5/04/2016, 22:04
La zona de vestuarios era una sala de reducidas proporciones; aunque, sorprendentemente, aquello no le restaba comodidad al establecimiento. Ya el propio vestuario rezumaba de aquella tranquilidad tan característica de los onsen.
Zetsuo resopló para sus adentros. Estaba indignado por tener que darle la razón a aquella condenada mujer. El Patito Frito era un lugar maravilloso, a aquellas alturas ya dudaba de que el Hotel Sakura hubiese podido alcanzar siquiera la sombra de la magneficiencia de aquel lugar con tan ridículo nombre.
Pero jamás lo confesaría en voz alta.
Comenzó a desvestirse con parsimonia y el espejo de su derecha le devolvió la imagen de un hombre adulto de rostro cansado que comenzaba a acercarse al culmen de su madurez. A pesar de todo, su cuerpo seguía igual de fibroso y tonificado como antaño. Con alguna que otra delgada filigrana de las cicatrices que había ido acumulando a lo largo de su vida como ninja dibujando su pecho, su espalda, sus brazos y sus piernas. En el centro de su frente, haciendo compañía al resto de marcas de su cuerpo, la marca de los Aotsuki relucía creciente con un pequeño rombo en su centro.
«Ahora que lo pienso...» Pensó, divertido, rozando con la yema de los dedos la luna. «A ver cómo te las apañas ahora, niña.»
Ladeó el rostro con un ligero suspiro. ¿Cuándo era la última vez que había visitado un lugar así? Años, sin duda. Demasiados años.
Guardó la ropa y sus pertenencias en uno de los cestos de mimbre de las estanterías y se dio media vuelta. Casi había olvidado la presencia de aquel mocoso que ahora se había quedado bajo su ala. Algo alto para su edad pero escuálido como una ramita. Su cuerpo aún no había sufrido el castigo que aquella vida conllevaba.
Con una última mirada de soslayo hacia el muchacho, Zetsuo se dio media vuelta y se dirigió a la zona de baños previa al onsen.
Había algo en lo que Ayame no había reparado al aceptar de manera tan alegre la invitación a las aguas termales.
Y es que en ellas, todas y cada una de las personas debían estar integralmente desnudas. Enteramente desnudas.
El calor acudió a su rostro cuando fue consciente de ello, pero ya era tarde para echarse atrás. Demasiado tarde. Por suerte, no parecía haber nadie más en los establecimientos a aquellas horas de la noche, aparte de Kiroe y ella misma. Pero, aún así, no se sentía para nada cómoda. Y eso que se suponía que aquel era un lugar para relajarse. ¡Ella jamás se había desnudado frente a nadie! ¡Ni siquiera frente a otra mujer!
«Ya no quiero estar aquí...» Pensó, abrazando con fuerza el yukata que había elegido contra el pecho. Ahora lamentaba no haber hecho caso a Daruu cuando protestó en contra de aquella locura. Ahora se arrepentía de no haberse quedado haciendo compañía a su hermano mayor.
Sin embargo, Kiroe parecía mucho más relajada que ella. Como si hubiese hecho aquello centenares de veces. Se desvistió por completo, dejando a la vista un cuerpo tonificado tras años y años de entrenamiento, con curvas definidas que cualquier hombre podría desear... pero su piel rallada con los dibujos de una infinidad de cicatrices aquí y allá.
«¿Cómo se habrá hecho tantas heridas?» No pudo evitar preguntarse, horrorizada, mientras observaba como la mujer daba pequeños saltitos tratando de quitarse el último calcetín. Cuando ella llegara a su edad, ¿también tendría tantas marcas?
Y hablando de marcas...
Ayame contuvo el aliento, sintiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Había algo en lo que Ayame no había reparado al aceptar de manera tan alegre la invitación a las aguas termales. Y es que junto a su desnudez, también tendría que desnudar su frente.
Ahogó un pequeño gemido y se dirigió a toda prisa al otro extremo del vestuario. Aquel súbito temor la había llenado de valor, y no tardó ni medio minuto en quitarse toda la ropa y dejarla en uno de los cestos de mimbre. Menos aún tardó en tomar una pequeña toalla, taparse la frente con ella y dirigirse a la zona de baños antes de que Kiroe reparara en ella.
Zetsuo resopló para sus adentros. Estaba indignado por tener que darle la razón a aquella condenada mujer. El Patito Frito era un lugar maravilloso, a aquellas alturas ya dudaba de que el Hotel Sakura hubiese podido alcanzar siquiera la sombra de la magneficiencia de aquel lugar con tan ridículo nombre.
Pero jamás lo confesaría en voz alta.
Comenzó a desvestirse con parsimonia y el espejo de su derecha le devolvió la imagen de un hombre adulto de rostro cansado que comenzaba a acercarse al culmen de su madurez. A pesar de todo, su cuerpo seguía igual de fibroso y tonificado como antaño. Con alguna que otra delgada filigrana de las cicatrices que había ido acumulando a lo largo de su vida como ninja dibujando su pecho, su espalda, sus brazos y sus piernas. En el centro de su frente, haciendo compañía al resto de marcas de su cuerpo, la marca de los Aotsuki relucía creciente con un pequeño rombo en su centro.
«Ahora que lo pienso...» Pensó, divertido, rozando con la yema de los dedos la luna. «A ver cómo te las apañas ahora, niña.»
Ladeó el rostro con un ligero suspiro. ¿Cuándo era la última vez que había visitado un lugar así? Años, sin duda. Demasiados años.
Guardó la ropa y sus pertenencias en uno de los cestos de mimbre de las estanterías y se dio media vuelta. Casi había olvidado la presencia de aquel mocoso que ahora se había quedado bajo su ala. Algo alto para su edad pero escuálido como una ramita. Su cuerpo aún no había sufrido el castigo que aquella vida conllevaba.
Con una última mirada de soslayo hacia el muchacho, Zetsuo se dio media vuelta y se dirigió a la zona de baños previa al onsen.
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Había algo en lo que Ayame no había reparado al aceptar de manera tan alegre la invitación a las aguas termales.
Y es que en ellas, todas y cada una de las personas debían estar integralmente desnudas. Enteramente desnudas.
El calor acudió a su rostro cuando fue consciente de ello, pero ya era tarde para echarse atrás. Demasiado tarde. Por suerte, no parecía haber nadie más en los establecimientos a aquellas horas de la noche, aparte de Kiroe y ella misma. Pero, aún así, no se sentía para nada cómoda. Y eso que se suponía que aquel era un lugar para relajarse. ¡Ella jamás se había desnudado frente a nadie! ¡Ni siquiera frente a otra mujer!
«Ya no quiero estar aquí...» Pensó, abrazando con fuerza el yukata que había elegido contra el pecho. Ahora lamentaba no haber hecho caso a Daruu cuando protestó en contra de aquella locura. Ahora se arrepentía de no haberse quedado haciendo compañía a su hermano mayor.
Sin embargo, Kiroe parecía mucho más relajada que ella. Como si hubiese hecho aquello centenares de veces. Se desvistió por completo, dejando a la vista un cuerpo tonificado tras años y años de entrenamiento, con curvas definidas que cualquier hombre podría desear... pero su piel rallada con los dibujos de una infinidad de cicatrices aquí y allá.
«¿Cómo se habrá hecho tantas heridas?» No pudo evitar preguntarse, horrorizada, mientras observaba como la mujer daba pequeños saltitos tratando de quitarse el último calcetín. Cuando ella llegara a su edad, ¿también tendría tantas marcas?
Y hablando de marcas...
Ayame contuvo el aliento, sintiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Había algo en lo que Ayame no había reparado al aceptar de manera tan alegre la invitación a las aguas termales. Y es que junto a su desnudez, también tendría que desnudar su frente.
Ahogó un pequeño gemido y se dirigió a toda prisa al otro extremo del vestuario. Aquel súbito temor la había llenado de valor, y no tardó ni medio minuto en quitarse toda la ropa y dejarla en uno de los cestos de mimbre. Menos aún tardó en tomar una pequeña toalla, taparse la frente con ella y dirigirse a la zona de baños antes de que Kiroe reparara en ella.