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Una puerta se abrió. Una figura femenina atravesó el umbral, envuelta en un manto más oscuro que la negrura del universo. Hasta que la oscuridad se vio apartada, solo un poco y todavía al acecho, por un débil manto de chakra verdoso.
Alguien golpeaba un pecho con violencia.
— ¡Vamos, HIJO DE PERRA! ¡No sabes cómo odio los putos mártires como tú! ¡Te los has cargado a todos, bastardo genocida! ¿En serio vas a detenerte ahora? ¡Termina tu trabajo…!
…
— ¡CÁRGATE A LA MUERTE Y VUELVE!
Thump…
(Te pediré en breves que realices una tirada de 100. Al resultado, le añadiré tu Resistencia (40 – 20 (penalización Máximo Esfuerzo) = 20). Si el resultado final es 50 o superior, vives. Si no, mueres. El resultado ha sido…
[b][u]Tirada 1d100[/u][/b]: 64 + 20 = 84
¡Thump, THUMP!
Cuando abrió los ojos, lo único que pudo ver fue a ella. No era Izanami, sino la Matasanos. Aunque quizá, a partir de aquel día, tendrían que ponerle un nuevo mote.
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Seguía vivo. No sabía cómo ni por qué, pero de alguna manera seguía vivo. Había sobrevivido al hambre y a las hostilidades dentro del maldito agujero al que lo habían lanzado a morir, había sobrevivido a multitud de los guardias e incluso había sobrevivido la Tríada de Sanbei. Hacerlo fue sencillo: solo tuvo que deshacerse de su humanidad y cargárselos a todos. Ahora no era más que un monstruo al que ni siquiera se le ofreció comida al bajar al Yomi. No lo querían allí.
Aún así, con todo eso, seguía vivo.
— ¿Estáis... todos bien? —Preguntó apenas consiguió las fuerzas para abrir los ojos.
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—Lo estamos —escuchó Daigo, al abrir los ojos—. Lo estamos.
La pared de tierra había sido derruida —todo indicaba que por sus Raitones—, y los únicos cadáveres que se encontraban en el pasillo eran de sus enemigos y Chillidos. La Hambrienta estaba junto a ellos, leyendo fervientemente un cuaderno. La Llorona también estaba, inconsciente pero viva, con la cara destrozada. El único que faltaba era…
—Risitas leyó algo del diario y se ha pirado entre risas. Ya sé que decir eso es redundante con él, pero… Eran otro tipo de carcajadas. Como si acabase de darse cuenta de algo muy gracioso.
»Lo que hemos encontrado en la caja fuerte. Una puta fotografía —dijo, mostrándole una niña pequeña abrazando una muñeca de madera con sus padres tras ella, sonrientes—. Y ese puto diario.
»¿Has encontrado ya algo, Hambrienta? No sé qué pasará tras la muerte de Nathifa, pero preferiría no estar aquí para descubrirlo.
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Al escuchar la respuesta de La Matasanos, Daigo se permitió sonreír. Al menos los había conseguido salvar. Luego de ver a su alrededor y de presenciar su obra, decidió volver a apoyar la cabeza en el suelo.
«Lo hice para salvarlos a ellos». Intentó excusarse a sí mismo, pero por primera vez en su vida no podía hacerlo.
Negó con la cabeza. No era el momento de pensar en esas cosas. Todavía no estaba fuera. No podía detenerse ahora.
— Entonces... ¿solo había un diario y una foto? —Tragó saliva al ver la foto. ¿Esa era Nathifa? ¿Su hija?
Se le revolvió el estómago. No podía ignorarlo. La había matado a mucha gente, pero a cambio ahora seguía vivo. Había derrotado a tres enemigos poderosísimos y ahora estaba vivo. Ese fue el poder que consiguió al dejarse llevar, al no contenerse. Pero en el proceso había matado a más de diez esclavos que ni siquiera estaban conscientes de lo que hacían. Se los había cargado a todos.
— Yo... —Volvió a negar con la cabeza. Tenía que ignorarlo, de momento, aunque fuese tan difícil—. Yo tampoco quiero saber quiero estar aquí para descubrir lo que pasará. Tenemos que darnos prisa.
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No, si se fijaba mejor, la mujer se parecía a Nathifa, pero no era ella en absoluto. En cambio, la niña sí que tenía cierto aire. Aquellos ojos... Quizá fuese...
La Hambrienta continuó leyendo en voz alta y de forma atropellada, como si no estuviese acostumbrada.
Papá y mamá van a regalarme una marioneta por mi cumple. Lo sé porque les escuché hablando a escondidas JEJE Soy tan feliz! Así podré proteger el espíritu del desierto. Papá siempre dice que desde que murió Sanbei el pueblo se ha ido corrompiendo. Putos foráneos! ¡Que se queden con su cielo sin sol y sus verdes ciega ojos! Nosotros venimos de la arena, y a la arena volveremos. O eso dice papá. Voy a ser la Moradora del Desierto MAS MEJOR DEL PLANETA!
