Kimura siempre había oído hablar muchas cosas sobre el conocido como Puente Tenchi o “Puente entre el Cielo y la Tierra”, aunque esta era una denominación que acostumbraban a utilizar los más ancianos exclusivamente. Sin embargo, nunca había podido verlo con sus propios ojos, sabía que una vez había cruzado por allí junto a su familia, pero por aquel entonces no era más que un bebe con escasos meses de vida.
Sin embargo, ahora ya era un joven muchacho, un gennin que hacía pocos meses que se había graduado de la academia shinobi de Takigakure, ansioso de conocer el mundo. Era ya una costumbre establecida en Takigakure que los gennins pudieran salir a recorrer el país y sus inmediaciones. No sabía muy bien como había comenzado, pero incluso la generación de su hermana hacia eso. Mientras no se alejaran demasiado y tuvieran cuidado, era bueno que los futuros representantes de la aldea conocieran el mundo y maduraran con lo que descubrieran en sus viajes.
Mientras divagaba sobre sus pensamientos, él Yuki fue dejando atrás los frondosos bosques que rodeaban al País del Rio mientras se acercaba al puente. Le sorprendía un poco la diminuta cantidad de gente que veía por aquel camino. Siendo que estaba cerca del puente, esperaba un afluente de gente mucho mayor.
“Esto debe de medir como mínimo unos sesenta metros de largo y unos veinte de ancho…” reflexiono una vez llegado al inicio del puente. Se detuvo durante unos momentos para admirar la extensión del mismo, las personas caminando con tranquilidad sobre aquella construcción, los pájaros que sin cesar pasaban volando sobre su cabeza, bajo el brillo del sol. Dio sus primeros pasos en el puente, escuchando el claro y bonito sonido que sus sandalias producían al pisar aquel pavimento. Se acerco hacia la barandilla para observar el largo vacio del precipicio, habiendo únicamente un rio en el fondo.
La gente seguía circulando atrás suyo, mientras Kimura, con una mano acariciando la baranda, avanzaba por el costado izquierdo del puente, absorto en las bellas vistas.
El verdugo de la humanidad deambulaba sin sentido apenas, su última aventura no había sido de lo más ideal, y casi le lleva a terminar su camino sin éxito en su misión. El desaliento no llegó a anidar en su pecho, mas el cansancio ya llegaba a ser sopesado. Tuvo suerte con esa chica rubia, suerte por no llamarlo de otra manera... el destino a veces es realmente irónico.
Su gabardina negra iba arrastrando todo lo que atrapaba a los pasos del chico, ya fuesen hierbajos o simple arenisca. A cada paso se acercaba, o alejaba, de aquél ,maldito valle. Ya no sabía si pensar que había sido bueno o malo, tan solo le quedaba esperar a ver qué clase de prueba le ponía en entredicho aquella shinobi de aldea inventada. No cabía en su cabeza que a su madre le hubiese dado por ese punto, jamás lo hubiese imaginado. Crear una aldea de shinobis para experimentar los efectos de la orquídea negra en esos especímenes era realmente una idea demente, y que un demente como Blame pensase eso ya daba qué decir.
Su cabellera blanca resplandecía en ausencia de color ante la fogosa luz del astro mayor. Quizás era mediodía, o quizás era ya mitad de la tarde. En esos días en los que uno no se siente ni persona, poco importa, la verdad. Tan solo le quedaba el andar.
— Te mataré... aunque en tu caso haré una excepción, y te haré sufrir un infierno antes de concederte la libertad... no mereces la salvación... eres... eres... — En la cabeza del chico ese pensamiento era tan intenso, que hasta su mismo pensar se hizo escapar entre palabras.
Andaba con los orbes de color dispar anudados al suelo, cabizbajo. Cuando quiso hacer frente a la realidad, se encontraba en frente de un enorme abismo. El lugar tenía otra tierra al frente, y a su diestra había un enorme puente que juntaba los dos continentes. Una estructura de madera, hierro y a saber qué mas que se imponía ante el poder de la naturaleza, vacilando a ésta como construcción humana que sobrepasaba esos límites físicos que intentaba imponer.
El Senju continuó su marcha hacia el lugar mas obvio, el único que le permitía pasar hacia su destino. Había de cruzar ese puente para ello, y no titubeó un instante, no temía a nada, menos a una estructura flotante.
Con parsimonia y penumbra sobre sus tétricos ropajes, el exiliado caminó hasta llegar al susodicho puente. Allí echó un vistazo, algo llamaba su atención. La gente parecía arremolinarse ante ésta estructura, como si de un lugar turístico se tratase. Habían desde fotógrafos hasta dibujantes que hacían de éste un lugar de ocio, aunque por suerte para el albino, no estaba del todo transcurrido.
Tomó con su mano la capucha, asegurándose de que la tenía bien arranchada a su espalda, tras lo cual tomó un largo camino hacia abajo, pasando primero por su cabellera sin color. En una leve pasada, peinó su desvirtuada media melena.
El agua discurría furiosa en el rio a varias decenas de metros más debajo de lo que se encontraban todas aquellas personas que cruzaban. La mayoría no le prestaban atención a tal hecho, mientras que otros parecían absorberse en aquel fenómeno; y el muchacho de ojos como el cielo era uno de esos individuos.
Sus dedos acariciaban el frio cemento en el que estaba construido la baranda de aquella construcción humana, mientras el suelo hacia un débil eco del sonido que sus sandalias causaban al pisar el suelo. Un sonido que se mezclaba junto a todos los demás, formando su propio ecosistema, sonidos de pasos, el pincel o el lápiz de un artista en proceso de plasmar una nueva obra, las ocasionales risas de amigos que iban juntos.
Pero a la vez que llegaba al final del puente, algo más lo hizo. Algo molesto, algo que a medida que avanzaba, destruía aquella burbuja de paz que podía encontrarse allí. Se mostraba como un hombre que pronto llegaría al atardecer de su vida, bajo y flaco, de cabello negro encanecido; detalles que casi nadie pudo apreciar, puesto que iba conduciendo un carruaje que a toda velocidad atravesaba la mitad del puente. Más de una persona tuvo que tirarse a un costado para evitar ser arrollado por aquel personaje, que con una voz que destilaba egoísmo tan solo gritaba.
— ¡¡Apartaos de mi camino!! ¡¡Tengo mucha prisa, salid del medio de la carretera!! — Y sin embargo, algunos llegaban a vislumbrar la sonrisa malévola en su rostro, de alguien que disfrutaba haciendo esas “travesuras”.
Pero el Yuki tan solo puso atención a un detalle. El de que mientras el carruaje se acercaba, sin duda atropellaría a un joven, aunque no sabría calcular su edad, puesto que llevaba una capucha que solo dejaba entrever unos mechones de cabello. Rápidamente corrió hacia el otro, y con todas las fuerzas de las que era capaz, agarrándolo del brazo lo tiro arrastrándolo con él hacia un costado, cayendo de culo en el suelo debido al impulso. Apenas unos momentos después, el carruaje pasaba a toda velocidad donde el chico había estado parado y desaparecía por el camino.
Kimura se tomo unos momentos para respirar y luego miro al otro.
— Disculpa eso... ¿Estás bien? —
El caballero de tétrica apariencia, el shinobi sin aldea, el guerrero sin nombre... ése mismo iba caminando sin atender a la realidad. Todo en su cabeza daba vueltas en torno a su venganza. Si, realmente era humano, y pese a todos sus principios... con su madre tendría un trato muy especial. La venganza, así como todos los sentimientos negativos que posee cualquier humano pasaban también por sus venas, y éste este sentimiento concreto era irrevocable.
Tanto distaba su mente de la realidad, que no atendió a razones. La gente que se disponía en la estructura impuesta sobre el agua se apartaba bruscamente ante un desfachatado atentado a la tranquilidad. Todos, o al menos la gran mayoría evitaban ser atropellados por un carruaje que no cedía el paso, mas bien exigía el suyo propio. De hecho, ni lo exigía, arremetía contra todo lo que se le llegase a cruzar, y el albino era una de esas cosas. Escasos segundos le faltaron para ser arroyado, pues antes de que eso sucediese, se vio desequilibrado por otro eje. Éste eje no fue mas que una persona, que le hizo un placaje para evitar que el carruaje lo aplastase.
El albino cayó en seco, sin posibilidad de impedir un chasquido con la lengua, gesto del impacto contra el suelo. Todo había sido muy brusco, no sabía ni para donde mirar.
