2/06/2016, 13:07
Tras una larga ascensión, Mitsuki se encontraba justo bajo el impresionante arco de color rojo que marcaba el límite entre la tierra sagrada del templo y el resto del mundo. No pudo evitar sentirse casi como en casa, desde que llegó de Kusabi no había vuelto a pisar un templo. Esa sensación de paz que trasmiten ese tipo de lugares, era algo que la mayoría de personas no apreciaba pero que la peliblanca echaba de menos.
Traspaso el arco, siguiendo al resto de personas que accedían al templo. Todo había sido pulcramente dispuesto, desde la recogida de las hojas hasta los adornos, sin lugar a dudas los monjes de aquel lugar eran personas tan diligentes como se les suponía.
Apenas unos metros más adelante, la joven pudo observar un abrevadero de piedra donde los visitantes recién llegados limpiaban sus manos y boca como dictaba la tradición. Al igual que el resto, Mitsuki se acerco al lugar y siguió el mismo ritual que los demás. Una vez lista, continuó el camino hacia la zona de ofrendas, aunque ella se detuvo a unos metros de la entrada para observar como el resto de feligreses rendían sus plegarias.
Lo cierto es que para alguien como ella, ver a tantas personas acudiendo al templo aunque solo fuese por tradición, era algo que la alegraba.
Después de unos minutos de silenciosa observación, la joven se giró hacia la izquierda siguiendo las indicaciones del Sr Hayato. El anciano le había informado de que justo a la izquierda del templo principal había un pequeño camino que se internaba en el bosque. Allí encontraría un pequeño templete dedicado al dios Fuujin. Así que eso fue lo que hizo, poco a poco se fue alejando del templo. La marabunta de visitantes iban quedando atrás.
La de Kusabi pasó junto a una anciana y el que parecía ser su nieto, un chico de pelo blanco ataviado con un yukata azul marino.
A la Hyuga le pareció algo bastante tierno, un nieto con su abuela. Charlando animadamente.
Como el camino que transitaba pasaba junto a aquella pareja, Mitsuki no quiso ser maleducada y saludo con una sonrisa sin detener el paso.
—¡Feliz Año Nuevo!— hizo una leve reverencia y siguió su camino con tranquilidad
Traspaso el arco, siguiendo al resto de personas que accedían al templo. Todo había sido pulcramente dispuesto, desde la recogida de las hojas hasta los adornos, sin lugar a dudas los monjes de aquel lugar eran personas tan diligentes como se les suponía.
Apenas unos metros más adelante, la joven pudo observar un abrevadero de piedra donde los visitantes recién llegados limpiaban sus manos y boca como dictaba la tradición. Al igual que el resto, Mitsuki se acerco al lugar y siguió el mismo ritual que los demás. Una vez lista, continuó el camino hacia la zona de ofrendas, aunque ella se detuvo a unos metros de la entrada para observar como el resto de feligreses rendían sus plegarias.
Lo cierto es que para alguien como ella, ver a tantas personas acudiendo al templo aunque solo fuese por tradición, era algo que la alegraba.
Después de unos minutos de silenciosa observación, la joven se giró hacia la izquierda siguiendo las indicaciones del Sr Hayato. El anciano le había informado de que justo a la izquierda del templo principal había un pequeño camino que se internaba en el bosque. Allí encontraría un pequeño templete dedicado al dios Fuujin. Así que eso fue lo que hizo, poco a poco se fue alejando del templo. La marabunta de visitantes iban quedando atrás.
La de Kusabi pasó junto a una anciana y el que parecía ser su nieto, un chico de pelo blanco ataviado con un yukata azul marino.
A la Hyuga le pareció algo bastante tierno, un nieto con su abuela. Charlando animadamente.
Como el camino que transitaba pasaba junto a aquella pareja, Mitsuki no quiso ser maleducada y saludo con una sonrisa sin detener el paso.
—¡Feliz Año Nuevo!— hizo una leve reverencia y siguió su camino con tranquilidad