— ¿Qué? ¿Estás de coña? Nathifa era... ¿una Moradora del Desierto?
— ¡Qué más da! ¡Eso debe ser de cuando era una cría! ¡Mira mucho más adelante!
— Voy, voy...
¡No soy capaz de controlarla! ¿¡Por qué no soy capaz de controlarla!? ¡Ya han pasado siete años, joder! Nadie entre el clan tardó tanto en manejar su primera marioneta. Y lo peor de todo es que están criticando a papá y mamá por mi culpa. Susurran entre las tiendas. Dicen que si mi sangre es tan débil, es porque ellos deben serlo también. ¿Se atreverán a amotinarse? No. ¡NO, MIS PADRES SON LOS MEJORES LIDERES QUE PUEDEN TENER! ¡NO LO HARÁN! ¡JAMÁS!
— ¡Sáltate otro puñado de páginas!
OS ODIO OS ODIO OS ODIO. ¿COMO PUDISTEIS? ¡SOLO NECESITABA UN POCO MÁS DE TIEMPO!
— ¡Sáltate casi al jodido final, hostia!
Hoy hemos logrado un gran avance. El Fūinjutsu está casi al completo. Todavía no funciona del todo bien en invocaciones, pero los humanos que se resisten al sello es menor al uno por ciento. Un paso más para que el mundo deje de sufrir en su propio caos. Espero volver a ver a mis padres algún día. Ellos pensaron que fui débil, todos ellos lo pensaron. Pero en realidad, me acabo de convertir en la marionetista más grande que ha habido en Ōnindo. Mis métodos son otros. Mis hilos son otros. Pero nadie en la faz de la tierra ha manejado a tantos humanos juntos.
— Vale, vas bien, vas bien. Sigue por ahí.
No me gusta cómo se está desenvolviendo la guerra. Mis marionetas, mis Esclavos, son guerreros formidables. Sin temor al dolor ni a la muerte, y obedientes como ninguno. Y ese es el problema, son demasiado obedientes. Ayer mandé a un comando a eliminar un escuadrón que teníamos localizado a la vera del Río de Oro. Resulta que habían huido antes de que llegasen, pero por el camino se encontraron al Comandante Croll con apenas guardia. ¡Menuda oportunidad para acabar con ese sucio bastardo! Pero como no les había mencionado nada de él, ¡dejaron pasar el regalo caído del cielo!
No me gusta, pero no me queda más remedio que ceder parte del control para que eso no vuelva a suceder. A gente de mi confianza que los pueda dirigir en combate. Aunque ellos tienen que tener otro tipo de control. Es demasiado peligroso que usen un artilugio como el mío. Si lo perdiesen y cayesen en manos del enemigo... No, tiene que ser algo más sencillo. Y algo sobre lo que yo tenga absoluto control. No existe la gente que tenga mi ABSOLUTA confianza. Papá, mamá, eso me lo enseñasteis bien.
— Joder, no habla nada de ningún túnel.
— Todavía quedan páginas. ¡Va, no pares! ¡Todo esto tuvo que servir para algo!
Uchiha Zaide...
— ¿Qué coño...?
— ¿Qué pasa?
— N-no. N-nada. Ese era... el del atentado, ¿no? Continúa.
Uchiha Zaide estuvo aquí hoy. ¡En mis narices! ¿Cómo se me pudo escapar dos veces? Envié a la Tríada de Sanbei a por él, pero no puedo permitirme perder más poder. Hokori Kishin me está apretando. La guerra no pinta bien. Mis Consejeros me apremian a que use el sello en inocentes. Así daríamos la vuelta a la balanza. Pero me niego. Hice este sello para controlar al Mal. No cruzaré esa línea.
He vivido entre los Moradores del Desierto. Serán sucias ratas, pero lo bueno de las ratas es que saben cómo moverse sin ser vistas. Recuerdo que mamá me condujo por los túneles laberínticos del Desierto. No recuerdo bien todos los caminos, pero sé que una de esas entradas se encuentra en esta fortaleza. Antes de que fuese Directora, ningún Morador del Desierto permanecía mucho tiempo en esta prisión, oh, no. Y fue buena idea no sellar la entrada secreta.
Secreta. Qué gracioso decir eso. No podía estar más a la vista, y ni los presos se han dado cuenta de ella.
— ¿Por qué paras ahora?
— No... No dice nada más —respondió la Hambrienta, para su desgracia— . Solo dice que si pierden, huirá junto al resto de Esclavos por los túneles y se cobijarán en las Pirámides de Sanbei para usarla como nueva fortaleza.
