Prodigio, embriagado por los honores, hacía florituras reverencias y meneaba su flamante capa roja de aquí para allá.
—¡Gracias, gracias mi estimado público! ¡Esto ha sido todo por este mediodía, no se olviden de contárselo a sus familiares, amigos, parejas, mascotas, incluso a sus enemigos! ¡Todos merecen ser testigos de la grandeza del mejor mago que haya caminado nunca por la faz de Oonindo, Don Prodigio! ¡Esta misma tarde, a las cinco, habrá un nuevo número!
«Espero que para esta tarde hayan solucionado sus... problemas técnicos.» Pensó Ayame, intercambiando el peso de una pierna a otra, justo antes de bajar del escenario con un ágil salto mientras el público comenzaba a dispersarse.
Sin embargo, no se alejó demasiado. Sus ojos vagaron curiosos por la escenografía: los ayudantes habían comenzado a recoger el mobiliario, la mujer de los ojos de fuego pasaba entre los espectadores una caja ornamentada en la que pedía las voluntades y mientras Don Prodigio se había servido una buena copa tras guardar su capa. Ayame no pudo evitar arrugar la nariz al verlo. Por último, junto al carromato que debía servir de transporte a la compañía, un hombre de gran tamaño y escasas neuronas parecía vigilar.
—¡Eh, oye! —escuchó una voz, y Ayame se volvió con gesto interrogante. Una sonrisa iluminó sus rasgos al reconocer a la mujer de ojos como brasas—. Creo que toda la compañía te debe un agradecimiento. Sin ti, este espectáculo habría sido desastroso... Más o menos como todos los anteriores —admitó de mala gana—. Ryuka —se presentó, y luego añadió con una sonrisa exultante—. ¿Cómo te llamas, kunoichi-san?
—Aotsuki Ayame, kunoichi de Amegakure y, al parecer, artista a tiempo parcial —bromeó ella, igual de sonriente, mientras inclinaba el torso y desplegaba el brazo a un lado. Enseguida regresó a un gesto más serio—. Entonces... ¿Soléis tener estos problemas a menudo? —Preguntó, sin poder refrenarse.
31/03/2019, 22:14 (Última modificación: 31/03/2019, 22:54 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Ryuka soltó un bufido de resignación mientras sus iris anaranjados rodaban por las cuencas de sus ojos.
—Ni te imaginas, tía. La semana pasada, en Minori, se nos atascó la trampilla. Se suponía que Kuma la había arreglado —agregó, señalando con el dedo pulgar hacia su espalda, a donde estaba el grandullón con cara de memo—, pero ya has visto que sigue sin funcionar bien. Y allí no teníamos a un voluntario tan... Guay como tú —admitió, con un ligero tinte de admiración que tiñó su mirada—. Otra de las veces Ichi se puso enfermo y yo tuve que sustituirle, pero claro, no tengo tanta práctica en el truco de montar y desmontar los armarios, así que lo hice mal y en mitad del número mi armario se vino abajo...
Parecía que aquella Compañía de desgraciados tenía suficientes anécdotas malas como para llenar un libro, de modo que Ryuka simplemente dejó que la kunoichi se hiciera una idea. Aun así, en ella se podía notar un ligero toque de ternura cuando contaba todas aquellas veces que las funciones les habían salido mal; como una madre que habla de las travesuras de sus hijos pero que, a pesar de todo, no puede dejar de quererlos tal y como son.
—Así que ya ves, hoy ha sido uno de nuestros mejores números... Y te lo debemos a ti. Aunque, si te digo la verdad, no sé cómo compensártelo. De dinero olvídate —declaró abruptamente—. Pero... Podría enseñarte alguno de mis trucos. Soy una tragafuego de primera, aunque Don Prodigio no confía en mi desde una vez que, bueno... Prendí fuego a su capa favorita.
Ryuka soltó una risilla nerviosa mientras se rascaba la nuca con gesto culpable.
—¡Pero sólo me ha pasado una vez! —se excusó—. En... El último mes —admitió luego, con otra risilla—. ¡Como sea! ¿Quieres verlo? En Inaka me hice bastante famosa, aunque claro, allí el público no es tan fácil como aquí... Supongo que es la vida en el desierto, nos vuelve bastante pragmáticos y aburridos. ¡Por eso me largué!
1/04/2019, 00:33 (Última modificación: 1/04/2019, 00:33 por Aotsuki Ayame.)
—Ni te imaginas, tía —bufó Ryuka—. La semana pasada, en Minori, se nos atascó la trampilla. Se suponía que Kuma la había arreglado —añadió, señalando al guardián de cara bobalicona que parecía un oso gigante de peluche—, pero ya has visto que sigue sin funcionar bien. Y allí no teníamos a un voluntario tan... Guay como tú.
—Oh, vamos... —Ayame, ruborizada hasta las orejas, no pudo reprimir una sonrisa mientras se frotaba la nuca con gesto avergonzado.
—Otra de las veces Ichi se puso enfermo y yo tuve que sustituirle, pero claro, no tengo tanta práctica en el truco de montar y desmontar los armarios, así que lo hice mal y en mitad del número mi armario se vino abajo...
Algo que llamó la atención de Ayame fue la forma en la que Ryuka hablaba de todas aquellas calamidades: pese a todo, había cierto atisbo de cariño en su tono de voz. Como si, a pesar de las adversidades, todos aquellos momentos terminaran valiendo la pena.
—Así que ya ves, hoy ha sido uno de nuestros mejores números... Y te lo debemos a ti. Aunque, si te digo la verdad, no sé cómo compensártelo. De dinero olvídate —aclaró, de forma abrupta.
Y Ayame sacudió ambas manos en el aire con una sonrisilla.
—Oh, por eso no te preocupes. No tienes que compensarme nada, lo he hecho porque he querido y la verdad es que ha sido divertido.
—Pero... Podría enseñarte alguno de mis trucos. Soy una tragafuego de primera, aunque Don Prodigio no confía en mi desde una vez que, bueno... Prendí fuego a su capa favorita.
Ayame alzó ambas cejas, llena de curiosidad por aquella historia. Y Ryuka no tardó ni un instante en satisfacerla.
—¡Pero sólo me ha pasado una vez! En... El último mes —admitió luego, y ambas chicas se rieron al unísono—. ¡Como sea! ¿Quieres verlo? En Inaka me hice bastante famosa, aunque claro, allí el público no es tan fácil como aquí... Supongo que es la vida en el desierto, nos vuelve bastante pragmáticos y aburridos. ¡Por eso me largué!
—¡Me encantaría verlo! —admitió Ayame, con ojos brillantes.
Había escuchado muchas historias sobre los tragafuegos, pero nunca había tenido la fortuna de ver a uno en carne y hueso... o al menos a uno que no usara el chakra, por supuesto. Aunque una parte de ella, después de haber escuchado las aventuras y desventuras de aquel grupo ambulante, se aterrorizaba ante la idea de que algo pudiera salir mal...
Los ojos de la muchacha del desierto se encendieron como dos carbones al rojo vivo, de pura ilusión, y una exclamación salió de sus labios al tiempo que alzaba ambos brazos, victoriosa.
—¡Bien! Dame un momento, necesito coger un par de cosas de mi baúl.
Ni corta ni perezosa, Ryuka se fue al carromato de la compañía y desapareció tras una pequeña puerta pintada de rojo —como el resto del vehículo— en un lateral del mismo. Ayame tuvo que esperar un par de minutos, pero pasado este tiempo, la mulata salió con varios nuevos artículos que no estaban en su indumentaria original. El primero, una pequeña calabaza que llevaba atada al cinturón. El segundo, una vara bastante larga que tenía los extremos cubiertos por una pelota de tiras de tela empapadas en un líquido amarronado, y el tercero una caja de cerillas.
—¿Preparada? ¡Vas a ver el espectáculo de Sabaku no Ryuka, la Tragafuego del Desierto!
La muchacha tomó su calabaza, le quitó el corcho que hacía las veces de tapón con los dientes, y se la empinó como un borracho a su fiel botella. Hinchando los carrillos a más no poder, Ryuka volvió a colgarse la calabaza del cinto y prendió un fósforo de su cajita, arrimándolo a ambos extremos de la vara para prenderlos. Entonces alzó uno de ellos frente a sus labios, a un palmo de éstos, y sopló...
Una preciosa ráfaga de fuego anaranjado como sus ojos salió de la llama conforme el líquido inflamable era expelido hacia la misma, haciendo ignición. La tragafuego empezó entonces a danzar de una forma muy peculiar, alternando sus bocanadas de llamas con piruetas, pasos rápidos y floridas reverencias en una coreografía que parecía muy bien ensayada. De vez en cuando giraba la cabeza rápidamente, formando precarias figuras de fuego al expulsar el líquido de su boca.
Mientras éste espectáculo se sucedía, Ayame podría advertir un curioso detalle; el muchacho con pintas de pordiosero que había estado vendiendo figuritas de madera en la plaza, antes del espectáculo, se había acercado a ellos sin duda atraído por el curioso número de Ryuka. Sin embargo, como quien no quiere la cosa, el chico acabó por aproximarse al montón de bártulos de la compañía que yacía apilado junto al carromato. Cuando sus ojos captaron la caja de caudales de los itinerantes, deslizó unas manos rápidas como serpientes hasta los lindes del tesoro y lo tomó para sí, sin detenerse mucho para comprobar si alguien le estaba viendo.
Luego, dio media vuelta y echó a andar a paso rápido, buscando fundirse de nuevo entre el gentío.
Súbitamente emocionada, Ryuka alzó sendos brazos al tiempo que soltaba una exclamación de puro éxtasis.
—¡Bien! Dame un momento, necesito coger un par de cosas de mi baúl.
—¡Claro! —asintió Ayame, impaciente por ver lo que tenía que demostrarle.
Ryuka se alejó hacia el carromato y terminó desapareciendo tras una puerta pintada de rojo. Y mientras ella hacía lo que fuera que necesitara hacer, Ayame, distraída, paseó la mirada a su alrededor. No tuvo que esperar más que un par de minutos antes que la mujer regresara sosteniendo varios objetos: en una mano una vara larga cuyos extremos consistían en dos especies de esferas de tela empapadas en un líquido oscuro, en la otra, una pequeña cajita. Además, anudada al cinturón llevaba una calabaza de pequeño tamaño.
—¿Preparada? ¡Vas a ver el espectáculo de Sabaku no Ryuka, la Tragafuego del Desierto!
Ni corta ni perezosa, Ryuka cogió la calabaza, le quitó el tapón con los dientes y le dio un largo trago a lo que fuera que contuviera. O eso pensaba Ayame, antes de que la viera hinchar los carrillos como si estuviera conteniendo el líquido en ellos. Entonces, y tras volver a colgarse la calabaza, sacó una cerilla de la cajita, la prendió y acarició con su llama sendos extremos de la vara, que enseguida ardieron alegremente.
«¿Un líquido combustible?» Se preguntó Ayame, que asistía a aquel extraño ritual con toda su atención puesta en Ryuka.
Un ritual que se completó cuando la mujer alzó uno de los extremos de la vara, lo acercó hasta que su rostro quedó a apenas un palmo de las peligrosas llamas y sopló. Ayame no pudo reprimir un grito de alarma cuando una llamarada se alzó, como la peligrosa lengua de fuego de un dragón. Entonces, Ryuka comenzó a bailar con el fuego. Una danza exótica y ardiente, de vistosas florituras, piruetas y pasos rápidos; en la que combinaba el movimiento de su cuerpo con las llamaradas que expelía de cuando en cuando. Parecía una salamandra revolviéndose en el fuego de una hoguera, y Ayame se descubrió a sí misma admirándola con la boca abierta, extasiada. Ambas eran completamente opuestas, y si ella era El Agua aquella mujer era El Fuego.
Sin embargo, Ayame salió de su ensimismamiento cuando sus ojos percibieron un movimiento extraño. Cerca del carromato, el chico que vendía las tallas de madera se movía sigilosamente, como una serpiente al acecho. Un movimiento de lo más sospechoso que se vio más que confirmado cuando le vio alzar las manos hacia el cofre de las ganancias de los artistas ambulantes y abrazarlo contra su pecho como si se tratara de su retoño.
—¡Discúlpame, Ryuka! —exclamó Ayame, antes de desaparecer en apenas una neblina.
