Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Moyashi Kenzou observó con orgullo cómo su genin se levantaba a pesar del golpetazo en la espalda que se acababa de llevar. Y su pecho se hinchó todavía más de satisfacción cuando, acto seguido, Daigo volvió a la carga. Sin medio. Sin dudas. Sin rendirse.
Inclinó la cabeza hacia atrás para seguir a Daigo con la vista, que ahora ejecutaba sellos en el aire, por encima de él. Le hubiese sido muy fácil interrumpir aquel intrépido movimiento, cortarlo de raíz antes siquiera de que saliese a la luz. Pero, ¿dónde estaría la gracia en aquello? ¿Cómo comprobaría de qué pasta estaba hecho su ninja, si no probaba su sabor?
Recibió el fuuton a pecho descubierto. Sus cuádriceps y gemelos, más tensos que una cadena sujetando toneladas de peso. Su abdomen, un nudo de músculos preparado para recibir lo que se le echase encima. Y ahí llegó, con fuerza, con ímpetu. Las cuchillas de viento provocaron decenas de cortes en su chaleco, más no en su piel. Las cuchillas rajaron de arriba abajo sus pantalones, más no su piel.
No, porque su piel era más dura que el titanio y más resistente que un acantilado que, por siglos, ha aguantado las inclemencias del mar. ¿Cómo es que tenía tantas cicatrices? Bueno, quizá porque de joven, cuando era algo más blando, a Kenzou le gustaba igualmente encajar los golpes a pecho descubierto. O quizá era precisamente a raíz de comerse tantos ataques que su piel se había endurecido, convirtiéndole en lo que era ahora.
Kenzou-sama podría recibir un ataque el doble de fuerte que ese, y todavía seguiría sin inmutarse.
Kenzou-sama podría recibir el mordisco de un dragón, y sería el dragón quien tuviese que pasarse por el dentista.
Kenzou-sama podría recibir el mayor tajo del mejor de los samuráis, y sería el samurái quien tuviese que acudir al herrero a por una nueva katana.
Kenzou-sama podría recibir una jodida bijuudama, a bocajarro, ¡y sería capaz de pararla con una jodida mano!
Así era Kenzou. Quizá algún día la Diosa de la Muerte la invitase a su hogar. Pero créanme cuando digo una cosa: aceptará la invitación, porque así lo ha elegido él.
Desapareció de la vista de Daigo en un parpadeo. El Tsukiyama le había visto, todavía desde el aire, cómo había recibido el impacto del mejor de sus fuutones. Y de repente ya no estaba. Sintió que el vello de la nuca se le erizaba.
—¡Gran Torbellino de la Hoja! —oyó a sus espaldas.
Y ahí estaba Kenzou. La Sombra de la Hoja Danzante, que ahora se convertía en un Gran Torbellino. Uno de patadas, ¡pam, pam, pam!, tan veloces que Daigo no supo ni por dónde le venían. El Morikage giró en un movimiento circular sobre sí mismo y…
¡PAAAAAMMMMMMMMM!
… y le asestó una patada de mula con el talón en la nuca, arrojándolo con fuerza contra el suelo.
—Uy… ¡Espero no haberme emocionado demasiado! —dijo, súbitamente consciente de que quizá había ido un poco más allá de lo que solía ir con sus genin—. ¿¡Estás bien, Daigo-kun!?
- Kubikiribōchō (sellada en el obi de la cintura, con el kanji 力)
- Nage Ono (8, tres atadas a cada lado del obi, dos a la espalda)
Portaobjetos avanzado en el muslo derecho:
- Píldora estimuladora de sangre
- Píldora de soldado básica
- Píldora de soldado superior
- 5 sellos explosivos de clase A
- 5 sellos explosivos de clase B
- 5 sellos explosivos de clase C
- 2 bombas de humo
¤ Kage Buyō ¤ Sombra de la Hoja Danzante - Tipo: Apoyo - Rango: C - Requisitos: Taijutsu 50 - Gastos: 14 CK - Daños: - - Efectos adicionales:
Aparece tras el oponente en el aire
Cada uso restará 10 puntos de aguante durante los próximos 5 turnos
- Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: 10 metros
Una técnica donde el usuario sigue a su oponente, siguiendo de cerca los movimientos del adversario, como la sombra de una hoja la sigue en el aire mientras baila, cayendo. La técnica puede utilizarse cuando el adversario ya está en el aire, pero es más impredecible y eficaz si la precede una patada ascendente que lance al objetivo por los aires o un ataque similar. El movimiento se realiza a una velocidad tan rápida que un humano normal no será capaz de seguirlo. Por ella misma, la técnica es inofensiva, pero suele utilizarse como paso previo a una técnica más potente o como entrada para una combinación de más golpes.
