9/04/2016, 21:39
Tras la irrupción de la mujer, el caos se formó en el patio. Juro miró hacia ambos lados, confuso, preguntándose que narices habían hecho esas mujeres con el pobre Kazuma. La mujer detective, a quién habían llamado como Megumi, miró hacia la nueva mujer, con cara de sorpresa. Nabi le dirigió una mirada a Juro, que no supo interpretar muy bien, pero parecía igual de perdido que él.
- ¡Señora Nanami! - exclamó la mujer de gafas- Lo siento mucho, pero... - la detective novata empezó a disculparse, pero fue interrumpida rápidamente.
- Ni peros ni peras... Me dijiste que después de la entrevista te irías y volverías luego, pero no esto. - le cortó la mujer, que parecía ser una simple ama de casa - Ahora bien, no voy a permitir estas peleas tan cerca de mi casa. Si os empeñáis en pelearos aquí, tendré que encargarme personalmente de disuadiros.
- No es necesario. Me marchare y...
- O entras o no te permitiré preguntar nada a mi marido.
La mujer de pelo rubio se mantuvo en el sitio, con los brazos cruzados. La inexperta detective le sostuvo la mirada durante unos segundos, pero no aguantó más. Terminó por rendirse, agachar la cabeza, y marchar resignada a donde le decían.
Juro se sorprendió abriendo levemente la boca ante esto, esa mujer había hecho lo que ningún de los tres había soñado con conseguir en unos segundos.
El alivio le duró poco, hasta que su mirada se posó en ellos. Estaba esperando.
Nabi no parecía que fuese a decir nada. Sobre Juro recaía otra vez la carga de la misión. Luego aun le echarían la culpa.
- Ya sabe que hemos venido a limpiar... ¿No? - acertó a preguntar - Si perdemos más tiempo...
- ¿Tengo que repetirlo? - maldito carisma bajo.
Juro miró a Nabi y se encogió de hombros. Si querían limpiar la casa, y evitar alguna clase de queja por parte de la propietaria, tenían que obedecer.
...................................................................................
Así pues, en cuanto los tres marcharon hacia la casa, la mujer les siguió de cerca, para evitar que ningún cometiese la osadía de tratar de escapar. Kazuma, que se encontraba aun quieto sobre la puerta, vería desfilar a Megumi y a sus dos compañeros bajo el régimen de la mujer, quien con saeten en mano, los lideraba desde la seguridad de la espalda de Nabi.
- Tu no te quedes como un pasmarote - le dijo la mujer, al pararse en frente de Kazuma. Después, le agarró por los hombros y lo redirigió - Venga, entra. Te daré un premio si te portas bien...
Nada más entrar, verían una gran habitación, que parecía ser la recepción. El suelo esa de madera clara, y las paredes del mismo rosa chillón que torturaba la vista por dentro. La habitación se subdividía en tres salidas. En frente, una doble puerta, por donde se podía escuchar el inconfundible sonido de algo friéndose. A la izquierda, una pequeña puerta de madera cerrada. Y a la derecha, unas escaleras de madera que parecían conducir a un piso superior. Cabe destacar que la escalera tenía una doble barandilla, y estas tenían unas prolongaciones anormales, llegando a dos o tres metros de altura, como si el entrar en la escalera fuese la entrada a una cárcel de escalones.
En ese momento, el sonido de la cocina de la cocina se intensificó anormalmente...
- Mierda, la carne - chilló la mujer, al darse cuenta. Acto seguido, corrió hacia la doble puerta a gran velocidad, no sin antes gritar - ¡Vuelvo en un momento, echad una ojeada al niño!
La puerta se cerró, dejando a los cuatro en un incómodo silencio. La mujer no prosiguió con la discusión, milagrosamente. Los cuatro estaban en territorio desconocido, lleno de todos los posibles peligros que presentaba la casa de un ama de casa como aquella...
En ese momento, se escuchó un ruido de rebote, en las escaleras. Los cuatro pudieron ver, como unas manitas se apoyaban en la barandilla. A unos escalones de morir en el inicio de la casa, un niño pequeño, de unos cinco años, se encontraba mirando la extraña escena que formaban los cuatro. Era rubio, y tenía los ojos azules, además de llevar ropa común como cualquier niño, y lo más curioso de todo, tenía forradas algunas partes del cuerpo con protecciones similares a rodilleras, y espinilleras. El ruido que habían oído era el un casco de color azul y de tamaño infantil, que había rodado desde la escalera hasta los pies de Nabi.
