31/03/2016, 20:40
Juro la seguía de cerca, podía escuchar el acelerado tamborileo de sus pasos haciendo eco de los suyos. Y pronto ambos tuvieron que enfrentarse a lo inevitable: el muro de personas que se les echaba encima. Ayame intentó por todos los medios evitar chocar con nadie, pero más que uno se llevó algún que otro inevitable empujón o golpe con el hombro coreado por disculpas reiteradas por parte de ambos. Aún así, si tenían que hacer un balance de impactos, sin duda Juro habría salido ganando. Ayame conseguía moverse con una mayor ligereza, con una mayor agilidad, y sus avispados ojos le permitían ver a la mayoría de las personas antes de terminar chocando contra ellas.
Siguieron corriendo durante un largo rato, recorriendo de vuelta el camino hacia el portón que daba la entrada al coliseo. Y, como si se tratara de un embudo, la multitud se iba haciendo más y más densa a cada segundo que pasaba...
Hasta que llegaron a su destino.
—¡Ah! ¡Al fin! —exclamó Ayame, profundamente aliviada, al ver la luz del sol en pleno campo de lucha.
Sin embargo, debería haberse dado cuenta ya de que no todo podía ser tan fácil. Un par de figuras oscuras se interpusieron en su camino, sendas manos alzadas.
—¡Eh, vosotros! —el hombre que había hablado, al igual que su compañero, iba vestido con una pesada armadura de samurai. Era alto y formido, con el escaso pelo que tenía recogido en una coleta baja y una perilla de chivo adornando su barbilla—. ¿Dónde creéis que vais? ¡No se puede pasar, el espectáculo ha terminado!
—Pero hemos venido a buscar...
—¿Es que no has escuchado a mi compañero? —le interrumpió el otro samurai, algo más bajito pero igual de imponente. Sacudió la cabeza con un gesto desdeñoso y brusco—. ¡Salid del estadio inmediatamente!
Ayame agachó la mirada, acobardada, y entonces ladeó la cabeza hacia Juro. ¿Y ahora qué?
Siguieron corriendo durante un largo rato, recorriendo de vuelta el camino hacia el portón que daba la entrada al coliseo. Y, como si se tratara de un embudo, la multitud se iba haciendo más y más densa a cada segundo que pasaba...
Hasta que llegaron a su destino.
—¡Ah! ¡Al fin! —exclamó Ayame, profundamente aliviada, al ver la luz del sol en pleno campo de lucha.
Sin embargo, debería haberse dado cuenta ya de que no todo podía ser tan fácil. Un par de figuras oscuras se interpusieron en su camino, sendas manos alzadas.
—¡Eh, vosotros! —el hombre que había hablado, al igual que su compañero, iba vestido con una pesada armadura de samurai. Era alto y formido, con el escaso pelo que tenía recogido en una coleta baja y una perilla de chivo adornando su barbilla—. ¿Dónde creéis que vais? ¡No se puede pasar, el espectáculo ha terminado!
—Pero hemos venido a buscar...
—¿Es que no has escuchado a mi compañero? —le interrumpió el otro samurai, algo más bajito pero igual de imponente. Sacudió la cabeza con un gesto desdeñoso y brusco—. ¡Salid del estadio inmediatamente!
Ayame agachó la mirada, acobardada, y entonces ladeó la cabeza hacia Juro. ¿Y ahora qué?