¤ Konoha Daisenpū ¤ Gran Torbellino de la Hoja - Tipo: Ofensivo - Rango: C - Requisitos: Taijutsu 60 - Gastos: 72 CK - Daños: 120 PV - Efectos adicionales: - - Sellos: - - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Esta técnica se realiza en el aire, y consiste en una serie de patadas, empezando por una baja combinada con una media, tras lo que le sigue una alta. Después de combinar los tres golpes, el usuario realiza un movimiento circular sobre sí mismo y asesta un fuerte golpe con el talón en la nuca de su adversario, arrojándolo al suelo con fuerza.
¤ Kinjutsu: Gisei ¤ Técnica Prohibida: Sacrificio - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Ninjutsu 100, Resistencia 140, Voluntad 100, Inteligencia 60 - Gastos: X PV - Daños: - - Efectos adicionales: El personaje obtiene X CK, incluso si supera su CK máximo - Sellos: Palmada - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: -
Técnica que sólo alguien con un cuerpo concienzudamente entrenado y una elevada resistencia al dolor es capaz de utilizar, debido a los estragos que potencialmente podría causar en el propio cuerpo. Mediante un método secreto transmitido entre practicante y practicante del jutsu, el usuario extrae y transforma la energía vital de todas las células de su cuerpo en chakra puro, que después almacena para utilizarlo en otras técnicas. Al hacerlo, sufre una determinada cantidad de dolor, mayor si el número de puntos de vitalidad consumidos es muy grande. Con grandes cantidades o usos reiterados de la técnica, el usuario puede llegar incluso a sangrar desde múltiples puntos del cuerpo.
Alterador (Chakra Overdose): Si el usuario consume más de 200 PV en un mismo turno, entra en estado de sobredosis. Esto neutraliza el dolor y otorga 6 turnos durante los que el cuerpo del usuario será prácticamente un tanque indestructible ante los cortes, golpes, e inclemencias elementales (no recibirá daño alguno ni podrá sufrir ninguna herida). El usuario dispondrá entonces de 333 PV adicionales de daño que podrá repartir entre ataques físicos con el cuerpo o con las armas, y con la técnica Bushido: Chikara no Nagare. Cuando se le acaben estos PV de daño extra distribuibles, o pasen 6 turnos, el usuario morirá desangrado debido al esfuerzo y al efecto del chakra sobre su cuerpo.
Los ojos de Daigo se iluminaron mientras contemplaba maravillado como todo a su alrededor era rajado y cortado por su técnica. Todo a su alrededor excepto Kenzou-sama, porque él era el hombre más fuerte del mundo.
«Es... ¡Increíble!
Y aún después de recibir la técnica del peliverde en su totalidad, Kenzou no necesitó ni un solo segundo para desaparecer de la vista del genin.
El más rápido, el más resistente, el más fuerte. Ese era Moyashi Kenzou.
¡PAMPAMPAM! El chico ni siquiera supo por donde le venían las patadas. ¡BAM! Con una última patada, el joven salió despedido contra el suelo, estrellándose con fuerza.
Desde el suelo, apenas podía escuchar la voz distorsianada de Kenzou. Curioso, ¿verdad? Aquella fue la primera voz que escuchó cuando estuvo a punto de morir en el desierto.
Intentó levantarse una vez, solo para caer bruces contra el suelo.