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Daigo se forzó a escuchar lo que había escrito en aquel diario, aunque realmente no quería hacerlo. Ya tenía suficiente con matar a Nathifa cuando pensaba que era un monstruo, ¿pero ahora? No quería seguir escuchando. No quería conocerla, porque si la conocía, Nathifa dejaría de ser un monstruo y se convertiría en una persona, con un pasado y una familia, y él había matado a esa persona.
Aún así escuchó, pues si había una pista en aquel diario, tenía que enterarse. Podría ser su única esperanza de salir.
«Era una moradora del desierto, como Kasaru...» Pensó Daigo. ¿Qué será de ella? ¿Qué le diría si lo viese ahora? ¿También le diría que no se disculpase por las cosas que ha hecho? «¿Esos tres fueron contra Zaide? ¿¡Y sobrevivieron!? Eso significa que... ¿estará muerto?»
Pero entonces, La Hambrienta leyó la última parte, la que hablaba de los túneles, y Daigo estuvo a punto de echarse a reír también.
— No puede ser... —Dijo Daigo—. Tiene que estar hablando del agujero dentro del culo de Ōnindo.
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La Hambrienta se quedó mirándole, sin saber si tomarle como un estúpido o un loco.
—¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Cómo va a estar dentro de nuestra propia celda, pedazo animal? Eso sería demasiado estúpido como para...
—No jodas... ¿Cómo coño...? ¿De verdad todo este tiempo...? —negó con la cabeza, no sabía si descojonarse histéricamente o llorar—. No... No hubiésemos podido bajar por ahí sin matarnos sin el uso de chakra —quiso consolarse—. No me lo puedo creer pero... tenemos que volver a nuestra celda. Tenemos que meternos en nuestra puta celda por voluntad propia.
Se levantó, e hizo un gesto a la Hambrienta para que le ayudase a cargar a la Llorona.
—¿Puedes caminar? —preguntó, lanzando una mirada dubitativa a Daigo. Le acababa de reanimar el puto corazón y por su cara pálida parecía al borde del desmayo (5 PV), pero no podían perder un minuto más en curarle. Tenían que escabullirse antes de que todo el puto ejército de Nathifa se le cayese encima.
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Daigo intentó levantarse, haciendo fuerza, pero le costaba mover los brazos y no era capaz de mover las piernas ni un centímetro. Entonces, se miró las manos y se dio cuenta de lo que estaba pasando: había dejado de brillar. Su técnica se había terminado. Estaba jodido.
— No... —Respondió—. No creo que pueda andar en meses.
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La Matasanos le miró largo y tendido, quizá por solo unos segundos, pero parecieron eternos. Ella fue quien le dijo que no iban a poder salir todos vivos de allí. Ella fue quien le dijo que sería mejor dejar gente atrás para aumentar sus probabilidades de sobrevivir. La Llorona ya pesaba lo suficiente. Recorrer todo el pasillo ya iba a ser lo suficientemente peligroso como para cargar con un segundo peso muerto. Si hubiese estado en otras condiciones... Pero, joder, llevaba meses comiendo mierda y bebiéndose su propia orina. Estaba flaca, mareada, manteniéndose en pie a base de pura fuerza de voluntad.
Sí, gracias a Daigo, habían llegado hasta allí. Gracias a Daigo, habían atisbado la luz de la esperanza. Pero también seguía viva por la Llorona. Tenía una deuda que saldar con ella. La miró. Volvió a mirar a Daigo... y decidió.
—¿Podrías darme tus dos cadenas? Me vendría bien, y tú ya no las vas a necesitar —alargó la mano libre, por si se las daba—. Espero que lo entiendas.
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—Oh, pero las necesitaré. —Respondió Daigo, sonriente. Entendía lo que estaba sucediendo—. Daos prisa. No me esperéis. Ya me las arreglaré.
Estaba hecho mierda y con una pierna y media metida en la tumba, pero no iba a dejar de pelear ahora, incluso si no podía caminar.
— Los guardias probablemente tengan armas. Cogedlas si las necesitáis y tened cuidado. Incluso si no hay nada en el túnel, probablemente hayan trampas en las Pirámides de Sanbei.
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La Matasanos puso los ojos en blanco, negando con la cabeza.
— Mira que eres cretino —le espetó, agachándose para robárselas y tirarlas al suelo. Con lo débil que se encontraba él, no iba a poder hacer mucho para detenerla. Luego cogió el brazo de Daigo y tiró de él para cargarlo sobre su espalda— . Suficiente tengo con cargar tus setenta y cinco kilos de peso como para meterme cinco más encima. Así que abrázate a mí y calla. Si nos encontramos guardias, estamos muertos igualmente.
