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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Siempre había escuchado el famoso "la vida da muchas vueltas" y nunca le había hecho demasiado caso, al fin y al cabo su vida hasta el año anterior había sido bastante continua y sin sobresaltos... pero ahora, sentada frente aquel enorme ventanal a kilómetros de distancia de su hogar, comenzaba a apreciar la sabiduría que ocultaba aquel dicho popular.

En aquellas mismas fechas, el año anterior, se encontraba a bordo de una nao rumbo a Uzushiogakure. Todo había cambiado tanto desde entonces que le resultaba difícil creerlo, nunca pensó que podría adaptarse tan bien al continente y sus costumbres, aunque bien es cierto que muchas veces podían resultarles un tanto rudos sus modales y formas. Pero en el fondo, no eran tan diferentes.

El suave crujir de una puerta de madera, sacó a la joven de su discurrir a la vez que apartaba los ojos del bello horizonte nevado que le ofrecían los tradicionales tejados de Yamiria, capital de País del Remolino. Su mirada, se dirigió entonces al umbral de la puerta para identificar al recién llegado.

Allí encontró a un hombre muy alto, sobre el metro noventa y algo, largo cabello canoso que caía sobre sus hombros en una melena cuidada al detalle, rostro marcado por el inverno de la edad con numerosos surcos y alguna que otra mancha, una fina barba que partía desde el bigote rodeando los labios y caía suavemente sobre el pecho de su kimono de tonos marrones. Su ropa le delataba como su anfitrión, pues eran ropajes de telas nobles y facturados con la maestría que pocos podían alcanzar en el arte de la costura. Sin embargo, lo que más le llamó la atención a la Hyuga fueron aquellos ojos azules y brillantes que le devolvían la mirada acompañados por una gentil sonrisa. En su mirada pudo ver que no estaba ante alguien común, algo le decía que estaba ante alguien extraordinario, en su mirada podía verse que estaba dominado por la curiosidad y las ganas de aprender.

—Lamento haberla hecho esperar señorita— se disculpó el anciano mientras cerraba la vieja puerta de caoba tras de sí, su voz era enérgica aunque podía notarse en ella el peso de la edad —La reunión se ha alargado un poco más de lo esperado—

La peliblanca acomodo su kimono negro con detalles florales en plateado, antes de levantarse con delicadeza de la cómoda butaca que le había servido como asiento —No tiene por que disculparse, el deber siempre es lo primero— resto la joven importancia mientras hacía una pequeña reverencia de bienvenida

—Me temo que en eso esta en lo cierto, pero una disculpa nunca está de más— respondió el anciano mientras se aproximaba lentamente —es lo menos que puedo ofrecer a una joven invitada que se ha visto obligada a esperar a un pobre anciano— el anciano se detuvo junto la Hyuga, justo frente a una butaca que estaba colocada junto a la que ocupaba hasta hacia unos momentos la de Kusabi —Antes de nada, permítame presentarme como es debido— ofreció el anciano aunque no dio oportunidad a réplica —Hayashi Soko— hizo una leve reverencia —Es un honor que haya aceptado mi invitación, señorita Mitsuki—

—El honor es haber sido invitada por usted, señor Hayashi— devolvió la reverencia con suma cortesía

—Por favor— hizo un suave gesto con la mano invitando la joven a sentarse, cosa que hizo tan sólo un instante después que su interlocutor —Espero que el viaje no le haya supuesto ningún inconveniente—

—No tiene por qué preocuparse por eso, cualquier sacrificio que tuviese que realizar para tener la oportunidad de conversar con alguien como usted sería poco— contestó la peliblanca con una cálida sonrisa, y no estaba siendo una aduladora pues el hombre que tenía frente a ella era un reputado ex-diplomático y filósofo muy influyente, como atestiguaba aquella habitación repleta de libros y maderas nobles.

