6/04/2016, 14:14
—Esperen, por favor —intervino Juro—. No somos dos espectadores, somos participantes del torneo y hemos estado aquí hace poco. Nos hemos dejado algo muy importante aquí, solo tardaríamos un minuto en cogerlo, y luego nos iríamos…
Los dos centinelas se miraron mutuamente, y Ayame comenzó a sentir un cierto atisbo de esperanza al notar la duda en sus ojos. Los samurais volvieron a mirarlos a ellos con detenimiento, y entonces uno de ellos chocó el puño contra la palma de su mano extendida.
—¡Ay, mi madre! ¡Si este es el chico que ha pasado de ronda sin pegar un palo al agua! ¡A eso sí que le llamo un golpe de suerte!
El otro coreó su afirmación con una estruendosa carcajada.
—¡Y en cambio la otra chica es la que terminó su combate en cuestión de segundos! ¡Menuda paliza!
Ayame volvió a hundir la cabeza, cansada de la fama que se estaba ganando con su estúpido combate.
—Pero lo sentimos, chicos. No importa si sois mendigos o los hijos de un richachón de renombre, na vez finalizados los combates, ni los mismísimos Señores Feudales pueden entrar de nuevo en la arena.
—Así que ya podéis dar media vuelta. Lo que sea que hayáis perdido lo devolverán a objetos perdidos.
No había manera. Ayame suspiró con pesadez e inclinó el cuerpo en una desganada reverencia.
—Está bien... Sentimos las molestias...
Se dio media vuelta, dando por abandonada la incursión. Esperaba que Juro la siguiera, y sólo cuando se encontraron a una distancia prudencial de los dos samuráis le susurró:
—¿Y ahora qué hacemos? No nos van a dejar pasar por nada del mundo... Quizás deberíamos rendirnos y decirle a la niña que busque su osito en objetos perdidos...
Los dos centinelas se miraron mutuamente, y Ayame comenzó a sentir un cierto atisbo de esperanza al notar la duda en sus ojos. Los samurais volvieron a mirarlos a ellos con detenimiento, y entonces uno de ellos chocó el puño contra la palma de su mano extendida.
—¡Ay, mi madre! ¡Si este es el chico que ha pasado de ronda sin pegar un palo al agua! ¡A eso sí que le llamo un golpe de suerte!
El otro coreó su afirmación con una estruendosa carcajada.
—¡Y en cambio la otra chica es la que terminó su combate en cuestión de segundos! ¡Menuda paliza!
Ayame volvió a hundir la cabeza, cansada de la fama que se estaba ganando con su estúpido combate.
—Pero lo sentimos, chicos. No importa si sois mendigos o los hijos de un richachón de renombre, na vez finalizados los combates, ni los mismísimos Señores Feudales pueden entrar de nuevo en la arena.
—Así que ya podéis dar media vuelta. Lo que sea que hayáis perdido lo devolverán a objetos perdidos.
No había manera. Ayame suspiró con pesadez e inclinó el cuerpo en una desganada reverencia.
—Está bien... Sentimos las molestias...
Se dio media vuelta, dando por abandonada la incursión. Esperaba que Juro la siguiera, y sólo cuando se encontraron a una distancia prudencial de los dos samuráis le susurró:
—¿Y ahora qué hacemos? No nos van a dejar pasar por nada del mundo... Quizás deberíamos rendirnos y decirle a la niña que busque su osito en objetos perdidos...