19/07/2016, 23:10
¿Qué diablos me había llevado hasta allí? Solo Dios sabe por qué, o mejor dicho, solo Hagoromo sabe por qué. Pero ahí estaba, tras unas cuantas jornadas de caminata con aquella estúpida araña a cuestas. La muy maldita no se desenganchaba de mí ni de pura casualidad, así que simplemente me resignaba a aquella compañía obligada.
— Vamos a ver, ¿Algún día me contarás por qué no te desenganchas de mí?
Refunfuñaba con total resignación, mirando al cielo como si alguien ahí arriba pudiese librarme de Kumopansa.
— ¡Ah! Puede ser, puede ser... Pero antes deja que chapotee en esta tumba
Tan graciosilla como siempre. No se debía hacer broma con aquel lugar. Las pasamos putas de verdad. Tanto que llegamos a morir. Todos. Toda la gente de la zona. Pero Hagoromo-sama nos salvó. No podía quitarme sus palabras de la cabeza. Nos había encargado la lucha contra un mal mucho mayor que aquel bijuu. Algo, o alguien, que actuaba desde la sombras y esperaba su momento para sembrar el más absoluto caos. y Aquello que dijo del desierto... Un puto año había pasado y no me lo quitaba de la maldita mollera.
Mientras me sumergía en mis pensamientos, Kumopansa lo hacía en el agua y de pronto mi mirada se quedó, congelada en el islote central, la verdadera tumba, donde un epitafio recogía los nombres de todos los fallecidos del torneo de los Dojos del Combatiente.
— ¡Oye, tío! — gritó la araña desde el agua — ¿Te acuerdas de este sitio? Tus chorbas me han contado mil veces lo de que te convertiste en merienda de bijuu ¡Qué pasote!
— Claro que me acuerdo... Esto antes era una aldea — tardé unos segundos en contestar, los necesarios para salir de mi ensimismamiento.
— Vamos a ver, ¿Algún día me contarás por qué no te desenganchas de mí?
Refunfuñaba con total resignación, mirando al cielo como si alguien ahí arriba pudiese librarme de Kumopansa.
— ¡Ah! Puede ser, puede ser... Pero antes deja que chapotee en esta tumba
Tan graciosilla como siempre. No se debía hacer broma con aquel lugar. Las pasamos putas de verdad. Tanto que llegamos a morir. Todos. Toda la gente de la zona. Pero Hagoromo-sama nos salvó. No podía quitarme sus palabras de la cabeza. Nos había encargado la lucha contra un mal mucho mayor que aquel bijuu. Algo, o alguien, que actuaba desde la sombras y esperaba su momento para sembrar el más absoluto caos. y Aquello que dijo del desierto... Un puto año había pasado y no me lo quitaba de la maldita mollera.
Mientras me sumergía en mis pensamientos, Kumopansa lo hacía en el agua y de pronto mi mirada se quedó, congelada en el islote central, la verdadera tumba, donde un epitafio recogía los nombres de todos los fallecidos del torneo de los Dojos del Combatiente.
— ¡Oye, tío! — gritó la araña desde el agua — ¿Te acuerdas de este sitio? Tus chorbas me han contado mil veces lo de que te convertiste en merienda de bijuu ¡Qué pasote!
— Claro que me acuerdo... Esto antes era una aldea — tardé unos segundos en contestar, los necesarios para salir de mi ensimismamiento.
Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa