29/03/2016, 00:07
Hacía mucho tiempo que no se sentía así. La pierna izquierda le traicionaba, y, moviendo hacia arriba y hacia abajo el talón, daba pequeños golpecitos en el suelo de madera. Apretaba los puños y la mandíbula, tanto que creía que ésta se le iba a romper, de tanta fuerza que era la que hacía. Tenía los ojos purpúreos clavados en un brillo cercano proyectado en el barniz de la mesa, agachados, sin poder mirar a los que le acompañaban. Ni siquiera a esa ayudante de la Arashikage, de la que sospechaba desde que se había presentado exigiendo estar presente. Le temblaba el cuerpo, le sudaba la piel y sentía como si pudiera desmayarse de un momento a otro.
Tantos años de paz y estabilidad. Primero lo de Kusagakure. Y ahora aquello.
—A ver si lo he entendido bien —musitó la Arashikage, aún sin creérselo del todo. Como todos—. ¿Dices que los samurái pretenden hacer una guerra? ¿Y que tienen al Kyuubi?
—Guerra o no guerra. Lo que quiere Ieyasu es hacerse con todo Oonindo. No sé cómo pretende hacerlo.
Tantos años de paz y estabilidad que estaban escapándosele de las manos en ese preciso momento.
—Venga, no me jodas —se quejó Yui—. Si nos quieren guerrear, les expulsaremos sin problemas. Además, también tenemos un bi...
—No vas a volver a utilizar al bijuu nunca más —intervino Shiona, de pronto—. Y vamos a contar la verdad. No sé en qué momento, ni qué pasará, pero la vamos a contar.
Yui apretó los puños y cruzó una mirada con su ayudante. Ella se la devolvió y se cruzó de brazos. Dio un suspiro, y ambas clavaron la mirada en el barniz de la mesa, tal y como antes lo había hecho Shiona. La líder de Uzushiogakure entrecerró los ojos y se dirigió a Uchiha Migime, que, sola sin su títere Noka, era la moderadora e informadora de la reunión. Acababa de carraspear.
—Me temo que esa no sería una buena idea, Shiona-dono —protestó—. Una hipotética guerra sería un regalo para ellos. Los Nana Nukenin aprovecharán la inestabilidad para hacernos daño desde dentro, y...
—No habrá guerra, pero contaremos la verdad —interrumpió Shiona—. Me enfrentaré con quien tenga que enfrentarme, y Yui tendrá que hacer lo mismo.
—Mi aldea tiene un largo historial de guerras civiles. No quisiera enfrentarlos por apoyarme o por quererme derrotar o exigirme el retiro.
—Podrían aceptar el discurso de que es lo que había de hacer, si es que piensan como tú. Un líder se gana a su gente con respeto a su inteligencia. No podrás engañarlos por demasiado tiempo.
—Un líder se gana a su gente con mano de hierro. Acabando con la disidencia y quitándole las ganas al sector crítico de disidir demasiado.
»Con el tiempo, esa mano de hierro puede aflojarse, porque el miedo se convierte rápidamente en respeto de verdad. Hasta que aflojas la mano demasiado y te estiran del brazo. Entonces te asesinan y se pone otro. Hasta ahora, Amegakure ha funcionado así. Yo intento no apretar mucho pero no soltar nunca la mano.
Shiona suspiró. En Amegakure estaban locos.
—Como sea, ¿has pensado en retirarte por ti misma? ¿Por eso has traido a tu ayudante?
La ayudante de Yui soltó una pequeña risita. Demasiado... arrogante, diría. Pero enseguida volvió a tomar un semblante serio y formal, y a cruzarse de brazos.
—Lo he pensado, pero no, definitivamente no. No se puede hacer —dijo, con evidente inquietud—. Me retiro. ¿Y luego qué? La gente no va a aceptar a alguien que yo señale a dedo. La gente va a señalar a dos, o más candidatos distintos y va a volverse a producir una guerra.
—Entonces, parece que la mejor idea para esos 'Nana Nukenin' sería matarte a ti —bromeó socarronamente Yubiwa, que acababa de intervenir por primera vez en medio de aquél caos—. Te vamos a tener que poner un escolta, ¿eh?
—Estoy empezando a hartarme de tus gracietas, sabes, Yubi...
Shiona se levantó de la silla y puso un pie en la mesa, pero ya era demasiado tarde. Migime había desenvainado la espada en dirección al Kawakage, pero ya era demasiado tarde. La ayudante de Yui, con los ojos muy abiertos y alarmada, seguía con los brazos cruzados, atónita...
