22/05/2016, 20:17
—Adelante, por favor —respondió con amabilidad—. Puede que te sirva un poco de viento. —Aseguró, mientras le ofrecía aquel abanico de papel que estaba usando.
—Gracias, señor. —Dijo, girándose para verle la cara, pero el sombrero se lo impidió y tuvo que conformarse con un atisbo de sonrisa.
El joven de cabellos blancos relajo su postura y estiró sus extremidades. Dejó que el peso de su cuerpo se apoyara en el espaldar de madera mientras que desplegaba el abanico para darse aire. La brisa le cayó de maravilla, le encantaba sentir aquellos delicados dedos invisibles que le acariciaban el rostro y que le revolvían el cabello. Antes de darse cuenta se estaba abanicando enérgicamente, disipando el calor que le tenía mareado. Se encontraba bastante mejor, y estaba a punto de devolver el artefacto, cuando de repente su mano se acalambro, y con un leve quejido lo dejó caer al suelo.
—Lo siento, señor. —Se disculpó mientras lo recogía, pues al parecer se había ensuciado un poco.
Se encontró a sí mismo bastante avergonzado, no por el insignificante hecho de dejar caer aquel instrumento de delicado papel, sino porque sus, generalmente hábiles y confiables manos, se habían comportado de manera torpe.
Su falta de coordinación se presentaba como un mal pasajero pero inevitable. Aquello como resultado del combate “mortal” (porque ciertamente creía que sería a muerte) que había librado hacía unos días. No había recibido ninguna herida en sus brazos que justificara tal descoordinación, más bien fue el resultado de llevar su joven, y aun en entrenamiento, cuerpo más allá del límite de sus actuales capacidades.
«Qué sentido tiene vigilarme estando en este estado —no podía evitar sentirse vulnerable—, aunque quisiera, no podría esgrimir a Bohimei. Incluso dudo que puedo arrojar adecuadamente un shuriken si se presentase la necesidad.» Puede que las lesiones físicas de aquella batalla sanarán pronto, pero las heridas psicológicas lo acompañarian un largo tiempo.
—Espera… —el de Uzushio se encontraba agachado y se le ocurrió levantar la mirada para encontrar el rostro de quien le acompañaba en el banco—. No eres un señor, eres un chico de, por lo que puedo ver, más o menos mi edad.
»¿De dónde eres? —le pregunto mientras le devolvía el abanico—. Digo, parece que no estás acostumbrado al clima cálido de esta región.
Naomi hizo un pequeño gesto de tos que denotaba lo inadecuado de la pregunta del joven, pero en aquel momento Kazuma se encontraba más interesado en aquella persona que en las típicas cortesías sociales, aunque su forma de expresar duda era un poco seca y repentina.
—Gracias, señor. —Dijo, girándose para verle la cara, pero el sombrero se lo impidió y tuvo que conformarse con un atisbo de sonrisa.
El joven de cabellos blancos relajo su postura y estiró sus extremidades. Dejó que el peso de su cuerpo se apoyara en el espaldar de madera mientras que desplegaba el abanico para darse aire. La brisa le cayó de maravilla, le encantaba sentir aquellos delicados dedos invisibles que le acariciaban el rostro y que le revolvían el cabello. Antes de darse cuenta se estaba abanicando enérgicamente, disipando el calor que le tenía mareado. Se encontraba bastante mejor, y estaba a punto de devolver el artefacto, cuando de repente su mano se acalambro, y con un leve quejido lo dejó caer al suelo.
—Lo siento, señor. —Se disculpó mientras lo recogía, pues al parecer se había ensuciado un poco.
Se encontró a sí mismo bastante avergonzado, no por el insignificante hecho de dejar caer aquel instrumento de delicado papel, sino porque sus, generalmente hábiles y confiables manos, se habían comportado de manera torpe.
Su falta de coordinación se presentaba como un mal pasajero pero inevitable. Aquello como resultado del combate “mortal” (porque ciertamente creía que sería a muerte) que había librado hacía unos días. No había recibido ninguna herida en sus brazos que justificara tal descoordinación, más bien fue el resultado de llevar su joven, y aun en entrenamiento, cuerpo más allá del límite de sus actuales capacidades.
«Qué sentido tiene vigilarme estando en este estado —no podía evitar sentirse vulnerable—, aunque quisiera, no podría esgrimir a Bohimei. Incluso dudo que puedo arrojar adecuadamente un shuriken si se presentase la necesidad.» Puede que las lesiones físicas de aquella batalla sanarán pronto, pero las heridas psicológicas lo acompañarian un largo tiempo.
—Espera… —el de Uzushio se encontraba agachado y se le ocurrió levantar la mirada para encontrar el rostro de quien le acompañaba en el banco—. No eres un señor, eres un chico de, por lo que puedo ver, más o menos mi edad.
»¿De dónde eres? —le pregunto mientras le devolvía el abanico—. Digo, parece que no estás acostumbrado al clima cálido de esta región.
Naomi hizo un pequeño gesto de tos que denotaba lo inadecuado de la pregunta del joven, pero en aquel momento Kazuma se encontraba más interesado en aquella persona que en las típicas cortesías sociales, aunque su forma de expresar duda era un poco seca y repentina.