21/05/2015, 00:02
Las horas caían una a una, al igual que el sol lo hacía por el horizonte. La tarde ya casi había pasado por completo, y con ella un intenso día de entrenamiento junto a su padre. El rubio lucía refrescado tras un baño, tumbado a la bartola sobre su cama por un rato. Relajaba tras tanto agotamiento físico, era lo recomendado, no todo es sufrimiento... a veces un buen estiramiento y descanso hace más que el mismo deporte. Obviamente, tras haber entrenado... tumbarse sin mas y descansar, no favorece nada.
Tras un buen rato echado, el chico terminó de vestirse, ataviándose la camiseta blanca que tanto le gustaba, así como las sandalias negras características de todo shinobi. Se estiró por última vez, y se dirigió hacia la salida de su habitación que daba hacia el jardín. Abrió con firmeza la pared corredera, y dio su primer paso sobre el césped. Tras de sí, cerró el mamparo, no quería que ningún mosquito se metiese en su habitación. El verano era la época de ése mal, los mosquitos... hijos de Satán.
Sin preámbulos, se dirigió como acostumbraba, con una carrera, hacia el muro conformado por setos. Aquel muro de casi dos metros de alto, que con no demasiada dificultad saltaba casi todos los días. Repitió la acción, y tomó suelo en la calle rápidamente. Alzó su mirada, y se sacudió los guantes que cubrían sus manos hasta llegar a los antebrazos. Tras ello, comenzó a caminar.
"MmmmmMM ¿Dango? ¿Pollo Teriyaki? Difícil debate moral..."
Caminó y caminó, hasta encontrarse con un lugar de comida abierto a esas horas. Tampoco era raro, era la hora de la cena. Se acercó hasta la puerta, y la abrió de par en par. La puerta daba lugar a un comedor bien amplio, bastante transcurrido, en el que bastante gente se estaba gastando parte del sueldo en una sabrosa comida que ahorraría de elaborar en casa. Sin pausa pero sin prisa, el chico se adentró en el local, dejando tras de sí la puerta cerrarse. Tomó asiento, y esperaría a que la mesera o el mesero le atendiese. Entre tanto, comenzó a leer el cartelito que listaba los suculentos platos que allí servían.
Tras un buen rato echado, el chico terminó de vestirse, ataviándose la camiseta blanca que tanto le gustaba, así como las sandalias negras características de todo shinobi. Se estiró por última vez, y se dirigió hacia la salida de su habitación que daba hacia el jardín. Abrió con firmeza la pared corredera, y dio su primer paso sobre el césped. Tras de sí, cerró el mamparo, no quería que ningún mosquito se metiese en su habitación. El verano era la época de ése mal, los mosquitos... hijos de Satán.
Sin preámbulos, se dirigió como acostumbraba, con una carrera, hacia el muro conformado por setos. Aquel muro de casi dos metros de alto, que con no demasiada dificultad saltaba casi todos los días. Repitió la acción, y tomó suelo en la calle rápidamente. Alzó su mirada, y se sacudió los guantes que cubrían sus manos hasta llegar a los antebrazos. Tras ello, comenzó a caminar.
"MmmmmMM ¿Dango? ¿Pollo Teriyaki? Difícil debate moral..."
Caminó y caminó, hasta encontrarse con un lugar de comida abierto a esas horas. Tampoco era raro, era la hora de la cena. Se acercó hasta la puerta, y la abrió de par en par. La puerta daba lugar a un comedor bien amplio, bastante transcurrido, en el que bastante gente se estaba gastando parte del sueldo en una sabrosa comida que ahorraría de elaborar en casa. Sin pausa pero sin prisa, el chico se adentró en el local, dejando tras de sí la puerta cerrarse. Tomó asiento, y esperaría a que la mesera o el mesero le atendiese. Entre tanto, comenzó a leer el cartelito que listaba los suculentos platos que allí servían.