Veía doble y su cuerpo parecía no responderle adecuadamente. Le temblaban los brazos y las piernas. Ya estaba agotado y su chakra escaseaba. Pero no podía rendirse, no frente a Kenzou, no cuando había descubierto su verdadero poder.
Con la rodilla izquierda hincada en el suelo, el boxeador consiguió apoyar su pie derecho. Tenía que demostrarle que podía confiar en él, porque Tsukiyama Daigo no se rendía.
—Es... estoy... bien... —intentó sonreír, pero hasta su sonrisa salió temblorosa—. No... baje la guardia.
Su pie empezó a brillar débilmente, igual que su puño, cerrado sin apenas fuerza en él, apenas la suficiente para ser lanzado una vez más. Sus ojos, aún así, no perdieron fuerza. Miraban a Kenzou directamente, haciéndole saber que volvería a atacar.
Rugió y saltó, sin preocuparse por lo que pasaría después.
Vida
11/200
–
-120
–
Chakra
-1/160
–
-30
–
*Contra todo pronóstico activado
Inventario:
Hitai-ate (Frente)
Esposas supresoras de chakra (colgadas de la parte derecha de su cadera)
Esposas supresoras de chakra (colgadas de la parte izquierda de su cadera)
Fuerza: 40 +10
Resistencia: 30 +10
Aguante: 30 +10
Agilidad: 20 +10
Destreza: 40 +10
Poder: 20 +10
Inteligencia: 30 +10
Carisma: 60 +10
Voluntad: 60 +10
Percepción: 30 +10
¤ Ushi no totsugekii ¤ Embestida del toro - Tipo: Ofensivo - Rango: C - Requisitos: Taijutsu 25 - Gastos: 30 CK - Daños: 50 PV - Efectos adicionales: - - Sellos: - - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones: 5 metros
Esta técnica consiste en acumular una gran cantidad de chakra visible en la pierna y el puño de un lado del cuerpo, impulsándose con la pierna cargada de chakra y golpeando con el puño, liberando todo el chakra que tenía acumulado. Es posible realizar la técnica una segunda vez, utilizando las extremidades del otro lado, aunque el gasto de chakra puede agotar al ejecutor.
Ushi no Totsugeki = 50 PV
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Moyashi Kenzou emitió un silbido, impresionante, al ver a Daigo levantándose una vez más. Sonrió, orgulloso, y cruzó los brazos sobre el pecho. Oh, sí, ahora sabía de qué pasta estaba hecho su shinobi. De la que a él le gustaba.
—Es... estoy... bien... No... baje la guardia.
Kenzou alzó una de sus cejas. ¿De verdad iba a…?
—Daigo-kun, no creo que debamos seguir con… ¡Espera!
Demasiado tarde, ¡aquel maldito se había tirado de nuevo al ataque!
Agilidad superior en 40 puntos a la Percepción de Daigo
Antes de perder el conocimiento, Daigo perdió de vista a Kenzou por un segundo. Un mero segundo, ¡y pam! Le había dado. No sabía cómo, pero le había dado. No lo supo por sus ojos, sino por sus nudillos, que habían impactado contra algo tan duro como el hormigón, y que, en aquella ocasión, había cedido. Solo unos centímetros. Pero había cedido. Había cedido ante su verdadero poder.
Se dejó ir con el trabajo hecho.
Moyashi Kenzou observó a Daigo. Allí, de pie, con un puño hundido en uno de los pilares que sujetaba la cubierta del tatami. No por nada, él había evadido el golpe en el último suspiro, echándose a un lado y dejando pasar al toro en el que se había convertido Daigo. Un Daigo que había quedado inconsciente por falta de chakra, pero que sorprendentemente seguía en pie, con el puño cerrado contra el pilar. Alguno simplemente vería en esto a un chico que colgaba del brazo anclado al orificio del hormigón. Kenzou veía otra cosa. Kenzou veía…
…a un verdadero kusajin
Una hora más tarde…
Cuando abrió los ojos, supo que se encontraba en una habitación del hospital. De paredes blancas, techo blanco y sábanas igual de blancas. Tenía un vendaje en la cabeza y en el torso, y le habían aplicado un ungüento en los nudillos pelados de la mano derecha.
