15/07/2016, 16:18
Desde aquella colina, donde yacía emplazada la estación de trenes, el paisaje era tan impresionante como conmovedor; En el fondo del valle donde alguna vez hubiese un vasto complejo de dojos, una ciudad en sí misma, ahora se encontraba un enorme lago de aguas tranquilas.
«Es como si los Dojos del combatiente jamás hubiesen existido…» Pero sí estuvieron allí en alguna ocasión, aunque el paisaje invitase a pensar lo contrario. Él mismo era una prueba viviente de que alguna vez existió tal sitio.
Comenzó a descender con lentitud, lleno de una paciencia típica en él.
El valle interior no lucía tan diferente de hace una año; Aún había variedad de edificaciones que salpicaban el paisaje a través de toda la extensión de lo que eran las laderas de las montañas. Algunas lucían igual, con gente entrando y saliendo con frecuencia, pero otras parecían haber sido completamente abandonadas. Lo único diferente era aquel enorme lago artificial que, como un espejo, reflejaba las nubes en el cielo primaveral.
«En realidad no es un lago… Es un cráter.» Por un instante aquel recuerdo visitó su mente; Una enorme herida en la tierra, epicentro de una gran catástrofe. Un agujero lleno de fuego, cenizas y muerte.
Una señora y su hija pasaron a su lado. Al ver los ramilletes de flores que llevaban, aquellos pensamientos pesarosos se dispersaron tan velozmente como llegaron. «Ahora que me fijo…» No era el único que se dirigía hacia el lago, había muchas otras personas que le acompañaban en el trayecto. Algunas iban con rostros firmes y solemnes y otras con expresiones dolorosas y tristes.
A medio camino se tomó unos minutos para comprar un ramo de flores. La mayor parte del tiempo que estuvo detenido lo utilizo para escoger con cuidado la más adecuadas para aquella ocasión. Se despidió de la amable señora y su carrito de coloridas y aromáticas plantas.
—Las tendré que guardar —Aseguro al notar la fragilidad de lo que llevaba en manos.
Siguió bajando por aquel camino de adoquines, el mismo que había usado hace un año, hasta llegar a la orilla de aquel cuerpo de agua. Por un instante se quedó embelesado, pues reconocía a la perfección el final de aquella senda. Hacía tiempo, llevaba hasta la imponente entrada de la ciudad, donde varios samuráis con elaboradas armaduras se mantenía firmes y vigilantes. Ahora se interrumpía abruptamente en el borde del lago. De hecho, daba la impresión de que la vía se sumergía y continuaba hasta llevar al profundo y lejano centro de la laguna. El joven de piel morena suponía que con el tiempo, los límites del cráter se irán erosionando y su borde consumiría los restos del camino de piedra hasta hacerlo desaparecer.
Se encontraba sumido en una especie de introspección, tanto así que apenas notaba lo que sucedía a su alrededor. En cierto punto, pudo notar un leve destello en un lejano rincón de su campo de visión. Su cuerpo reaccionó con velocidad, puesto que aquel brillo metálico era sin duda el de una espada que se dirigía a su cuello.
—Cerca… —Dijo, luego de esquivar el ataque haciéndose hacia un lado, sin siquiera ver a su agresor.
—Un año, un año desde que nuestros filos se cruzaron por primera vez...
—Se siente como si hubiese sido mucho más tiempo. —Aseguró sonriendo pero sin voltear.
»Es bueno verte de nuevo, Takanashi Tatsuya —se giró hacia aquel muchacho y plantó sus grises ojos en él—. Veo que has cambiado un poco… Y parece que también te has vuelto más hábil con la espada.
En todo aquel tiempo ambos habían cambiado; El cabello del Ishimura estaba corto, en una especie de peinado al estilo “barrido por el viento”. Por otra parte, también estaba más alto, ya con un metro setenta, y con un poco más de masa muscular. Incluso parecía que su forma de vestir había cambiado; Llevaba zapatos de cuero, un pantalón formal y sobre una camisa blanca y por debajo de un saco, un chaleco color vinotinto.
