14/05/2016, 20:13
Mitsuki seguía dándole vueltas a todo lo que se había hablado en el recibidor de aquella posada, a pesar de que hacia horas que se habían retirado a sus habitaciones.
Sentada frente a una ventana de cristales cubiertos por la húmedad que dificultaba ver el exterior, tan solo iluminada por una pequeña vela en un viejo candelabro de latón que tenía apoyado sobre el marco inferior de la ventana, que era lo suficientemente profundo para que supusiera un riesgo dejarla allí.
A sus espaldas, sobre la cama, yacía su chaqueta y su bandana. Ambas cuidadosamente dobladas y dispuestas una sobre la otra con rigurosidad.
La de Kusabi no podía parar de pensar, trataba de encontrar una respuesta lógica al dilema que se le había planteado. No estaba muy segura de si ella podría hacerlo, al fin y al cabo... Si admitimos la existencia de un Youkai... ¿qué lógica nos debería regir?
Hastiada y algo cansada, la joven apoyo su brazo derecho en el marco de la ventana para sostener su cabeza mientras seguía dejando a su mirada perderse en las visiones borrosas que ofrecían aquellos cristales, iluminados de vez en cuando por la luz de un relámpago.
El clima parecía no querer dar ni un minuto de respiro, las horas pasaban pero la lluvia y el granizo arreciaban como al principio. Mitsuki, poco a poco vencida por el sueño, se había ido dejando caer sobre su brazo hasta quedar prácticamente con la cabeza apoyada en el cristal. A la joven le parecío un solo instante, pero cuando volvió a abrir los ojos muchas cosas habían cambiado.
Un desgarrador grito la sobresalto haciendo que casi se cayese de la silla. Algo obnubilada aún por el repentino despertar, logró sostenerse sobre la silla mientras se frotaba los ojos con ambas manos. En primera instancia no pudo identificar que era lo que decía la voz, pero tras un segundo grito lo pudo identificar claramente. Alguien o algo se había llevado a la hija de la señora que gritaba en mitad de la noche, tras esto antorchas y más voces se habían congregado en la calle.
Sobresaltada, la joven salió disparada de la habitación casi desencajando la puerta del tirón. En su cama había dejado olvidada su chaqueta y bandana, pero eso ahora no importaba. Se habían llevado a esa niña y sabía perfectamente que era lo que le ocurriría si no la encontraban antes de que el fatal desenlace se produjese. Eso era lo que quería pensar, aún había esperanza por poca que fuese. No tenía ni la más remota idea de que lo que haría o dejaría de hacer si se encontraba al youkai, pero ahora tenía un objetivo que era encontrar a esa criatura y eso si sabía que podía hacerlo.
Atravesó los angostos y viejos pasillos de la posada, haciendo crujir con su carrera todas y cada una de la tablas de aquel suelo. Descendió la escalera y atravesó el recibidor, la puerta ya estaba abierta. La Hyuga se abrió paso a empujones entre los aldeanos que se arremolinaban sobre la mujer.
—¡¿Hacia donde?!— gritaba la peliblanca esperando que alguien le respondiese, algo en su interior le decía que debía darse prisa si quería tener alguna oportunidad. Sin embargo, los aldeanos tan solo se miraban unos a otros con desconcierto... aquello la exasperaba hasta cotas que nunca se había imaginado.
Tras forcejear consiguió llegar hasta el centro, donde la madre lloraba desoncosolada sentada sobre una cama de barro y agua —¡¿Ha donde se los lleva?!—
Sentada frente a una ventana de cristales cubiertos por la húmedad que dificultaba ver el exterior, tan solo iluminada por una pequeña vela en un viejo candelabro de latón que tenía apoyado sobre el marco inferior de la ventana, que era lo suficientemente profundo para que supusiera un riesgo dejarla allí.
A sus espaldas, sobre la cama, yacía su chaqueta y su bandana. Ambas cuidadosamente dobladas y dispuestas una sobre la otra con rigurosidad.
La de Kusabi no podía parar de pensar, trataba de encontrar una respuesta lógica al dilema que se le había planteado. No estaba muy segura de si ella podría hacerlo, al fin y al cabo... Si admitimos la existencia de un Youkai... ¿qué lógica nos debería regir?
Hastiada y algo cansada, la joven apoyo su brazo derecho en el marco de la ventana para sostener su cabeza mientras seguía dejando a su mirada perderse en las visiones borrosas que ofrecían aquellos cristales, iluminados de vez en cuando por la luz de un relámpago.
El clima parecía no querer dar ni un minuto de respiro, las horas pasaban pero la lluvia y el granizo arreciaban como al principio. Mitsuki, poco a poco vencida por el sueño, se había ido dejando caer sobre su brazo hasta quedar prácticamente con la cabeza apoyada en el cristal. A la joven le parecío un solo instante, pero cuando volvió a abrir los ojos muchas cosas habían cambiado.
Un desgarrador grito la sobresalto haciendo que casi se cayese de la silla. Algo obnubilada aún por el repentino despertar, logró sostenerse sobre la silla mientras se frotaba los ojos con ambas manos. En primera instancia no pudo identificar que era lo que decía la voz, pero tras un segundo grito lo pudo identificar claramente. Alguien o algo se había llevado a la hija de la señora que gritaba en mitad de la noche, tras esto antorchas y más voces se habían congregado en la calle.
Sobresaltada, la joven salió disparada de la habitación casi desencajando la puerta del tirón. En su cama había dejado olvidada su chaqueta y bandana, pero eso ahora no importaba. Se habían llevado a esa niña y sabía perfectamente que era lo que le ocurriría si no la encontraban antes de que el fatal desenlace se produjese. Eso era lo que quería pensar, aún había esperanza por poca que fuese. No tenía ni la más remota idea de que lo que haría o dejaría de hacer si se encontraba al youkai, pero ahora tenía un objetivo que era encontrar a esa criatura y eso si sabía que podía hacerlo.
Atravesó los angostos y viejos pasillos de la posada, haciendo crujir con su carrera todas y cada una de la tablas de aquel suelo. Descendió la escalera y atravesó el recibidor, la puerta ya estaba abierta. La Hyuga se abrió paso a empujones entre los aldeanos que se arremolinaban sobre la mujer.
—¡¿Hacia donde?!— gritaba la peliblanca esperando que alguien le respondiese, algo en su interior le decía que debía darse prisa si quería tener alguna oportunidad. Sin embargo, los aldeanos tan solo se miraban unos a otros con desconcierto... aquello la exasperaba hasta cotas que nunca se había imaginado.
Tras forcejear consiguió llegar hasta el centro, donde la madre lloraba desoncosolada sentada sobre una cama de barro y agua —¡¿Ha donde se los lleva?!—