24/06/2016, 19:28
La joven de níveos cabellos contestó amablemente a la presentación y le dedicó una cálida sonrisa, y un leve encuentro visual, al espadachín del remolino.
—Algo así —comenzó con suavidad—. Soy la sucesora de la Shijou no Miko de Kusabi... —la joven se giró lentamente hasta dar la espalda al muchacho mientras seguía hablando, caminó hasta la escalerilla del templo y subió con gracia hasta quedar parada frente a la puerta—. La marca de Fuujin-sama en el mundo —apoyo ambas manos en las puertas correderas del templete y con un suave gesto las abrió de par en par, desvelando el interior. Una solitaria estatua de un portentoso hombre envuelto con una capa, que sostenía un bastón de monje coronado con tres aros de tamaños decrecientes. Junto al hombre con cara de demonio, un león que le acompañaba como el perro al cazador. Mitsuki hizo una reverencia antes de girarse—. Te doy la bienvenida a este templo, Ishimura Kazuma —un suave viento hizo los cabellos de la joven ondear junto con las hojas de los árboles que les rodeaban—. Dime... ¿Qué crees que te ha traído hasta aquí?
«Ya veo, entonces es una especie de sacerdotisa.» Fue la única conclusión a la que podía llegar.
No estaba seguro de que pensar al respecto, pero supo que tendría que actuar de forma respetuosa. Hacía tiempo había leído que la gente que dedica su vida a representar a un dios se toma su trabajo con absoluta seriedad. Aunque... No podía siquiera comprender por qué alguien dedicaría su vida a seres tan ajenos e indiferentes como los dioses.
El no sabía mucho al sobre el tema; en su familia también llegó a haber sacerdotes, pero rezaban solo al panteón familiar. Se dedicaban a un grupo de dioses tan nobles como incomprendidos y temidos… Dioses a los cuales construirle un altar era considerado algo morboso y hasta tabú… Al final aquello jamás le llamó la atención, así que se mantuvo parcialmente alejado de ese conocimiento.
—Esto… —ahora que lo pensaba, lo de seguir a un fantasma blanco sonaba demasiado infantil—. Me pareció ver a alguien en la entrada del camino y eso me llamó la atención —observo sus alrededores—. Me parecía misterioso así que decidí recorrerlo, y antes de darme cuenta me encontraba en este sitio.
Eso era más o menos lo que había pasado, obviando la parte del fantasma y la del susto de muerte que le había dado. Pero más allá de las respuestas, lo que el de ojos grises tenía eran preguntas. Preguntas sobre el sitio en el que estaba y sobre la persona que lo estaba acompañando.
—Este lugar se siente un poco solitario —de pronto volvió a notar lo abandonado que estaba el sitio y lo fuerte que era aquella extraña sensación que lo cubría—, ¿Eres la única que cuida de este santuario?
—Algo así —comenzó con suavidad—. Soy la sucesora de la Shijou no Miko de Kusabi... —la joven se giró lentamente hasta dar la espalda al muchacho mientras seguía hablando, caminó hasta la escalerilla del templo y subió con gracia hasta quedar parada frente a la puerta—. La marca de Fuujin-sama en el mundo —apoyo ambas manos en las puertas correderas del templete y con un suave gesto las abrió de par en par, desvelando el interior. Una solitaria estatua de un portentoso hombre envuelto con una capa, que sostenía un bastón de monje coronado con tres aros de tamaños decrecientes. Junto al hombre con cara de demonio, un león que le acompañaba como el perro al cazador. Mitsuki hizo una reverencia antes de girarse—. Te doy la bienvenida a este templo, Ishimura Kazuma —un suave viento hizo los cabellos de la joven ondear junto con las hojas de los árboles que les rodeaban—. Dime... ¿Qué crees que te ha traído hasta aquí?
«Ya veo, entonces es una especie de sacerdotisa.» Fue la única conclusión a la que podía llegar.
No estaba seguro de que pensar al respecto, pero supo que tendría que actuar de forma respetuosa. Hacía tiempo había leído que la gente que dedica su vida a representar a un dios se toma su trabajo con absoluta seriedad. Aunque... No podía siquiera comprender por qué alguien dedicaría su vida a seres tan ajenos e indiferentes como los dioses.
El no sabía mucho al sobre el tema; en su familia también llegó a haber sacerdotes, pero rezaban solo al panteón familiar. Se dedicaban a un grupo de dioses tan nobles como incomprendidos y temidos… Dioses a los cuales construirle un altar era considerado algo morboso y hasta tabú… Al final aquello jamás le llamó la atención, así que se mantuvo parcialmente alejado de ese conocimiento.
—Esto… —ahora que lo pensaba, lo de seguir a un fantasma blanco sonaba demasiado infantil—. Me pareció ver a alguien en la entrada del camino y eso me llamó la atención —observo sus alrededores—. Me parecía misterioso así que decidí recorrerlo, y antes de darme cuenta me encontraba en este sitio.
Eso era más o menos lo que había pasado, obviando la parte del fantasma y la del susto de muerte que le había dado. Pero más allá de las respuestas, lo que el de ojos grises tenía eran preguntas. Preguntas sobre el sitio en el que estaba y sobre la persona que lo estaba acompañando.
—Este lugar se siente un poco solitario —de pronto volvió a notar lo abandonado que estaba el sitio y lo fuerte que era aquella extraña sensación que lo cubría—, ¿Eres la única que cuida de este santuario?