No esperó a que nadie protestase. Simplemente empezó a andar.
• • •
El camino de vuelta fue mucho más lento que el de la vuelta. De nuevo, pasaron al lado de una puerta donde escucharon un gimoteo. En esta ocasión, la Matasanos ni tan siquiera torció la vista. Suficiente tenía con seguir dando pasos. La Hambrienta era quien más peso soportaba de la Llorona, pero ella tenía que tirar del Sin Piernas.
— No me puedo creer que volvamos aquí. Con lo que nos costó salir —farfulló, en la entrada de la celda.
— Lo mismo digo, hijaputa. Lo mismo digo.
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Daigo se sorprendió al escuchar la respuesta de la Matasanos, pero se sorprendió aún más cuando la mujer se agachó para recogerlo.
— Oye... ¿Qué estás haciendo? Tenéis que daros prisa. —Le apresuró Daigo, aunque no opuso resistencia. No podía—. Gracias...
Daigo se quedó callado y abrazó a la Matasanos para que pudiese cargarlo. Realmente no esperaba que nadie hiciese algo como eso por él.
Pasaron otra vez al lado de una puerta, desde donde escucharon un gimoteo. Aunque quería ayudar, esta vez, no había nada que Daigo pudiese hacer para ayudar. Literalmente no podía moverse y no podía pedirle a La Matasanos o a la Hambrienta que arriesgasen sus probabilidades de escapar por salvar a un desconocido.
— Al menos... no tendremos que volver a pasar por aquí. —Suspiró. No tenía buenos recuerdos de aquel asqueroso lugar—. ¿Está Risitas?
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Ninguno de los tres lo vieron, aunque escucharon un sonido agudo a su lado.
— Shh... —Era la Llorona. Acababa de recuperar la conciencia y se le había escapado un gimoteo. Tenía la cara llena de bultos, la nariz rota, el mentón torcido y encharcada en sangre seca— . Lo sé, lo sé. Duele. Sshh. Hemos encontrado la salida. Pronto saldremos de aquí.
— Vamos, hay que darse prisa. Pueden volver en cualquier momento.
— ¿Eres capaz de ayudar a la Llorona? No creo que pueda ella sola —pidió, a la Hambrienta. La mujer torció el gesto, visiblemente contrariada— . Voy yo primero con Daigo y os espero abajo. Por si... os caéis
0000(+1)
La bajada de ambos fue peliaguda. La Matasanos tuvo que emplear el uso de chakra para sujetarse mejor a la pared, cuyos improvisados agujeros formaban una especie de escalera llena de... bueno, heces.
La bajada de La Hambrienta, en cambio...
+---
… tan mala que la Matasanos tuvo que rescatar a la Llorona cazándola en el vuelo.
— ¡Aaggghh! ¡¡Hija de puta!! ¡Dijiste que...! ¡Bah! ¡No sé ni por qué confío en vosotros! —gritó, todavía en el suelo. Se había dado un buen golpetazo en el costado y un brazo.
Pero la Matasanos no se molestó ni en pedir perdón. Tenía cosas más acuciantes de las que preocuparse. Concretamente, un orificio de tres metros de diámetro, lleno de orina y alguna hez, cuyo final no se llegaba ni a intuir. Si les había costado tanto bajar diez metros con un muro que habían preparado durante un mes... ¿cómo iban a hacer con el Ojete de Ōnindo?
— ¿Algún plan para no matarse en la bajada?
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Herida y magullada, la Llorona estaba empezando a despertarse. La muy pobre había sufrido las consecuencias por las acciones de Daigo, pero al menos no había muerto, como Chillidos.
«Lo último que hizo antes de morir fue ayudarme, siguiendo mis órdenes... no lo olvidaré».
La Matasanos consiguió bajar con Daigo sin demasiadas complicaciones, pero cuando la Hambrienta empezó a bajar acabó cayéndose. La Matasanos atrapó a la Llorona, pero la Hambrienta se acabó pegando un buen golpe.
— ¿Estás bien? —Preguntó por reflejo. ¡Claro que no lo estaba!—. Quizás pueda hacer algo. Tirad algo al agujero, por favor. Necesito saber qué tan profunda es la caída.
Por lo que recordaba, era una caída muy profunda, pero para poder salvarse necesitaba ser muy exacto.
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La Matasanos dudó.
—No creo que se escuche la caída con ningún objeto que tengamos a mano. Solo se oía con los cuerpos, y eso cuando había suerte.
—Y mira que hemos tirado cosas por ahí abajo, y nunca hemos visto que el agujero se empiece a llenar. Yo le calculo unos treinta metros.
—Algo así tiene que ser, sí. Si fuesen más dudo que escuchasemos el golpe.
—¿Cuál es tu plan, Daigo?
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