5/07/2016, 17:22
— No lo se... —respondió Juro, y parecía igual de desconcertado que ella—. Quizá... Quiza este por aquí, tapada por la gente... ¿No?
Ayame se mordió el labio inferior y estiró aún más el cuello para poder ver mejor a través de la multitud. Pero no había tanta gente como para no ver a la niña. De hecho, cada vez se dispersaban más y más... y seguía sin haber rastro alguno sobre la chiquilla.
—¡Niña, tenemos a Ted-sama, a tu osito!
Pero era inútil, nadie respondió a la llamada. Como mucho, un par de personas se giraron hacia ellos, extrañados y sobresaltados ante sus gritos. Pero la niña había desaparecido sin más.
—No está... —murmuró Ayame, hundiendo los hombros con desaliento. Seguramente sus padres debían de haberse cansado de esperarles.
O quizás jamás estuvieron haciéndolo y se marcharon sin más con una chiquilla llorosa con promesas de un peluche nuevo igual a su Ted-sama...
—¡¿Se puede saber dónde cojones estabas?! —Aquella voz resonó en sus oídos como una auténtica bofetada. Ayame tensó todos los músculos del cuerpo instantánamente y se giró a tiempo de ver a Zetsuo dando caminando entre largas zancadas hacia ella. Llevaba sendos puños apretados y, a juzgar por la expresión de su rostro, no estaba nada contento—. ¡Los combates han terminado hace una hora! ¿Dónde te habías metido, niña?
Ayame abrió y cerró la boca varias veces como un pez fuera del agua, tratando de responder. Sin embargo, antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, los ojos aguamarina de Zetsuo se fijaron en el osito de peluche que llevaba entre los brazos.
Y como si acabara de darse cuenta de su presencia, volvió la mirada hacia Juro, con los ojos peligrosamente entrecerrados...
Ayame se mordió el labio inferior y estiró aún más el cuello para poder ver mejor a través de la multitud. Pero no había tanta gente como para no ver a la niña. De hecho, cada vez se dispersaban más y más... y seguía sin haber rastro alguno sobre la chiquilla.
—¡Niña, tenemos a Ted-sama, a tu osito!
Pero era inútil, nadie respondió a la llamada. Como mucho, un par de personas se giraron hacia ellos, extrañados y sobresaltados ante sus gritos. Pero la niña había desaparecido sin más.
—No está... —murmuró Ayame, hundiendo los hombros con desaliento. Seguramente sus padres debían de haberse cansado de esperarles.
O quizás jamás estuvieron haciéndolo y se marcharon sin más con una chiquilla llorosa con promesas de un peluche nuevo igual a su Ted-sama...
—¡¿Se puede saber dónde cojones estabas?! —Aquella voz resonó en sus oídos como una auténtica bofetada. Ayame tensó todos los músculos del cuerpo instantánamente y se giró a tiempo de ver a Zetsuo dando caminando entre largas zancadas hacia ella. Llevaba sendos puños apretados y, a juzgar por la expresión de su rostro, no estaba nada contento—. ¡Los combates han terminado hace una hora! ¿Dónde te habías metido, niña?
Ayame abrió y cerró la boca varias veces como un pez fuera del agua, tratando de responder. Sin embargo, antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, los ojos aguamarina de Zetsuo se fijaron en el osito de peluche que llevaba entre los brazos.
Y como si acabara de darse cuenta de su presencia, volvió la mirada hacia Juro, con los ojos peligrosamente entrecerrados...