Y aparecería de manera casi instantánea junto al pordiosero ladrón para agarrarle del brazo con firmeza.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le espetó con dureza.
¤ Sunshin no Jutsu ¤ Técnica del Parpadeo Corporal - Tipo: Apoyo - Rango: D - Requisitos: Ninjutsu 40 - Gastos:
14 CK/20 metros
52 CK para huir de un combate
- Daños: - - Efectos adicionales: Cada uso restará 10 puntos de aguante durante los próximos 5 turnos - Sellos: Carnero/una mano - Velocidad: Instantánea
El Sunshin no Jutsu es una técnica basada en un movimiento ultrarrápido, permitiendo a un ninja moverse de cortas a largas distancias a unas velocidades casi imperceptibles. Para un observador cualquiera, resulta como si el usuario se hubiera teletransportado. En ocasiones, se utiliza una pequeña señal para camuflar los movimientos iniciales del usuario. Esta técnica se basa en el uso del chakra para vitalizar temporalmente el cuerpo y moverlo a velocidades extremas. La cantidad de chakra requerida depende en la distancia total y la elevación entre el usuario y el destino. La técnica puede usarse, además, para escapar del campo de batalla. Las diferentes villas tienen variaciones de esta técnica, e incluyen un elemento extra para distraer al oponente. En Konoha, se utiliza un rastro de hojas.
2/04/2019, 16:53 (Última modificación: 2/04/2019, 17:00 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
¡Ayame no lo dudó ni un instante! Ryuka apenas tuvo tiempo de preguntar qué demonios estaba ocurriendo cuando la figura de aquella joven kunoichi se difuminó en una leve neblina antes de desaparecer justo delante de sus ojos.
¡Zas! Como un rayo, la amejin había aparecido junto al yonqui de manos largas que trataba de quedarse con la recaudación de Don Prodigio y su Compañía. El chico dio un respingo, sorprendido, al notar los finos dedos de Ayame cerrarse en torno a su brazo; rápidamente giró el rostro, medio carbonizado y oculto por la maraña de pelo negro, para ver a la jinchuuriki de la Lluvia. «¡Mierda joder, hostia puta! ¿¡Qué hace ella aquí!?» Calabaza se vio entonces en una difícil tesitura —abandonar su botín y salvarse, o arriesgarse a contraer la ira de una kunoichi por intentar conservar el tesoro—. El yonqui siseó de rabia, mostrando parte de su dentadura maltrecha y tintada de azul.
«Si intento algo me va a machacar, y es muy rápida... ¡Tengo que salir de aquí cagando leches!»
Con un movimiento más rápido del que se pudiera esperar, Calabaza se giró violentamente hacia Ayame tratando de estampar la caja de arcancías contra su rostro; en una maniobra desesperada que pretendía hacerla soltar su brazo y darle oportunidad para huir a la carrera. Si lo conseguía, el jovenzuelo echaría a correr hacia la muchedumbre, tratando de despistar a su perseguidora... Sin embargo, iría dejando un rastro de empujones, improperios y caras desagradables que sería fácil de localizar.
—¡Ayame-san! ¡Por allí! —vociferó Ryuka, señalando a la multitud—. ¡Cojamos a ese cabronazo!
El indigente le dedicó una afilada mirada por debajo de unos cabellos tan oscuros como sus iris en aquella mitad de su rostro donde lucía aquella terrorífica cicatriz. Pero Ayame no retrocedió, aunque sí se vio sorprendida cuando le mostró los dientes en un siseo lleno de rabia. Unos dientes extrañamente coloreados de azul.
«¿Qué es...?»
Pero ni siquiera tuvo tiempo de pensar en ello, pues el pordiosero le arrojó el cofre directo a la cabeza. En un acto reflejo, Ayame le soltó y se cubrió el rostro con sendos brazos, y cuando la caja impactó con todo su peso contra ella liberó un estallido de agua cuando su cuerpo se licuó por sí mismo. Terminó cayendo al suelo, y rebotó con un seco y pesado estruendo.
—¡Maldito...!
—¡Ayame-san! ¡Por allí! —vociferaba Ryuka, que se había acercado entre largas zancadas, mientras señalaba a la multitud—. ¡Cojamos a ese cabronazo!
