Cualquier otra persona, quizás, se hubiera puesto a pensar. Había muchas cosas en las que pensar, sin duda. Pero aquél momento era uno de sus favoritos, y quizás de los que mejor llevaba la aprendiz de la Arashikage. Hay ciertos momentos en los que pensar es un lastre. Y a una sólo le queda actuar.
Ya no había ningún motivo por el que tuviera que disimular ni su altura ni su imponencia regia, de modo que se estiró y sacó pecho. Levantó el brazo y rodeó el cuello del Kawakage con fuerza, lo apretó hacia sí misma y lo retorció, lo retorció, lo retorció hasta ángulos que la postura de un humano no hubiera podido asimilar de forma natural, provocando una serie de chasquidos muy desagradables mientras las otras dos mujeres de la sala sólo podían limitarse a observar y seguir asombrándose de lo que estaba pasando.
—¡Jaaaaa, puedes darme cuatro vueltas más al cuello, preciosaaa! —chirrió aquél hombre, o aquél demonio.
Ella levantó una ceja como única muestra de sorpresa. Cualquier otro podría haberse puesto a pensar, pero ella actuó.
De modo que levantó la otra mano y clavó sus dos dedos índice y corazón en las cuencas de aquella bestia, y los puso en un arco e hizo palanca, y los ojos salieron con un CLAC muy fuerte pero también muy poco orgánico. Y rebotaron en el suelo como dos canicas caídas de una caja.
—Una marioneta —se limitó a observar.
El muñeco abrió la boca y regurgitó un tubo metálico.
—¡Cuidado, chica! —advirtió Shiona.
Pero ya era demasiado tarde, y el muñeco emitió, no sólo desde el tubo sino también de las cuencas vacías donde habían estado los ojos, un chorro de humo venenoso de un peligroso y llamativo color púrpura, directo a la cara de la aprendiz de Arashikage.
Ella, simplemente, respiró el humo como si lo estuviera haciendo con el vapor de una sauna, y lo dejó escapar de nuevo por la boca. Dejó escapar una risotada de satisfacción.
—Te huele mal el aliento, muñequito.
Zas. Un puñetazo. Zas. Otro. A puñetazo limpio, la mujer golpeó, resquebrajó, rompió el rostro y el cuerpo de la marioneta hasta que solo quedaron las piezas trituradas en el suelo a las que siguió golpeando hasta que se pudo asegurar que ninguna de ellas se movería de nuevo.
Suspiró, se irguió y se sacudió el kimono. Observó con el rabillo del ojo al cadáver de la Arashikage, que yacía con una puñalada en el corazón, inerte.
—Mierda. Shanise... Has cumplido tu trabajo muy bien. Pégate una buena siesta en el infierno. Cuando vaya para allá, nos tomaremos unas buenas cervezas bien cargadas.
Shiona bajó de la mesa de un salto, pero no se volvió a sentar.
—¿Shanise? ¿De qué estás hablando? ¿Quién eres tú, acaso? ¿Qué significa esto?
La mujer sonrió y se dio la vuelta, se irguió, recuperando una altura que hacía varios años no exhibía, y miró desde arriba con sus extraños ojos cuando dijo:
—Mi nombre es Amekoro Yui.
Ya no había ningún motivo por el que tuviera que disimular ni su altura ni su imponencia regia, de modo que se estiró y sacó pecho. Levantó el brazo y rodeó el cuello del Kawakage con fuerza, lo apretó hacia sí misma y lo retorció, lo retorció, lo retorció hasta ángulos que la postura de un humano no hubiera podido asimilar de forma natural, provocando una serie de chasquidos muy desagradables mientras las otras dos mujeres de la sala sólo podían limitarse a observar y seguir asombrándose de lo que estaba pasando.
—¡Jaaaaa, puedes darme cuatro vueltas más al cuello, preciosaaa! —chirrió aquél hombre, o aquél demonio.
Ella levantó una ceja como única muestra de sorpresa. Cualquier otro podría haberse puesto a pensar, pero ella actuó.
De modo que levantó la otra mano y clavó sus dos dedos índice y corazón en las cuencas de aquella bestia, y los puso en un arco e hizo palanca, y los ojos salieron con un CLAC muy fuerte pero también muy poco orgánico. Y rebotaron en el suelo como dos canicas caídas de una caja.
—Una marioneta —se limitó a observar.
El muñeco abrió la boca y regurgitó un tubo metálico.
—¡Cuidado, chica! —advirtió Shiona.
Pero ya era demasiado tarde, y el muñeco emitió, no sólo desde el tubo sino también de las cuencas vacías donde habían estado los ojos, un chorro de humo venenoso de un peligroso y llamativo color púrpura, directo a la cara de la aprendiz de Arashikage.
Ella, simplemente, respiró el humo como si lo estuviera haciendo con el vapor de una sauna, y lo dejó escapar de nuevo por la boca. Dejó escapar una risotada de satisfacción.
—Te huele mal el aliento, muñequito.
Zas. Un puñetazo. Zas. Otro. A puñetazo limpio, la mujer golpeó, resquebrajó, rompió el rostro y el cuerpo de la marioneta hasta que solo quedaron las piezas trituradas en el suelo a las que siguió golpeando hasta que se pudo asegurar que ninguna de ellas se movería de nuevo.
Suspiró, se irguió y se sacudió el kimono. Observó con el rabillo del ojo al cadáver de la Arashikage, que yacía con una puñalada en el corazón, inerte.
—Mierda. Shanise... Has cumplido tu trabajo muy bien. Pégate una buena siesta en el infierno. Cuando vaya para allá, nos tomaremos unas buenas cervezas bien cargadas.
Shiona bajó de la mesa de un salto, pero no se volvió a sentar.
—¿Shanise? ¿De qué estás hablando? ¿Quién eres tú, acaso? ¿Qué significa esto?
La mujer sonrió y se dio la vuelta, se irguió, recuperando una altura que hacía varios años no exhibía, y miró desde arriba con sus extraños ojos cuando dijo:
—Mi nombre es Amekoro Yui.
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
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