1/05/2016, 17:27
Ante la mala actitud del anciano, el de ojos dispares se limitó a ser concreto y a resumir el motivo de su visita. Sin embargo, no parecía que fuera a ser convencido por el simple hecho de que encontraron un hongo extraño. Kazuma pudo ver que planeaba cerrarles la puerta en la cara por molestarle con tal minucia. Así que recurrió a sacar de su bolso el frasco con hongos que se habían llevado de la cabaña abandonada.
—¡Son estos, miré! —Exclamó antes de perder su única oportunidad, mientras en sus manos se agitaba la botella.
—Por lo dioses del bosque… Lo veo y no me lo creo —sus ojos se abrieron de par en par cuando observó el contenido—. Vengan, pasen, deprisa.
La reacción de aquel experto no vaticinaba nada bueno. Ambos muchacho tuvieron que entrar rápidamente a la casa. El anciano arrebato la botella de las manos del peliblanco y luego la llevó hasta una mesa donde la colocó bajo una luz blanca. Se le veía en extremo preocupado mientras le examinaba con la lupa.
—Parece que se trata de algo peligroso —Le comentó al Takanashi mientras esperaban de pie.
El micólogo abrió el frasco con extremo cuidado y retiro con una pinza uno de los hongos. Lo colocó bajo la luz y procedió a hacerle una serie de pruebas, cortés y similares. En todo momento trataba a aquel pequeño níscalo como si fuera un mortal escorpión con el que estaba luchando. Así continuó durante una media hora, un tiempo en el cual se olvido que había dos personas más acompañándolo en la sala.
—Tsk, tsk… Demonios —chasqueo la lengua con extrema frustración—. ¿Dónde han encontrado estos hongos? —Preguntó mientras se giraba hacia los chicos que tenían ya un buen rato ahí.
—Espere… Primero díganos qué son esas zetas tan extrañas y por qué le han alarmado tanto.
El anciano los miró con un poco de desdén, como si los considerara demasiado infantiles como para que comprendieran la magnitud de lo que se les iba a explicar. Sin embargo, era consciente de que si no les contaba lo que sabía, ellos tampoco le soltarían la información que necesitaba. Camino hacia un escritorio y luego encendió una pipa larga y delgada. Le dio una profunda calada y aquello pareció relajarlo mucho, al menos lo suficiente como para responder adecuadamente.
—De acuerdo —se recostó en una mecedora cercana para estar más cómodo—. Escuchen con atención, niños.
»Lo que me han traído es una variedad de setas conocidas como Onikin u “Oro de los demonios” —el nombre en sí provocaba una mala sensación—. Su nombre se debe a lo terrible de sus propiedades; Primeramente solo crecen en lugares con mucha vida, se alimentan de la misma y se reproducen hasta que ya no queda nada que matar, además son en extremo resistentes —recordaron las extrañas condiciones de la choza y sus alrededores—. Son en extremo tóxicas… Cuando algún organismo vivo las consume muere por los efectos de las mismas, a menos que… A menos que sobreviva el tiempo suficiente como para sentir los efectos secundarios; El animal o persona se ve drogada mientras manifiesta un rápido deterioro físico y mental. Y sus habilidades físicas se ven casi tan incrementadas como su violencia y siguen aumentando hasta que el cuerpo no lo soporta y muere.
El anciano se levantó lentamente, como si lo terrible de sus palabras le hubiese cansado. Abrió un baúl cercano, de donde extrajo un pequeño frasco con un líquido ambarino donde flotaba un hongo casi idéntico al que habían llevado con ellos.
—Este fue una muestra que me dejó mi padre —aseguro enseñándoles el frasco—. Hace unos cien años los Onikin estuvieron a punto de arrasar con el bosque de hongos, pero con la ayuda de Kusagakure se pudo evitar —dio una larga calada y les miró con preocupación—. Ahora temo que hayan regresado.
—Puede que lo que sepamos le sirva de algo —Dijo Kazuma—.Vera… Entramos al bosque de hongos con la finalidad de dar caza a un jabalí que se había vuelto loco. Lo extraño es que era mucho más grande y agresivo de lo que se pudiera esperar. Además, su cuerpo parecía estarse descomponiendo en vida y aun si mostraba tener una fuerza y resistencia brutales.