Pero Ayame no necesitaba que se lo dijera dos veces. Para cuando había terminado la frase, Ayame ya había saltado en el aire con el sello del pájaro desenvainado en sus manos. Su espalda estalló súbitamente en agua, y el líquido se modeló hasta formar dos espléndidas alas que utilizó para mantenerse en el aire.
—¡Lo sé! ¡Me adelantaré! —gritó, mientras batía sus nuevas extremidades con todas sus fuerzas para elevarse en el aire y después se lanzó al frente, siguiendo la estela de empujones y maldiciones que el pordiosero iba dejando tras su paso.
Ayame era bien consciente de que volando era más lenta que corriendo, pero había demasiada gente en el camino, y la multitud sólo la ralentizaría aún más. Tendría que ocuparse de aquel ladrón desde las alturas.
¤ Hikōgo no Jutsu ¤ Técnica del Pez Volador - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos:
Hōzuki 60
Suika no Jutsu
- Gastos: 30 CK (impide regeneración de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales:
Permite al usuario volar
Las alas tienen una resistencia de 20 PV
- Sellos: Pájaro - Velocidad: Muy rápida (formación) - Alcance y dimensiones: Las alas tienen una envergadura total de cuatro metros
Usando la técnica del Suika no Jutsu como base, el usuario multiplica el agua del interior de su cuerpo con ayuda del chakra y la expulsa a través del centro de su espalda. El agua no llega a desprenderse de su cuerpo, sino que se divide y toma direcciones opuestas, formando tras la kunoichi dos alas constituidas enteramente por este líquido que parecen brillar con cristales de lapislázuli y que le permite volar con casi total libertad hasta un máximo de 10 metros de altura.
La velocidad de desplazamiento y los movimientos que pueda realizar en el aire dependerán de la Poder y la Inteligencia del usuario (que sustituirán a los correspondientes atributos de Agilidad y Destreza para cuestiones como acrobacias). Sin embargo, dado que el usuario está utilizando la técnica de la hidratación como base, las alas se desharían de inmediato si llegase a recibir un ataque que le obligara a convertir todo su cuerpo en su forma líquida o si fueran estas las que sufrieran un daño superior a 20 PV, de manera que el usuario debería volver a pagar el coste energético si deseara volver a formarlas.
«Las aves no son las únicas que son capaces de surcar los cielos. ¿Acaso no has oído hablar de los peces voladores?» —Aotsuki Ayame.
Calabaza corría entre la multitud que se congregaba en la Plaza del Mercado, esquivando a los transeútes, compradores, niños, vendedores ambulantes y puestos de comercio que poblaban el lugar. Ingenuamente, el ladronzuelo esperaba que aquella muchedumbre jugase a su favor, permitiéndole camuflarse entre el gentío y dar esquinazo a sus perseguidoras. «Entre tantísima gente es imposible que me cacen, aunque, joder, he tenido que soltar la carga», se lamentaba y se consolaba al mismo tiempo el yonqui. Había sido un golpe arriesgado, no contaba con que Aotsuki Ayame estuviese presente y fuera a frustrar sus planes. «Si sólo se hubiese tratado de esa junta de imbéciles... La caja de arcancías habría sido mía». Chasqueó la lengua con disgusto mientras apartaba a un par de señores cargados con bolsas de fruta, con tan mala fortuna que uno de ellos tropezó con el otro y cayó al suelo. Pese a la edad de ambos sujetos —arrugados y canosos—, lo cual significaba que cualquier mala caída podía dar con un par de huesos rotos, y de la fruta que quedó desperdigada por el suelo, Calabaza no hizo amago siquiera de mirar atrás.
Le daba igual. A Calabaza le daba igual.
Sin embargo, pronto estaba por descubrir que sus pretensiones de escape iban a verse frustradas de una forma más que inesperada. Al salir de la plaza —Ayame no tendría ningún problema para seguirle desde las alturas, pues el rastro de Calabaza era más que visible—, el yonqui tomó un giro a la derecha y buscó adentrarse en el entramado de callejones de aquella zona de residencias humildes y comercios locales. Una vez allí, se metió en el primer callejón que tuvo a mano y se detuvo, apoyando la espalda contra la pared.
El pecho le ardía y respiraba con dificultad, como un fuelle viejo, debido a la carrera. Uchiha Akame habría podido correr aquella distancia y mucha más antes de que el cansancio empezara a hacer mella en su bien entrenado cuerpo, pero Calabaza era un yonqui con un estado físico paupérrimo.
Ayame voló por encima de los ciudadanos de Tanzaku Gai, ágil y rápida como una golondrina. La kunoichi perseguía los pasos del indigente y la ristra de empujones e improperios que dejaba tras su paso, aleteando con energía para no perderle de vista. En un momento, el ladrón comenzó a esquivar a los transeúntes con una agilidad que Ayame no habría creído posible en alguien como él: como una pequeña rata, se colaba por los huecos que dejaban las personas entre sí, tratando de camuflarse entre la multitud. Pero los ojos de Ayame le perseguían como los de un halcón sobre su presa. No le dejaría escapar. El ladrón chocó de repente contra dos hombres cargados con bolsas. Uno de ellos cayó, de mala manera además. La fruta que portaba se desperdigó por el suelo. Pero el ladrón no miró atrás.
Y Ayame chasqueó la lengua, con repudio. Le habría gustado ayudar al hombre que había caído, pero aquella persecución era más importante. La kunoichi llegó a juntar las manos, pero justo en ese instante el ladrón salió de la plaza y se adentró en el primer callejón que quedaba a su derecha. Ella le siguió, tirándose en picado y agarrándose con su mano a una farola para realizar aquel giro tan brusco. Aterrizó de puntillas bruscamente, y sus alas volvieron a sumergirse en su cuerpo.
El ladrón estaba allí, apoyado contra la pared del edificio con la respiración agitada. Presentaba un aspecto tan lamentable, que Ayame tardó algunos segundos en reaccionar.
—¿Qué se supone que debo hacer contigo ahora, eh? ¿Entregarte a las autoridades de la ciudad? —le preguntó, cruzándose de brazos.
—¿Qué se supone que debo hacer contigo ahora, eh? ¿Entregarte a las autoridades de la ciudad?
Calabaza dio un respingo de sorpresa al escuchar aquella voz dirigiéndose a él. Sus ojos, temerosos, no tardaron en ubicar a la emisora; Ayame, la kunoichi que había estado ayudando a los itinerantes. El joven retrocedió unos cuantos pasos, encogido por puro instinto, con palpable temor ante lo que aquella ninja pudiera hacerle. Al fin y al cabo, Ayame era una kunoichi de Amegakure. Y el hecho de que no le hubiese reconocido antes, no implicaba que no pudiera hacerlo ahora.
Balbuceando unas pobres excusas y sin atreverse a alzar la mirada, Calabaza jugueteaba nerviosamente con ambas manos tras la espalda.
—Yo... Eh... Yo no he hecho nada... ¿No me he llevado el dinero, no? N... Nadie ha salido perjudicado —articuló finalmente—. P... P... Por favor, yo solo... Solo intento ganarme el pan. No tengo nada, no me queda nada...
A la vista estaba que un yonqui como Calabaza jamás podría escapar de una ninja, ni aunque lo intentase durante mil años, por lo que jugar la carta del corazón era su única opción... Y él era realmente malo en eso.
Como si Ayame estuviese blandiendo un látigo contra él, el ladrón retrocedió unos pasos, encogido como un niño al que hubieran pillado haciendo una mala travesura.
—Yo... Eh... Yo no he hecho nada... —balbuceó el indigente, de forma pobre y lastimera, mientras jugueteaba con sus manos—. ¿No me he llevado el dinero, no? N... Nadie ha salido perjudicado. P... P... Por favor, yo solo... Solo intento ganarme el pan. No tengo nada, no me queda nada... No, por favor, a los guardias no... No...
Ayame contuvo la respiración durante unos instantes. Cerró los ojos y frunció el ceño con fuerza. ¿Qué debía hacer? Se preguntaba, tamborileando el dedo índice contra su bíceps. Entregarle a Ryuka y que los magos itinerantes se cobraran la venganza por sus propias manos no era una opción, lo mejor que podría pasarle sería que se contentaran con darle una paliza. Como kunoichi que era, entregarle a las autoridades y que aplicaran el castigo que se merecía debería ser la opción a tomar, pero...