Encontró la sonrisa de Kenzou observándole desde arriba.
—Tenías razón —le confesó—. No debía bajar la guaria.
—¡Ja! ¡Todavía me quedan muchos años al máximo nivel! —exclamó. Ni de coña iba a ceder su sombrero tan pronto—. Así que tendrás que entrenar todavía más duro, Daigo-kun. Y, un día… un día tú y yo volveremos a combatir.
Le observó por un momento, como si dudase de decirle algo más.
—Sabes, Daigo-kun, yo… —Hizo un ademán con la mano, y alejó aquellos pensamientos—. Bah, ya hablaremos de eso algún día. En cuanto salgas de aquí quiero que me redactes un informe completo sobre tu misión, ¿de acuerdo? Esto se acaba de poner muy peliagudo y tengo que ver cómo gestiono todo esto con la máxima delicadeza y tacto posible. Me pregunto si la Kaze no Kuni no Daimyō sabe todo lo que está ocurriendo en la Prisión del Yermo y, si lo hace, está de acuerdo con que una segunda fuerza independiente a ella cobre fuerza a diez kilómetros de su palacio. ¿O quizá lo está impulsando? Preguntas, Daigo. Preguntas cuyas respuestas necesito antes de mover las piezas.
»Tú recupérate bien, chico. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto en un duelo de taijutsu.
Por supuesto, Daigo sabía que el día en el que el venciera nunca llegaría. No porque Kenzou fuera a morir, ni nada parecido, eso era imposible. Sino porque, simplemente, nunca habría en el mundo alguien tan fuerte como él.
Aún así, ese no era motivo para dejar de retarlo.
—Me haré más fuerte ¡Se lo prometo!
Kenzou lo observó un momento, y estuvo a punto de decirle algo a Daigo, pero decidió que no era el momento adecuado. En su lugar decidió hablar sobre la situación con los esclavos y el País del Viento.
Sintió miedo al no saber lo que pasaría después.
—Gracias, Kenzou-sama. Tendrá mi informe en cuanto salga de aquí —dijo—, y... sobre lo que quería decirme antes. No me importaría hablar un rato más.
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Kenzou sonrió, una sonrisa amable, sincera. Orgullosa. A Daigo se le quedó grabada en la retina. Fue la última que vio de su Morikage.
—Ya habrá tiempo para eso. ¡Toda una vida! —dijo, esquivo. Ya habría tiempo. Ya habría tiempo…—. Oh, por cierto. Traer a la esclava estuvo muy bien, pero en vistas de que solo cumpliste con la mitad de mi encargo… cobrarás lo que corresponde. Es decir, la mitad también. —Así estaba convencido de que, para la próxima, no se iría de la misión hasta cumplirla de verdad. Sabía que podía hacerlo. Hacía una hora, en el tatami, se lo había demostrado—. Nos vemos pronto, ¡muchacho!
»Y recuerda, ¡me debes un combate!
Y fue así como Kenzou desapareció en una nube de humo. Y fue así como Kenzou dejó con la intriga al joven genin. ¿Qué sería aquello que pretendía decirle? Podría llegar a imaginarse muchas cosas, pero, gracias a Juro, la dura realidad era que...
Daigo asintió. Necesitaba el dinero. Lo necesitaba mucho, pero aceptó el castigo de Kenzou son rechistar.
—Entiendo, Kenzou-sama.
El Morikage no tardó en despedirse y marcharse antes de que el chico pudiera decirle algo más, pero no sin antes recordarle que tenían otro combate pendiente.
—A-adiós... —se quedó recostado boca arriba, con la mirada perdida en el techo—. ¿Cómo es tan fuerte?
La respuesta ya la tenía. Solo el trabajo duro, el esfuerzo y la experiencia le llevarían a su nivel.
—Me pregunto cómo estarán Gura y Koku...