El niño no actuó ni dijo nada, simplemente se quedó quieto, mirando. De fondo, los chisporroteos de la cocina frita aún se escuchaban violentamente...
- ¡Señora Nanami! - exclamó la mujer de gafas- Lo siento mucho, pero... - la detective novata empezó a disculparse, pero fue interrumpida rápidamente.
- Ni peros ni peras... Me dijiste que después de la entrevista te irías y volverías luego, pero no esto. - le cortó la mujer, que parecía ser una simple ama de casa - Ahora bien, no voy a permitir estas peleas tan cerca de mi casa. Si os empeñáis en pelearos aquí, tendré que encargarme personalmente de disuadiros.
- No es necesario. Me marchare y...
- O entras o no te permitiré preguntar nada a mi marido.
La mujer de pelo rubio se mantuvo en el sitio, con los brazos cruzados. La inexperta detective le sostuvo la mirada durante unos segundos, pero no aguantó más. Terminó por rendirse, agachar la cabeza, y marchar resignada a donde le decían.
Juro se sorprendió abriendo levemente la boca ante esto, esa mujer había hecho lo que ningún de los tres había soñado con conseguir en unos segundos.
El alivio le duró poco, hasta que su mirada se posó en ellos. Estaba esperando.
Nabi no parecía que fuese a decir nada. Sobre Juro recaía otra vez la carga de la misión. Luego aun le echarían la culpa.
- Ya sabe que hemos venido a limpiar... ¿No? - acertó a preguntar - Si perdemos más tiempo...
- ¿Tengo que repetirlo? - maldito carisma bajo.
Juro miró a Nabi y se encogió de hombros. Si querían limpiar la casa, y evitar alguna clase de queja por parte de la propietaria, tenían que obedecer.
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Así pues, en cuanto los tres marcharon hacia la casa, la mujer les siguió de cerca, para evitar que ningún cometiese la osadía de tratar de escapar. Kazuma, que se encontraba aun quieto sobre la puerta, vería desfilar a Megumi y a sus dos compañeros bajo el régimen de la mujer, quien con saeten en mano, los lideraba desde la seguridad de la espalda de Nabi.
- Tu no te quedes como un pasmarote - le dijo la mujer, al pararse en frente de Kazuma. Después, le agarró por los hombros y lo redirigió - Venga, entra. Te daré un premio si te portas bien...
Nada más entrar, verían una gran habitación, que parecía ser la recepción. El suelo esa de madera clara, y las paredes del mismo rosa chillón que torturaba la vista por dentro. La habitación se subdividía en tres salidas. En frente, una doble puerta, por donde se podía escuchar el inconfundible sonido de algo friéndose. A la izquierda, una pequeña puerta de madera cerrada. Y a la derecha, unas escaleras de madera que parecían conducir a un piso superior. Cabe destacar que la escalera tenía una doble barandilla, y estas tenían unas prolongaciones anormales, llegando a dos o tres metros de altura, como si el entrar en la escalera fuese la entrada a una cárcel de escalones.
En ese momento, el sonido de la cocina de la cocina se intensificó anormalmente...
- Mierda, la carne - chilló la mujer, al darse cuenta. Acto seguido, corrió hacia la doble puerta a gran velocidad, no sin antes gritar - ¡Vuelvo en un momento, echad una ojeada al niño!
La puerta se cerró, dejando a los cuatro en un incómodo silencio. La mujer no prosiguió con la discusión, milagrosamente. Los cuatro estaban en territorio desconocido, lleno de todos los posibles peligros que presentaba la casa de un ama de casa como aquella...
En ese momento, se escuchó un ruido de rebote, en las escaleras. Los cuatro pudieron ver, como unas manitas se apoyaban en la barandilla. A unos escalones de morir en el inicio de la casa, un niño pequeño, de unos cinco años, se encontraba mirando la extraña escena que formaban los cuatro. Era rubio, y tenía los ojos azules, además de llevar ropa común como cualquier niño, y lo más curioso de todo, tenía forradas algunas partes del cuerpo con protecciones similares a rodilleras, y espinilleras. El ruido que habían oído era el un casco de color azul y de tamaño infantil, que había rodado desde la escalera hasta los pies de Nabi.
El niño no actuó ni dijo nada, simplemente se quedó quieto, mirando. De fondo, los chisporroteos de la cocina frita aún se escuchaban violentamente...