...observando el cuchillo clavado en el corazón de su Arashikage.
—¡¡KISHISHISHISHISHISHI!! —El rostro desencajado de Yubiwa reía como una hiena, pero su voz no era la suya, sino de alguien más.
Tantos años de paz y estabilidad. Primero lo de Kusagakure. Y ahora aquello.
—A ver si lo he entendido bien —musitó la Arashikage, aún sin creérselo del todo. Como todos—. ¿Dices que los samurái pretenden hacer una guerra? ¿Y que tienen al Kyuubi?
—Guerra o no guerra. Lo que quiere Ieyasu es hacerse con todo Oonindo. No sé cómo pretende hacerlo.
Tantos años de paz y estabilidad que estaban escapándosele de las manos en ese preciso momento.
—Venga, no me jodas —se quejó Yui—. Si nos quieren guerrear, les expulsaremos sin problemas. Además, también tenemos un bi...
—No vas a volver a utilizar al bijuu nunca más —intervino Shiona, de pronto—. Y vamos a contar la verdad. No sé en qué momento, ni qué pasará, pero la vamos a contar.
Yui apretó los puños y cruzó una mirada con su ayudante. Ella se la devolvió y se cruzó de brazos. Dio un suspiro, y ambas clavaron la mirada en el barniz de la mesa, tal y como antes lo había hecho Shiona. La líder de Uzushiogakure entrecerró los ojos y se dirigió a Uchiha Migime, que, sola sin su títere Noka, era la moderadora e informadora de la reunión. Acababa de carraspear.
—Me temo que esa no sería una buena idea, Shiona-dono —protestó—. Una hipotética guerra sería un regalo para ellos. Los Nana Nukenin aprovecharán la inestabilidad para hacernos daño desde dentro, y...
—No habrá guerra, pero contaremos la verdad —interrumpió Shiona—. Me enfrentaré con quien tenga que enfrentarme, y Yui tendrá que hacer lo mismo.
—Mi aldea tiene un largo historial de guerras civiles. No quisiera enfrentarlos por apoyarme o por quererme derrotar o exigirme el retiro.
—Podrían aceptar el discurso de que es lo que había de hacer, si es que piensan como tú. Un líder se gana a su gente con respeto a su inteligencia. No podrás engañarlos por demasiado tiempo.
—Un líder se gana a su gente con mano de hierro. Acabando con la disidencia y quitándole las ganas al sector crítico de disidir demasiado.
»Con el tiempo, esa mano de hierro puede aflojarse, porque el miedo se convierte rápidamente en respeto de verdad. Hasta que aflojas la mano demasiado y te estiran del brazo. Entonces te asesinan y se pone otro. Hasta ahora, Amegakure ha funcionado así. Yo intento no apretar mucho pero no soltar nunca la mano.
Shiona suspiró. En Amegakure estaban locos.
—Como sea, ¿has pensado en retirarte por ti misma? ¿Por eso has traido a tu ayudante?
La ayudante de Yui soltó una pequeña risita. Demasiado... arrogante, diría. Pero enseguida volvió a tomar un semblante serio y formal, y a cruzarse de brazos.
—Lo he pensado, pero no, definitivamente no. No se puede hacer —dijo, con evidente inquietud—. Me retiro. ¿Y luego qué? La gente no va a aceptar a alguien que yo señale a dedo. La gente va a señalar a dos, o más candidatos distintos y va a volverse a producir una guerra.
—Entonces, parece que la mejor idea para esos 'Nana Nukenin' sería matarte a ti —bromeó socarronamente Yubiwa, que acababa de intervenir por primera vez en medio de aquél caos—. Te vamos a tener que poner un escolta, ¿eh?
—Estoy empezando a hartarme de tus gracietas, sabes, Yubi...
Shiona se levantó de la silla y puso un pie en la mesa, pero ya era demasiado tarde. Migime había desenvainado la espada en dirección al Kawakage, pero ya era demasiado tarde. La ayudante de Yui, con los ojos muy abiertos y alarmada, seguía con los brazos cruzados, atónita...
...observando el cuchillo clavado en el corazón de su Arashikage.
—¡¡KISHISHISHISHISHISHI!! —El rostro desencajado de Yubiwa reía como una hiena, pero su voz no era la suya, sino de alguien más.
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