—Tsk! ¿Qué coño...?—
En cuanto pudo, echó la vista hacia la carreta que había pasado a su lado a toda velocidad. Junto a él, un chico le preguntaba si se encontraba bien. El Senju llevó sus orbes hacia él, y en su cara solo se mostraba discordia, muestra de ello era la ceja alzada. ¿Por qué diablos se había arriesgado para evitarle el accidente? Éstos humanos cada vez eran mas singulares...
—Si... si... estoy bien gracias a ti.— Respondió ante la pregunta.
No tardó en sacudirse la ropa, así como en levantarse.
—No sabía que las carretas tenían permiso para circular por éste puente... y menos que no tuviesen reglas al hacerlo... Mi nombre es Blame, y gracias por el empujón.—
Tan solo esperaba que su gratitud fuese suficiente, quizás el chico ese solo le había movido buscando un beneficio. En éstas fechas la cartera no iba muy llena...
Kimura giro la cabeza y se quedo observando unos segundos el carruaje que desaparecía por el camino, y la nube de polvo que una vez tocada la tierra esta fue dejando tras de sí, hasta que esta también se disipo, dejando solo a gente que se llevaba la mano a los ojos o tosía a causa de ella. “Puto viejo de mierda” fue lo único que atino a pensar el joven mientras se levantaba del suelo, sintiendo todavía el eco del golpe seco contra el suelo en el trasero, aunque pronto dejo de prestarle atención y desapareció.
Cuando dirigió de vuelta su mirada al muchacho al que había empujado fuera de la trayectoria del loco conductor, observo que aquel lo miraba fijamente, con una ceja alzada, como si estuviera preguntándole o cuestionándole algo; al menos esa sensación le causaba al chico. Pero fue su apariencia tan particular lo que llamaba más la atención del Yuki. No solo era aquella piel, incluso mas pálida que la que el mismo ostentaba. No era la capucha que llevaba ahora baja.
Para empezar, sus ojos no eran de un mismo color; mientras que uno era azul como las aguas, otro era verde como hojas de un árbol. Dos tatuajes resaltaban sobre la blanca piel, ubicados encima de la frente, en la izquierda de su rostro, dos estrellas, volviéndose a hacer presente el color azul en una de las estrellas, mientras que la otra era de un celeste casi tan vivo como el que se podía ver en los ojos de Kimura.
Sin embargo, volvió a la realidad cuando el otro comenzó a hablar. Pronto también se levanto y tras sacudirse el polvo de la ropa, se dirigió nuevamente hacia Kimura.
— No sabía que las carretas tenían permiso para circular por éste puente... y menos que no tuviesen reglas al hacerlo... Mi nombre es Blame, y gracias por el empujón. —
Tosió un poco mientras se quitaba también los restos del polvo de su vestimenta, y contesto a las palabras del otro muchacho.
— Supongo que tendrán permiso para hacerlo, al menos desde las riberas, para no desviarse por otros países… Aunque desde luego, no de esa forma ni a tanta velocidad… — Escucho el nombre, y sonrió ligeramente cuando le dio las gracias. — Curioso nombre, Blame, suena bien. Y no me agradezcas, no me ha costado nada hacerlo. Además, hubiese sido una pena que la atmosfera de este lugar se hubiese visto empañada con una desgraciada muerte por la negligencia de un estúpido… — Se tomo un momento para respirar y mientras, volvió a dirigir su mirada hacia el cielo, los alrededores de aquel puente, de paisaje tan hermoso.
— ¿Eres de por aquí, Blame? ¿O acaso vienes del País de la Tierra o de algún otro lugar lejano? —
El chico de orbes celestes no tardó en imitar el gesto del albino, procediendo a quitarse el polvo de encima tras levantarse. Contestó que evidentemente podrían tener permiso para circular por ese puente las carretas, principalmente por las riberas. Aunque evidentemente, ambos coincidían en algo, no a esa indebida velocidad.
«Curioso color de pelo...»
El chico desvarió un poco su atención al caer en el detalle, mas no era el estereotipo ideal de persona para resaltar un rasgo ajeno; él mismo poseía dos rasgos bastante extraños, por no mencionar casi imposibles en combinación. Albino y heterocromático.
Sin embargo, su desvariación tardó poco en tomar rienda. El chico comentó que había hecho lo ideal con tal de no arruinar la atmósfera que se respiraba de tranquilidad, que una muerte habría sido una lastima. Si que era una persona pesimista, de esas que ven el vaso no medio vacío, sino con dos gotas. ¿Realmente pensaba que por una arremetida de un carruaje podía morir una persona? Sin duda, ese chico no se había visto arrastrado hasta los límites de la muerte, como bien había sido llevado el Senju.