—Ojalá cuando acabe esta conversación siga pensando lo mismo— bromeo el anciano haciendo gala de su famoso buen humor

—Lo mismo podría decir yo—

—Bueno, bueno— se acomodó en su silla dejándose caer sobre el respaldo de la silla y apoyando ambas extremidades sobre los brazos de la butaca —¿Qué opinión le merece Yamiria? Creo que recordar que es la primera vez que la visita—

—Bajo la nieve me recuerda mucho a mí ciudad natal...— apuntó la joven mientras dejaba escapar una fugaz mirada por la ventana —tranquila, pacífica y acogedora a primera vista... el hogar de gente amable y trabajadora... si... se parece mucho a Kusabi...—

—Sorprendente...— musitó el anciano casi para sí mismo

—¿Qué concretamente?— la joven esbozo una cálida sonrisa tras formular su pregunta, entrecerrando levemente sus afelinados ojos

—La manera en la que ves el mundo, señorita— respondió el anciano atusándose la barba, mientras clavaba sus azules ojos en los de la peliblanca —Cualquier otra persona hubiese respondido a mi pregunta hablando de lo bella que le resulta, de su arquitectura o lo animada que parece... sin embargo usted no lo ha hecho, lo que usted a señalado es el carácter que le otorgan sus habitantes... es sin lugar dudas singular—

—Me temo que le otorga excesivo mérito— bromeo la joven con inocencia

—Y yo temo que usted lo minusvalore— apunto el anciano con una sonrisa —Tengo costumbre realizar esa misma pregunta a todos mis invitados, le garantizo que a lo largo de los últimos treinta años han sido bastantes y de diversa índole, y nadie respondió como usted lo acaba de hacer, ni siquiera parecido...— el anciano unió ambas manos mientra apoyaba los codos en los reposabrazos —¿Y sabe usted la razón de por qué hago siempre la misma pregunta?—

—No, pero tengo curiosidad por saberlo—

—Hace ya algo más de cincuenta años, cuando era apenas un joven de unos quince años, hice esa pregunta a una chica extranjera que llegaba por primera vez a esta ciudad... y su respuesta fue casi idéntica a la que me acaba de dar usted— explicó el anciano con tranquilidad mientras mantenía la mirada fija en la de su interlocutora

—Se refiere a la actual Shijou no Miko, Hisami-sama ¿cierto?—

—Eres muy perspicaz para ser tan joven— señaló en el anciano antes de confirmar con un rotundo —Así es— que la joven había acertado [color=brown]—Mi padre fue un diplomático al igual que yo, el Señor Feudal anterior invito a Hisami a visitar la capital y mi padre ofreció su casa para acoger a la invitada...— el anciano entrecerró los ojos como tratando de revivir aquellos días —La primera vez que la vi fue en esta misma sala, debí de parecerle un estúpido pues no pude articular palabra— esbozó una sonrisa nostálgica —nunca se me ha dado demasiado bien tratar con las personas y menos aún con aquella edad. Estaba apunto de salir corriendo cuando ella me saludo y me invito a sentarme, casi parecía la anfitriona— río alegremente —Tras un par de minutos tensos, consiguió que sintiese que la conocía de toda la vida y fue entonces cuando le formule la misma pregunta que te he hecho— el anciano se detuvo un momento —Su respuesta fue la misma... puede parecer una banalidad, pero me marcó profundamente. Yo era un crío excesivamente individualista y encontrarme a alguien que se detenía a observar a los que yo consideraba insignificantes, fue impactante... en parte soy lo que soy hoy en día por aquel momento. Aunque es cierto que tardé años en comprender y asumir sus palabras...— Soko parecía bastante reflexivo en aquel momento, aunque no perdía la sonrisa en ningún —Desde aquel entonces uso esa pregunta para evaluar a quién tengo frente a mí—

—¿Y qué es lo que ha sido evalución según mi respuesta?— preguntó la joven bastante intrigada, en parte por la historia del anciano

—Más que satisfactoria— respondió el anciano con una sonrisa en el rostro mientras se ayudaba de sus brazos para ponerse en pie —Permítame enseñarle mi mayor tesoro—

————————————————


Hayashi Soko guió a la Hyuga através de su mansión hasta el jardín que ocupaba una extensión considerable, a la altura de la construcción sin lugar a dudas. Justo en el centro del mismo, se erigía una gran urna de cristal. Mitsuki no tardó demasiado en reconocerlo como un invernado pues en el interior podía vislumbrar multitud de plantas que se agolpaban contra los ventanales e incluso flores. Algo que contrastaba con los árboles sin hojas y el cespéd totalmente oculto bajo una capa de varios centímetros de nieve.

El camino hasta el invernadero era lo único que la nieve no había podido reclamar pues los jardineros de Soko debían de haber trabajado con esmero retirando toda la nieve para que el paso estuviese totalmente libre. No les llevó demasiado llegar hasta la puerta, la cual abrió con soltura el anciano que se apartó a un lado e invitó la Hyuga a entrar con un ademán de su mano. La joven peliblanca agradeció el gesto y se dispuso a atravesar el umbral de la puerta, para de repente encontrarse con un jardín en plena primavera. Los arbustos crecían verdes y fuertes, las rosas y los jazmínes estaban en flor junto con multitud de flores más que endulzaban el aire. La joven avanzó entre los parterretes que la escoltaban dirección al centro del invernadero que estaba ocupado por varias mesas con utiles de jarinería, macetas y bonsais que estaban siendo acicalados.

