20/06/2016, 22:19
«¡Oh! ¡Ahí está!»
Su corazón pareció olvidarse de latir por un segundo. Y es que allí, entre todas aquellas butacas sumamente idénticas entre sí, un gran oso de felpa abandonado a su suerte destacaba por el llamativo lazo rosa que llevaba sobre la cabeza. Sin perder un instante, Ayame corrió hacia él, lo tomó entre sus brazos, y con una radiante sonrisa buscó a Juro con la mirada.
Pero su compañero se encontraba en el otro extremo del estadio, y parecía estar discutiendo con otro niño que iba agarrado de su madre.
—Oh, no... —musitó, mordiéndose el labio inferior. ¿Qué debía hacer? ¿Como podía alertar a su compañero desde la otra punta del estadio? Había demasiada distancia entre ambos, si optaba por recorrer todas las gradas tardaría demasiado tiempo.
¿Qué podía hacer?
—¡Devuélveme a Ted-sama! —el grito pilló desprevenido al niño, que pegó un bote en el sitio y se arrimó aún más a su madre con el osito fuertemente agarrado entre sus brazos—. ¡Mi hermanita quiere a Ted-sama! ¡Es nuestro!
—¿Qué? ¿Es vuestro? —intervino la madre, suavemente.
Durante unos instantes, los ojos del chiquillo se anegaron de lágrimas. Pero fue un momento increíblemente fugaz, y pronto su rostro pasó del miedo al innegable gesto de la rabia y el desafío.
—¡Eso no es cierto! ¡No es Ted-sama! ¡Es Kuma-sama, y es MÍO!
—¡Oye, oye...! —comenzó a decir la mujer, apoyando la mano sobre su infante en un gesto conciliador, pero entonces una voz masculina reverberó por todo el estadio.
—¡¡¡¡¡¡HEEEEEEY, CHICOOOOO!!!!!!
Era Ayame-samurai, que con una sonrisa nerviosa sostenía al osito encontrado con todo su brazo estirado en vertical y lo zarandeaba para llamar la atención de Juro. No. No se le había ocurrido otra forma de hacerle llegar el mensaje antes de que se les acabara el tiempo.
Quedan 3 minutos.
Su corazón pareció olvidarse de latir por un segundo. Y es que allí, entre todas aquellas butacas sumamente idénticas entre sí, un gran oso de felpa abandonado a su suerte destacaba por el llamativo lazo rosa que llevaba sobre la cabeza. Sin perder un instante, Ayame corrió hacia él, lo tomó entre sus brazos, y con una radiante sonrisa buscó a Juro con la mirada.
Pero su compañero se encontraba en el otro extremo del estadio, y parecía estar discutiendo con otro niño que iba agarrado de su madre.
—Oh, no... —musitó, mordiéndose el labio inferior. ¿Qué debía hacer? ¿Como podía alertar a su compañero desde la otra punta del estadio? Había demasiada distancia entre ambos, si optaba por recorrer todas las gradas tardaría demasiado tiempo.
¿Qué podía hacer?
...
—¡Devuélveme a Ted-sama! —el grito pilló desprevenido al niño, que pegó un bote en el sitio y se arrimó aún más a su madre con el osito fuertemente agarrado entre sus brazos—. ¡Mi hermanita quiere a Ted-sama! ¡Es nuestro!
—¿Qué? ¿Es vuestro? —intervino la madre, suavemente.
Durante unos instantes, los ojos del chiquillo se anegaron de lágrimas. Pero fue un momento increíblemente fugaz, y pronto su rostro pasó del miedo al innegable gesto de la rabia y el desafío.
—¡Eso no es cierto! ¡No es Ted-sama! ¡Es Kuma-sama, y es MÍO!
—¡Oye, oye...! —comenzó a decir la mujer, apoyando la mano sobre su infante en un gesto conciliador, pero entonces una voz masculina reverberó por todo el estadio.
—¡¡¡¡¡¡HEEEEEEY, CHICOOOOO!!!!!!
Era Ayame-samurai, que con una sonrisa nerviosa sostenía al osito encontrado con todo su brazo estirado en vertical y lo zarandeaba para llamar la atención de Juro. No. No se le había ocurrido otra forma de hacerle llegar el mensaje antes de que se les acabara el tiempo.
Quedan 3 minutos.