11/07/2016, 22:36
Mientras disfrutaba de los últimos momentos de luz, la gran bola del cielo se resistía a desaparecer por el borde del mundo, Kondor percibió un olor nuevo. No era un olor que perteneciera a ese lugar, pero olía a aldea, así que al menos el muchacho pensó que podría ser uno de sus "vecinos".
Efectivamente, tras unos segundos, el huérfano divisó a una persona joven y con un llamativo pelo azul que paseaba por la playa justo por debajo de él. No daba señales de haberle visto y Kondor decidió esperar y observar. Llevaba toda la vida haciéndolo para cazar y se había vuelto bastante diestro en el tema, además que la posición que había escogido le permitía hacerlo sin apenas posibilidad de ser avistado.
Solo esperaba que no pudiera sentir su energía vital, o lo que los aldeanos llamaban "chakra". Sabía con certeza, gracias a sus instructores, que era posible detectar a alguien sin necesidad de verlo, olerlo u oírlo. Pero si el muchacho le había detectado, no dio señales de ello.
Kondor sentía curiosidad, quizá aquella fuera una buena ocasión para intentar adaptarse más al nuevo mundo que estaba conociendo. El chico sacó un libro, Kondor los había conocido nada más llegar a la aldea, para bien o para mal; y empezó a escribir en él durante unos minutos. Acto seguido lo cerró y lo guardó en la bolsa mientras hacía como él: disfrutar del atardecer.
La curiosidad es un arma de doble filo, pero Kondor aun lo desconocía. Quería saber para qué era ese libro y por qué escribía en él. Se puso de pie y sin demora comenzó a bajar la cala intentando no asustar a su nueva compañía. No quería parecer estruendoso ni tampoco aparecer de golpe por detrás. Cuidó mucho su lenguaje corporal para no parecer una amenaza. Tras unos segundos recapacitando sobre la frase que buscaba mientras miraba a los ojos a su nuevo interlocutor, Kondor preguntó:
- ¿Qué... escribir? - con dificultad y sin dominar demasiado la conjugación.
Efectivamente, tras unos segundos, el huérfano divisó a una persona joven y con un llamativo pelo azul que paseaba por la playa justo por debajo de él. No daba señales de haberle visto y Kondor decidió esperar y observar. Llevaba toda la vida haciéndolo para cazar y se había vuelto bastante diestro en el tema, además que la posición que había escogido le permitía hacerlo sin apenas posibilidad de ser avistado.
Solo esperaba que no pudiera sentir su energía vital, o lo que los aldeanos llamaban "chakra". Sabía con certeza, gracias a sus instructores, que era posible detectar a alguien sin necesidad de verlo, olerlo u oírlo. Pero si el muchacho le había detectado, no dio señales de ello.
Kondor sentía curiosidad, quizá aquella fuera una buena ocasión para intentar adaptarse más al nuevo mundo que estaba conociendo. El chico sacó un libro, Kondor los había conocido nada más llegar a la aldea, para bien o para mal; y empezó a escribir en él durante unos minutos. Acto seguido lo cerró y lo guardó en la bolsa mientras hacía como él: disfrutar del atardecer.
La curiosidad es un arma de doble filo, pero Kondor aun lo desconocía. Quería saber para qué era ese libro y por qué escribía en él. Se puso de pie y sin demora comenzó a bajar la cala intentando no asustar a su nueva compañía. No quería parecer estruendoso ni tampoco aparecer de golpe por detrás. Cuidó mucho su lenguaje corporal para no parecer una amenaza. Tras unos segundos recapacitando sobre la frase que buscaba mientras miraba a los ojos a su nuevo interlocutor, Kondor preguntó:
- ¿Qué... escribir? - con dificultad y sin dominar demasiado la conjugación.