«Es como si los Dojos del combatiente jamás hubiesen existido…» Pero sí estuvieron allí en alguna ocasión, aunque el paisaje invitase a pensar lo contrario. Él mismo era una prueba viviente de que alguna vez existió tal sitio.
Comenzó a descender con lentitud, lleno de una paciencia típica en él.
El valle interior no lucía tan diferente de hace una año; Aún había variedad de edificaciones que salpicaban el paisaje a través de toda la extensión de lo que eran las laderas de las montañas. Algunas lucían igual, con gente entrando y saliendo con frecuencia, pero otras parecían haber sido completamente abandonadas. Lo único diferente era aquel enorme lago artificial que, como un espejo, reflejaba las nubes en el cielo primaveral.
«En realidad no es un lago… Es un cráter.» Por un instante aquel recuerdo visitó su mente; Una enorme herida en la tierra, epicentro de una gran catástrofe. Un agujero lleno de fuego, cenizas y muerte.
Una señora y su hija pasaron a su lado. Al ver los ramilletes de flores que llevaban, aquellos pensamientos pesarosos se dispersaron tan velozmente como llegaron. «Ahora que me fijo…» No era el único que se dirigía hacia el lago, había muchas otras personas que le acompañaban en el trayecto. Algunas iban con rostros firmes y solemnes y otras con expresiones dolorosas y tristes.
A medio camino se tomó unos minutos para comprar un ramo de flores. La mayor parte del tiempo que estuvo detenido lo utilizo para escoger con cuidado la más adecuadas para aquella ocasión. Se despidió de la amable señora y su carrito de coloridas y aromáticas plantas.
—Las tendré que guardar —Aseguro al notar la fragilidad de lo que llevaba en manos.
Siguió bajando por aquel camino de adoquines, el mismo que había usado hace un año, hasta llegar a la orilla de aquel cuerpo de agua. Por un instante se quedó embelesado, pues reconocía a la perfección el final de aquella senda. Hacía tiempo, llevaba hasta la imponente entrada de la ciudad, donde varios samuráis con elaboradas armaduras se mantenía firmes y vigilantes. Ahora se interrumpía abruptamente en el borde del lago. De hecho, daba la impresión de que la vía se sumergía y continuaba hasta llevar al profundo y lejano centro de la laguna. El joven de piel morena suponía que con el tiempo, los límites del cráter se irán erosionando y su borde consumiría los restos del camino de piedra hasta hacerlo desaparecer.
Se encontraba sumido en una especie de introspección, tanto así que apenas notaba lo que sucedía a su alrededor. En cierto punto, pudo notar un leve destello en un lejano rincón de su campo de visión. Su cuerpo reaccionó con velocidad, puesto que aquel brillo metálico era sin duda el de una espada que se dirigía a su cuello.
—Cerca… —Dijo, luego de esquivar el ataque haciéndose hacia un lado, sin siquiera ver a su agresor.
—Un año, un año desde que nuestros filos se cruzaron por primera vez...
—Se siente como si hubiese sido mucho más tiempo. —Aseguró sonriendo pero sin voltear.
»Es bueno verte de nuevo, Takanashi Tatsuya —se giró hacia aquel muchacho y plantó sus grises ojos en él—. Veo que has cambiado un poco… Y parece que también te has vuelto más hábil con la espada.
En todo aquel tiempo ambos habían cambiado; El cabello del Ishimura estaba corto, en una especie de peinado al estilo “barrido por el viento”. Por otra parte, también estaba más alto, ya con un metro setenta, y con un poco más de masa muscular. Incluso parecía que su forma de vestir había cambiado; Llevaba zapatos de cuero, un pantalón formal y sobre una camisa blanca y por debajo de un saco, un chaleco color vinotinto.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)