11/07/2016, 23:46
Los ojos de Zetsuo taladraban los de Juro como dos incesantes arpones. Como si quisiera ver más allá del chico, como si quisiera ver más allá de sus palabras.
— N-No es culpa suya, señor... —La voz de Juro tembló ligeramente, y Ayame se removió en su sitio al notar la tensión crispar el ambiente como una descarga de electricidad estática—. Nos encontramos por casualidad... y... una niña nos distrajo por el camino cuando ibamos a reunirnos con nuestros familiares. Estaba llorando, y no encontraba su osito...
—Es ciert... —quiso corroborar, pero su padre la mandó callar con un seco gesto de su mano. En ningún momento apartó los ojos del pobre y tembloroso muchacho.
—Así que nos ablandamos un poco. Al final lo encontramos, pero nos costó mucho. Se nos paso el rato volando... —Sonrió. Pero sus labios formaban una línea tan tensa como las cerdas del arco de un violín. Al final, terminó por agachar la mirada, derrotado ante la imponente figura del águila—. Lo siento...
— ¡JURO!
Una nueva voz entró en escena. Una mujer de cabellos rubios y ojos oscuros se acercaba a ellos entre grandes zancadas.
—¿Sabes cuando llevo esperando?
Antes de que cualquiera de los presentes tuviera tiempo de reaccionar siquiera, le asestó al muchacho un golpe en la coronilla que estremeció a Ayame de pura compasión. Aunque aquel sentimiento no tuvo nada que ver con el escalofrío que recorrió su espalda cuando se fijó en la terrible cicatriz que le cruzaba el rostro desde la sien hasta la mejilla, pasando a través de su nariz.
—Es suficiente. Volvamos —Con una leve inclinación de cabeza, Zetsuo agarró del hombro a Ayame y comenzó a arrastrarla lejos del estadio, hacia El Patito Frito.
—¡Hasta luego, Juro-san! ¡Nos veremos en el torneo!
—Maldita sea, no haces más que traerme disgustos —farfulló su padre, cuando ya se encontraban a cierta distancia—. Será mejor que tengas cuidado con esa... "popularidad" tuya.
—¿Qué?
—Tú ya sabes de qué hablo—escupió, entrecerrando los ojos de aquella forma tan amenazadora que le ponía los pelos de punta. Parecía querer transmitirle un claro mensaje a través de aquella mirada, pero ella era incapaz de descifrarlo. Al final, volvió el rostro hacia delante y movió los labios en una frase que Ayame no llegó a escuchar con claridad...
«Como vuelva a ver que a algún baboso le da por hacerte más regalitos...»
— N-No es culpa suya, señor... —La voz de Juro tembló ligeramente, y Ayame se removió en su sitio al notar la tensión crispar el ambiente como una descarga de electricidad estática—. Nos encontramos por casualidad... y... una niña nos distrajo por el camino cuando ibamos a reunirnos con nuestros familiares. Estaba llorando, y no encontraba su osito...
—Es ciert... —quiso corroborar, pero su padre la mandó callar con un seco gesto de su mano. En ningún momento apartó los ojos del pobre y tembloroso muchacho.
—Así que nos ablandamos un poco. Al final lo encontramos, pero nos costó mucho. Se nos paso el rato volando... —Sonrió. Pero sus labios formaban una línea tan tensa como las cerdas del arco de un violín. Al final, terminó por agachar la mirada, derrotado ante la imponente figura del águila—. Lo siento...
— ¡JURO!
Una nueva voz entró en escena. Una mujer de cabellos rubios y ojos oscuros se acercaba a ellos entre grandes zancadas.
—¿Sabes cuando llevo esperando?
Antes de que cualquiera de los presentes tuviera tiempo de reaccionar siquiera, le asestó al muchacho un golpe en la coronilla que estremeció a Ayame de pura compasión. Aunque aquel sentimiento no tuvo nada que ver con el escalofrío que recorrió su espalda cuando se fijó en la terrible cicatriz que le cruzaba el rostro desde la sien hasta la mejilla, pasando a través de su nariz.
—Es suficiente. Volvamos —Con una leve inclinación de cabeza, Zetsuo agarró del hombro a Ayame y comenzó a arrastrarla lejos del estadio, hacia El Patito Frito.
—¡Hasta luego, Juro-san! ¡Nos veremos en el torneo!
—Maldita sea, no haces más que traerme disgustos —farfulló su padre, cuando ya se encontraban a cierta distancia—. Será mejor que tengas cuidado con esa... "popularidad" tuya.
—¿Qué?
—Tú ya sabes de qué hablo—escupió, entrecerrando los ojos de aquella forma tan amenazadora que le ponía los pelos de punta. Parecía querer transmitirle un claro mensaje a través de aquella mirada, pero ella era incapaz de descifrarlo. Al final, volvió el rostro hacia delante y movió los labios en una frase que Ayame no llegó a escuchar con claridad...
«Como vuelva a ver que a algún baboso le da por hacerte más regalitos...»