18/04/2016, 22:29
—Sería horrible... —afirmó Juro, y cerró los ojos durante algunos segundos. Debía de estar imaginando algo, porque acto seguido su voz se alzó—. [sub=green]No... ¡Cualquier cosa menos eso!
Ayame ignoraba qué era lo que estaba pasando por la mente del chico, pero no podía extrañarse de aquel pánico a ser expulsado del torneo. ¿Cómo se lo explicaría ella a su padre? ¿Cómo la miraría su hermano mayor? ¿O Daruu, a quien debía superar para ganar la apuesta de sus padres?
—Lo siento, me deje llevar...
Ayame soltó un profundo suspiro.
—No tienes que disculparte, a mí tampoco me hace ninguna gracia que me descalifiquen ahora...
—Tienes razon, no tengo forma de pasar inadvertido, con la seguridad que hay nos verían con facilidad... No hay opciones.
Ayame asintió, pesarosa. Y de repente, como si un rayo de sol hubiese caído sobre su compañero, su rostro se iluminó súbitamente.
—¿Crees que los samuráis pueden entrar ahí libremente? —preguntó, frunciendo el ceño—. Como ninjas, es imposible que entrasemos. Si fueramos otra cosa, quizás...
Ayame inspiró súbitamente. ¡Pues claro! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Las palabras de Juro habían activado un click en su cerebro y todas las piezas encajaron de golpe.
—¿Hablas de...? ¡Eso es! ¡Vamos, Curro-san!
Sin esperar siquiera una respuesta, tomó del antebrazo a su compañero y se lanzó a la carrera. Esquivó como buenamente pudo a las personas que se cruzaron en su camino. Nuevamente, algún que otro empujón estuvo a punto de separarlos pero Ayame corría como una flecha entre la multitud, zigzagueando. Finalmente, tras algunos minutos de carrera, tomó un pequeño pasillo que se bifurcaba del principal y sólo entonces se detuvo y se volvió hacia el de Uzushiogakure entre ligeros resuellos.
—Veamos...
Sus manos se entrelazaron con agilidad. Perro. Jabalí. Carnero. Con una pequeña explosión, una nube de humo envolvió por completo su cuerpo.
—Vale. ¿Cómo estoy? —le preguntó, aunque se sobresaltó ligeramente al escuchar su voz. Ahora más grave. Más de... hombre.
Después de que Datsue la desdeñara por no conocer la técnica de transformación, Ayame había estado varios días tratando por todos los medios de dominarla. No le había costado demasiado hacerlo, teniendo en cuenta que era una técnica bastante básica para un shinobi, pero no había tenido oportunidad de utilizarla en una situación seria hasta aquel día. Ahora, Ayame ya no era Ayame. Se había transformado en el imponente samurai de coleta y barba de chivo que les había cortado el paso anteriormente.
—Deberíamos ir a alguna de las otras puertas. Es una estupidez que intentemos pasar por la misma donde están ellos —se rio, pero la sonrisa se congeló pronto en su rostro—. Sólo espero de verdad que los samurai sí puedan entrar en el recinto después de los combates...
«Y que no nos hagan muchas preguntas al respecto...»
Ayame ignoraba qué era lo que estaba pasando por la mente del chico, pero no podía extrañarse de aquel pánico a ser expulsado del torneo. ¿Cómo se lo explicaría ella a su padre? ¿Cómo la miraría su hermano mayor? ¿O Daruu, a quien debía superar para ganar la apuesta de sus padres?
—Lo siento, me deje llevar...
Ayame soltó un profundo suspiro.
—No tienes que disculparte, a mí tampoco me hace ninguna gracia que me descalifiquen ahora...
—Tienes razon, no tengo forma de pasar inadvertido, con la seguridad que hay nos verían con facilidad... No hay opciones.
Ayame asintió, pesarosa. Y de repente, como si un rayo de sol hubiese caído sobre su compañero, su rostro se iluminó súbitamente.
—¿Crees que los samuráis pueden entrar ahí libremente? —preguntó, frunciendo el ceño—. Como ninjas, es imposible que entrasemos. Si fueramos otra cosa, quizás...
Ayame inspiró súbitamente. ¡Pues claro! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Las palabras de Juro habían activado un click en su cerebro y todas las piezas encajaron de golpe.
—¿Hablas de...? ¡Eso es! ¡Vamos, Curro-san!
Sin esperar siquiera una respuesta, tomó del antebrazo a su compañero y se lanzó a la carrera. Esquivó como buenamente pudo a las personas que se cruzaron en su camino. Nuevamente, algún que otro empujón estuvo a punto de separarlos pero Ayame corría como una flecha entre la multitud, zigzagueando. Finalmente, tras algunos minutos de carrera, tomó un pequeño pasillo que se bifurcaba del principal y sólo entonces se detuvo y se volvió hacia el de Uzushiogakure entre ligeros resuellos.
—Veamos...
Sus manos se entrelazaron con agilidad. Perro. Jabalí. Carnero. Con una pequeña explosión, una nube de humo envolvió por completo su cuerpo.
—Vale. ¿Cómo estoy? —le preguntó, aunque se sobresaltó ligeramente al escuchar su voz. Ahora más grave. Más de... hombre.
Después de que Datsue la desdeñara por no conocer la técnica de transformación, Ayame había estado varios días tratando por todos los medios de dominarla. No le había costado demasiado hacerlo, teniendo en cuenta que era una técnica bastante básica para un shinobi, pero no había tenido oportunidad de utilizarla en una situación seria hasta aquel día. Ahora, Ayame ya no era Ayame. Se había transformado en el imponente samurai de coleta y barba de chivo que les había cortado el paso anteriormente.
—Deberíamos ir a alguna de las otras puertas. Es una estupidez que intentemos pasar por la misma donde están ellos —se rio, pero la sonrisa se congeló pronto en su rostro—. Sólo espero de verdad que los samurai sí puedan entrar en el recinto después de los combates...
«Y que no nos hagan muchas preguntas al respecto...»