11/05/2016, 17:16
El cuerpo del joven de cabellos blancos comenzaba a sentirse más fatigado con cada salto que se veía obligado a dar. Para su desgracia, la sensación que tuvo al sumergirse por primera vez en el bosque se estaba repitiendo, el molesto calor, la plaga de insectos y el follaje que seguía determinado a no permitir que nadie se adentre al corazón de aquel sitio. En cierto punto resbaló, sobre el sombrero de una seta, y estuvo a punto de caer y darse un buen golpe, pero logró mantenerse a salvo enviando bastante chakra a sus pies y manteniéndose firme.
—Kazuma-san, déjame llevar la mochila el resto del trayecto. —Con toda seguridad vio aquella casi caída y se apiado de su compañero.
—Vamos, no soy tan torpe como para no poder con una mochila. —En realidad si se sentía bastante torpe, pero admitir que necesitaba ayuda para algo tan trivial le resultaba incomodo.
—No seas testarudo, además yo también quiero colaborar en lo que sea posible. —Le reclamó para que le cediera el paquete.
—Está bien, ahí tienes —le arrojó la mochila e inmediatamente sintió un alivio y una soltura considerables—. Gracias…
Continuaron su marcha a través del bosque de hongos hasta que por fin llegaron al sitio que estaban buscando.
El lugar lucía exactamente como la primera vez que lo vieron, como un pequeño claro plagado de muerte y rodeado de silencio. Lo único diferente era aquel olor a putrefacción que inundaba el aire y los cuerpos de algunos pequeños carroñeros que se habían acercado en busca de comida, mapaches, zorro y varias aves. El rostro del anciano se torció en un gesto que denotaba tanto desconcierto como horror en su más pura expresión. Se arrodilló y examinó el límite del círculo. Del suelo tomó un puñado de tierra que en su mayoría eran los caparazones secos de miles de insectos muertos.
—Ya que estamos aquí ¿Cómo se supone que sellara los hongos? —Lo del sellado sonaba muy practico, pero tambien era dificil de entender.
—Utilizare un sello ardiente —vio el desconcierto en el rostro del joven—, incinerare toda la zona hasta el punto de que incluso las bacterias mueran. Debo asegurarme de que tanto el aire como la tierra queden purificados.
—Ya veo… —se le notaba impresionado—. En la cabaña aún quedaban algunos documentos, yo debería ir a sacarlos antes de iniciar.
—Yo lo haré, ustedes no tienen la protección adecuada para pasar entre los Onikin. —Ciertamente, el traje del anciano tenía varias capas de malla y cuero tratados con químicos especiales.
—¿Estará bien? —Le preguntó—. Luego de leer el diario… Puede que sea demasiado para usted.
—¡No seas condescendiente, muchacho! —rugió molesto—. No importa lo que pase, soy el guardián del Bosque de Hongos y no vacilaré al cumplir con mi deber.
Sentaro les dio la espalda y procedió a caminar aquel corto tramo hacia la cabaña, lugar donde se reuniría por última vez con Hitomi.
—Kazuma-san, déjame llevar la mochila el resto del trayecto. —Con toda seguridad vio aquella casi caída y se apiado de su compañero.
—Vamos, no soy tan torpe como para no poder con una mochila. —En realidad si se sentía bastante torpe, pero admitir que necesitaba ayuda para algo tan trivial le resultaba incomodo.
—No seas testarudo, además yo también quiero colaborar en lo que sea posible. —Le reclamó para que le cediera el paquete.
—Está bien, ahí tienes —le arrojó la mochila e inmediatamente sintió un alivio y una soltura considerables—. Gracias…
Continuaron su marcha a través del bosque de hongos hasta que por fin llegaron al sitio que estaban buscando.
El lugar lucía exactamente como la primera vez que lo vieron, como un pequeño claro plagado de muerte y rodeado de silencio. Lo único diferente era aquel olor a putrefacción que inundaba el aire y los cuerpos de algunos pequeños carroñeros que se habían acercado en busca de comida, mapaches, zorro y varias aves. El rostro del anciano se torció en un gesto que denotaba tanto desconcierto como horror en su más pura expresión. Se arrodilló y examinó el límite del círculo. Del suelo tomó un puñado de tierra que en su mayoría eran los caparazones secos de miles de insectos muertos.
—Ya que estamos aquí ¿Cómo se supone que sellara los hongos? —Lo del sellado sonaba muy practico, pero tambien era dificil de entender.
—Utilizare un sello ardiente —vio el desconcierto en el rostro del joven—, incinerare toda la zona hasta el punto de que incluso las bacterias mueran. Debo asegurarme de que tanto el aire como la tierra queden purificados.
—Ya veo… —se le notaba impresionado—. En la cabaña aún quedaban algunos documentos, yo debería ir a sacarlos antes de iniciar.
—Yo lo haré, ustedes no tienen la protección adecuada para pasar entre los Onikin. —Ciertamente, el traje del anciano tenía varias capas de malla y cuero tratados con químicos especiales.
—¿Estará bien? —Le preguntó—. Luego de leer el diario… Puede que sea demasiado para usted.
—¡No seas condescendiente, muchacho! —rugió molesto—. No importa lo que pase, soy el guardián del Bosque de Hongos y no vacilaré al cumplir con mi deber.
Sentaro les dio la espalda y procedió a caminar aquel corto tramo hacia la cabaña, lugar donde se reuniría por última vez con Hitomi.