Las personas pueden aferrarse mucho a la vida, lamentablemente.
«La vida puede parecer efímera... pero no lo es.»
Sin tan siquiera haber dicho su nombre, el héroe del día preguntó al de Kusagakure cuál era su procedencia. Pregunta que sin duda alguna, no vería una respuesta sincera. Suerte la del albino de ser buen mentiroso, o al menos lo suficientemente ágil de mente como para inventarse algún tipo de evasión a la pregunta.
—Vengo desde el país de la tierra, concrétamente desde Notsuba.—
Toda una suerte para él que ya conociese varios países, y alguna que otra ciudad en éstos.
—Por cierto... ¿y esa banda metálica? Casi parece la de un shinobi.— Preguntó sin tapujos.
Evidentemente, él no era conocedor de nada acerca de la aldea que había surgido tras la caída de Kusagakure. Era un buen tema a tratar, pues no conocía ese símbolo, y posiblemente era mas curioso a preguntarle meramente su nombre. Las presentaciones están demasiado sobrevaloradas.
Más allá de su extraña apariencia, no había nada en lo que Blame mostraba de si o decía que hasta el momento hubiese hecho que Kimura sospechase de él en alguna forma. Y siendo el joven alguien poco dado a llevarse por las apariencias, la ropa de Blame no suponía para el ningún problema. Así que cuando el otro muchacho contesto a su pregunta con un, — Vengo desde el país de la tierra, concrétamente desde Notsuba. —, el castaño se trago la mentira con papas y todo.
Cuando iba a abrir la boca para preguntar sobre que tal era la ciudad, curioso y todavía más de lo normal si era posible, ya que era una de sus paradas durante el viaje, se vio interrumpido por el peliblanco que volvió a hablar, preguntándole por… ¿Su bandana?
— Por cierto... ¿y esa banda metálica? Casi parece la de un shinobi. —
El joven no puedo evitar extrañarse un poco por la pregunta. Claro, el nunca había salido antes del País del Rio desde que había llegado cuando era nada más que un bebe, así que aunque conocía la historia de su aldea, daba por hecho que al menos los habitantes de un lugar tan cercano como el País de la Tierra la conocerían.
— Pues es mi bandana shinobi de Takigakure, claro está. Supuse que en un lugar tan cercano como Notsuba todos sabríais sobre la aldea, aunque recientemente se haya elevado como una gran aldea shinobi, como debe ser. Como siempre tuvo que ser. — Aunque oficialmente era poco lo que se sabía, los rumores eran una costumbre difícil de erradicar, y varios eran los que comentaban que era gracias a la destrucción de aquella aldea conocida como Kusagakure que habían alcanzado tal estatus.
Sin darle mucha más importancia, pues era un tema ya cotidiano para él, Kimura intento desviar el rumbo de la conversación hacia derroteros que podían saciar su curiosidad.
— Y dime, ¿Qué tal es la vida en Notsuba? ¿Tenéis alguna costumbre especial en el País de la Tierra, alguna celebración? Mi viaje me guía hacia tu ciudad natal, así que estoy interesado en todo lo que puedas contarme. —
La respuesta del chico no fue menos que sorprendente. Afirmaba que pertenecía a Takigakure, cuya traducción venía a ser aldea oculta de la cascada, aldea de la que no tenía idea de su existencia el albino. Sin embargo, éste chico hablaba de ella con la boca llena, y el mentón bien alto. Parecía orgulloso de que hubiesen empezado a ser reconocidos como una de las grandes aldeas, y eso que antes ni eran conocidos. ¿De donde diablos habían aparecido? Era realmente deshonroso ser proclamados afamados a causa de un desastre en otra aldea...
Tampoco es algo que deba de criticarse, a él le parecía bien. En el mundo shinobi, quien no mata muere. Evidentemente, en un mar de hienas, quien no muerde es devorado. Ley de vida. Una pena que esa gente no hubiese sido otra... pero oye, al menos habían sido liberados. Se habían librado de una vida llena de sufrimiento. Que buena gracia divina.
—Mmm... entiendo, entiendo.— Se limitó a continuar con la afirmación del chico.
