3/08/2016, 16:32
Era un día como otro cualquiera. Llovía, como cualquier otro día, y Daruu entrenaba, como cualquier otro día. Golpeaba el muñeco de entrenamiento con la diestra, y luego con la siniestra, auspiciado por aquella suerte de selva tropical que había en Los Invernaderos. Limpió una gota de sudor con el dorso. Allí no estaba bajo la bendición de Amenokami: la lluvia, y era realmente un fastidio. Una selva tropical, sí, pero sin lluvia. No muy realista, pero servía para entrenarles en terrenos a los que no estaban acostumbrados.
Los Invernaderos eran unas salas enormes, habilitadas en el piso interior del Torreón de la Academia de Amegakure. Los estudiantes solían odiarlos, pero Daruu había comprendido que era necesario pasarse de vez en cuando a nadar en un charco que no era el tuyo. Era la única manera de estar realmente preparado para misiones en el exterior.
Daruu se sentía como un pez en su charco, de hecho, bajo la lluvia. Pero desde que se había marchado junto a Seremaru un año, se había dado cuenta que necesitaba las dos cosas: lluvia y claridad en el cielo, de vez en cuando.
Pero aquello no era claridad, era un puto agobio. De modo que decidió dar el entrenamiento por terminado y volver a lo que realmente le gustaba: bañarse con el torrente del Dios de la Lluvia. Salió del Invernadero y subió con el ascensor a uno de los pisos superiores, donde había una terracita que acostumbraba a visitar.
Para su sorpresa, ya había dos personas allí. A una de ellas no lo conocía, el otro era fácilmente reconocible por su pelo. Mejor dicho, por la ausencia de su pelo. Era el joven al que había confundido tiempo ha, en el Torneo de los Dojos, por un buda cuando su pierna estaba rota.
Se acercó a paso decidido y se aclaró la voz para llamar la atención de los chicos.
—¿Karamaru, verdad? —preguntó. Había averiguado el nombre del muchacho, pero no estaba seguro de que la información que le habían dado fuera correcta—. ¿Me recuerdas? Me rompí una pierna en el Torneo. Te preocupaste por mí. Nunca tuve oportunidad para agradecértelo, de modo que muchas gracias.
Hizo una queda reverencia.
Los Invernaderos eran unas salas enormes, habilitadas en el piso interior del Torreón de la Academia de Amegakure. Los estudiantes solían odiarlos, pero Daruu había comprendido que era necesario pasarse de vez en cuando a nadar en un charco que no era el tuyo. Era la única manera de estar realmente preparado para misiones en el exterior.
Daruu se sentía como un pez en su charco, de hecho, bajo la lluvia. Pero desde que se había marchado junto a Seremaru un año, se había dado cuenta que necesitaba las dos cosas: lluvia y claridad en el cielo, de vez en cuando.
Pero aquello no era claridad, era un puto agobio. De modo que decidió dar el entrenamiento por terminado y volver a lo que realmente le gustaba: bañarse con el torrente del Dios de la Lluvia. Salió del Invernadero y subió con el ascensor a uno de los pisos superiores, donde había una terracita que acostumbraba a visitar.
Para su sorpresa, ya había dos personas allí. A una de ellas no lo conocía, el otro era fácilmente reconocible por su pelo. Mejor dicho, por la ausencia de su pelo. Era el joven al que había confundido tiempo ha, en el Torneo de los Dojos, por un buda cuando su pierna estaba rota.
Se acercó a paso decidido y se aclaró la voz para llamar la atención de los chicos.
—¿Karamaru, verdad? —preguntó. Había averiguado el nombre del muchacho, pero no estaba seguro de que la información que le habían dado fuera correcta—. ¿Me recuerdas? Me rompí una pierna en el Torneo. Te preocupaste por mí. Nunca tuve oportunidad para agradecértelo, de modo que muchas gracias.
Hizo una queda reverencia.