18/07/2016, 17:15
Caminaba por las calles de Amegakure. Llovía. Lo normal, vaya. Mostraba su mejor mohín de fastidio a todo viandante que se le cruzaba mientras los sorteaba de camino al lugar de reunión. Casi parecía que arrastraba los pies por el pulcro y brillante asfalto de una de las avenidas más abarrotadas. No literalmente, claro. Mientras se dirigía hacia allí, pensaba en ese tipo de cosas que a uno se le ocurren en la ducha. Ducha la que le estaba cayendo encima, por cierto, aunque no le importaba. Pensaba en cuánto dinero se tenía que ahorrar la aldea en servicio de limpieza. El suelo estaba limpio, sí, pero es que estaba todo el día diluviando. Así era fácil.
La conclusión a la que llegó cuando puso el primer pie en la plaza fue que el dinero que se ahorraba en la limpieza sin duda lo gastaba en arreglar los inevitables desperfectos que el temporal causaba de vez en cuando, pese a que los edificios estuvieran preparados para la lluvia de por sí.
Vio a Ayame allí de pie y se alegró un segundo, pero no el suficiente tiempo para que desapareciera la mueca en su cara, pues inmediatamente también recordó que Zetsuo no tardaría en llegar.
—Hulaaa... —dijo con desánimo, agitando la mano lentamente en señal de saludo—. ¿Aún no ha llegado tu padre?
Siempre había visto al padre de Ayame como un señor con muy mala leche. Parecía un veterano de guerra que buscaba espías con cada mirada. Para él, era aterrador, aunque a la vez, de alguna forma que le daba un poco de vergüenza, lo admiraba un poco.
La conclusión a la que llegó cuando puso el primer pie en la plaza fue que el dinero que se ahorraba en la limpieza sin duda lo gastaba en arreglar los inevitables desperfectos que el temporal causaba de vez en cuando, pese a que los edificios estuvieran preparados para la lluvia de por sí.
Vio a Ayame allí de pie y se alegró un segundo, pero no el suficiente tiempo para que desapareciera la mueca en su cara, pues inmediatamente también recordó que Zetsuo no tardaría en llegar.
—Hulaaa... —dijo con desánimo, agitando la mano lentamente en señal de saludo—. ¿Aún no ha llegado tu padre?
Siempre había visto al padre de Ayame como un señor con muy mala leche. Parecía un veterano de guerra que buscaba espías con cada mirada. Para él, era aterrador, aunque a la vez, de alguna forma que le daba un poco de vergüenza, lo admiraba un poco.