Tras ello, el shinobi preguntó a Blame sobre su ciudad natal. En un principio no sabía ni que inventarse, pero por suerte, ya había tomado una buena carrerilla con eso de las mentiras... Casi se podría decir que mentía mas de lo que hablaba. Pero en éstos tiempos era normal, sobre todo para alguien cuya aldea había sido arrasada sin motivo. ¿Qué diablos iba a decir de verdad? ¿En quién confiar? No habían amigos, y no habían verdades. Así de simple todo.
—Pues casi llegas en la época de la batata. En la ciudad suele tomarse una batata, se entierra, y se hace una hoguera encima. Todos cantan y bailan, y cuando las brasas se apagan, desentierran y comen la batata. Es una fiesta muy popular, y que casi todos festejan. Es una suerte si coincides con esa fiesta, es una de las mas bonitas y alegres.— Se inventó ipso facto.
Evidentemente, no se encontraría esa fiesta por allá, y si la encontraba... mira que habían casualidades en la vida. Por suerte, raramente se volverían a encontrar... ¿qué mas le daba?
Pensó en añadir alguna cosa mas. Pero solo le rozaron el pensar ideas absurdas. Decirle al chico que debía llevar la batata en la cabeza por tres días antes sería quizás demasiado arriesgado. Por otro lado... sí que sería una risa... pero en fin, no todo se puede tener en ésta vida. ¿Qué diversión quedaría en la vida venidera?
Efectivamente como Blame había pensado, Kimura estaba orgulloso de su villa, a pesar de la forma que habían tenido de poder ascender. No solo era que el mundo shinobi era así, lejos del romanticismo y todas esas tonterías que se quisieran crear, sino porque, él veía un justo castigo y premio, pues ellos habían sido subyugados antes.
El muchacho de ojos dispares se quedo en silencio durante unos momentos tras la primera respuesta de Kimura, emitiendo tan solo unas palabras para expresar que entendía. Luego, tras las nuevas preguntas del chico de rojizo cabello, desplego una respuestas más elaborada y elocuente, aunque no fuese más que una mentira.
— Pues casi llegas en la época de la batata. En la ciudad suele tomarse una batata, se entierra, y se hace una hoguera encima. Todos cantan y bailan, y cuando las brasas se apagan, desentierran y comen la batata. Es una fiesta muy popular, y que casi todos festejan. Es una suerte si coincides con esa fiesta, es una de las mas bonitas y alegres. —
El joven Yuki no puedo evitar pensar que quizá el chico le estaba tomando un poco el pelo. ¿Bailar alrededor de una batata? Está bien, cada pueblo tenía sus costumbres, pero eso debía resultar un poco ridículo, ¿No? “En Taki las celebraciones son mucho más solemnes, pedir deseos, unirse alrededor del árbol…” Sin embargo, debía aceptar que quizá el chico no le estaba mintiendo, después de todo, el nunca había visitado Notsuba.
— ¿Y qué objetivo tiene esa celebración? ¿Cosecháis batatas en Notsuba u algo, sois principales exportadores? No te lo tomes a mal, también en Taki tenemos fiestas… Pero suelen ser más cosas como juntarse alrededor del Árbol Sagrado, algo más solemne. En fin… — Poco después de que Kimura formulase su pregunta, una persona se acerco había los dos muchachos que estaban hablando allí, en el costado del puente.
Era una joven que debía contar con unas veintitrés primaveras; su cabello caía hasta la mitad de su espalda, lacio y de color naranja como zanahoria. La forma del rostro era redonda y poseía cierta belleza, de rasgos equilibrados, y unos ojos marrones como la avellana. Vestía con un kimono de viaje, de color fucsia, y en sus manos llevaba un cuaderno de dibujo, con un lapiz negro en la otra mano.
Sonriente, se dirigió hacia los dos muchachos. —Disculpen que los interrumpa, chicos. ¿Les molestaría que los dibujara? Tan solo tienen que quedarse así, frente a la barandilla, con el paisaje queda muy bien. Hace tiempo que quería hacer una escena así, pero todos estos viejos me dicen que no… — Con ojos un poco suplicantes, se quedo en silencio, mirando a los dos chicos.
Kimura fue el primero en reaccionar, que alternando su mirada entre Blame y la joven, contesto vacilante. — Bueno, yo no tendría problema, todo sea por ayudar a un creador de arte… No se Blame, si tendrás problema… —
|