La peliblanca no podía parar de mirar de un lugar a otro, nunca había visto la primavera en pleno invierno y aún menos una primavera como aquella pues en su tierra la estación era breve y apenas había plantas capaces de florecer de esa manera.

—¿Qué le parece?— pregunto el anciano mientras avanzaba con sus brazos tras la espalda, orgulloso sin duda de su obra

—Impresionante... jamás había visto tanta belleza en un solo lugar...— Mitsuki se acercó a un gran arbusto de jazmín para observar de cerca la flor que producía aquel embriagador olor —¿Cómo se llama está planta? No la había visto en mi vida y es... hermosa—

—Jazmín— respondió el anciano y así con todas y cada una de las plantas que la joven iba viendo. La gran mayoría le resultaban desconocidas a la par que hermosas. Soko tomó asiento en un pequeño taburete giratoria y dio respuesta durante más de media hora los interrogantes de su invitada, hasta que esta se dio por satisfecha, seguramente presa del cansancio de correr de un lugar a otro —Me alegro de que le haya gustado, señorita— celebró el anciano mientras la invitaba a tomar asiento junto a él —Pocas personas son capaces de apreciar la belleza de la Naturaleza aunque pueda parecer tan obvia como la de este lugar— reflexionó el señor Hayashi mientras se levantaba para ir a atender a un bonsai, al cual comenzó a poder minusiosamente.

—Me cuesta creer que alguien sea incapaz de apreciar este lugar— en la cabeza de la Hyuga no cabía tal sacrilegio

—Me temo que es algo mucho más común de lo nos gustaría a ambos— suspiro el anciano —pero me temo que la sensibilidad no es algo que este a la orden del día en nuestro mundo... y menos en estos tiempos...—

—Quizás sea que tan sólo no han tenido la oportunidad de detenerse un instante a mirar lo que les rodea... ¿No cree?—

—Me gustaría creer...— respondió el anciano un tanto desanimado —aunque me temo que no me es posible—

—¿Por qué dice eso?— inquirió la joven sorprendida ante aquella enigmática respuesta

—¿Ve esta pequeña brizna de hierba—

—Sí...—

—¿Qué le parece a simple vista?— pregunto el anciano

—Una como cualquier otra—

—Entonces le parecerá inofensiva...—

—Así es...—

—¿Y si le dijera que no es más que oidío? Una mala hierva que crece entre las buenas, corrompiendo la tierra que la sustenta con su sola presencia y abocando al resto a la muerte...— Mitsuki guardo silencio, había comprendido perfectamente hacia donde dirigía la conversación el anciano —hundiendo sus raíces profundamente, sin importarle nada...—

—Entiendo lo que dice, pero son solo plantas... no tienen opción, nacen de una semilla sin poder olvidar su origen... las personas podemos elegir, podemos cambiar... ellas no— replicó la Hyuga con tranquilidad mientras jugaba con las hojas de un bonsai cercano

—Hace tiempo pensaba como usted y su maestra, creía que la gente podía cambiar pero el tiempo me ha demostrado que estaba equivocado...— el anciano dejó las tiejeras de podar sobre la mesa antes de voltearse hacia la joven —Admiro su forma de ver el mundo, señorita. Espero que este le tenga preparadas mejores cosas que las que me entrego a mí— dio un par de pasos hasta quedar en mitad de la estancia —Será mejor que nos preparemos para la cena, se va haciendo tarde y sería responsable por mi parte recibir el año de esta menera— comentó con una cálida sonrisa —Puede quedarse aquí cuanto guste, si me disculpa—

—Muchas gracias— la joven hizo una leve reverencia —Hasta la cena, Hayashi-dono—

—Hasta la cena mi querida Akikarana— dijo antes de encaminarse hasta la salida del invernadero, abandonando la estancia y dejando a la joven sola entre aquellas plantas

Mitsuki avanzó hasta el bonsai que había estado podando el anciano, junto a la base del arbolito emergía la leve brizna de hierva que le había señalado el anciano. La Hyuga la toco con la llema de sus dedos cuidadosamente mientras reflexionaba en lo que el anciano le había dicho.
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