«Y por esto es que no eres Chūnin... ¡Estúpida! ¡Es que eres estúpida!» Se maldijo, apretando las mandíbulas con rabia.
—¿Por qué no intentas ganarte la vida de forma honrada? —suspiró, llena de pesar. Con una mano, la muchacha se llevó una mano al bolsillo y sacó las dos figuras que le había vendido poco tiempo atrás: un delfín y un gato—. Tienes manos hábiles, podrías llevar esto más lejos. Dedicarte al arte, o a la restauración de esculturas. O quizás... quizás incluso podrías ser ninja. Las aldeas siempre están dispuestas a acoger a gente e instruirlos en las artes shinobi.
De todas las contestaciones posibles que Calabaza habría esperado en aquella situación, la que Ayame le dio en realidad fue una que ni siquiera había contemplado. Como una persona a la que se le había olvidado que todavía existía bondad en el mundo, el joven yonqui se quedó paralizado en el sitio, con una expresión de auténtica incredulidad plasmada en el rostro. Parpadeó varias veces y la mandíbula casi se le desencajó. «Ella... Realmente... ¿No va a entregarme?»
La vida en la calle era dura. Más dura todavía si estabas huyendo de tu pasado, si te refugiabas en la magia azul y el whisky. Más dura todavía si sólo guardabas pensamientos destructivos para contigo mismo. Una vida así era capaz de transformar al ninja más modélico en una penosa sombra de lo que algún día fuese. Y, aun así, para Aotsuki Ayame todavía quedaba algo que mereciese la pena ser salvado. Incluso en Calabaza.
El joven negó con la cabeza.
—No, señorita. No —replicó, tajante, cuando ella le propuso que se alistase en una Aldea ninja—. Yo... Para mí... Para mí es demasiado tarde. Ya no me queda nada, nada que valga la pena salvar... Me... M... Me lo han arrebatado. Todo ello...
Sus manos, nerviosas, rebuscaron entre los bolsillos de su andrajoso pantalón hasta que dieron con el pequeño tesoro que guardaban. Como si quisiera mostrar sus más profundas vergüenzas a Ayame, o justificarse en ellas, Calabaza alzó aquella bolsita de plástico transparente, de apenas tres dedos de tamaño, que contenía una plasta azul y viscosa.
—Esto es todo lo que me queda... Esto... Y mi fiel calabaza —agregó, acariciando el recipiente que llevaba colgado del cinturón.
Él se quedó paralizado en el sitio. Como si no supiera qué responder. Cómo si le sorprendiera la reacción de Ayame. No podía culparle, ella misma se estaba sorprendiendo... y odiando al mismo tiempo.
—No, señorita. No —respondió al cabo de varios segundos, negando con la cabeza de forma tajante—. Yo... Para mí... Para mí es demasiado tarde. Ya no me queda nada, nada que valga la pena salvar... Me... M... Me lo han arrebatado. Todo ello... —repitió, mientras que sus manos temblorosas rebuscaron en los bolsillos de sus pantalones. Ayame creía que iba a sacar otra de aquellas figuritas de madera, pero en lugar de eso vio una bolsita transparente que contenía una especie de pasta azul y viscosa—. Esto es todo lo que me queda... Esto... Y mi fiel calabaza —añadió, acariciando el contenedor que llevaba atado al cinturón.
Y Ayame no necesitó escuchar nada más. Ante sus ojos se dibujaron los recuerdos neblinosos de un pasado en el que su padre se enterraba a sí mismo bajo copas y copas de alcohol. Abandonándose. Abandonando todo lo que le rodeaba. Enardecida, apretó sendos puños junto a los costados y avanzó hacia él entre pasos pesados.
—¿Y esa es tu solución a los problemas? ¡¿El alcohol y las drogas?! ¡Eres un cobarde! —gritó—. ¿Ese es "el pan" que te intentas ganar cada día robando? ¿Sabes la de dinero que te podrías ahorrar si no lo gastaras en esas mierdas? ¿Quién te lo ha arrebatado todo? ¡Levántate y lucha! ¡Si lo necesitas, pide ayuda! ¡Pero no se lo pidas a... eso, maldita sea! ¡Sólo te destruirá!