Se quedó pensando en aquello y dejó que su compañero le terminara de contar el resto, la choza y sus alrededores, lo que encontraron y aquel misterioso diario.
—¡Son estos, miré! —Exclamó antes de perder su única oportunidad, mientras en sus manos se agitaba la botella.
—Por lo dioses del bosque… Lo veo y no me lo creo —sus ojos se abrieron de par en par cuando observó el contenido—. Vengan, pasen, deprisa.
La reacción de aquel experto no vaticinaba nada bueno. Ambos muchacho tuvieron que entrar rápidamente a la casa. El anciano arrebato la botella de las manos del peliblanco y luego la llevó hasta una mesa donde la colocó bajo una luz blanca. Se le veía en extremo preocupado mientras le examinaba con la lupa.
—Parece que se trata de algo peligroso —Le comentó al Takanashi mientras esperaban de pie.
El micólogo abrió el frasco con extremo cuidado y retiro con una pinza uno de los hongos. Lo colocó bajo la luz y procedió a hacerle una serie de pruebas, cortés y similares. En todo momento trataba a aquel pequeño níscalo como si fuera un mortal escorpión con el que estaba luchando. Así continuó durante una media hora, un tiempo en el cual se olvido que había dos personas más acompañándolo en la sala.
—Tsk, tsk… Demonios —chasqueo la lengua con extrema frustración—. ¿Dónde han encontrado estos hongos? —Preguntó mientras se giraba hacia los chicos que tenían ya un buen rato ahí.
—Espere… Primero díganos qué son esas zetas tan extrañas y por qué le han alarmado tanto.
El anciano los miró con un poco de desdén, como si los considerara demasiado infantiles como para que comprendieran la magnitud de lo que se les iba a explicar. Sin embargo, era consciente de que si no les contaba lo que sabía, ellos tampoco le soltarían la información que necesitaba. Camino hacia un escritorio y luego encendió una pipa larga y delgada. Le dio una profunda calada y aquello pareció relajarlo mucho, al menos lo suficiente como para responder adecuadamente.
—De acuerdo —se recostó en una mecedora cercana para estar más cómodo—. Escuchen con atención, niños.
»Lo que me han traído es una variedad de setas conocidas como Onikin u “Oro de los demonios” —el nombre en sí provocaba una mala sensación—. Su nombre se debe a lo terrible de sus propiedades; Primeramente solo crecen en lugares con mucha vida, se alimentan de la misma y se reproducen hasta que ya no queda nada que matar, además son en extremo resistentes —recordaron las extrañas condiciones de la choza y sus alrededores—. Son en extremo tóxicas… Cuando algún organismo vivo las consume muere por los efectos de las mismas, a menos que… A menos que sobreviva el tiempo suficiente como para sentir los efectos secundarios; El animal o persona se ve drogada mientras manifiesta un rápido deterioro físico y mental. Y sus habilidades físicas se ven casi tan incrementadas como su violencia y siguen aumentando hasta que el cuerpo no lo soporta y muere.
El anciano se levantó lentamente, como si lo terrible de sus palabras le hubiese cansado. Abrió un baúl cercano, de donde extrajo un pequeño frasco con un líquido ambarino donde flotaba un hongo casi idéntico al que habían llevado con ellos.
—Este fue una muestra que me dejó mi padre —aseguro enseñándoles el frasco—. Hace unos cien años los Onikin estuvieron a punto de arrasar con el bosque de hongos, pero con la ayuda de Kusagakure se pudo evitar —dio una larga calada y les miró con preocupación—. Ahora temo que hayan regresado.
—Puede que lo que sepamos le sirva de algo —Dijo Kazuma—.Vera… Entramos al bosque de hongos con la finalidad de dar caza a un jabalí que se había vuelto loco. Lo extraño es que era mucho más grande y agresivo de lo que se pudiera esperar. Además, su cuerpo parecía estarse descomponiendo en vida y aun si mostraba tener una fuerza y resistencia brutales.
Se quedó pensando en aquello y dejó que su compañero le terminara de contar el resto, la choza y sus alrededores, lo que encontraron y aquel misterioso diario.