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Oh, Gura y Koku estaban bien. Tras un par de días en los que no pudo contactar con ellas, pues los equipos especializados de Kusa habían buceado a fondo en sus recuerdos para encontrar cualquier tipo de irregularidad, pudo verlas en su nuevo pisito. Uno de los más humildes de la Villa, y que aún así contaba con muchos más lujos que su antigua casa.
Gura alucinaba con cualquier cosa. Con la nevera. Con la cocina sin fuego, como ella le llamaba. Con las luces. Con los cientos de árboles que había por la Villa. Nunca había visto tantos juntos en su vida como aquella última semana. Estaba cumpliendo su sueño, viendo mundo. Y, quién sabe. Quizá algún día hasta la permitiesen ir a un Dojo de Instrucción.
Koku se trataba de habituar a marchas forzadas. Echaba de menos el desierto, el sol, a su gente. Pero tenía que reconocer que aquellas camas eran cómodas. Que poder pasear a media tarde sin tostarse no estaba tan mal. Y que, a fin de cuentas, su pequeña nieta estaba a salvo. Se notaba que de vez en cuando pensaba en su hija, pues su rostro siempre se oscurecía al hacerlo. Pero estaba bien. Estaba bien.
Los tres paseaban un día por la Torre de Ocio. Gura, alucinando con cada tienda, cada restaurante, cada detalle. Para ella, era como un parque de atracciones. Su primero en la vida. Fue entonces cuando Daigo observó algo que, por alguna razón, le llamó la atención. Algo que le sonaba.
Se trataba de un pequeño local, una especie de tienda exótica, a juzgar por la entrada. Una cuyo letrero ponía:
El Bosque Encantado
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Lo días pasaron. Daigo salió del hospital, hizo su informe con todo detalle y todo volvió a la normalidad. Excepto porque ahora dos personas nuevas se habían unido a la villa.
Koku se esforzaba por acostumbrarse, mientras Gura se maravillaba con cada cosa nueva que veía. Daigo, por su parte, siempre estaba encantado de mostrarles el lugar.
«Bien está lo que bien acaba, ¿eh? Lo he conseguido, Kasaru-san».
Fue un día de esos, mientras los tres paseaban, que Daigo se encontró con un local que le llamó la atención.
—Esperen un momento, ¿sí? —dijo. No sabía si debía entrar con ellas—. Ahora vengo.
Curioso, el joven se separó del grupo y se adentró a la tienda. Quizá allí dentro podría aprender algo más sobre Kasaru y como acabó en la situación en la que se encontraba.
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Pronto se dio cuenta que era una tienda de souvenirs. Allí, el techo estaba lleno de ramas y hojas artificiales que se entrelazaban dando la sensación de encontrarse en un bosque tupido. Los pilares parecían troncos, las luces eran pequeñas bombillas con forma de luciérnagas, y en un momento dado, incluso el techo emitió un destello seguido del sonido de un trueno. Y de lluvia.
No, allí no llovía, pero debía haber altavoces repartidos por todo el local que daban ese sonido ambiental.
Daigo pudo encontrar muchos objetos a vender. Figuras del Árbol Sagrado, del Valle del Fin, del Pilar de Pizarra, de la Torre de Meditación… Frascos llenos de —aseguraba la etiqueta— agua del Oasis de la Luna. Pulseras. Camisetas. Centenares de objetos que recordaban a algún rincón de Oonindo en concreto.
En el mostrador, un hombre de unos sesenta años, de pelo blanco y torso musculado, sonreía abiertamente.
—¿Puedo ayudarte con algo, chico?
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Para la sorpresa de Daigo, el interior de la tienda parecía tener clima propio, con sonidos ambientales de lluvia y todo. Tan real era que hasta se sobresaltó cuando escuchó un rayo.
El chico pudo comprobar que aquel lugar era una tienda de souvenirs, que de alguna manera se mantenía dentro de la villa, con cosas de todo Oonindo.
¿Acaso tendrían lo que Daigo buscaba?
—¡Buenas! —saludó al hombre, amistoso—. Sí. Estoy buscando a Toru. Me dijeron que podía encontrarlo aquí.
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